Alguien llama a la puerta, y luego sigue ahí,
más allá de nosotros pero inmóvil
sin gesto alguno,
ni airado ni amistoso,
al modo en que se acercan
las personas de un sueño
a reclamar su sitio y su dominio;
entonces
qué podemos hacer sino invitarlo
a recorrer la casa, y enseguida
caminar junto a él
acordando sus pasos y los nuestros
uno a uno