¡Oh tú, la hermana de la luz primera, símbolo del amor en la tristeza! Ciñe tu rostro encantador la bruma, orlada de argentados resplandores; Tu sigiloso paso de los antros durante el día cerrados cual sepulcros, a los tristes fantasmas despabila, y a mí también y a las nocturnas aves. Tu mirada domina escrutadora y señorea el dilatado espacio. ¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera! No niegues a mi ensueño esta ventura; y en plácido reposo el caballero pueda ver a hurtadillas de su amada, las noches tras los vidrios enrejados. Del contemplar la dicha incomparable, de la distancia los tormentos calma, yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!, y mi mirada aguzo, escrutadora; poco a poco voy viendo los contornos del bello cuerpo libre de tapujos, y hacia él me inclino, tierno y anhelante, cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.