Cuando lloraba yo tanto, cuando yo tanto sufría, mis penas, sólo mis penas, fueron constantes amigas; me quedé sin ilusiones, me quedé sin alegrías, volaron mis esperanzas, y en el mar de mi desdicha, pobre y solitario náufrago sin auxilio me perdía; llegó un momento supremo en que aborrecí la vida.
Entonces brilló a lo lejos una azul playa bendita, la playa del sufrimiento, de las nostalgias divinas; pensé un instante en la lucha, sol que alumbró muerto día, y me abracé a mis dolores y salvé mi inútil vida.
¡Penas mías, yo os bendigo! ¡Yo os bendigo, penas mías, negras tablas salvadoras del perfume de mi vida! Nunca, nunca me olvidéis en el mar de mi desdicha, entristeced mis amores, entristeced mis delicias, que yo gozo con las penas más que con las alegrías, que jamás puedo olvidarme de aquella playa bendita, en donde me embriagasteis de las nostalgias divinas. Todo el oro de mis sueños, todo el amor de mi lira, todas las flores que entreabran sus cálices en mis días, todo el fuego de mis ojos, todo el placer de mis risas, es sólo para vosotras, adoradas penas mías, adoradas salvadoras del perfume de mi vida.
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