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 I 
Hoy que de cada laúd 
Se eleva un canto a tu muerte, 
Con la que supiste hacerte 
Un altar del ataúd; 
Unido a esa juventud 
Que tu historia viene a hojear, 
Mientras ella alza el cantar 
Que en su pecho hace nacer, 
Yo también quiero poner 
Mi ofrenda sobre tu altar. 
II 
En la tumba donde flota 
Tu sombra augusta y querida 
Descansa muda y dormida 
La lira de tu alma, rota… 
De sus cuerdas ya no brota 
Ni la patria ni el amor; 
Pero en medio del dolor 
Que sobre tu losa gime 
Ese silencio sublime, 
Ese es tu canto mejor. 
III 
Ese es el que se levanta 
De la arpa del patriotismo; 
Ese silencio es lo mismo 
Que la libertad que canta; 
Pues en esa lucha santa 
En que te hirió el retroceso, 
Al sucumbir bajo el peso 
De la que nada respeta 
Sobre el cadáver del poeta 
Se alzó, cantando, el progreso. 
IV 
Un monstruo cuya memoria 
Casi en lo espantoso raya, 
El que subió en Tacubaya 
Al cadalso de la historia, 
Sacrificando su gloria 
Creyó su triunfo más cierto, 
Sin ver en su desacierto 
Y en su crueldad olvidando, 
Que un labio abierto y cantando 
Habla menos que el de un muerto. 
V 
De tu existencia temprana 
Tronchó la flor en capullo, 
Matando en ella al orgullo 
De la lira americana. 
Tu inspiración soberana 
Rodó ante su infamia vil: 
Pero tu pluma gentil 
Antes de romper su vuelo, 
Tomó por página el cielo 
Y escribió el once de Abril. 
VI 
La patria a quien en tributo 
Tu santa vida ofreciste, 
La patria llora y se viste 
Por tu memoria, de luto… 
Y arrancando el mejor fruto 
De su glorioso vergel, 
Te erige un altar, y en él 
Corona tu aliento noble 
Con la recompensa doble 
De la palma y el laurel. 
VII 
Si tu afán era subir 
Y alzarte hasta el infinito, 
Ansiando dejar escrito 
Tu nombre en el porvenir, 
Bien puedes en paz dormir 
Bajo tu sepulcro, inerte: 
Mientras que la patria al verte 
Contempla enorgullecida, 
Que si fue hermosa tu vida, 
Fue más hermosa tu muerte. 
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