A quien en la ciudad estuvo largo tiempo confinado, le es dulce contemplar la serena y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria hacia la gran sonrisa del azul. ¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre, se hunde, fatigado, en la blanda yacija de la hierba ondulante y lee una acabada, una gentil historia de amor y languidez? Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído la voz de Filomela, y acechando sus ojos la fúlgida carrera de una pequeña nube, lamenta el deslizarse del presuroso día, desvanecido como la lágrima de un ángel que cae por el éter claro, calladamente.