Ya el trono de luz regía el luminoso farol, el fénix del cielo, el sol, cuya edad es sólo un día. Ya desde la tumba fría en su fuego vuelve a ser hoy lo mismo que era ayer; que, si en todo es de sentir que nace para morir, él muere para nacer.
Veloz la vida se quita, con que más gloria se adquiere, pues cuando en el agua muere, en el fuego resucita. Las aves, a quien incita la luz de sus resplandores, cantando dulces amores, eran, con belleza suma, al campo flores de pluma cuando al viento aves de flores.
Entre las rosas cantaban y el aura que las movía solamente conocía por aves las que las volaban. Todas a Isidro esperaban, cuando el labrador dichoso se quedaba perezoso de su trabajo olvidado: ¿quién vio vicioso al cuidado y al descuido virtuoso?
Antes de labrar el suelo (¡oh tardanza de amor llena!) en la Virgen de Almudena labraba piadoso el cielo; y como su santo celo en el sol le suspendía de la celestial María, divertido, no pensaba; como siempre, al sol miraba, que pudo pasarse el día.
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