¿Qué te harás sola en el sepulcro lóbrego, Sin oír las palabras de un amigo? ¡Si al menos ¡ay! los días que me restan, Bajo la húmeda losa Pasara yo contigo! Yo cubriría con mi cuerpo el tuyo Cuando la lluvia fría penetrara’ La piedra que te oculta de mis ojos, Y el cierzo de la noche Tus sienes no tocara. Y mis manos la hierba arrancarían Que creciera en la tumba abandonada, Y alejaría el fétido gusano Que se arrastrara hambriento Con su sorda pisada. Mas tú, ¡alma mía!, por tus rubias trenzas Bullir le sentirás y por tu frente Sin poder rechazarle, mientra el hombre Contemplará tu tumba Con ojo indiferente.
¡Si al fin quedaran las almas Velando el difunto cuerpo, En pláticas amorosas Con las almas de otros muertos; Si al fin así descansaras Bajo el pabellón del cielo, Sin que el tumulto del mundo Turbara nunca tu sueño; Si el amor que se hubo en vida Muriera en el cementerio, Y no hubiera en otro mundo Memoria del mundo nuestro!….. Mas ¡ay! que vendrán los hombres, Falsas plegarias mintiendo, Todos los años un día A visitar vuestro lecho. Vendrán con sus oropeles, Sus farsas y devaneos, La vanidad en el alma, La vida en el pensamiento. No a mullir vuestras almohadas, No a daros santos consuelos, Derramando en vuestras tumbas Las flores de los recuerdos; No a reconocer su nada En los despojos del tiempo, No a ver lo que sois vosotros, Para ver lo que son ellos; Que aunque un espejo es la tumba, Cubrir su cristal supieron Con velos de mármol y oro, Cuyo cortinaje espeso, Robando al cristal las luces, Impide que, a sus reflejos, El vidrio fatal les pinte El polvo donde nacieron. No; que vendrán a deciros Que han mentido en otro tiempo, Cuando al daros un sepulcro, «Dormid en paz», os dijeron.
Mas habrá un cielo, por dicha, Detrás de ese cielo azul, Donde irán, paloma mía, Los que mueren como tú. Allí viviréis tranquilos, En alcázares de luz, Con los ángeles que velen Por vuestra santa quietud; En pabellones de estrellas Alfombrados de tisú, Libres de ingratos recuerdos De la desdicha común; Porque al abrirse las puertas Del misterioso ataúd, Hallan paz, vida y contento Los que mueren como tú.
Que fresca brisa serena Halague tu casta sien, Del bello jardín de Edén, ¡Oh purísima azucena! Duerme pacífica, sí, En un lecho de alelí Que te formen para ti Los ángeles del Señor; Y en un porvenir risueño, Duerme, duerme, dulce dueño, Y que te vele tu sueño Un espíritu de amor.
Y dé placer a tu oído, Susurrando mansamente, De alguna encubierta fuente El misterioso rüido. Y en tus ensueños de paz Te preste grato solaz, Con su armonía fugaz, Algún lejano laúd; Y por tu mente resbale Aérea ilusión que iguale De blanca luna que sale A la transparente luz.
Mientra en brazos del destino En las tinieblas que estoy, A ciegas buscando voy De tu morada camino. Y pasan las horas mías Como turbias ondas frías Que sus revoltosos días Sañudo invierno formó; Como barquilla que mece Ruda tormenta que crece, Cual se agosta y desparece Flor que en la nieve brotó.
|