Adoro la túnica rosa
en que va tu hermosura envuelta;
es el tibor de tu garganta;
es de tu cuerpo ánfora esbelta.
Frágil como una rosa thé,
leve como un ala de abeja,
toda te ciñe y te circunda
con rauda caricia bermeja.
A la seda tu piel trasmite
sus estremecimientos cálidos:
a tu piel la seda devuelve
reflejo de carmines pálidos.
-¿ Quién urdió la mágica tela
con hilos de tu carne misma,
en un misterio donde suman
luz, seda y piel un móvil prisma?
-¿Son los iris de la alborada;
o los nácares de Afrodita;
o los rubíes de tu seno
lo que en tu clámide se agita?
-¿Quizá las hebras se tiñeron
en tus corales de pudor,
cuando desnuda contemplabas
de tus líneas el esplendor?
Tú, despojada de esos velos
-soñada encarnación del arte-
ser podrías ante Canova
cual otra Venus Bonaparte.
No sé si eres urna de ónice
donde ávidos goces van presos,
o si lo que tu cuerpo ciñe
es una túnica de besos.
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