Coronadas de luz las sienes bellas, conduce el sol su luminoso coche a la estación donde madruga el día; quitó el prestado honor a las estrellas, y en campañas de luz venció a la noche con los ardientes rayos que regía; castigo a su osadía la tierra fue, que nuevo sol le opuso, esfera de verdor, campo de fuego. Cuando en sus rayos ciego, querúbicas deidades vio confuso sembrar por rubios granos esmeraldas, por espigas coger verdes guirnaldas.
Los campos de Madrid ya cielos bellos y los cielos del sol campos hermosos eran con los opuestos resplandores; porque asistiendo o cultivando en ellos, ya labrador, ya espíritus dichosos, campos de estrellas son, cielo de flores: vestida de esplendores acredita la tierra al sol desmayos, que paga el sol en rayos a la tierra; y en luminosa guerra, espigas compitieron a sus rayos, porque el cielo y la tierra en sus fatigas mieses de rayos son, globos de espigas.
El viento, entre los varios arreboles del resplandor, Madrid, que a ti reduces cielo humano te vio, divino suelo: dudó dos cielos y creyó dos soles, admirando, confuso entre dos luces, brillando el campo y cultivando el cielo; que con santo desvelo Isidro le labraba con el llanto, ángeles con su gloria le ilustraban, y el viento, que abrasaban mansos eclipses, en abismo tanto ignora a quién incline su destino, a ángel cultor o a labrador divino.
Este pues en su espíritu dichoso, arrebatado hasta los cielos sube (que bien la tierra por el cielo olvida) y espíritus del trono luminoso, rayos de luz en abrasada nube, bajan al suelo a darle nueva vida. La tierra, agradecida al favor de los cielos soberano, sin esperanzas del abril florece: tanto, tanto agradece el beneficio de la culta mano; y estrellas produjera entonces bellas, si nacieran sembradas las estrellas.
Rompe la tierra el paraninfo alado y el rústico instrumento que la oprime, nunca más dulce, nunca más süave a la mano obediente, no al arado, el surco estima que en su centro imprime celeste autor de su esperanza grave. ¿Quién habrá que te alabe, ángel o labrador, si ofrece el suelo a celestial cultor humano fruto, y celestial tributo a humano agricultor ofrece el cielo? Y aunque use el hombre angélico ejercicio, ¿quién vio al ángel usar rústico oficio?
¿Quién más dichoso está, quién más ufano? ¿Con ángeles el suelo en este día o con un labrador, no más, el cielo? Más gloria tiene el cielo soberano, pues humildes dos ángeles envía que próvidos por él labren el suelo: tanto pudo tu celo, tanto, Isidro, tu amor maravilloso, tanto tus oraciones celestiales. Por dos ángeles vales: dos suplen tu descuido virtuoso; y pues de flores ver los campos llenos, porque se aumenten más trabaja menos.
Deje de mi pluma el vuelo, mi torpe acento el canto, mi voz aliento tanto; que aunque alaba a Madrid, Madrid es cielo; y es bien que a tanto empleo se presuma suave voz, dulce acento y veloz pluma.
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