A las puertas de Yafa, amigos míos,
y entre el caos de escombros de las casas,
entre la destrucción y las espinas,
dije a los ojos, quieta:
Deteneos… Lloremos
sobre las ruinas
de quienes se han marchado, abandonándolas.
La casa está llamando a quien la edificó.
La casa está dando el pésame por él.
Y el corazón, deshecho, gime
y dice:
¿Qué te han hecho los días?
¿Dónde están los que antes
te habitaban?
¿Has sabido de ellos?
¿Has sabido después de su partida?
Aquí soñaron, sí,
aquí estuvieron,
y trazaron los planes del mañana.
Mas, ¿dónde están los sueños y el mañana?
Y, ¿dónde,
dónde ellos?
Los restos de la casa no dijeron palabra.
Allí, habló sólo la ausencia,
el callar del silencio, el abandono.
Allí se amontonaban los búhos y los fantasmas,
extraños en los rostros, las manos y la lengua;
en su entraña metiéndose,
en ellas extendiendo sus orígenes.
Allí…
Y tantas cosas más…
Mientras el corazón se ahogaba de tristezas.
¡Amadísimos míos!:
Me limpié de los párpados la niebla gris del llanto
para ir a vuestro encuentro.
En mis ojos había
una lumbre de amor y de esperanza
en vosotros, el hombre, y en la tierra.
¡Ay, vergüenza, si me hubiera acercado a vuestro encuentro
con el párpado trémulo, mojado,
y el corazón desesperado y roto!…
Aquí estoy, amados míos, con vosotros;
a coger una brasa de vosotros;
a tomaros, ¡candiles de la noche!,
una gota de aceite para mi lámpara.
Aquí estoy, amados míos,
con mi mano tendida hacia la vuestra;
bajando mi cabeza, aquí, ante las vuestras;
elevando mi frente, con vosotros, al sol.
Aquí estoy, con vosotros
fuertes como las rocas de nuestros montes,
y aquí estáis vosotros,
dulces como las flores de nuestra tierra.
¿Cómo van a aplastarme las heridas?
¿Cómo podrá aplastarme la desesperación?
¿Cómo voy a llorar ante vosotros?…
Juro, a partir de hoy, no llorar.
¡Amadísimos míos!:
el alazán del pueblo ha superado
el tropiezo de ayer,
y tras el río, los héroes se yerguen.
Escuchad muy atentos, que el alazán relincha
confiado en su asalto;
que ya escapa al asedio de la oscura desgracia,
y corre hacia su puesto sobre el sol;
mientras compactos grupos de jinetes
le bendicen y juran devoción,
le rocían con humo de limpias cornalinas,
con sangre de corales,
le dan de su despojos copiosísima alfalfa,
y le aclaman, lanzando:
¡Corre al ojo del sol!
¡Corre, alazán del pueblo!
Que tú eres la señal y el estandarte,
y nosotros la cohorte que te sigue.
Ya no puede pararse la marea,
la pasión y la ira;
ya no puede caer en nuestras frentes,
sin luchar, el cansancio;
ni quedaremos quietos,
hasta haber expulsado a fantasmas y sombras.
¡Amadísimos míos!… ¡Candiles de la noche!
¡Hermanos en la herida!
¡Oh, semillas de trigo,
levadura secreta!
El muere para darnos.
Aquí, nos da,
y nos da.
Yo ando vuestros caminos,
y heme aquí, ante vosotros.
Junto y lavo las lágrimas de ayer,
y me planto, lo mismo que vosotros, en mi tierra y mi patria.
Lo mismo que vosotros, voy sembrando mis ojos
en la senda del sol y de la luz.
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