¡Cuán solitaria la nación que un día poblara inmensa gente! ¡La nación cuyo imperio se extendía del Ocaso al Oriente! Lágrimas viertes, infeliz ahora, soberana del mundo, ¡y nadie de tu faz encantadora borra el dolor profundo! Oscuridad y luto tenebroso en ti vertió la muerte, y en su furor el déspota sañoso se complació en tu suerte. No perdonó lo hermoso, patria mía; cayó el joven guerrero, cayó el anciano, y la segur impía manejó placentero. So la rabia cayó la virgen pura del déspota sombrío, como eclipsa la rosa su hermosura en el sol del estío. ¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!, contemplad mi tormento: ¿Igualarse podrán ¡ah!, qué dolores al dolor que yo siento? Yo desterrado de la patria mía, de una patria que adoro, perdida miro su primer valía, y sus desgracias lloro. Hijos espurios y el fatal tirano sus hijos han perdido, y en campo de dolor su fértil llano tienen ¡ay!, convertido. Tendió sus brazos la agitada España, sus hijos implorando; sus hijos fueron, mas traidora saña desbarató su bando. ¿Qué se hicieron tus muros torreados? ¡Oh mi patria querida! ¿Dónde fueron tus héroes esforzados, tu espada no vencida? ¡Ay!, de tus hijos en la humilde frente está el rubor grabado: a sus ojos caídos tristemente el llanto está agolpado. Un tiempo España fue: cien héroes fueron en tiempos de ventura, y las naciones tímidas la vieron vistosa en hermosura. Cual cedro que en el Líbano se ostenta, su frente se elevaba; como el trueno a la virgen amedrenta, su voz las aterraba. Mas ora, como piedra en el desierto, yaces desamparada, y el justo desgraciado vaga incierto allá en tierra apartada. Cubren su antigua pompa y poderío pobre yerba y arena, y el enemigo que tembló a su brío burla y goza en su pena. Vírgenes, destrenzad la cabellera y dadla al vago viento: acompañad con arpa lastimera mi lúgubre lamento. Desterrados ¡oh Dios!, de nuestros lares, lloremos duelo tanto: ¿quién calmará ¡oh España!, tus pesares?, ¿quién secará tu llanto?
|