Porque todo está igual, porque siempre será lo mismo,
pasan y sonríen, pasan y se alejan con sus días iguales
sobre espaldas cansadas de doblegarse al sol y al trabajo…
Levantan casas para los otros, para los que vienen de lejos
buscando descanso u ocio, contemplación o sueño,
éxtasis de mar y de cielo azul, rosa y violeta.
Viejos y serenos, jóvenes y ardientes, nuevos y acezadores,
todos los que llevan y traen piedras
son los mismos que levantaron, hace milenios,
pirámides y templos para sacrificar a los dioses
por mandato de otros; con el mismo sudor y sed.
Sin la orden de construir, ajena e indiferente,
todo estaría, todo, como el primer día de la creación.
Suelo y cielo, mar y pinos, frutos y aves, tierra en barbecho
y tierra removida de hoy,
en una calma extensísima y vacía, calma ignorante de sí.
Esta gran paz de gloria inmortal se tiene
(¡oh sublime dolor de tantas certidumbres humanas!)
a costa del esfuerzo y de la renuncia de los que cogen del surco
un pedazo de pan frente al mar redondo
que es, ahora radiante, mi mar aborigen.
Soy la nada.
Los poemas de Mar Menor, 1959
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