Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

Allí donde al Artibonito corre distribuyendo la hojarasca…

[Poema - Texto completo.]

Manuel Rueda

1

Allí donde al Artibonito corre distribuyendo la hojarasca
hay una línea,
un fin,
una barrera de piedra oscura y clara
que infinitos soldados recorren y no cesan de guardar.
Al pájaro que cante de este lado
uno del lado opuesto tal vez respondería.
Pero ésta es la frontera
y hasta los pájaros se abstienen de conspirar,
mezclando sus endechas.
Quizás el viento un día puede traer residuos,
algún papel sin nombre entre las hojas que resisten.
Es entonces cuando el ojo de la bestia se dispone a mirar
y el vigía traspasa a su arma las primeras contracciones de alerta,
prontamente metálico,
apuntando contra la quietud que se encorva, gravosa.

II

Fino el tambor como un polvillo oscuro que se filtrara en
la distancia.
Hogueras. Y el tambor, -pulso y retumbo-, a favor de
las aguas apagadas,
moviendo el seno puntiagudo, rutilante de amuletos.
y el grito de los búhos que en la noche pierden la dirección
y nos rozan con alas y conjuros.
Vamos al fin,
vamos al borde de la tierra
a danzar con las doncellas secretas
que nos aman en sueños.
Blanco y negro, la piedra oscura y clara
donde el reptil se desenvuelve,
meditabundo,
con sus anillos sincopados y trémulos.
Negro y blanco y un hálito de muerte allí rondando,
de un horizonte a otro, llamando y respondiendo,
hasta que no hay vestigio de maldad o recuerdo.

III

Río, calmoso río donde he visto la sombra del extraño
agrandarse,
sosteniendo la lanza y un collar de dientes blanquecinos.
En la otra orilla él bebe y chapotea como los cocodrilos
encharcados
y me mira, reduciendo su proeza al silencio.
Río calmoso y rojo, persuadido apenas por nuestras jóvenes
brazadas.
Toda una larga noche hendimos estas aguas sin dejar de
sabernos,
solos y sofocados por la proximidad, hasta que el día cae
y él queda inmóvil, fresco y cálido,
besado por la asombrosa noche que lo acoge.
(¿En dónde estás, hermano, mi enemigo de tanto tiempo
y sangre?
¿Con qué dolor te quedas, pensándome, a los lejos?)
De pronto vi las hoscas huestes que descendían, aullando
y arrasando.
Vi la muerte brilladora en la punta de las lanzas.
Vi mi tierra manchada y te vi sobre ella,
desafiador,
la brazada soberbia sobre el cañaveral que enmudece
y la ronda de hogueras donde el anochecer bailabas
invocando a tus dioses sanguinarios,
hombre que me miraste un día de calor y agobiante crepúsculo
allí donde el Artibonito, dividido,
da a cada orilla su mitad de alivio y hojarasca.
y yo supe que nunca habría esperanza para ti o para
nosotros,
hermano que quedaste una noche, a los lejos,
olvidado y dormido junto al agua.

IV

Fue un gran día aquel día. Tropas rigurosas y banderas
flameando, haciendo señ.as, en un aire común y de tregua.
Era domingo y después de oír los himnos y discursos,
después de batir palmas, los señores presidentes se abrazaron.
Hubo nomás que el tiempo, en algún sitio,
de levantar los brazos, sonreír al hombre que pasaba
y miraba todavía con temor, y al que temíamos.
Luego los dignos visitantes, sin traspasar las líneas,
retiráronse al ritmo de músicas contrarias
-reverencias y mudas arrogancias-o
y volvimos a dar nuestros alertas,
a quedar con el ojo soñoliento sobre los matorrales encrespados.
y volvimos a comer nuestra pobre ración, solos, lentamente,
allí donde el Artibonito corre distribuyendo la hojarasca.



Más Poemas de Manuel Rueda