Padre viejo y triste, rey de las divinas canciones: son en mi camino focos de una luz enigmática tus pupilas mustias, vagas de pensar y abstracciones, y el límpido y noble marfil de tu testa socrática.
Flota, como el tuyo, mi afán entre dos aguijones: alma y carne; y brega con doble corriente simpática para hallar la ubicua beldad con nefandas uniones, y después expía y gime con lira hierática.
Padre, tú que hallaste por fin el sendero, que, arcano, a Jesús nos lleva, dame que mi numen doliente virgen sea, y sabio, a la vez que radioso y humano.
Tu virtud lo libre del mal de la antigua serpiente, para que, ya salvos al fin de la dura pelea, leudemos a Cristo en vida perenne. Así sea.
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