Pues no puedo callar ni hablar tampoco puedo, entre callar y hablar desahogarme intento.
Y callando lo más y diciendo lo menos, podré cumplir en parte con estos dos afectos.
Yo me abraso de amores, sin duda yo me quemo, que me ha llegado así un infinito fuego.
De cerca pudo herirme si bien estaba lejos, y en calor tan activo se deshizo mi hielo.
Es el amante mío fino por todo extremo, y agora, por mi dicha, ha dado en estar tierno.
Causan efectos tales sus regalos del cielo, que cuando me da vida, me la quite deseo.
Yo no entiendo sus obras, y sólo decir puedo que con razón le llaman artífice de enredos.
No sabré encarecer lo mucho que padezco ni lo mucho que gozo, todo en un mismo tiempo.
Para matar de amores y hacer otros excesos, sus gracias sólo bastan, que es hermoso y discreto,
liberal y apacible, caricioso y risueño, y también le hace gracia un poquito de ceño.
Éste se quita al punto en un abrazo estrecho, y queda serenado todo el hermoso cielo.
No pudiera decir, si el tiempo fuera eterno, cuánto sé de su amor y lo que yo le quiero.
Vivo con imposibles, porque un amor inmenso para amarte, bien mío, quisiera por lo menos.
Tú eres, dulce Señor y regalado dueño, a quien me dio el amor por excesivo precio.
Naciste para mí, moriste en un madero, quedaste en comida de gustos verdaderos.
Este fue el non plus ultra de tu poder inmenso; pudo llegar aquí de tu amor el exceso.
Más no pudo pasar ni hacer mayor empeño, que en fineza tan grande echaste todo el resto.
¿Cómo no me deshago en agradecimiento comiendo tantas veces este manjar del cielo?
Sin duda este bocado, de bien y gloria lleno, me hechiza y enamora y hace perder el seso.
Y mientras más le como, más apetito tengo, que aunque me sacia el alma, la aviva por extremo.
¡Qué enamorado estabas, querido por quien muero, cuando, por obligarme, te diste todo entero!
¡Qué engañados que viven los miserables necios, que apartados de ti, piensan vivir contentos!
¿Quién les comunicara la dulzura que siento y el deleite que gozo teniéndote en mi pecho?
Mi bien, porque te amaran, te diera cuanto tengo de tus dulces regalos, y pasara sin ellos.
¡Oh si pudiera yo, a costa de tormentos, hacer que te sirvieran cuantos te ofenden ciegos!
¡Oh si también pudiera, con abrasado celo, dar una voz terrible en todo el universo
diciendo: amad a Dios, mirad que él sólo es bueno, él sólo satisface y da consuelo entero!
¿Qué utilidad sacáis de tan viles empleos que os llevan tan aprisa a un precipicio eterno?
Felicidad infame son vuestros pasatiempos, y gloria imaginada que conduce al infierno.
Volved, Señor piadoso, esos ojos serenos, y a tanta ingratitud no castiguéis severo,
que esta mía mayor con razón considero, pues que debiendo más, os pago tanto menos.
Pero volviendo ya a tratar del incendio que causa en mí tu amor, se templará este afecto.
¿Sabes que me imagino, y aun lo tengo por cierto, que estás flechando el arco cuando dices requiebros?
Presumo que saetas arrojas a mi pecho cuando con tus caricias se derrite de tierno.
Acaba de enfermarme o matarme, te ruego, pues el morir de amor es sólo mi remedio.
Y en tanto, vida mía, que tanto bien merezco, no dejes de aliviarme con avivar el fuego.
¡Oh si creciera tanto la llama de este incendio que abrasara en tu amor a todo el mundo luego!
¡Oh si viesen mis ojos que con afecto tierno te amasen cuantos viven en este vil destierro!
No quiero que me des otra gloria ni premio sino ver que te busquen y aspiren a tu reino.
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