A la hora de horizontes tumultuosos los mástiles me inclinan,
despertándome al desmayo de los vuelos,
en lluvia de alas heridas,
donde no cantan los círculos concéntricos
de mis pájaros rojos.
Abandonado a los límites:
rosa de los vientos incendiada de ásperas ciudades,
relojes sin minuteros, descoloridos de granizos y lloviznas,
descienden sin rumbo ni refugio, a mis climas abandonados.
Las superficies de vagos remolinos,
recuerdan en la espuma las ondinas perdidas,
en su música menuda de huidizas ondas rotas,
ya los submarinos que no pueden volver a los vientos.
Busquemos, sin las costas, el silencio del mundo,
en la burbuja que sube de los transatlánticos hundidos,
en los remotos gritos que vienen
de los tremendos viajes submarinos.
Yo tengo los labios amargos en las olas,
y el pensamiento humedecido en algas moribundas.
He visto fríos y noches tocar a la puerta de casas
solitarias y tristes.
¿Por qué los niños, bajo las tempestades eléctricas,
trepan a la luz de los faros?
Las olas arrastran sus alegrías de caracoles.
Sin embargo hay una flor que crece a la orilla de la luna,
y un ala tibia que abanica la línea ecuatorial.
Hemos dejado las manos en las ruedas rechinantes.
A la deriva de brújulas y estelas,
giran sin las auroras los puntos cardinales.
Al norte, abrumado en la música de fáciles puñales,
bombas de mano destruyen noches boreales.
Al sur, oscuras hélices pulverizan la lana de los osos blancos.
Al este, en un ruido de marineros sin gargantas
y anclas de negros buques llegados al azar,
se desprenden puertos fatigados en pesados aceites.
Al oeste, humos y ciudades, confundidos,
presencian el suicidio de veloces mujeres.
¿Pero dónde la cigarra muda de la estrella polar?
¿Nadie recuerda el rumor de los árboles?
Vuelan las aves hacia planetas muertos.
Ecos violentos se desgajan en mi frente.
Quillas invisibles me hienden sin mi cuerpo
Duele en los aires de los mapas
el silbido de lejanos fusiles
y las cabelleras de rubias mujeres
abandonadas a penumbrosas alambradas.
¿Quién oye en las noches lejanas el grito del mar
llamando a las madres de los marineros?
Hay estatuas rotas y niños enloquecidos
en las dinamitas terrestres.
El mundo desgaja bosques y montañas
para alzar los marfiles de la muerte,
pero nadie siembra lirios al pie de los rascacielos.
Alguien asesina al nadador que, cara al cielo,
espera el vuelo de las aves marinas.
¿Nadie ha visto el buque que regresa hendiendo la tristeza lunar,
en ese momento en que una flecha envenenada hiere los espacios,
y se desmoronan los senos de las novias?
Yo bajo del centro de una geografía criminal y antihumana.
He perdido mis cabellos y mis uñas
en los terribles escollos mutilados.
Desciendo sin ojos y garganta, sin playas y palmeras.
Desmesuradas manos tratan de subirme al mundo de las brisas;
pero aguas turbias, aguas negras,
aguas de antiguos templos sumergidos,
murmuran y ensordecen,
arrastrándome a las precipitadas ciudades de los náufragos.
Arañado por espectrales escafandras,
donde aúllan bocas de rostros destruídos,
violentos a los peces voladores
en las altas superficies de la noche,
me entregaré a la pálida neurosis de los sacrificios anónimos.
No me oirán las paredes de la tierra.
Anchas bocas se reirán con rojo estruendo
desde elevados puentes oscuros.
No habrá ni arenas, ni tablas.
Habré de asirme a las transparencias perdidas,
a esas que se fugan, sin piedad, de sí mismas.
Presenciaré el gesto violento
de los que ateridos por los colores profundos,
piden auxilio a imposibles compañeros,
a ésos que se desvelan mudos
en la estridencia de otras latitudes.
¿Qué paisaje de esponjas y corales
buscan los,pescadores de perlas
abandonados a la distancia de sus islas?
¿Dónde aquellos mineros
perdidos
sin miradas, en las raíces de la tierra?
¿Dónde la respuesta del mundo?
¿Hacia qué combate anónimo cantan estos seres?
Con mis tímpanos rotos en los torbellinos inmóviles,
con mis ojos perdidos en los paisajes atroces,
a través de las lianas profundas y los peces,
de máquinas y ametralladoras entre flores marinas,
me entregaré sin rumbo a las tenebrosas avalanchas.
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