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A una mujer pequeña

[Poema - Texto completo.]

Francisco de Quevedo

Mi juguete, mi sal, mi niñería,
dulce muñeca mía,
dad atención a cuatro desvaríos
y sed sujeto de los versos míos;
pero sois tan nonada, que os prometo
que aún no sé si llegáis a ser sujeto.

Dicen que un tiempo tan cobarde anduve,
que por vos muerto estuve,
y yo digo de mí, que, si os quería,
por poquísima cosa me moría;
pero sé, que aunque me he visto loco,
que cuando os quise a vos, quise muy poco.

La alma un tiempo os di; que da, señora
la alma quien adora;
pero hallábase en vos tan apretada,
que os la quité por verla maltratada,
y aún le dura el temor, y dice y piensa
que si no estuvo en pena, estuvo en prensa.

Calabozo de la alma, y tan estrecho,
fue vuestro breve pecho,
que desde aquí mi sufrimiento admiro
y del vuestro me espanto, cuando miro
que aún vos tenéis la alma de rodillas,
si no es que entre las almas hay almillas.

A cualquiera persona que es pequeña,
¡oh linda, medio dueña!,
por el refrán le dicen castellano
que desde el codo llega hasta la mano;
mas en vuestra medida el refrán peca,
que no llegáis del codo a la muñeca.

Para un juego de títeres sois dama,
que no para la cama,
pues una vez que la merced me hicisteis,
cuando menos, pensaba que os perdisteis;
y dos horas después, envuelta en risa,
en un pliegue os hallé de la camisa.

Dama del ajedrez, dama de cera,
dama de faltriquera,
si queréis ver ocultas vuestras faltas,
dejad de acompañar mujeres altas;
que malográis así vuestros deseos,
porque fuerais enana entre pigmeos.

Pero quiero dejaros, mi confite,
mi dedo margarite,
mi diamante, mi aljófar, mi rocío,
pues será no meteros, desvarío;
que es una pulga poco más pequeña,
y, si es que pica, dígalo una dueña.



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