En lúgubres cipreses he visto convertidos los pámpanos de Baco y de Venus los mirtos; cual ronca voz del cuervo hiere mi triste oído el siempre dulce tono del tierno jilguerillo; ni murmura el arroyo con delicioso trino; resuena cual peñasco con olas combatido. En vez de los corderos de los montes vecinos rebaños de leones bajar con furia he visto; del sol y de la luna los carros fugitivos esparcen negras sombras mientras dura su giro; las pastoriles flautas, que tañen mis amigos, resuenan como truenos del que reina en Olimpo. Pues Baco, Venus, aves, arroyos, pastorcillos, sol, luna, todos juntos miradme compasivos, y a la ninfa que amaba al infeliz Narciso, mandad que diga al orbe la pena de Dalmiro.