Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Amado y aborrecido

[Teatro - Texto completo.]

Pedro Calderón de la Barca

Personas que hablan en ella:
  • DANTE, galán
  • AURELIO, galán
  • LIDORO, galán
  • REY de Chipre
  • MALANDRÍN, gracioso
  • AMINTA, dama, hermana del rey
  • IRENE, dama, infanta de Egnido
  • FLORA, dama
  • NISE, dama
  • LAURA, dama
  • CLORI, dama
  • DIANA, diosa
  • VENUS, diosa
  • CRIADO
  • MÚSICA
  • Acompañamiento

JORNADA PRIMERA

 

Salen por una parte DANTE, y por otra AURELIO
AURELIO:            ¿Dónde queda el rey?
DANTE:                                       Detrás    
                 de esos ribazos le dejo,
                 en el alcance empeñado
                 de un jabalí, cuyo riesgo
                 veloz Aminta su hermana
                 sigue también.
AURELIO:                          Según eso,
                 ocasión será de que
                 concluyamos nuestro duelo,
                 con la novedad que está
                 citado.
DANTE:                      Para ese efecto
                 esperando estaba a vista
                 de este edificio soberbio.
AURELIO:         Pues llegad; solos estamos.
DANTE:           ¡Ah del soberano centro
                 donde aprisionada vive
                 toda la región del fuego!
AURELIO:         ¡Ah de la divina esfera
                 del sol más hermoso y bello
                 que, a pesar de opuestas nubes,
                 abrasa con sus reflejos!
DANTE:           ¡Ah del alcázar de amor!
AURELIO:         ¡Ah del abismo de celos!
DANTE:           ¡Patria de la ingratitud!
AURELIO:         ¡Monarquía del desprecio!
AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre!

En lo alto salen NISE y FLORA
FLORA y NISE:                          ¿Quién llama...
NISE:            ...tan sin temor...
FLORA:                                 ...tan sin miedo
                 a estos umbrales?
DANTE:                                 Decid
                 a vuestro divino dueño...
AURELIO:         Decid a la soberana
                 deidad de ese humano templo...
DANTE:           ...que a ese mirador se ponga.
AURELIO:         ...que salga a esa almena.
IRENE:                                        ¡Cielos!
                 ¿Quién para tanta osadía
                 ha tenido atrevimiento?
                 ¿Quién aquí da voces?
AURELIO y DANTE:                       Yo.
IRENE:           Ya con dos causas, no menos
                 que antes extrañé el oíros,
                 habré de extrañar el veros,
                 no tanto porque del rey
                 atropelléis los decretos,
                 no tanto porque de mí
                 aventuréis el respeto,
                 rompiendo el coto a la línea
                 de mi espíritu soberbio,
                 cuanto porque acrisoléis
                 la ingratitud de mi pecho,
                 que a par de los dioses juzga
                 lograr mármoles eternos.
                 Si de por sí cada uno,
                 aun en callados afectos
                 que apenas a estos umbrales
                 llegaron, cuando volvieron
                 castigados y no oídos,
                 examinó mis desprecios,
                 ¿qué hará, unido de los dos,
                 ahora el atrevimiento?
                 ¿Qué pretendéis?  ¿Qué intentáis?
                 Y ¿con qué efecto, en efecto,
                 llegáis aquí?  ¿Para qué
                 me dais voces?
AURELIO y DANTE:                  Para esto.

Sacan las espadas
AURELIO:         Que si de ambos ofendida
                 estás, ambos pretendemos,
                 con librarte de una ofensa,
                 ganar un merecimiento.
DANTE:           Y porque de su valor
                 quede el otro satisfecho,
                 queremos que seas testigo
                 tú misma de nuestro esfuerzo.
AURELIO:         Ya partido el sol está,
                 pues el sol nos está viendo.
DANTE:           Yo, porque no esté partido,
                 lidiaré por verle entero.

Riñen
IRENE:           Tened, tened las espadas;
                 templad los rayos de acero;
                 mirad que aun el vencedor
                 la esgrime contra sí mesmo,
                 pues no es menor el peligro
                 de vivir que quedar muerto.

Siguen riñendo
AURELIO:         ¡Qué valor!
DANTE:                       ¡Qué bizarría!
IRENE:           Llamad quien de tanto empeño
                 el riesgo excuse.
NISE:                              ¡Ah del monte!
FLORA:           ¡Cazadores y monteros
                 del rey!

Dentro
VOZ:                      De la torre llaman.
           Acudid, acudid presto.
AURELIO:         ¡Que no acabe con tu vida!
DANTE:           ¡Que dures tanto!

Salen el REY y gente
REY:                              ¿Qué es esto?
AURELIO y DANTE: Nada, señor.
IRENE:                       (Las almenas               Aparte
                 dejaré.  Y pues al rey tengo
                 tan cerca de mí, han de hablarle
                 claros hoy mis sentimientos.)

Vase
REY:             ¿Qué es esto?, digo otra vez;
                 y no ya porque pretendo
                 que afectado el disimulo
                 desvelar quiera el intento,
                 sino porque ya empeñado
                 estoy en que he de saberlo.
                 ¿Qué es esto, Dante?
DANTE:                                 Señor,
                 no lo sé.
REY:                              ¿Qué es esto, Aurelio?
AURELIO:         Tampoco sabré decirlo.
REY:             ¡Oh, qué recato tan necio
                 y tan fuera de que llegue
                 a conseguirse!  Y, supuesto
                 que lo he de saber, mirad
                 que casi toca el silencio
                 en especie de traición.
DANTE:           A esa fuerza...
AURELIO:                        A ese precepto...
DANTE:           ...la causa, señor...
AURELIO:                                ...la causa...
REY:             Decid.
DANTE:                ...es amor.
AURELIO:                          ...son celos.
REY:             Aunque celos y amor sea
                 respuesta bastante, puesto
                 que ellos son de acciones tales
                 culpa disculpada, quiero
                 más por extenso informarme
                 de la causa porque, siendo,
                 como sois, en paz y en guerra
                 los dos polos de mi imperio,
                 con quien igual he partido
                 la gravedad de su peso,

A DANTE
           
                 valeroso tú en las armas,

A AURELIO
                 político tú al gobierno,
                 no es justo, habiendo llegado
                 yo, dejar pendiente el duelo
                 para otra ocasión; y así
                 he de informarme, primero
                 que le ajuste, de la causa
                 que tenéis.
DANTE:                        Yo fío de Aurelio
                 tanto, señor --porque al fin,
                 sobre ser quien es, le tengo
                 por competidor y mal,
                 sin ser noble, podía serlo--,
                 que lo que él diga será
                 la verdad; y así te ruego
                 la oigas dél, pues cuando no
                 estuviera satisfecho
                 de su valor y su sangre,
                 por no decirla yo, pienso
                 que me dejara vencer,
                 aun en lo dudoso, a precio
                 de que mi voz no rompiera
                 las cárceles del silencio.
AURELIO:         Cuando no me diera Dante
                 licencia de hablar primero,
                 la pidiera yo, porqué
                 tan obediente al precepto
                 de tu voz estoy que, al ver
                 que tú gustas de saberlo,
                 aunque es mi afecto tan noble
                 como el suyo, hiciera menos
                 en callarlo que en decirlo.
                 Y es fácil el argumento,
                 pues en materias de amor
                 siempre calla un caballero
                 y no siempre un rey pregunta.
DANTE:           Dices bien, y yo me alegro
                 que en callar y hablar los dos
                 tan de un parecer estemos
                 que, hablando tú y yo callando,
                 quedemos los dos bien puestos.
AURELIO:         Un día, señor...

Salen AMINTA y damas
AMINTA:                                Hermano,
                 ¿qué es la causa que te ha hecho
                 dejar la caza y venir
                 otra novedad siguiendo?
REY:             De Aurelio, Aminta, lo oirás,
                 pues que llegas a buen tiempo.
DANTE:           (No llega sino a bien malo.)           Aparte
REY:             Prosigue, pues.
AURELIO:                          Oye atento.
                 Un día, señor, que a caza
                 saliste a este sitio ameno,
                 y yo contigo, llamado
                 de la ladra de sabuesos
                 y ventores, que lidiaban
                 con un jabalí en lo espeso
                 del monte, di de los pies
                 a un veloz caballo, a tiempo
                 que impacientes dos lebreles,
                 por llegar a socorrerlos,
                 antes que de la traílla
                 les diese suelta el montero,
                 le arrastraban por las breñas,
                 de suerte libres y presos
                 que, con cadena y sin tino,
                 iban atados y sueltos.
                 Pasaron por donde estaba
                 y, enredándose ligeros
                 entre los pies del caballo,
                 desatentado y soberbio
                 con ellos lidió, hasta que,
                 mal desenlazado de ellos,
                 el eslabón a un collar
                 rompió, y la obediencia al freno,
                 tal que de una en otra peña,
                 sin darse a partido al tiento
                 de la rienda, disparó,
                 hasta que, chocando ciego
                 con lo espeso de unas jaras,
                 perdió, con el contratiempo,
                 tierra tan dichosamente
                 que, él embazado y yo atento,
                 desamparamos iguales
                 yo la silla y él el dueño.
                 Aquí, al cobrarle la rienda,
                 se enarboló en dos pies puesto
                 y, llevándome tras sí,
                 partimos los elementos,
                 pues el mar de mi sudor
                 y de su cólera el fuego,
                 dejándome con la tierra,
                 le vieron ir con el viento.
                 Solo y a pie en la espesura,
                 ni bien vivo ni bien muerto,
                 sin saber dónde, quedé.
                 Preguntarásme a qué efecto,
                 hablándome tú en mi amor,
                 te respondo yo en mi riesgo.
                 Pues escucha; que no acaso
                 te he contado todo esto;
                 porque, hallándome, según
                 dirá después el suceso,
                 dentro del vedado coto
                 que tienes, gran señor, puesto
                 a la libertad de Irene,
                 fue justo decir primero
                 la disculpa con que yo
                 romperle pude, supuesto
                 que fue por culpa de un bruto;
                 que no pudieran con menos
                 violento acaso quebrar
                 mis lealtades tus preceptos.
                 Solo y a pie, como he dicho,
                 sin norte, sin guía, sin tiento,
                 me hallé en la inculta maleza,
                 las vagas huellas siguiendo
                 de las fieras que, perdidas
                 tal vez, tal cobradas, dieron
                 conmigo en la verde margen
                 de un cristalino arroyuelo
                 que, del monte despeñado,
                 descansaba en un pequeño
                 remanso, y para correr
                 paraba a tomar esfuerzo.
                 ¡Oh cómo sin elección
                 del humano entendimiento
                 sabe mostrarse el peligro,
                 sabe sucederse el riesgo!
                 Dígalo yo; pues llevado
                 de mí sin mí, discurriendo
                 al arbitrio del destino
                 --que homicida de sí mesmo,
                 sin saber dónde guía, sabe
                 dónde está el peligro, haciendo
                 de las señas del escollo
                 seguridades del puerto--,
                 me vi, cuando juzgué a vista
                 de los descansos, oyendo
                 de no sé qué humana voz
                 los mal distintos acentos,
                 y tan lejos del alivio
                 que, áspid engañoso el eco,
                 en las lisonjas del aire
                 escondía su veneno.
                 Estaba en la verde esfera
                 del más intrincado seno,
                 tejido coro de ninfas
                 como guardándole el sueño
                 a una deidad, recostada
                 en el apacible lecho
                 que de flores, yerba y rosa
                 estaba el aura mullendo.
                 No te quiero encarecer
                 su perfección; sólo quiero,
                 para disculpa, que sepas
                 que vi y amé tan a un tiempo
                 que, entre dos cosas no pude
                 distinguir cuál fue primero,
                 pues juzgo que volví amando
                 aun antes de llegar viendo.
                 Apenas entre las ramas
                 el templado ruido oyeron
                 de las hojas que movía
                 la inquietud de mi silencio
                 cuando todas asustadas
                 por las malezas huyeron
                 del monte.  Quise seguirlas,
                 mas no pude; que, resuelto
                 delante un guarda me puso
                 el arcabuz en el pecho,
                 diciéndome que me diese
                 a prisión, por haber hecho
                 contra las órdenes tuyas
                 tan notable atrevimiento
                 como haber roto la línea
                 de aquese vedado cerco.
                 Dije quién era y la causa,
                 a cuya disculpa atento,
                 disimulando conmigo,
                 guïó mis pasos, diciendo
                 lo que yo le dije a Dante
                 después, de cuyo secreto
                 vino a originarse en ambos
                 la ocasión de nuestro duelo,
                 que fue que aquel bello asombro,
                 aquel hermoso portento,
                 era Irene.
REY:                        Calla, calla,
                 no prosigas; que no quiero
                 saber que traidor tu engaño
                 adora lo que aborrezco.
                 Mujer, enemiga mía,
                 sangre aleve de quien... (Pero         Aparte
                 ¿a mí puede destemplarme
                 tanto ningún sentimiento?)
                 ¿Es ella, Dante, también
                 la que tú adoras?
DANTE:                             Supuesto
                 que yo el secreto no he dicho,
                 poco importa del secreto
                 que diga la circunstancia.
                 Sí, señor, pero advirtiendo...
                 (Perdone Aminta.)                      Aparte
AMINTA:                            (¡Ay de mí!           Aparte
                 ¿Qué escucho?)
DANTE:                            ...que fue primero...
AMINTA:          (¡Ah, ingrato amante!)                   Aparte
DANTE:                                 ...mi amor...
REY:             ¿Qué?
DANTE:                  ...que tu aborrecimiento.
REY:             ¿Primero tu amor?  Prosigue.
                 ¿De qué suerte?
DANTE:                             Escucha atento.
                 Lo que por mayor supiste
                 sabrás por menor; que temo,
                 por obligar lo que adoro,
                 enojar lo que aborrezco.
AMINTA:          (¡Oh, quiera Amor que yo pueda           Aparte
                 reprimir mis sentimientos!)
DANTE:           Lidógenes, rey de Egnido,
                 tributario del imperio
                 de Chipre, que largos años
                 te deje gozar el cielo,
                 en campaña contra ti
                 puso sus armas, diciendo
                 que no había de pagarte
                 aquel heredado feudo
                 que a tu corona tributan
                 los avasallados reinos
                 que el Archipiélago baña,
                 porque el de Egnido era esento
                 a causa de no sé qué
                 mal honestados pretextos,
                 que no me toca argüirlos,
                 aunque me tocó vencerlos.
                 Tú indignado preveniste
                 tus armadas huestes, siendo
                 yo su general, a quien
                 honraron con este puesto
                 siempre, señor, tus favores
                 más que mis merecimientos.
                 Con ellas, pues, salí en busca
                 de tu enemigo; y, supuesto
                 que sabes que le vencí,
                 sólo en esta parte quiero,
                 por lo que al suceso toca,
                 eslabonar el suceso.
                 Y así diré solamente
                 que aquel día en que vi puesto
                 de la fortuna al arbitrio
                 todo el poder de tu imperio,
                 fauto para mí e infausto
                 fue, pues me vi a un mismo tiempo
                 ser vencedor y vencido,
                 cuando, en fuga el campo puesto
                 de Lidógenes, que iba
                 desbaratado y deshecho,
                 entre el bélico aparato
                 de tanto marcial estruendo,
                 tanto militar asombro
                 reconocí un caballero
                 que a todos sobresalía
                 por ser su arnés un espejo
                 en quien se miraba el sol,
                 que, blandiendo herrado el fresno,
                 la sobrevista calada,
                 en un bruto tan ligero
                 que pareció que volaba
                 con las plumas de su dueño,
                 de las desmandadas tropas
                 que iban por el campo huyendo
                 el desorden reducía,
                 valiente, animoso y diestro,
                 solicitando rehacerlas
                 para empeñarlas de nuevo,
                 por ver si así mejoraba
                 de fortuna en el reencuentro.
                 Puse en él los ojos y él,
                 adivinando mi intento,
                 que a veces el corazón
                 habla de parte de adentro,
                 saliéndome al paso, hizo
                 elección de mejor puesto,
                 ocupando de un ribazo
                 la loma, cuyo terreno,
                 algo pendiente, le hacía
                 ventajoso, donde habiendo
                 proporcionado a su juicio
                 la distancia del encuentro,
                 pasó de la cuja al ristre
                 la lanza con tal denuedo
                 que, hecho a la mano el caballo,
                 sin esperar el acuerdo
                 de la espuela, para mí
                 partió tan galán, tan diestro
                 que diera miedo a cualquiera
                 que hubiera de tener miedo.
                 Yo, que sobre el mismo aviso
                 estaba, habiendo primero
                 reparado mi caballo,
                 por ganarle algún aliento,
                 al verle partir, partí
                 tan igual con él que entiendo
                 que, a haber medio entre los dos,
                 el choque dijera el medio.
                 Entre baberol y gola
                 el asta me rompió, a tiempo
                 que yo de la gola arriba
                 la mía rompí, subiendo
                 en átomos, no en astillas,
                 tal altos entrambos fresnos
                 que, de la región del aire
                 pasándose a la del fuego,
                 por encenderse, tardaron
                 en caer o no cayeron.
                 Mal afirmado en la silla
                 quedó un rato porque, haciendo
                 en las grabazones presa
                 el trozo último del cuento
                 se llevó con el penacho,
                 falseando el tornillo al yelmo,
                 la sobrevista tras sí,
                 de manera que, volviendo
                 a recobrarse en el torno,
                 empuñanado el blanco acero,
                 a buscarme y a buscarle,
                 le vi el rostro descubierto,
                 en cuya rara hermosura,
                 en cuyo semblante bello
                 suspendido y admirado,
                 juzgué que, Adonis con celos
                 de Marte, pretendía dar
                 satisfacciones a Venus
                 de que lo hermoso no sólo
                 es en las cortes soberbio.
                 Embistióme, pues, segunda
                 vez, en cuyo trance creo
                 que quedara victorioso,
                 según yo estaba suspenso,
                 si, tropezando el caballo
                 --quizá fue en mi pensamiento,
                 pues yo se le eché delante--,
                 con él no diera en el suelo,
                 de cuyo acaso gozando,
                 me hallé vencedor en duelo
                 tan dudoso que quedamos
                 uno de otro prisionero,
                 él de mi esfuerzo, mas yo
                 de su hermosura y su esfuerzo.
                 Retiráronle a mi tienda,
                 y fui el alcance siguiendo
                 hasta que, ya coronado
                 de despojos y trofeos,
                 canté la victoria, y más
                 cuan[d]o, a mis reales volviendo,
                 supe al entrar en mi tienda
                 que el hermoso prisionero
                 que en ella estaba era..

Salen IRENE, CLORI y LAURA
IRENE:                                       Yo,
                 que llegar, señor, no temo
                 a tus pies, gozando de esta
                 ocasión que hoy me da el cielo,
                 porque sé que en tus enojos
                 nada aventuro, supuesto
                 que no aventuro la vida,
                 porque es la que yo no tengo.
                 Y así, pues he de morir
                 sepultada en mi silencio,
                 muera anegada en mi llanto,
                 y débate por lo menos,
                 en albricias de mi muerte,
                 el estarme un rato atento.
                    Hija soy de Lidógenes de Egnido          
                 isla del Archipiélago que, ufana,
                 como ésta a Venus consagrada ha sido,
                 aquélla consagrada fue a Dïana,
                 de cuyo opuesto rito ha procedido
                 entre las dos la enemistad tirana
                 que las mantiene en iras y rencores,
                 hija de olvidos una, otra de amores.
                    A aquesta causa aborrecidos creo
                 que siempre unos isleños de otros fuimos;
                 y así no hay que buscarle nuevo empleo
                 a nuestra enemistad, pues siempre vimos
                 que, opuesto el culto, opuesto está el deseo;
                 con que unos y otros al nacer hicimos
                 callados homenajes en la cuna
                 de aborrecer nuestra mejor fortuna.
                    Este, pues, heredado horror, que vario
                 el tiempo no borró de la memoria,
                 engendró en nuestra gente el temerario
                 pretexto de negarte aquella gloria
                 de que su rey te fuese tributario;
                 y aunque declare el cielo la victoria
                 en tu favor, nos queda por consuelo
                 creer que tuvo otro motivo el cielo.
                      Pues no siempre sus orbes celestiales,
                 no siempre sus luceros, sus estrellas,
                 árbitros de los bienes y los males,
                 lo mejor distribuyen que hay en ellas,
                 porque importa tal vez que desiguales
                 los dioses oigan mal nuestras querellas
                 y, siendo su instrumento el enemigo,
                 injusticia parezca el que es castigo.
                    Y así, dejando aparte que tuviese
                 otra razón mi padre, pues ninguna
                 es mayor que pensar cuánto le pese
                 ver mejorada en algo tu fortuna,
                 voy --o ya fuese justa o no lo fuese
                 la guerra-- a si hay alguna ley, alguna
                 razón para que, siendo prisionera,
                 en una torre emparedada muera.
                    Si yo en los ejercicios de Diana,
                 por ser a su deidad más parecida,
                 tan altiva nací, viví tan vana
                 que, siendo de las fieras homicida,
                 quise llegar con ambición ufana,
                 quise pasar con fama esclarecida
                 a serlo de los hombres, porque vieras
                 cuánto son para mí los hombres fieras
                    --a cuyo efecto vine gobernando
                 del ejército el trozo que postrero
                 se puso en fuga, ¡ay infelice!, cuando
                 contra mí el hado articuló severo
                 la infausta voz que el enemigo bando
                 victoria apellidó, y por eso infiero
                    que rigor a rigor añadir miras,
                 crüeldad a crüeldad, iras a iras--,
                    ¿de cuándo acá en los reyes ha durado
                 desde un día rencor para otro día?
                 ¿De cuándo acá la indignación del hado,
                 fiera al vencer, no es en venciendo pía?
                 Si mi valor te puso en tal cuidado,
                 mi valor es también el que debía
                 ponerte en el de honrarme, pues ha sido
                 gloria del vencedor la del vencido.
                      Y ya que esta razón en ti no alcanza
                 piedad, por tantas causas merecida,
                 acaba de una vez con tu venganza;
                 de una vez, no de tantas se despida,
                 porque de aquestos pies, sin esperanza
                 de mi muerte, no digo de mi vida,
                 no me he de levantar, donde en despojos
                 las lágrimas consagro de mis ojos.
                    Y porque afable esa deidad humana
                 responda al sacrificio que la adora,
                 no soy de armadas huestes capitana,
                 no infanta soy de Egnido vencedora,
                 no soy sacerdotisa de Dïana,
                 pues sólo soy una mujer que llora,
                 tan modesta en pedir que aun de esta suerte
                 no pido más de que me des la muerte.

REY:                Levanta, Irene, del suelo;     
                 y pues en público acusas
                 mi majestad de tirana,
                 para que serlo no arguyan,
                 ni tú, ni cuantos oyeron
                 las hermosas quejas tuyas,
                 aunque lo sienta, he de darte
                 en público la disculpa.
                 El día que tuve aviso
                 de aquella batalla, en cuya
                 victoria estribó el honor
                 de mi majestad augusta,
                 hice sacrificio a Venus,
                 cuya hermosa deidad suma,
                 tutelar de Chipre, siempre
                 velando está en guarda suya.
                 Ella, al tiempo que sus aras
                 religioso fuego ahuma,
                 a mi culto agradecida,
                 por su oráculo articula
                 que vencerían mis armas,
                 pero tan a costa suya
                 que el mejor despojo de ellas
                 sería...

Dentro ruido grande
LIDORO:                    Asombros y furias
                 nos combaten.
UNO:                           ¡Iza!
OTRO:                                 ¡Amaina!
OTRO:            ¡Qué pena!
OTRO:                        ¡Qué ansia!
OTRO:                                    ¡Qué angustia!
LIDORO:          ¡Piedad, dioses!
TODOS:                              ¡Piedad, cielos!
REY:             Cuanto iba a decir pronuncia
                 por mí el aire, pues en quejas
                 la voz a mis labios hurta.
IRENE:           No, señor, en los acasos
                 el constante varón funda
                 agüeros; lamentos son,
                 cuantos hoy tu acento usurpan,
                 de un derrotado bajel
                 que, sin norte y sin aguja,
                 antes de tomar el puerto,
                 está corriendo fortuna.
AMINTA:          Es verdad, pues, contrastado
                 de dos violentas injurias,
                 con los vientos y las ondas
                 a brazo partido lucha.
NISE:            Ya de ambas sañas movido,
                 no sabe a qué parte sulca.
FLORA:           Embates de mar y tierra
                 le zozobran y le asustan.
AURELIO:         Y tanto que desbocado
                 choca con las peñas duras.
DANTE:           En ellas cascado el pino,
                 su todo en partes menudas
                 desata, de suerte que
                 ya el que fue bajel es tumba.

Dentro
LIDORO:          ¡Piedad, Dïana!
DIANA:                            A mí siempre
                 me fue contraria la espuma,
                 que es de la deidad de Venus
                 primer patria y primer cuna.
LIDORO:          ¡Piedad, Venus!
VENUS:                            No hay piedad
                 con quien estos puertos busca,
                 en sus entrañas trayendo
                 tan grande traición oculta.
TODOS:           ¡Piedad, dioses!  ¡Piedad, cielos!
IRENE:           ¡Qué pena!
AMINTA:                     ¡Qué ansia!
TODOS:                                   ¡Qué angustia!
REY:             Esperad aquí las dos,
                 siendo paréntesis una
                 desdicha de otra, entre tanto
                 que hoy el primero yo acuda
                 a socorrer en la orilla
                 los que náufragos fluctúan.

Vase
DANTE:           Ociosa piedad será,
                 que, hidrópica la sañuda
                 sed del mar, ni aun un fragmento
                 arroja a tierra.

Vase
AURELIO:                            En cerúleas
                 bóvedas el mar dio a todos
                 pira, monumento y urna.

Vase
IRENE:           Aunque la piedad, Aminta,
                 no es prenda de la hermosura,
                 puesto que en humano pecho
                 nadie las vio vivir juntas,
                 la de esta mísera ruina
                 será bien que aquí reduzca
                 a tus pies --bien que a pesar
                 de mi altivez-- mi fortuna
                 te suplica que intercedas
                 con tu hermano que concluya
                 con mi vida, dando fin
                 a una prisión tan injusta.
AMINTA:          Los motivos de mi hermano,
                 que estorbó esa desventura
                 decir, hasta ahora nadie
                 sabe, pero está segura
                 que, si estuviera en mi mano
                 tu libertad, es sin duda
                 que desde un instante acá,
                 según el verte me angustia,
                 estuvieras ya, no digo,
                 Irene, en la patria tuya,
                 pero aun donde no pudieras
                 volver a estas islas nunca.
IRENE:           De tu generosa sangre
                 lo creo, y está segura
                 tú también que, cuando no
                 fuera felicidad suma
                 la libertad, por no verme
                 donde atrevido presuma
                 Dante halagar con finezas
                 los ceños de mis injurias,
                 lo estimara.
AMINTA:                        Según eso,
                 ¿verte amada te disgusta
                 de Dante?
IRENE:                   Y tanto...
AMINTA:                          (¡Alma, albricias!) Aparte
IRENE:           ...que el incendio de mi furia
                 no ha de apagarse hasta que
                 sea con la sangre suya.
AMINTA:          (Primero con su poder                  Aparte
                 todo el cielo te destruya.)
IRENE:           ¿Qué dices?
AMINTA:                     Nada.  (¡Ay, amor,            Aparte
                 siempre mi pesar procuras,
                 primero por si le amaba
                 y agora porque le injuria!)

Salen el REY, DANTE y AURELIO
REY:             No se ha visto igual estrago;
                 apenas la saña bruta
                 de ese monstruo dio a la arena
                 ni aun la seña más menuda
                 de su naufragio.
AMINTA:                              Pues ya
                 que, como dices, es una
                 pena paréntesis de otra,
                 no venzan ambas y suplan
                 noticias de la primera
                 lástimas de la segunda.
REY:             Dices bien, y así mi voz
                 en lo que empezó discurra,
                 diciendo que al tiempo que
                 religioso fuego ahuma
                 --aquí quedamos-- las aras
                 de Venus, su voz pronuncia
                 que vencerían mis armas,
                 pero tan a costa suya
                 que trocaría el despojo
                 en desdicha la ventura.
                 Veniste tú prisionera
                 y, viendo cuánto se aúnan
                 vaticinios que amenazan
                 ruinas, tragedias e injurias
                 con bellezas que aun después
                 de verse vencidas triunfan,
                 hurtarte quise a los ojos
                 de mis gentes.  ¡Qué locura!
                 ¡Buscar medios que embaracen
                 donde hay estrellas que influyan!
                 Dígalo el ver que, aun guardada
                 en las entrañas incultas
                 de estos montes, has podido
                 dar principio a las futuras
                 ansias que temí, poniendo
                 en campal ardiente lucha
                 los héroes que de mi imperio
                 son las más fuertes colunas.
                 Y pues infalible el hado
                 ni se estorba ni se excusa,
                 pues antes busca su efecto
                 quien su impedimento busca,
                 entre tu llanto y mi miedo
                 partir pretendo la duda,
                 y que ni libre ni presa
                 quedes.
IRENE:                   ¿De qué suerte?
REY:                                      Escucha,
                 y escuchad todos.  Irene,
                 en cuya rara hermosura
                 la de nuestra diosa Venus
                 no quiere sufrir segunda,
                 no ha de volver a su patria,
                 pues su persona asegura
                 la invasión de estos estados,
                 siendo a la contraria furia
                 de sus movimientos freno,
                 y de su cerviz coyunda.
                 Quedarse como se estaba,
                 viendo que así no se excusan
                 los riesgos, es miedo inútil.
                 Si aun guardada nos perturba,
                 darla libertad tampoco;
                 pues será poner sin duda
                 en su libertad al hado.
                 A todo lo cual se junta
                 a muerte estar condenados
                 los dos.   Pues haya una industria
                 que disculpe mis crueldades
                 y que repare las suyas.
                 Esta ha de ser; que en mi estado
                 tome estado, con que ajustan
                 mis recelos que a su patria
                 volverse no pueda nunca,
                 siendo su alcaide su esposo;
                 con que también se asegura
                 que su sucesión vasalla
                 la ley de mi imperio sufra.
                 Y puesto que éste ha de ser
                 uno de los dos, con cuya
                 satisfacción el delito
                 de romper esta clausura
                 queda también honestado,
                 cada uno consigo arguya
                 quién querrá esposa con quien
                 Venus desdichas le anuncia,
                 el hado, ruinas, y todo
                 el cielo penas y angustias;
                 advirtiendo que ha de ser
                 la primera a que se ajusta
                 perder mi corte y mi gracia,
                 pues lo que aborrezco busca,
                 y sangre enemiga mía
                 hacerla su esposa gusta.
                 Y pues os doy a escoger,
                 brevemente lo discurra
                 vuestro amor, que habéis de darme
                 respuesta luego, y presuma
                 cualquiera que de esta ley,
                 o sea justa o no sea justa,
                 no será la culpa mía,
                 puesto que es la elección suya.
IRENE:           Mira, señor, que sin mí
                 esa nueva ley promulgas
                 y, en vez de librarme, a más
                 estrecha prisión me mudas.
                 ¿Yo la mano...?
REY:                              Esto ha de ser.

Vase
AURELIO:         Pues si eso ha de ser, escucha;
                 que yo que pensar no tengo.
                 Perdóneme una hermosura,
                 porque no ha de ser mi amor
                 árbitro de mi fortuna.

Vase
AMINTA:          Dante, en la elección que hicieres,
                 mira bien lo que aventuras,
                 que pierdes al rey y pierdes...
                 pero prosíganlo mudas
                 penas, que dichas son pocas
                 y calladas serán muchas.

Vase
IRENE:           Dante, porque no por mí
                 desperdicies tu ventura;
                 la gracia del rey conserva,
                 en ella tu aumento funda;
                 que yo, que no he de pagarte
                 rendidas finezas nunca
                 con amor, con desengaños
                 intento que uno a otro supla;
                 porque desde el día que fuiste
                 de mi tragedia importuna
                 el principal instrumento,
                 te aborrecí con tan suma
                 aversión que, si me hicieses
                 reina del mundo absoluta,
                 antes de darte mi mano
                 ni que llegara a ser tuya,
                 volviera, no digo sólo
                 a aquesa prisión inculta,
                 pero a vivir desde luego
                 las entrañas de una gruta,
                 donde a este vivo cadáver
                 sirviese de sepultura
                 o la pira de ese monte
                 o de ese risco la tumba.

Vase
DANTE:           ¡Ay, infelice!  ¿Quién vio
                 atropellarse tan juntas
                 en dos iguales bellezas
                 los favores y las furias,
                 las finezas y las iras,
                 las sañas y las blanduras,
                 las lágrimas y las penas,
                 las quejas y las injurias?

Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN:       ¿Era hora, señor, de hallarte?
                 ¿Dónde están los que te buscan?
                 Que hasta uno o dos yo haré que
                 no te ofendan; y es sin duda,
                 pues, huyendo yo, tras mí
                 irán, con que te aseguras
                 de ellos, para que se vea
                 que no hay pendencia ninguna
                 donde no sirva de algo
                 un camarada, aunque huya.
                 ¿Qué pendencia ha sido ésta?
                 ¡Ah, señor!

DANTE, divertido, da un golpe a MALANDRÍN al decir las siguientes palabras
DANTE:                            ¡Oh suerte dura!
MALANDRÍN:       ¡Y cómo que lo es, y está
                 tu suerte en la mano tuya!
                 ¡Oigan, qué sesgo se queda!
                 ¿Quién vio suspensión tan muda?
                 Vamos por estotra mano,
                 por si es más quieta la zurda.
                 ¡Ah, señor!

DANTE, divertido, le da otro golpe
DANTE:                            ¡Válgame el cielo,
                 y qué crueldad tan injusta!
MALANDRÍN:       Por muy injusta que es,
                 bastantemente se ajusta
                 a cuánto es pedir de boca.

DANTE repara en MALADRÍN
DANTE:           ¿Quién está aquí?
MALANDRÍN:                           ¿Ahora lo dudas?
                 Pues ¿no lo dudaras antes
                 de las dos manifacturas?
DANTE:           ¿Qué manifacturas?
MALANDRÍN:                           ¡Bueno!
                 ¿Por tan liberal te juzgas
                 que de lo que das te olvidas?
DANTE:           Deja, Malandrín, locuras;
                 que no estoy de burlas.
MALANDRÍN:                              Pues
                 ¿quién está, señor, de burlas
                 si ya no es que sean de manos,
                 tan pesadas como tuyas?
                 Pero ¿qué es esto?  ¿Qué tienes?
                 ¿Qué suspiras?  ¿Qué murmuras
                 entre ti?  Dime tus penas.
DANTE:           ¡Ay, infeliz, que son muchas!
MALANDRÍN:       Pues no me las digas todas;
                 que hartas habrá con algunas.
DANTE:           Aurelio, como a su amigo,
                 fiándome la pena suya,
                 me dijo que a Irene adora.
MALANDRÍN:       Pues ¿qué importa?
DANTE:                                 ¿Hay tal locura?
MALANDRÍN:       La locura es importar
                 entre amigos.  ¿Que se pudra
                 un hombre de que otro quiera
                 lo que él quiere?
DANTE:                              Si no escuchas,
                 no diré que de este acaso
                 en nuevo duelo resulta
                 reñir los dos, y que el rey
                 a partido nos reduzca
                 de que el que case con ella
                 pierda...
MALANDRÍN:                  ¿Qué?
DANTE:                         ...la gracia suya.
MALANDRÍN:       Pues ¿hay más de no casarse?
                 ¿Vale tanto una hermosura,
                 señor, como una privanza?
DANTE:           Y aun es de tantas fortunas
                 no la menor...
MALANDRÍN:                        ¿Qué?
DANTE:                              ... que Aminta
                 generosamente acuda
                 a vengar sus sentimientos.
MALANDRÍN:       Por cierto que tú te asustas
                 de una cosa que no sé
                 en qué discreción la fundas;
                 pues cuando está más celosa
                 es cuando está más segura
                 una dama.  ¿Por qué piensas
                 que en este tiempo es cordura
                 tener un hombre dos damas,
                 sino porque, si la una
                 falta, quede la otra que
                 la cátedra sustituya?
                 Y así soy de parecer
                 que a Irene dejes y suplas
                 a la una con la otra,
                 y a la otra con la una.
DANTE:           Calla, loco, no prosigas;
                 que el oírte me disgusta,
                 cuando, al ver que una me obliga
                 al paso que otra me injuria,
                 temo que desesperado
                 al mar me arrojen mis furias,
                 donde en el último aliento
                 digan lástimas tan justas...

Dentro
LIDORO:          ¡Ay infelice de mí,
                 contra cuya suerte dura
                 todo el poder de los hados
                 tiranamente se aúna!            
DANTE:           Aguarda. ¿Qué voz es ésta?
MALANDRÍN:       Pues ¿a quién se lo preguntas?
                 ¿Sélo yo?
DANTE:                      A lo que se deja
                 ver, entre ruinas caducas
                 que el mar a la tierra arroja,
                 de las ondas, con quien lucha,
                 parece que un hombre escapa
                 la vida casi difunta.
LIDORO:          ¡Si aun no estás vengada, Venus,
                 de tu cólera sañuda,
                 no me des puerto en la tierra,
                 pero dame sepultura!
MALANDRÍN:       Lo de "morir a la orilla"
                 se dijo por él sin duda.

Sale LIDORO como arrojado y desnudo
DANTE:           Infelice peregrino
                 del mar, si de tu fortuna
                 la última línea no tocas,
                 el perdido aliento ayuda,
                 que otro infelice en sus brazos
                 te recibe, porque acuda
                 a quien fluctúa en el mar
                 quien en la tierra fluctúa.
LIDORO:          Si vuestra piedad... No puedo
                 proseguir; que la voz muda,
                 dentro del pecho anegada,
                 todos mis sentidos turba.
                 ¡Ay infelice de mí!
                 ¡Muerto soy!

Desmáyase
DANTE:                            ¡Qué desventura!
                 ¿Si ha espirado?
MALANDRÍN:                            No, señor,
                 que aun agonizando pulsa.
DANTE:           Llévale a aquesa cercana
                 población.
MALANDRÍN:                     ¿Quién?
DANTE:                                 Tú; y procura
                 que con algún beneficio
                 los alientos restituya.
MALANDRÍN:       Juro a Baco que es el dios
                 por quien los pícaros juran,
                 que tal no lleve.  ¡Por cierto,
                 linda comisión!
DANTE:                              ¿Qué dudas?
MALANDRÍN:       Andar con un muerto a cuestas
                 por aquestas espesuras.
DANTE:           Llévale; que yo no puedo.
MALANDRÍN:       Ni yo tampoco.  Sin duda,
                 que a lo que infiero era...
DANTE:                                    ¿Qué?
MALANDRÍN:       Amante de sola una,
                 porque es necio tan pesado
                 que las costillas me abruma.

Vase MALANDRÍN, llevándolo a cuestas a LIDORO
DANTE:              En efecto no hay desdicha      
                 de quien no es otra mayor
                 consuelo.

Salen el REY, AURELIO, AMINTA e IRENE
REY:                        ¡Dante!
DANTE:                                 ¿Señor?
REY:             ¿Has consultado, por dicha,
                    la respuesta que has de dar?
                 Que ya la de Aurelio sé.
DANTE:           Óigala yo, para que
                 a ella responda.
AURELIO:                           Que estar
                    contra Irene conjurado
                 el poder de las estrellas
                 y que su destino en ellas
                 infausto nos diga el hado
                    no acobarda mi amor
                 la resolución gallarda,
                 porque sólo la acobarda
                 perder la gracia y favor
                    del rey, a quien, dando indicio
                 de mis lealtades, rendida
                 pongo a sus plantas mi vida
                 en humano sacrificio
                    que de ella hago a Irene bella;
                 pues, muriendo de dolor,
                 habrá cumplido mi amor
                 con él, conmigo y con ella.
DANTE:              Pues yo, señor...
AMINTA:                              (¡Ay de mí!              Aparte
                 ¡Con qué de temores lucho!)
IRENE:           (Dos veces muero, si escucho           Aparte
                 desaires de un no y un sí.)
DANTE:              Pues yo, señor, asentado
                 que esto no toca en lealtad,
                 supuesto que es voluntad
                 tuya, digo que del hado
                    las amenazas no temo;
                 pues cuando precisas fueran,
                 y no contingentes, vieran
                 mis desdichas el extremo,
                    con que el miedo les perdía;
                 pues no es posible, señor,
                 que haya desdicha mayor
                 que no ser Irene mía.
                    Y siendo así, me prefiero,
                 tras el temor de los hados,
                 a perder puestos y estados;
                 porque, si hoy sin ella muero,
                      todo se pierde al perdella;
                 y quiero de aqueste modo,
                 perdiéndolo en ella todo,
                 perderlo todo y no a ella.
                    Y así, a tus plantas rendido,
                 la doy la mano.
REY:                              Detente,
                 loco, bárbaro, imprudente,
                 necio y desagradecido;
                    que, aunque licencia te di
                 para que elección hicieras,
                 viendo que preferir quieras
                 tu amor a mi gracia así,
                    tanto el desdén he sentido,
                 puesto que no sea traición,
                 que, en castigo de esa acción,
                 no has de ser tú su marido;
                    sin todo te has de quedar.--

A AURELIO
                 Y en premio de que tú fueses
                 quien más mi favor quisieses
                 que no adquirir y lograr
                      una hermosura, has de ser
                 quien la merezca; de modo
                 que venga a perderlo todo
                 quien nada quiso perder.--

A DANTE
                    De mi corte desterrado
                 al punto, Dante, saldrás,
                 sin más honores, sin más
                 hacienda ni más estado
                    que la vida.--  Y para que
                 sea el dolor más tirano,

A AURELIO
                 dale tú a Irene la mano
                 delante de él; que yo haré
                    ser tan dichoso con ella
                 que desmienta mi favor
                 el ceño de su rigor
                 y el influjo de su estrella.
                    Dale la mano.
AURELIO:                          Hoy verás,
                 Irene, que no temía
                 tu suerte, sino la mía.
IRENE:           Espera; que aun falta más.--

Al REY
                   

                    Señor, aunque el hado impío
                 a ti me tiene rendida,
                 eres dueño de mi vida,
                 pero no de mi albedrío.
                    Y cuando su dueño fueras,
                 que es lo que en ninguna acción
                 aun los dioses no lo son,
                 obligarme no pudieras
                    a que le diera la mano
                 a quien, sabiendo que es mía,
                 lograrla no anteponía
                 al mayor favor humano.
                    A Dante no se la diera
                 tampoco, aunque lo mandaras;
                 porque cuantas luces claras
                 contiene del sol la esfera
                    no pudieran hacer, no,
                 habiendo --¡ay infeliz!-- sido
                 el que a tus pies me ha traído,
                 que no le aborrezca yo.
                      Con que hoy a morir me ofrezco,
                 antes que darme al partido
                 ni de uno que me ha ofendido,
                 ni de otro a quien aborrezco.
                    Y así, de ninguno yo
                 he de ser; que, a ti rendida,
                 podrás quitarme la vida,
                 mas forzarme el alma no.
                    Pues cuando no baste estar
                 segunda vez sepultada,
                 me has de ver desesperada
                 echar de esa torre al mar.

Vase
REY:                ¡Oye, aguarda! --Ven conmigo,
                 Aurelio; que hoy has de ser
                 su esposo.--  Y tú agradecer
                 puedes que templo el castigo
                    de tu ingratitud villana.
                 Y así, sin puesto ni estado,
                 de mi vista desterrado
                 parte al instante.

Vase
AURELIO:                               ¡Qué ufana
                      la Fortuna me previene
                 dichas, pues por justa ley
                 gozo la gracia del rey
                 y la hermosura de Irene!

Vase
AMINTA:             ¡Dante!
DANTE:                      (¡Sólo hoy a mi vida
                 faltaba, desesperada,
                 tras desprecios de una amada,
                 quejas de una aborrecida!)
AMINTA:             Bien pensarás que quejosa
                 me tiene tu libertad,
                 Dante; pues sea o no verdad,
                 no me he de vengar celosa
                    de ti, ni de tus desvelos;
                 que soy quien soy, para que
                 mi sentimiento se dé
                 al partido de los celos.
                    Sin la gracia del rey vas
                 de su corte desterrado,
                 sin dama, hacienda ni estado.
                 No sé quién lo sienta más.
                    La dama no podré dalla,
                 que no es mía; mas podré
                 hacienda y estado, en fe
                 de que tan noble se halla
                    mi voluntad que ofendida
                 aun sabrá volver por sí.
                 Espérame, Dante, aquí;
                 que para que de tu vida
                    repares la ruina, es bien
                 que yo --corrida lo digo--
                 parta mis joyas contigo.
                 Llévete el cielo con bien,
                    y dondequiera que fueres,
                 sepa yo, Dante, de ti.

Vase
DANTE:           ¡Qué bien te vengas de mí!
                 Mas eres al fin quien eres,
                    y no te puedes negar
                 la estimación que te debes.
                 ¡Que digan que no hay aleves
                 influjos para forzar 
                    un albedrío!  Es quimera;
                 porque ¿cómo puede ser
                 que quiera yo no querer,
                 y que quiera aunque no quiera,
                    sin que aquel desdén mitigue
                 este amor, y sin poder
                 que éste me obligue a querer,
                 ni aquél a olvidar me obligue?
                    Miente el astro que ha influido
                 tan varios efectos hoy
                 que me hace, entre amor y olvido,
                 feliz e infeliz, pues soy
                 amado y aborrecido.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA


JORNADA SEGUNDA


Salen LIDORO y MALANDRÍN
MALANDRÍN:       Será para mi señor
               vuestra salud linda nueva,
               según quedó lastimado
               de vuestra infeliz tragedia.
               Y así, a que me dé en albricias
               algún vestido que pueda
               suplir el que yo os he dado,
               a buscarle iré; pues cierta
               cosa será que uno y otro
               me lo estime y agradezca.
               Pues no dudo que, a no estar
               obligado a la asistencia
               del rey que, como ya os dije,
               anda a caza, él mismo fuera
               quien os trajera en sus brazos.
LIDORO:        Su vida el cielo y la vuestra
               guarde, para que la mía
               en igual fortuna pueda
               desempeñar generosa
               la obligación y la deuda.
MALANDRÍN:     ¿Cómo igual fortuna?  Eso
               es lo mismo que se cuenta
               de un hombre que estaba malo;
               y, viendo la gran fineza
               con que le asistía un amigo,
               le dijo en voz lastimera:
               "Plegue a Dios que me veáis
               sano, amigo, y que yo os vea
               morir a vos, para que 
               conozcáis de mi asistencia
               lo agradecido que estoy
               a la mucha piedad vuestra."
               Vos así...
LIDORO:                   No la malicia
               apliquéis; que bien se deja
               ver adónde va a parar.
               Y, aunque es fácil la respuesta,
               con que no sólo en los mares
               corren los hombres tormenta,
               no la he de dar; mas supuesto
               que vais a buscarle, es fuerza
               acompañaros, porqué
               mi vida a sus pies ofrezca.
MALANDRÍN:     Pues venid conmigo.
LIDORO:                            En tanto
               que damos con él, quisiera
               que me dijerais quién es,
               par que advertido sepa
               la estimación con que debo
               llegar a hablarle.
MALANDRÍN:                       Bien se echa
               de ver que sois extranjero,
               pues no os han dicho las señas
               de su casa y su familia,
               que es...

Dentro voces y ruido
UNOS:                    ¡Qué desdicha!
OTROS:                                   ¡Qué pena!
AMINTA:        ¡Socorro, cielos, piedad!
LIDORO:        ¿Qué ruido y qué voz es ésta?
MALANDRÍN:     Un caballo que del monte
               desbocado se despeña
               con una mujer.
LIDORO:                       ¿Qué aguarda
               el valor que en mí se engendra
               que no socorre su vida?
               Pues basta que mujer sea
               para que la suya un hombre
               aventure en su defensa.

Vase
MALANDRÍN:     ¡Qué veloz el extranjero
               por lo intrincado atraviesa
               del bosque para salirle
               al paso!  ¡Qué airoso llega
               y, poniéndose delante
               con la espada, pasar deja
               al bruto a distancia que,
               cortándole entrambas piernas,
               convierte en fácil caída
               su desbocada violencia!
               ¡Famosa suerte!  El caballo
               le den, pues le desjarreta.
               Ya en sus brazos la recibe.
               ¡Oh qué acción!  ¡Que no supiera
               yo que hacerla no tenía
               más dificultad que hacerla!

Sale LIDORO con AMINTA en los brazos
LIDORO:        Perdonad, divino asombro,
               que a vuestra deidad me atreva;
               que no se aja en el peligro
               el respeto, ni se cuenta
               en número de dichoso
               el que es dichoso por fuerza;
               y alentad, que ya segura
               estáis.
AMINTA:                  A tanta fineza
               deudora soy de la vida.
LIDORO:        Si errar vuestra voz pudiera,
               vuestra voz, señora, errara
               en reconocer la deuda,
               que no sois vos quien la debe.
AMINTA:        Pues ¿quién?
LIDORO:                       Toda la luz bella
               del sol que, sin vos, estaba
               ya en vuestro desmayo muerta;
               y mal pudiera yo...

Salen el REY, NISE y criados
REY:                                 Aminta,
               mil veces en hora buena
               te hallen mi vista y mis brazos
               con la vida que desean.
AMINTA:        Para que a tus pies, señor,
               una y mil veces la ofrezca.
REY:           Retírate a aquesa torre;
               que, aunque es prisión de una fiera,
               el acaso nunca elige.
AMINTA:        No hay para qué; yo estoy buena.
NISE:          A todas nos da, señora,
               tu mano a besar.
FLORA:                          Y sea
               tan dichosa la desdicha
               que, quebrando el ceño en ella
               de la fortuna, se quede
               en el amago suspensa.
AMINTA:        Dios os guarde; que a no ser
               por el brío o la destreza
               de ese joven que atajó
               del caballo la soberbia,
               a más pasara el peligro.
MALANDRÍN:     Guarde Dios a Vuestra Alteza,
               por las honras que me hace.
REY:           ¿Fuisteis vos?
MALANDRÍN:                  No, mas pudiera
               haber sido.  Y por sí o no,
               es justo que lo agradezca.
               Fuera de que si a priori
               el argumento se empieza,
               yo fui quien le dio la vida.
REY:           ¿Cómo?
MALANDRÍN:             Como llevé a cuestas
               a quien a ella se la dio,
               después que de la tormenta
               mi amo le entregó en mis brazos.
               Y es precisa consecuencia
               que él no diera vida a Aminta
               si yo a él no se la diera.
               Y así, si ella por él vive,
               por mí viven él y ella.
REY:           ¿Vos derrotado del mar
               salisteis a aquestas selvas?
LIDORO:        Sí, señor; que no hay desdicha
               que para dicha no venga.
REY:           ¿De dónde era aquella nave?
LIDORO:        (Desmentir de dónde es fuerza.)   Aparte
               De Abido, que a Alejandría
               de Egipto pasaba, llena
               de riquezas y esperanzas.
               Mas ¿quién a agua y viento entrega
               a menos costa, señor,
               esperanzas y riquezas?
               Pues, de la náutica hablando,
               dijo un cuerdo que no era
               maravilla que los hombres
               en la mar hallasen senda,
               sino que osasen hallarla
               para no más que perderla.
REY:           Y ¿qué érades de la nave:
               mercader o patrón de ella?
LIDORO:        Ni uno ni otro; que lo más
               a que se extendió mi estrella
               fue, señor, a ser un pobre
               marinero; de manera
               que, con escapar la vida,
               escapé toda mi hacienda.
REY:           Poned los ojos en qué
               haceros mercedes pueda;
               que a más de la obligación
               vuestras fortunas me dejan
               compadecido.
LIDORO:                       Tus plantas
               beso humilde, aunque por esta
               acción, para no pedir
               merced, me has de dar licencia.
REY:           ¿Por qué?
LIDORO:                  Porque, si grosero
               la pongo, señor, en venta,
               será desairar la dicha
               de haber merecido hacerla.
               En otra ocasión podrás
               honrarme; que es acción necia
               que a vista de tal servicio
               pida el premio.
MALANDRÍN:                    Pues lo yerras;
               que si en la ocasión un hombre
               que sirve no se aprovecha,
               en pasándose, maldito
               de Dios el que dél se acuerda.
               Y yo conozco a quien tiene
               muerto de hambre esta modestia.
NISE:          No es muy necio el extranjero.
FLORA:         Más que su voz dice muestra
               su traje y su estilo.
MALANDRÍN:                            Ya
               querrán ustedes que sea
               algún príncipe encubierto
               que viene de lejas tierras,
               enamorado de alguna
               de ustedes; pues evidencia
               tengo de que es hombre ruin,
               de vil y baja ralea.
NISE y
FLORA:         Y ¿qué es?
MALANDRÍN:                  Que le viene bien
               el vestido que le presta
               un hombre de mi pretina,
               y no hay mayor experiencia
               de pobretón que ver que
               vestido de otro le venga.
               Sea chico o grande su talle,
               dél se ajusta de manera
               que con los gordos engorde,
               con los flacos enflaquezca,
               con los enanos enane
               y con los crecidos crezca.
REY:           Yo con este azar, Aminta,
               dejar la caza quisiera;
               si bien me embaraza Irene
               a hacer de este monte ausencia.
AMINTA:        ¿Por qué?
REY:                          Porque, viendo ya
               frustrada la diligencia
               del cuidado que la asiste
               y pública la sospecha
               del hado que la amenaza,
               no es bien que libre ni presa
               quede, y más cuando segunda
               vez en la torre se encierra,
               a no casar en mi estado
               determinada y resuelta.
               Dime tú, ¿qué haré?
AMINTA:                            Señor,
               no en un instante se aciertan
               motivos que traen consigo
               tantas razones opuestas.
               Y, pues que dar tiempo al tiempo
               fue siempre la acción más cuerda,
               para darle, me parece
               (¡Oh Amor, mi discurso alienta!)    Aparte
               que estará mejor conmigo,
               puesto que, con mi asistencia
               tenerla a la vista es
               ni librarla ni prenderla.
REY:           Dices bien; y porque al fin
               favor mío no parezca,
               disponlo a tu gusto tú;
               que, para que mejor puedas,
               yo me adelanto a la quinta.--

A LIDORO
 

               Y tú, marinero, piensa
               en qué el servicio de hoy
               podrá tener recompensa.
LIDORO:        Yo gozaré de esa dicha
               cuando otra ocasión se ofrezca.
REY:           Pues yo te ofrezco la gracia
               que me pidieres.

Vase. A AMINTA
NISE:                           ¿Qué intentas
               llevando contigo a Irene?
AMINTA:        Nise, asegurarme de ella;
               pues dicen que hacen los celos
               menos mal desde más cerca.
MALANDRÍN:     Habéis de venir conmigo;
               que buscar a mi amo es fuerza.
LIDORO:        Claro está; pero un instante
               esperad.
MALANDRÍN:             ¿Qué hay que os detenga?
LIDORO:        Sucesos de mi fortuna.
               (Y es verdad, que, si no fueran    Aparte
               ellos tales, no llegara
               con tanto temor a verla.)
FLORA:         ¿Y has de llegar a la torre?
AMINTA:        No; que temo que parezca
               poca autoridad o mucho
               deseo.  Y así quisiera
               que alguno de parte mía
               la llamara.
NISE:                         No hay quien pueda
               ir; que con el rey, señora,
               todos o los más se ausentan,
               creyendo que tú le sigues,
               y aquí solamente quedan 
               el marinero y crïado
               de Dante.
AMINTA:                  Nadie pudiera
               Más al propósito mío.
               ¿Traes, Flora, contigo aquellas
               joyas que te dije?
FLORA:                             Sí.
AMINTA:        Pues con una diligencia
               dos cosas haré, que son
               que el uno vaya por ella
               y poder hablar al otro.
               ¡Hola!
LIDORO y
MALANDRÍN:       ¿A quién llama tu alteza?

A LIDORO
AMINTA:        A vos.  Llegad a esa torre,
               y decid a una belleza
               infeliz, que en ella vive,
               que a la margen lisonjera
               de aqueste arroyo la aguardo,
               que con vos a verme venga.
LIDORO:        A servirte iré.  (¡No vi               Aparte
               más soberana belleza!)

Vase
MALANDRÍN:     ¡Cuerpo de Apolo!  Pues ¿no
               estaba yo aquí, que fuera
               tan presto como él?  ¿A mí
               tal desaire?  Bien se echa
               de ver que no está mi dueño
               en tu gracia.
AMINTA:                       Porque veas
               que antes ha sido favor,
               dale a Malandrín aquesas
               joyas, Flora.
MALANDRÍN:                  ¡Plegue a Dios
               que vivas cuatro mil dueñas,
               unas sobre otras, y luego
               te den la supervivencia
               de otros cuatrocientos mil
               cuñados, suegros y suegras!
               Si bien para mí excusada
               estaba aquesta fineza,
               porque, con eso y sin eso,
               dijera lo que supiera
               de mi amo, desde el día
               que vino.
AMINTA:                  Ya no desea
               mi cuidado saber más
               de lo que sé.
MALANDRÍN:                  Pues ¿qué intentas?
AMINTA:        Que le digas que una dama,
               viendo que pobre se ausenta,
               tan en desgracia del rey,
               sin puesto, estado ni hacienda,
               este pequeño socorro
               ahora le envía; y que crea
               que, dondequiera que él fuere,
               tendrá su correspondencia.
MALANDRÍN:     Luego ¿no son para mí?
NISE:          ¿Para ti habían de ser, bestia?
MALANDRÍN:     Pues ¿para quién son las dichas,
               sino sólo para ellas?
AMINTA:        Búscale presto, y adiós;
               que no quiero, ya que llega
               el marinero a la torre,
               que con él Irene venga
               y te halle aquí.
MALANDRÍN:                       Yo iré, pero
               a mi pesar, con tal nueva.
AMINTA:        ¿Por qué?
MALANDRÍN:                  Porque no merece
               un ingrato estas finezas.
AMINTA:        ¿Ahora sabes que es lograrlas
               razón de no merecerlas?

A sus damas
               Venid conmigo [las] dos;
               hagamos tiempo por esta
               verde estancia.

Vanse. Sale LIDORO
LIDORO:                       ¡Ah de la torre!

Dentro
CLORI:         ¿Quién es quien llama a esta puerta?

Salen CLORI y LAURA, y detrás IRENE
LIDORO:        Decidle a una deidad que
               vive aquí que hay quien desea
               de parte de Aminta hablarla.
IRENE:         ¿A mí?
LIDORO:                  A vos, si sois aquélla
               que aquí...  (Mas ¿qué es lo que miro?)  Aparte
IRENE:         (¡Cielos!  ¿Qué ilusión es ésta?)  Aparte
LIDORO:        (¿Si es fantasía del deseo?)           Aparte
IRENE:         (¿Si es delirio de la idea?)        Aparte
LIDORO:        ...infeliz vive.
IRENE:                          Yo soy;
               que, si infeliz traéis por señas,
               mal podré yo desmentirlas;
               si bien más duda a ser llega
               traer vos recado de Aminta
               que no el enviaros ella.
CLORI:         ¿De qué turbada has quedado?
LAURA:         ¿De qué has quedado suspensa?
IRENE:         No sé...de oír de Aminta el nombre,
               y ver que de mí se acuerda;
               y así otra vez y otras mil
               es bien que a informarme vuelva.
               (Mejor a desengañarme             Aparte
               diré.)  Pues ¿qué es lo que intenta?
LIDORO:        Que vais a hablarla, que al margen
               de aquese arroyo os espera.
               Y no os admiréis de que
               yo con el aviso venga,
               puesto --¡ay de mí!-- que no es
               novedad tan grande ésta
               que no haya la fortuna,
               señora, podido hacerla.
IRENE:         No lo dudo; pero extraño
               que la dicha me suceda
               de que vos me dais aviso.
LIDORO:        Pues no lo extranéis, si es ésa
               la causa; porque no es dicha
               el venir yo que no tenga
               de desdicha mucha parte.
IRENE:         ¿Cómo?
LIDORO:                  Como a esa ribera
               derrotado me echó el mar,
               sólo para que merezca
               serviros a vos y a Aminta.

Aparte a IRENE
               Y si es que tengo licencia,
               hablaré más claro.
IRENE:                             No;
               que no hay nadie que no sea
               guarda mía.
LIDORO:                      Pues dejemos
               esta plática suspensa
               para mejor ocasión.
IRENE:         El dejarla será fuerza,
               y más al ver que llegamos 
               ya de Aminta a la presencia.

Salen AMINTA, NISE, y FLORA
AMINTA:        Dame los brazos, Irene.
IRENE:         Admirada, Aminta bella,
               de que te acuerdes de mí,
               he extrañado de manera
               el favor, que aún hasta ahora
               estoy dudosa y suspensa
               sobre si le debo dar
               crédito a lo que me cuenta.
AMINTA:        Yo, Irene, siempre he estimado
               tu persona, y si pudiera
               decirte cuánto me tiene
               lastimada tus tragedias,
               te admiraras; pues sin duda
               es mucho lo que me cuestan
               de cuidado tus desdichas
               y de envidia tu belleza.
               Mas nunca tuve ocasión
               de mostrarlo; y porque veas,
               hoy que puedo, cuánto siento
               de tu prisión la extrañeza,
               quiero que a vivir, Irene,
               conmigo a la corte vengas;
               que, aunque mi hermano no dé
               para esta piedad licencia,
               yo la he de tomar.
IRENE:                             Tu mano
               beso humilde, pero deja,
               si por mi bien solicitas
               esta mudanza, que muera
               en aquestas soledades
               antes que en la corte sea
               objeto de los agüeros
               del rey, y darme pretenda
               estado a que no me inclino;
               y más si es que, atento a aquella
               primera palabra suya,
               de ganarme el que le pierda,
               más desenojado vuelve
               a que Dante...
AMINTA:                        Espera, espera;
               que yo te doy la palabra,
               cuando en eso a hablarte vuelva,
               de ser la primera yo
               que esto estorbe y que esto sienta.
IRENE:         Será la merced mayor
               que hacerme en tu vida puedas;
               pues de sólo ver que es él
               quien está al paso, quisiera
               que me dieras de volverme
               a aquella prisión licencia.

Sale DANTE a la puerta, y viéndola, se detiene
AMINTA:        (Él es el que al paso está.          Aparte
               El alma al mirarle tiembla.
               Si es su homicida, ¿qué mucho
               que sangre la herida vierta?)

Danse las manos AMINTA e IRENE
               Eso no; conmigo ven,
               y de sus enojos piensa
               que vas conmigo segura.--

A NISE
               A la gente que me espera
               manda llegar las carrozas
               a la falda de la cuesta.

Vase NISE. Hablan aparte IRENE y LIDORO
IRENE:         Lidoro, a la corte voy;
               no de la vista me pierdas.
LIDORO:        Claro está que he de seguirte,
               pues sigo en ti de mi estrella
               el nuevo rumbo.
DANTE:                          (¿Quién vio,          Aparte
               en unida competencia,
               darse las manos jamás
               a su próspera y su adversa
               fortuna, y que a un mismo tiempo
               hoy en maridaje prenda
               la ingratitud y el amor?)

Quiere acompañarlas DANTE
AMINTA:        ¡Dante!
DANTE:                   ¿Qué manda tu alteza?
AMINTA:        Que os quedéis.
DANTE:                          Ya sé, señora,
               que no es justo que se atreva
               quien de su destierro tiene
               intimada la sentencia
               a ver a persona real;
               mas como al destierro atiendas,
               es de la corte y, ya ausente
               el rey, no es la corte ésta.
AMINTA:        Es verdad; mas no es por eso
               mandaros que hagáis ausencia.
DANTE:         Pues ¿por qué?
AMINTA:                       Porque va Irene
               conmigo, y pretendo hacerla
               este primero agasajo
               de que ni os hable ni os vea.
               Y así, yendo ella conmigo,
               no es bien que vais vos con ella.
DANTE:         ¡Qué bien dicen que el contagio,
               y no la salud, se pega!
AMINTA:        ¿Cómo?
DANTE:                   Como Irene pudo
               pegarte a ti su extrañeza
               y tú no a ella tu agrado.
IRENE:         Ni todo el cielo pudiera;
               pues no podrá todo el cielo
               hacer que no os aborrezca.
DANTE:         Ni hacer que te olvide yo.

Vanse AMINTA, IRENE, CLORI, Y FLORA. [Salen DIANA y VENUS, en el aire]
[DIANA]:       Ya de nuestra competencia
               está a la vista el examen.
[VENUS]:       Pues la primera experiencia,
               siendo en los montes, sea mía.

[Vanse DIANA y VENUS]
DANTE:         (¿Quién vio acciones tan opuestas      Aparte
               y que ni amar ni olvidar
               un hombre a su gusto pueda?
               Pues se ha de olvidar y amar
               sólo al gusto de su estrella.)
LIDORO:        (¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas          Aparte
               en un instante me cercan!
               Y sobre todo, con ser
               tantas hoy y tan diversas,
               ninguna se hace --¡ay de mí!--
               más lugar en mí que aquella
               heredada y adquirida
               saña que mi pecho engendra
               contra Dante; pues él siempre
               es y ha sido en paz y en guerra
               el móvil de mis desdichas.
               Pues ¿qué aguarda, pues qué espera
               mi furor, cuando tan solo
               ha quedado en la aspereza
               de este monte?  Empiece, pues,
               mi venganza, sin que sea 
               infamia sobre seguro
               matarle; que no es bajeza
               en quien no viene a reñir,
               sino a matar, que lo emprenda 
               como pudiere.

[Va a darle a DANTE, pero] sale MALANDRÍN
MALANDRÍN:                   ¿Es, señor,
               hora de hallarte?
LIDORO:                            (Suspensa,     Aparte
               no sin nuevo asombro, el alma,
               atrás mis intentos vuelva.)
DANTE:         ¿Era hora de parecer
               tú?
MALANDRÍN:        Pues yo ¿por todas estas
               montañas he hecho otra cosa
               que buscarte?  Y de eso sea
               buen testigo el camarada
               a quien tú sacaste a tierra,
               pues a no mal tiempo el cielo
               aquí le ha traído. --Llega,
               por tu vida; di a mi amo
               cuánto ha que andamos por esta
               soledad en busca suya.
LIDORO:        (Ya es otra confusión ésta.)         Aparte
               ¿Dante es vuestro dueño?
MALANDRÍN:                             Sí.
               Pues ¿qué maravilla es ésa?
LIDORO:        ¿Y es él quien me dio la vida?
MALANDRÍN:     Claro está.
LIDORO:                       (Desdicha fiera,    Aparte
               ¿adónde has de ir a parar,
               si a cada paso te aumentas?)
               El y yo os hemos buscado,
               señor, y así no os parezca
               culpa en él, ni en mí omisión
               llegar a las plantas vuestras
               tan tarde quien de su vida
               viene a conocer la deuda.
DANTE:         Alzad, y creed que a mí
               me doy yo la enhorabuena
               de vuestra salud, según
               llegó a lastimarme el verla
               tan postrada que me hubiese
               menester; porque no hay prueba
               de un infeliz como ver
               que de otro a valerse venga.
               Y ya que en tierra y en mar
               corremos los dos tormenta
               tan a un mismo tiempo, ved
               si la semejanza nuestra, 
               condiscípulos del hado,
               algún cariño os engendra
               para seguir mi fortuna;
               que no quiero que se entienda
               que mis puertas cierro a quien
               el cielo arrojó a mis puertas.
LIDORO:        El os guarde por tan grandes
               mercedes y honras.  (¡Que quieran   Aparte
               los dioses que beneficios
               a mi enemigo agradezca!)
               Pero para no admitirlas
               os pido, señor, licencia,
               que yo he de seguir la corte;
               porque quizá tengo en ella
               pretensión que a vos... Mas nada
               os digo.  (Calle la lengua         Aparte
               hasta que hable el corazón
               con la voz de la experiencia.)
               Quedad con Dios.
DANTE:                          El os guarde.

Vase LIDORO
               ¿Has visto igual extrañeza
               de palabras y de acciones?
               Apenas formó su lengua
               razón con razón.
MALANDRÍN:                    Pues agua
               había bebido.  Aquí espera.
DANTE:         ¿Dónde vas?
MALANDRÍN:                Tras él.
DANTE:                               ¿A qué?
MALANDRÍN:     A que el vestido me vuelva
               quien de desagradecido
               ha dado la primer muestra.
DANTE:         Déjale y vente conmigo
               a disponer cómo pueda
               salir de la corte, cuando
               sin puesto, estado ni hacienda
               de un instante a otro me veo.
MALANDRÍN:     Pues, di, señor, ¿qué me dieras
               por todas aquestas joyas?
DANTE:         Pues ¿quién...?
MALANDRÍN:                  ¿Quién quieres que sea?
               Aminta.
DANTE:                   No me lo digas;
               Deten, Malandrín, la lengua;
               que es cargarla de razón
               contra mí.  Mas muestra, muestra;
               que no vienen a mal tiempo,
               si yo pudiese con ellas,
               sin que sepa que yo soy
               el dueño de la fineza,
               socorrer a Irene; que,
               fuera de su patria, es fuerza
               no tener, yendo a la corte,
               con que lucirse.
MALANDRÍN:                       ¿Eso piensas
               ahora?  Pues dime, ¿es bien
               que una lealtad agradezcas
               con un agravio, y que pagues
               con un favor una ofensa?
               ¿No basta que, siendo tú
               Dante, Irene te aborrezca,
               cosa tan nueva en los "dantes";
               y que "tomante" te quiera 
               Aminta, cosa también
               en los "tomantes" tan nueva,
               para que de agradecido
               y quejosa...?
DANTE:                        Deja, deja
               de argüirme; que ya sé
               lo que yerra y lo que acierta
               mi destino, mas no puedo
               hacerle yo resistencia.
               Altas deidades, que ignoro
               si allá en la sagrada esfera
               tiene acaso mi fortuna
               superior correspondencia,
               declaraos, ¿a qué fin
               mis desdichas se conciertan?

Dentro cantan dos COROS de música
CORO 1:        "A fin de que venza Amor."
CORO 2:        "A fin de que el desdén venza."
DANTE:         ¿Qué voces son las que el viento
               lisonjeramente lleva?
MALANDRÍN:     ¿Voces ahora se te antojan?
DANTE:         Oye, a ver si su respuesta
               acaso vuelve otra vez.
               ¿A qué fin, deidades bellas,
               en dos contrarios afectos
               mi ruina el hado concierta?
CORO 1:        "A fin de que venza Amor."
CORO 2:        "A fin de que el desdén venza."
DANTE:         ¿Y ahora no las oíste?
MALANDRÍN:     ¿He de oír lo que tú sueñas?
DANTE:         Aplica bien el oído.
MALANDRÍN:     Así aplicara mi hacienda.
DANTE:         ¿A qué fin, tercera vez
               vuelve a pregunta mi lengua,
               disponéis...?

Dentro ruido y voces
TODOS:                        ¡Guarda el león!
UNO:           ¡Al monte!
OTRO:                    ¡Al valle!
OTRO:                              ¡A la selva!
MALANDRÍN:     Aqueste es otro cantar
               que oigo bien.
DANTE:                        ¿Qué voz es ésta?
MALANDRÍN:     ¿Qué ha de ser? Pese a mi alma,
               sino que el monte atraviesa
               un león como un león.
DANTE:         Aun la desdicha no es ésa,
               sino que Aminta e Irene
               Aun no han tomado --¡qué pena!--
               la carroza y por el monte,
               bien que por contrarias sendas,
               desamparadas de todos,
               van huyendo.
MALANDRÍN:                  ¡A Dios pluguiera
               fuera mujeriego el dicho
               león y, yéndose tras ellas,
               a nosotros nos dejara!
DANTE:         ¡Oh quién a un tiempo pudiera
               seguir a entrambas!
MALANDRÍN:                       ¡Oh quién
               estuviera a dos mil leguas
               de cualquiera de las dos!

Dentro
AMINTA:        ¿Nadie hay que me favorezca?
DANTE:         Aquélla es la voz de Aminta;
               fuerza es ir a socorrerla.

Dentro
IRENE:         ¿No hay quien ampare mi vida?
DANTE:         La voz de Irene es aquélla;
               fuerza es que a ampararla vaya.
AMINTA:        ¡Piedad, cielos!
DANTE:                          Pero vuelva
               adonde Aminta peligra;
IRENE:         ¡Dioses, piedad!
DANTE:                          Pero atienda
               adonde peligra Irene.
MALANDRÍN:     No es mala fullería ésa
               de dudar, en ocasión
               que la duda al riesgo ofrezca.
DANTE:         Pues ¿qué he de hacer, si me llaman
               a un tiempo?
MALANDRÍN:                  No responderlas,
               sino dudar, hasta ver
               cuál, más que a las dos, es fuerza
               amparar.
DANTE:                   ¿A quién?
MALANDRÍN:                         A mí,
               que te sirvo más que ellas.
IRENE:         ¡Piedad, cielos!
AMINTA:                          ¡Favor, dioses!

Dentro
TODOS:         ¡Al monte, al valle, a la selva!

Sale AMINTA por una parte, en lo alto de un monte, y en la otra parte IRENE
AMINTA:        ¿En todas estas montañas
               no hay quien mi vida defienda?
DANTE:         Sí; que yo la mía, señora,
               perder sabré en tu defensa.
IRENE:         ¿No hay quien defienda mi vida?

Dentro
TODOS:         ¡Al monte, al valle, a la selva!
DANTE:         Sí; que yo pondré la mía,
               primero que a ti te ofenda.

Dentro
TODOS:         ¡Guarda el león!
MALANDRÍN:                       Malo es esto;
               que --¡vive Dios!- que se acerca.
AMINTA:        Pues ¿qué es esto, Dante?  ¿A mí
               en el peligro me dejas?
DANTE:         Dices bien; tuya es mi vida.
IRENE:         ¿Y de mí, Dante, te ausentas?
DANTE:         Dices bien; también es tuya,
               y ha de estar en tu defensa.
AMINTA:        ¿Así a mi obligación faltas?
DANTE:         Más te debo a ti que a ella,
               es verdad; pierda la vida,
               pero la fama no pierda.
IRENE:         ¿Lo que quieres desamparas?
DANTE:         También es verdad aquélla;
               piérdase todo, mas no
               lo que se quiere se pierda.
AMINTA:        ¿De mí huyes?
DANTE:                        No; que contigo
               me has de hallar.
IRENE:                             ¿De mí te alejas?
DANTE:         No; que contigo has de verme.
MALANDRÍN:     Si a propósito se hubiera 
               buscado un león que diese
               lugar a su competencia,
               ¿se hubiera en el mundo hallado
               otro de tanta paciencia?
               Mas parece que lo oyó,
               que camina con más priesa
               hacia acá.
AMINTA:                  ¿Qué determinas?
IRENE:         Di, ¿qué resuelves?
MALANDRÍN:                        ¿Qué intentas?
DANTE:         Cumplir dos obligaciones,
               sin que amor ni desdén pueda
               decir que venció ninguno.
AMINTA e
IRENE:         ¿Cómo?
DANTE:                   De aquesta manera.--
               Bruto rey de estas montañas,
               en mí tu saña ensangrienta;
               que yo hago en ti sacrificio
               de mi vida a dos bellezas;

A AMINTA
               a ti, porque te la debo;

A IRENE
          
               a ti, porque me la debas.

Vase
MALANDRÍN:     ¡Por Dios, que se va al león,
               como si a un lobo se fuera!
AMINTA:        ¡Oye, espera, escucha, aguarda!
IRENE:         ¡Aguarda, oye, escucha, espera!
AMINTA:        Que yo, a riesgo de tu vida,
               te perdono la fineza.

Vase
IRENE:         Yo no; que sólo tu muerte
               será lo que te agradezca.

Vase
MALANDRÍN:     ¿No digo yo que el león
               es león hechizo?  Apenas
               se puso mi amo delante
               cuando, tomando la vuelta,
               a él le deja, y hacia mí
               se viene.

Sale un león
                           Usted se detenga,
               señor león; uñas tiene
               la dificultad, que empieza
               a argüir conmigo, y la arguye
               muy bien, aunque es una bestia.
               ¿Así a tu mejor cofrade,
               Baco, en el peligro dejas?

Vuélvese a entrar el león
               Apenas le invoqué cuando,
               aunque brumado, me deja.
               Yo iré luego a darle gracias.

Aparecen en el aire VENUS y DIANA
VENUS:         Nada dijo mi experiencia,
               Diana, pues quedan iguales
               amor y desdén en ella.
               Veamos qué dirá la tuya.
DIANA:         Pues atiende; que he de hacerla,
               si tú en tierra, yo en el aire.
VENUS:         ¿Cómo?
DIANA:                De aquesta manera.

Suena un terremoto, y desaparecen VENUS y DIANA
MALANDRÍN:     ¡Esto solo me faltaba,
               que ahora un terremoto venga!
               El demonio me metió
               en andar por estas selvas.

Vase. Salen el REY y AURELIO
REY:              ¿Qué nueva lid de elementos   
               confunde los horizontes
               y, estremeciendo los montes,
               va desatando los vientos?
AURELIO:          De un instante a otro se mueve
               tan violenta que el mar sube
               a inquirir si es onda o nube
               la que brama o la que llueve.
REY:              Con mil pálidos desmayos,
               de asombros los aires llenos,
               nos están diciendo a truenos
               que presto vendrán los rayos.
AURELIO:          Dicha fue que de la quinta
               estemos tan cerca ya.
REY:           Y fuerza también será,
               pues he de esperar a Aminta,
                  el pasar la noche en ella.
AURELIO:       Dices bien; pues no imagino
               que dé señas del camino
               la menos brillante estrella,
                  según pálida la luna,
               que entre sombras se obscurece,
               de algún eclipse parece
               que está corriendo fortuna.
REY:              Qué arguya de esto no sé;
               y ¿sabes lo que he pensado
               de estas cóleras?  Que el hado
               que influjo de Irene fue
                  se ofende de que yo quiera
               sacarla de la prisión;
               y estas las premisas son
               de la ruina que me espera.
AURELIO:          No estos excesos, que son
               causa de naturaleza,
               hagan con tanta tristeza
               caso en tu imaginación.
REY:              No siempre lo que adivina
               humana ciencia es verdad,
               y no siempre una deidad
               lo infalible vaticina.
AURELIO:          Tú has hecho bien en sacalla
               de la prisión, pues así
               más lugar das; y si a mí,
               ya que en esto no se halla
                  la majestad ofendida,
               me haces de su vida dueño,
               yo quiero oponerme al ceño
               que ha amenazado su vida.
REY:              Yo, Aurelio, no he de forzar
               las leyes de un albedrío,
               porque ese empeño no es mío.
               Lo más que te puedo dar
                  es la esperanza de que
               solicite que sea tuya,
               antes que Dante me arguya,
               con que de mí le aparté
                  ofendido, que un amor
               valga más que una privanza.
AURELIO:       ¡Vuelva a vivir mi esperanza
               otra vez!

Dentro
UNO:                      ¡Para!

Salen AMINTA, IRENE y todos los demás
AMINTA:                                 ¡Señor!
REY:              Seas, Aminta, bien venida.
               Con cuidado me ha tenido
               la tempestad.
AMINTA:                       Aun no ha sido
               ése el riesgo de mi vida;
                  que otro me dio que sentir
                  más, pues...
REY:                          Aguarda.  ¿Quién viene,
               Aminta, contigo?
AMINTA:                            Irene.
REY:           ¿Cómo, sin que yo a decir
                  llegara que la trajeses?
AMINTA:        Como fío de tu amor
               que perdonarme, señor,
               mi atrevimiento pudieses.
                  De su tristeza movida,
               de su hermosura obligada,
               de su...
REY:                     No me digas nada.
               Pero ya que de su vida
                  hacerte cargo has querido,
               considera, Aminta bella,
               que me has de dar cuenta de ella.

A IRENE
               Y tú mira cuál ha sido
                  de tu presagio el rigor,
               y no me culpes a mí,
               pues cuando a tu prisión vi
               romper el margen, de horror
                  vestida la soberana
               antorcha de Diana está.
               ¡Mira Venus lo que hará,
               si aun lo ha sentido Diana!

Vase
IRENE:            Ya veo que el infelice
               la culpa de todo tiene,
               aunque no la tenga.
AMINTA:                            Irene,
               no, pues tu aflicción lo dice,
                  llores siempre; que el llorar
               son armas de la belleza.
IRENE:         Si llorara la terneza,
               me pudieras consolar;
                  mas cuando llora la ira,
               está de más el consuelo;
               que, aunque airado todo el cielo
               contra mi suerte se mira,
                  no aquestas lágrimas son
               causadas de sus enojos,
               sino rayos que los ojos
               arrancan del corazón.
AMINTA:           Ya por lo menos vencida
               la primer dificultad,
               será paso a la piedad.
IRENE:         Tarde la espera mi vida,
                  y si la verdad te digo,
               lo más que me aflige es...
AMINTA:                                 ¿Qué?
IRENE:         Que, en aquel riesgo en que fue
               cómplice el monte y testigo,
                  no me arrojase a morir
               antes que a Dante llamase
               a que mi vida guardase.
               ¿Yo a Dante pude pedir
                  amparo?  ¿Yo a Dante que
               a socorrerme viniera?
               ¿Yo que me favoreciera?
AMINTA:        Contrario mi afecto fue;
                  que, si en mi mano estuviera,
               de mi parte le pagara
               aquella fineza rara.
               (¡Oh si algún color hubiera       Aparte
                  de pedir al rey que atento...!
               Mas no sé cómo prosiga.)
IRENE:         Por mucho que tu voz diga,
               más dice tu sentimiento.

Sale LIDORO
LIDORO:           Hermosísima deidad  
               de Chipre, aunque nunca fue
               el repetir beneficios
               de constante pecho, bien
               tal vez se puede suplir
               esta culpa, si tal vez
               no es para darlos en cara
               y para lograrlas es.
               Y así, con este pretexto,
               me atrevo a echar a tus pies,
               pidíendote, hermosa Aminta,
               que intercedas con el rey,
               que de la palabra suya
               me cumpla aquella merced
               que me ofreció en la primera
               gracia que le pedí.
AMINTA:                            ¿Qué es?
LIDORO:        Una libertad, señora.
IRENE:         (¿Qué es esto que llegué a ver? Aparte
               ¿Lidoro viene a pedir,
               con razones que no sé,
               al rey una libertad?
               La mía debe de ser.)
LIDORO:        Y tú aquesta pretensión
               hoy has de favorecer
               por quien eres, no por mí.
AMINTA:        Yo lo haré.  Prosigue, pues.
               ¿Qué he de pedirle?
LIDORO:                            El perdón
               es del destierro...
AMINTA:                            ¿De quién?
LIDORO:        De Dante.
AMINTA:                  ¿De Dante?
LIDORO:                              Sí.
IRENE:         (¡Oh aleve, fiero y crüel!          Aparte
               ¿El perdón de tu enemigo
               solicitas tú?)
AMINTA:                       (Eso es             Aparte
               pretender que yo te deba
               la vida segunda vez.)
               Esperad aquí; que yo
               vuestra pretensión diré
               a mi hermano, y plegue al cielo
               que la despache tan bien
               como deseo.  (¡Ay, amor,            Aparte
               sólo tú pudiste hacer
               que con tan buena ocasión
               pueda yo pedir por él.)

Vase
IRENE:         Cobarde, loco, atrevido,
               infiel a tu patria, infiel
               a tu sangre y a tu honor,
               a tu fama y a tu ley,
               ¿qué es lo que puede obligarte
               a ser tan traidor, a ser
               tan vil que de tu enemigo
               procedas amigo fiel?
               Cuando pensé que venías
               en el disfraz que te ves
               sólo a darle muerte y darme
               a mí libertad, ¿te ven
               mis ojos con tan trocados
               afectos que venga a ser
               su libertad la que pides
               y a mí la muerte me des?
               Pero si fue quien te puso
               en fuga aquel día cruel,
               tan infausto para mí
               y tan fausto para él,
               ¿qué mucho --¡ay de mí!--, qué mucho
               que el temor te dure y que
               le pagues ahora aquella
               puente de plata?
LIDORO:                            Detén
               la voz, Irene; que ignoras
               muchas cosas, y no es
               justo que a cerrados ojos
               quieras penetrar y ver
               lo íntimo de un corazón,
               sin desplegarle el doblez.
               Y respondiendo al primero
               baldón, ¿quién ignora, quién,
               que no en manos del valor
               vinculado está el vencer?
               Que es muy dama la fortuna,
               y ha de suplirse el desdén.
               Vencióme, pero no huyendo,
               y quizá el no morir fue
               porque igual pesar no quiso
               que tuviera igual placer.
               A librarte disfrazado
               vine y a matarle a él,
               con una industria que el tiempo
               quizá te dirá después.
               A vista del puerto --¡ay triste!--
               fortuna corrió el bajel,
               dando entre aquesos peñascos,
               cascado el pino, al través.
               La vida le debí a Dante,
               pues Dante en la playa fue
               quien me acogió y albergó,
               y pagarle ahora es bien
               un beneficio con otro
               por ponerme en paz con él,
               para que al primer rencor
               airoso pueda volver
               y darle la muerte.
IRENE:                             Aguarda;
               que ahora me resta saber
               qué introducción con Aminta
               tienes hoy, para poder
               por medio suyo pedir
               aquese perdón al rey?
LIDORO:        Haberla dado la vida.
IRENE:         ¿Tú fuiste...?
LIDORO:                       Sí; aunque no sé
               si se la di o la perdí;
               porque en llegándola a ver...
               Pero esto ahora no es del caso.
IRENE:         Oye, oye, que sí es.
LIDORO:        ¿Cómo así?
IRENE:                     Como hidra nuestra
               fortuna debe de ser,
               que de una cerviz cortada
               nacen dos.
LIDORO:                   ¿Por qué?
IRENE:                                  Porqué,
               cuando haces una hidalguía,
               Lidoro, a tu parecer,
               haces dos ruindades.
LIDORO:                              ¿Cómo?
IRENE:         Como a ninguna está bien
               que a vista mía y de Aminta
               vuelva un alevoso a quien...
LIDORO:        Prosigue.
IRENE:                   ...yo quiero mal
               y Aminta...
LIDORO:                    Di.
IRENE:                        ...quiere bien.

Vase
LIDORO:        Antes de nacer, amor,
               ya eres infeliz.  Mas ¿qué
               me admiro, si todo tiene
               su estrella antes de nacer?
               ¡Oh nunca --ay de mí-- llegara,
               piadosamente cruel,
               a tomar tierra en los brazos
               de Dante, a tomar después
               cielo en los brazos de Aminta,
               pues sólo ha venido a ser
               el vivir para morir
               y para cegar el ver!

Sale AMINTA
AMINTA:        Dame, marinero, albricias.
LIDORO:        ¿De qué, señora?
AMINTA:                         De que
               el rey la gracia te ha hecho
               para que pueda volver
               Dante a palacio.
LIDORO:                         (Desgracia        Aparte
               hubieras dicho más bien.)
AMINTA:        Yo encarecí de mi parte,
               cuanto pude encarecer,
               tu pretensión como mía.
LIDORO:        Ya yo, señora, lo sé,
               pues me lo dice el efecto
               tan claro.
AMINTA:                    Búscale, pues,
               y dile de parte mía
               que venga al punto...
LIDORO:                              Sí haré.
AMINTA:        ... a ti y a mí agradecido,
               a besar la mano al rey.
               Mas no le digas que a mí,
               pues basta que a ti lo esté;
               que yo por ti y por mí solo
               lo hice, pero no por él.

Vase
LIDORO:           ¿Quién creerá que me haga mi tristeza  
               hoy del agravio cargo de fineza,
               y que, cuando de amor rendido muero,
               de mi enemigo venga a ser tercero?
               Pero ¿qué temo, si enemigo digo?
               Pues todo cesa, siendo mi enemigo,
               supuesto que, en habiendo ya pagado
               el favor que le doy al que me ha dado,
               con él en paz en esta parte quedo,
               con que volver a mis rencores puedo.
               ¿Quién, cielos, para darle
               el aviso, supiera dónde hallarle,
               pues ha de resultar dar de una suerte
               esta mano el favor y ésta la muerte.

Salen DANTE y MALADRÍN
DANTE:         Esto ha de ser y, pues la noche obscura,
               vestida del color de mi ventura,
               tan triste, tan medrosa,
               tan lóbrega, confusa y temerosa
               baja que solamente
               la luz de los relámpagos consiente,
               bien puedo a sombra de ella,
               aunque estrella no hay, seguir mi estrella.
               Y así, mezclando el ánimo y el iedo,
               de aquesta quinta en el umbral me quedo,
               mientras tú entras a ver qué cuarto tiene
               en los acasos de esta noche Irene,
               por si yo puedo vella
               y despedirme con la vista de ella.
MALANDRÍN:     ¡Oh tú que criado fuiste a ser criado,
               Dios te libre de un amo enamorado!
               Yo entraré, pues tu amor a eso me obliga;
               pero mal haya yo, si se lo diga,
               aunque la vea patente.
               De aquella breve antorcha que arde enfrente
               entrar puedo guïado,
               tan alumbrado como deslumbrado.
               Mas por cumplir con él, a aquéste quiero
               preguntar. (¡Vive el sol, que el marinero  Aparte
               es!  Mejor que mejor.) Oídme, os ruego,
               ya que a tiempo de veros aquí llego,
               ¿qué cuarto es el de Irene?
LIDORO:        No sé, aunque a tiempo vuestra duda viene,
               que con otra pagárosla prevengo.
               ¿Dónde está vuestro amo, porque tengo
               que darle aviso de una
               dicha?
MALANDRÍN:             No será poco en su fortuna;
               y, aunque tema enojarle, si lo digo,
               lo he de decir, que en fin vos sois su amigo.
               Aquél es.

Va LIDORO hacia DANTE
LIDORO:                  (¡Qué mal finge mi cuidado!)  Aparte
               Aunque el embozo os tenga recatado,
               perdonad; que una nueva
               de gusto da licencia a quien la lleva
               para entrarse (¡oh qué mal de fingir trato!)  Aparte
               sin llamar por las puertas de un recato.
               Sabed que el perdón vuestro le he pedido
               al rey, que me le ha dado, habiendo sido
               de esta merced Aminta la tercera.
               Adiós; que el rey os llama, y ella espera.
DANTE:         ¡Oíd, escuchad!
LIDORO:                         No puedo.
DANTE:         Ved que ofendido y obligado quedo.
LIDORO:        Pues hacedme merced, sólo esto os pido,
               de no estarme obligado ni ofendido,
               sabiendo, por si importa en algún día,
               que os pagué el beneficio que os debía.

Vase
DANTE:         ¿Has visto extremo igual?  Siempre asustado,
               siempre confuso, siempre embelesado
               este hombre está.
MALANDRÍN:                       Yo pienso que sería
               que aquel susto incapaz le dejaría,
               como suele el perdón al casi ahorcado.
DANTE:         No es la hidalguía que conmigo ha usado
               de hombre incapaz.
MALANDRÍN:                       Luego ¿haslo tú creído?
DANTE:         Yo sí.
MALANDRÍN:             Yo no; y si ha sido
               engañosa quimera,
               vamos tras él.
DANTE:                         En confusión tan fiera
               no sé lo que te diga;
               mucho a pensar y discurrir me obliga.
MALANDRÍN:     Pues ¿qué has de hacer?
DANTE:                             No sé.--Deidades bellas,
               que el uso gobernáis de las estrellas,
               ¿qué queréis de una vida
               que, de tantos contrarios combatida,
               toda es delirios, toda es ilusiones,
               toda fantasma, toda confusiones?

Suenan truenos y terremoto
                  Mas ¡cielos! ¿qué ruido es éste?   
MALANDRÍN:     ¿Qué ha de ser? ¡Pese a mi alma,
               que el cielo se viene abajo!
DANTE:         ¡Gran terremoto!
MALANDRÍN:                       Ya escampa.

Dentro
UNOS:          ¡Fuego, fuego!
OTROS:                        ¡Agua, agua!
MALANDRÍN:                               ¡Vino
               para el susto!
DANTE:                        Espera, aguarda;
               que de tantos rayos uno
               en esa torre más alta
               ha dado, y entre humo y polvo
               de su fábrica gallarda
               la trabazón viene al suelo,
               con dos acciones tan varias
               que, al tiempo que cae con ruinas,
               en volcanes se levanta,
               siendo de un instante a otro
               pirámide el que fue alcázar.

Dentro IRENE y AMINTA
IRENE:         ¡Que me abraso!
AMINTA:                        ¡Que me ahogo!
MALANDRÍN:     Si se ahogan y se abrasan,
               mas que se abrasen y ahoguen.

Suena la tempestad
DANTE:         Irene y Aminta llaman
               tan a un tiempo que no dejan
               ni aun aquella duda al alma
               de elegir.  Pero ¿qué tiene
               que dudar por dónde vaya
               quien, con ir por donde pueda,
               habrá cumplido con ambas?

Vase. Sale el REY, y AURELIO como deteniéndole
AURELIO:       Lo primero es, gran señor,
               guardar tu vida.
REY:                               ¿Si llama
               Aminta, y está en el riesgo?
AURELIO:       Yo basto solo a librarla;
               no me estorbes.  Mas ¿qué veo?
               A pesar de tantas llamas,
               un hombre al cuarto de Aminta
               entra despechado.

Dentro
DANTE:                           ¡Caigan
               sobre mí montes de fuego,
               que todos ellos no bastan
               a que no saque, a pesar
               de la ruina y de la llama,
               en mis brazos mi fortuna.

Sale DANTE con IRENE y AMINTA en brazos
REY:           Hombre, ¿quién es a quien sacas?
DANTE:         A Irene, señor, y a Aminta;
               que entre las dos, cosa es clara,
               que no sacara a ninguna,
               si no las sacara a entrambas.
               Desmayadas las hallé,
               racionales salamandras
               de aquel fuego, y a despecho
               suyo, he podido librarlas.
REY:           ¡Dante!
DANTE:                   ¿Gran señor?
REY:                                  Los brazos
               me da.
DANTE:                   Y dame a mí las plantas;
               que, viniendo perdonado
               de ti...
REY:                     No prosigas; basta
               que sepa que sólo tú
               hicieras acción tan alta.
               Ya libres las dos, a menos
               riesgo, mientras que restauran
               los alientos, acudamos
               al riesgo todos.

Vase
AURELIO:                           (¡Contraria     Aparte
               Fortuna, ¿siempre ha de ser
               mi competidor quien haga
               lo mejor?)

Vase
MALANDRÍN:                  ¿No me dirás,
               señor, mientras que descansas,
               las músicas que se hicieron?
DANTE:         Como de lejos cantaban,
               porque sonasen mejor,
               huyeron, porque a su cuadra
               no llegó el fuego.
MALANDRÍN:                       Me alegro
               de saberlo, y que no haya
               curioso que lo pregunte.
               Pero yo te doy palabra,
               si fuere algún día poeta,
               --¡no me dé Dios tal desgracia!--
               hacer de ti una comedia,
               y tengo de intitularla
               "El leonicida de amor" 
               y "El Eneas de su dama".

Vase
DANTE:         Desmayadas hermosuras,
               no le quitéis a mi fama
               el haber dado dos vidas.
               Volved a cobrar el alma.
               ¡Aminta!  ¡Irene!  ¡Señoras!

Vuelven en sí AMINTA e IRENE
AMINTA:        ¡Ay de mí!
IRENE:                    ¡El cielo me valga!
AMINTA:        ¿Dónde estoy?
IRENE:                        ¿Quién está aquí?
DANTE:         Estáis donde aseguradas
               vivís del pasado riesgo.
               Y está aquí quien dél os guarda.
IRENE:         Luego ¿tú eres quien me libra?
AMINTA:        Luego ¿tú eres quien me ampara?
DANTE:         Sí; que si otra vez airoso
               estuve, dejando a entrambas,
               hoy, a entrambas acudiendo,
               lo estoy también, porque haya
               en iguales experiencias
               dos acciones tan contrarias
               como socorrer dos vidas
               del fin que las amenaza,
               con dejarlas una vez
               y otra vez con no dejarlas.
IRENE:         ¡Oh nunca yo te debiera
               fineza, Dante, tan rara!
AMINTA:        ¡Oh siempre estuviera yo
               debiéndote acción tan alta!
IRENE:         Yo lo digo porque sé
               que no tengo de pagarla.

Vase
AMINTA:        Yo, porque sé que la tengo
               de pagar con vida y alma.

Vase
DANTE:         ¡Oh nunca y oh siempre yo
               viva mezclando en mis ansias
               de amado y aborrecido
               las dos pasiones contrarias,
               hasta que declare el cielo
               quién mayor victoria alcanza:
               quien ama a quien le aborrece
               o aborrece a quien le ama!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA


JORNADA TERCERA

 

Salen por una parte DANTE y por otra LIDORO
LIDORO:            (¡Que nunca tenga ocasión           Aparte
                mi venganza de lograrse!)
DANTE:          (¡Que nunca le deba darse              Aparte
                a partido mi pasión!)
LIDORO:            (Mas cuando yo la tuviera,          Aparte
                aun no sé si la lograra...)
DANTE:          (Pero cuando me llegara,               Aparte
                aun no sé si la admitiera...)
LIDORO:            (...porque, si de mi venganza       Aparte
                se me ha de seguir mi ausencia...)
DANTE:          (...porque, si de su violencia         Aparte
                se alimenta mi esperanza...)
LIDORO:            (...¿cómo ausentarme podré          Aparte
                sin llevar conmigo a Irene...?)
DANTE:          (...¿cómo sin Irene tiene              Aparte
                tan vil afecto mi fe...?)
LIDORO:            (...¿y cómo podré vivir             Aparte
                ausente de Aminta bella...?)
DANTE:          (...¿y cómo podrá mi estrella          Aparte
                del amor de Aminta huir...?)
LIDORO:            (...¿y más cuando ya informado      Aparte
                estoy que a Dante ha querido?)
DANTE:          (...¿y más cuando aborrecido           Aparte
                lo siento menos que amado?)
LIDORO:            (Cuando más causa no hubiera,       Aparte
                por mis celos le matara.)
DANTE:          (Cuando dos causas no hallara,         Aparte
                con una sola muriera.)
LIDORO:            (Amor, celos y venganza             Aparte
                de imposibles me mantienen.)
DANTE:          (¡En qué confusión me tienen           Aparte
                amor, desdén y esperanza!)
                   ¡Celio!
LIDORO:                    ¿Señor?
DANTE:                                A ventura
                tengo el hallaros aquí.
LIDORO:         Siempre será para mí
                la mejor y más segura
                   el estar a vuestros pies.
DANTE:          Confieso que un forastero,
                a quien el hado severo
                a tierra arrojó, después
                   que echó su hacienda en el mar,
                fuera de su patria y pobre,
                no hay razón que no le sobre
                para vivir con pesar.
                   Pero, advirtiendo también
                que a quien la vida le queda
                no hay fortuna que no pueda
                vencer viviendo, y más quien
                   tiene las partes que vos,
                siento veros afligido
                siempre y siempre suspendido.
                Habladme claro, por Dios,
                   ¿qué habéis menester?  ¿Queréis
                a vuestra patria volveros?
                Que embarcación y dineros
                todo de mí lo tendréis.
                   ¿Queréis quedaros aquí?
                Pues sabed que en este día
                de ese puerto la alcaidía
                vacó y que me toca a mí
                   su provisión, y he querido,
                pues hoy en mi cargo estoy
                por vos, que sepáis que os doy
                premisas de agradecido.
                   Si la admitís, bien con ella
                lo podréis aquí pasar,
                y con tiempo al tiempo dar
                vado a vuestra injusta estrella.
                   Advertid, si os está bien,
                que ando, cierto, deseoso
                de que viváis más gustoso
                de lo que parece.
LIDORO:                               ¿Quién
                   satisfaceros podrá
                ese afecto, esa merced,
                sino callando?
DANTE:                            Creed
                que es cuidado el que me da
                   vuestra persona.  Y pasando
                al cargo, ¿qué respondéis?
LIDORO:         Digo, señor, que me hacéis
                notables favores cuando,
                   siendo extranjero, fiáis
                de mí de la corte el puerto.
                Yo le acepto; y estad cierto
                de que servido seáis
                   en él de la atención mía.
                (Bueno es darme la ocasión            Aparte
                envuelta en la obligación.)

Sale MALANDRÍN
MALANDRÍN:      ¡Señor!
DANTE:                ¿Qué hay, loco?
MALANDRÍN:                         ¡Gran día!
DANTE:             ¿Qué ha sucedido?
MALANDRÍN:                           Sintiendo
                el rey la extraña tristeza
                que padece la belleza
                de su hermana, y pretendiendo
                   aliviarla, ya has sabido
                las diligencias que ha hecho.
                Y, aunque no son de provecho
                las más de ellas, ha querido
                   que aquesos jardines bellos
                sean teatros del día,
                y de música y poesía
                haya un gran festín en ellos.
DANTE:             ¿Y eso te alegra?
MALANDRÍN:                           Pues ¿no?
                Si los premios han de dar
                las damas, ¿no he de lograr
                el mejor de todos yo?
DANTE:             ¿Por qué?
MALANDRÍN:                  Porque, aunque discretas,
                nunca yerran su elección,
                y sabe su discreción
                que de todos los poetas
                   ninguno de mejor gana
                las sirve.
DANTE:                       ¿Es memorial?
MALANDRÍN:                                 Ya
                se ve, y más hoy, que quizá
                las he menester mañana.
DANTE:             Calla, loco.--Acudid vos
                por los despachos después;
                que ahora forzoso es
                asistir al rey.  (Si en dos            Aparte
                   afectos mi vida tiene
                hoy lo que olvida y desea,
                ¿qué importa que a Aminta vea,
                a precio de ver a Irene?)
LIDORO:            (¿Quién --¡ay infeliz!-- creerá   Aparte
                de mi confusa pasión
                que me quita la ocasión
                cuando la ocasión me da?)
MALANDRÍN:         ¿Por qué despachos habéis
                de acudir, Celio?
LIDORO:                               Hame hecho,
                de mi lealtad satisfecho,
                   del puerto alcaide.
MALANDRÍN:                           Gocéis
                   tan gran merced.  ¡Que sea cierta
                cosa que, en siendo extranjero,
                ha de hallar uno portero,
                y puerto, portada y puerta!
                   ¡Y que, habiéndome portado
                yo en mi porte bien, por cierto,
                no aporte a puerta ni a puerto
                que no le encuentre cerrado!

                   Pero aquesto no es de aquí.
                Ya el rey a la alegre vista
                del jardín baja, con toda
                la gala y la bizarría
                de la corte.

Dentro instrumentos
LIDORO:                      Retirado
                será forzoso que asista;
                que, aunque soy quien soy, no tengo
                lugar.
DANTE:                     Deidades divinas,
                acabad de declararos
                por Irene o por Aminta.

Salen la MÚSICA con instrumentos, el REY, AURELIO, AMINTA, IRENE, NISE, FLORA, LAURA y CLORI
AURELIO:        (Aquí está Dante. Perdí                 Aparte
                la esperanza que traía
                de lucir, porque me tiene
                siempre ganada la dicha.)
REY:            No hay cosa que no imaginen
                por ti las finezas mías,
                ni cosa que sienta tanto
                como tu melancolía.
AMINTA:         Ya, señor, con experiencias
                siempre amantes, siempre finas,
                sé que de galán y hermano
                te debo entrambas caricias.
REY:            ¿Es posible que no sepa
                yo lo que te da alegría?
AMINTA:         Nada, pues de mis pesares
                tus cariños no me alivian.
IRENE:          Desde que de aquella fiera
                y aquel incendio en un día
                padeció los sustos, no
                es mucho, señor, la aflija
                de ellos la memoria.
AMINTA:                               Es
                verdad, que a los dos rendida,
                se apoderaron de suerte
                del corazón ambas iras
                que hasta ahora dudando estoy
                si fue muerte o si fue vida
                la que, crüel o piadoso,
                me dio el que de ellos me libra.
REY:            Dante, dueño de esa acción,
                lo dirá.
DANTE:                     ¿Yo, qué hay que diga,
                sino que en doblados riesgos
                fueron dobladas las dichas?
AMINTA:         Ya sé que fueron dobladas,
                pues también a Irene obligan.
IRENE:          Eso es querer que a mi parte
                me muestre yo agradecida.
AMINTA:         No es, porque una dama, Irene,
                públicamente servida,
                como tú lo estás de Dante,
                [b]asta que el servicio admita         
                sin que lo agradezca.
AURELIO:                                (¡Cielos,       Aparte
                muriéndome estoy de envidia!)
LIDORO:         (Sufra este desaire el alma,           Aparte
                pues es fuerza quien soy finja.)

Siéntanse el REY en medio, a su mano derecha AMINTA, y a la otra IRENE, FLORA y LAURA al izquierdo suyo, y NISE y CLORI donde AMINTA; AURELIO y DANTE apartados, la MÚSICA al paño
REY:            Ponga la música paz
                a vuestras cortesanías.
CLORI:          ¿Por qué tono empezaremos?
FLORA:          Sea el de aquella letrilla
                que, por grave o triste, suele
                ser de más agrado a Aminta.
MÚSICA:         "¿Cuál más infelice estado
                de amor y desdén ha sido;
                amar, siendo aborrecido,
                o aborrecer, siendo amado?"
REY:            La música da ocasión,
                pues que pregunta entendida
                para responder; y así
                volvamos todos a oírla.
MÚSICA:         "¿Cuál más infelice estado
                de amor y desdén ha sido;
                amar, siendo aborrecido,
                o aborrecer, siendo amado?"

Dentro un clarín
REY:            Esperad;  ¿qué salva es ésta?

Sale un CRIADO
CRIADO:         Un bajel, que a nuestra isla
                de paz llega a tomar puerto.
REY:            Pues salga quien le reciba,
                y sepa de dónde viene,
                qué gente y qué mercancía
                trae.
DANTE:                  Id, Celio, pues os toca
                hacer de todo pesquisa.
REY:            ¿Por qué a Celio?
DANTE:                                Porque yo,
                atento al favor de Aminta
                más que al mío, con licencia
                tuya, le di el alcaidía
                del puerto y su atarazana.
REY:            Ha sido elección muy digna.
LIDORO:         Beso tus pies.
IRENE:                           (¿Quién creyera       Aparte
                que a esto Lidoro venía?)
AMINTA:         Ésta es la primera acción
                que os debo de agradecida.
REY:            Id, pues, y con la respuesta
                volved; y en tanto repita
                la letra la duda, puesto
                que da ocasión a argüirla.

Vanse LIDORO y el CRIADO
MÚSICA:         "¿Cuál más infeliz estado
                de amor y desdén ha sido,
                amar siendo aborrecido,
                o aborrecer siendo amado?"
REY:            Diga la primera Irene.
IRENE:          Aunque excusarme podía
                de cuestiones amorosas
                mi inclinación, más bien vista
                que del ocio de la paz
                del furor de la milicia,
                con todo eso la cuestión
                tanto se me facilita
                que me atrevo a entrar en ella;
                y digo que es la desdicha
                mayor, el más infeliz
                estado en su monarquía
                aborrecer siendo amado.
REY:            ¿Y tú qué dices, Aminta?
AMINTA:         Yo no sé de amor tampoco;
                pero, a saberlo, diría
                que amar siendo aborrecido
                es la mayor tiranía
                de sus imperios.
REY:                              ¿Tú, Flora?
FLORA:          La opinión de Irene tira
                mi afecto al aborrecer.
REY:            ¿Nise?
NISE:                    Al ser aborrecido.
REY:            ¿Tú, Laura?
LAURA:                        Yo sigo a Irene.
REY:            ¿Tú, Clori?
CLORI:                      Yo sigo a Aminta.
MALANDRÍN:      (¡Gran cosa es ser rey de Chipre!          Aparte
                ¡Con qué llaneza platica
                las cosas de amor y celos,
                casero con su familia!)
REY:            ¿Y tú, Aurelio, qué eligieras?
AURELIO:        Siendo forzoso que elija,
                amar siendo aborrecido,
                dijo su alteza, y sería,
                sabiendo yo su opinión,
                poca atención no seguirla.
REY:            ¿Y tú, Dante?
DANTE:                        En el ingenio
                nunca la atención peligra;
                y así, con aquesta salva,
                no importa que la otra siga;
                aborrecer siendo amado,
                no hay cosa que tanto aflija.
MALANDRÍN:      Pues a hombres de placer
                ningún lugar se les priva,
                esperad, que mi humor falta
                decir a lo que se inclina.
                Aborrecer siendo amado
                es una ruindad indigna;
                amar siendo aborrecido,
                grandísima bobería.
                Y así es mi opinión, guardando
                a toda dama justicia,
                que se aborrezca y se ame,
                tratándolas cada día,
                a la fea como a fea,
                y a la linda como a linda.
AURELIO:        ¡Quita, loco!
DANTE:                           ¡Aparta, necio!
REY:            Para la cuestión repitan
                la copla toda, y estén
                los coros siempre a la mira,
                para que a las opiniones
                las glosas a un tiempo sigan.
M&Uaccute;SICA:         "¿Cuál más infeliz estado
                de amor y desdén ha sido,
                amar siendo aborrecido,
                o aborrecer siendo amado?"

IRENE:             Entre amar y aborrecer        
                no hay comparado ejemplar,
                pues trae dentro de su ser,
                quien aborrece, al pesar;
                pero quien ama, al placer;
                   luego, si el que ama está hallado,
                y el que aborrece penado,
                bien de ambos, no sólo infiero
                cuál sea el estado, pero
                cuál más infeliz estado.
MÚSICA:            "Desdichado
                del que aborrece, si infiero,
                no sólo a otro comparado,
                cuál sea el estado, pero
                cuál más infeliz estado."
AMINTA:            Quien, siendo amado, aborrece
                ya el ser amado le aplace;
                mas quien ama y no merece
                de amor la persona es que hace,
                del desdén la que padece;
                   luego, si aquél ha tenido
                un mal, el aborrecido
                dos, pues sin despique siente,
                y maltratado igualmente
                de amor y desdén ha sido.
MÚSICA:            "¡Ay del perdido
                que sin dicha alguna siente
                verse postrado y rendido,
                y maltratado igualmente
                de amor y desdén ha sido!""Afligido
                viva entre desdén y amor
                el que aborrece querido,
                pues le estuviera mejor
                amar siendo aborrecido."
AURELIO:           Supuesto que el deber no
                es culpa, en que desmerece
                mi amor, y mi amor faltó,
                siéntalo quien lo padece,
                que no he de sentirlo yo;
                   y pues es rigor del hado
                aborrecer obligado,
                digo que es mejor partido,
                entre amar aborrecido
                o aborrecer siendo amado.
MÚSICA:            "Culpe al hado
                quien infelice ha nacido
                y se ve en el peor estado
                entre amar aborrecido
                o aborrecer siendo amado."
AMINTA:            "¡Culpe al hado
                quien infelice ha nacido
                y se ve en el peor estado
                entre amar aborrecido
                o aborrecer siendo amado."

Levántase AMINTA, como furiosa
REY:               ¿Qué es esto, Aminta?
AMINTA:                                     No sé.   
                En mis penas divertida,
                me arrebató un sentimiento,
                una pasión, una ira.
                Dejad, dejad las canciones;
                que si a divertirme miran,
                más me matan que divierten.
REY:            ¡Hermana!
TODOS:                     ¡Señora!
IRENE:                                ¡Aminta!
AMINTA:         Dejadme todos, dejadme;
                nadie --¡ay infeliz!-- me siga;
                mejor estoy a mi solas,
                pues mi mejor compañía
                sólo puede ser mi pena.
REY:            Seguidla todos, seguidla.
                ¿Qué mortal pasión, Irene,
                es ésta?
IRENE:                     No sé qué diga,
                si no es que a quien está triste
                poco la música alivia,
                pues antes dicen que aumenta
                más la pasión.
REY:                             Por su vida
                no sé, Irene, lo que diera.

Sale LIDORO
LIDORO:         Bien puedo pedirte albricias.
REY:            ¿De qué?
LIDORO:                    De que ese bajel,
                nao marchante de la India
                oriental, cargado viene
                de plata, oro y piedras ricas,
                a hacer empleo en los frutos
                que esta tierra fertilizan,
                con que ha de exceder tu reino
                a las comarcanas islas.
REY:            Yo las albricias te mando,
                que llega a ocasión que es dicha,
                pues puedo hacer, con su empleo,
                que a la de Egnido se siga
                la guerra; que he de morir
                o acabar de destruirla.

Vase
LIDORO:         (¡Qué al contrario ha de salirle       Aparte
                el empleo que imagina!)
AURELIO:        Aunque de paso, no puedo
                dejar, Irene divina,
                de decir que mi esperanza
                aun vive.
IRENE:                     Mucho me admira
                que aun para decirme eso
                al rey le perdáis de vista.
                Id tras él, que importa más
                que mi amor.
AURELIO:                     Bien me castigas.

Vase
IRENE:          No mucho, pues que te dejo
                aquesa esperanza viva.
                (Allí Lidoro ha quedado.                    Aparte
                ¡Oh, si las ferias del día
                diesen ocasión de hablarle!)
LIDORO:         (Allí quedó Irene.  Dicha            Aparte
                fuera que hablarla pudiera,
                porque pudiera decirla
                de dónde la nao viene.
MALANDRÍN:      ¿Ves estas penas de Aminta?
                Pues tú, señor...
DANTE:                           Ya lo sé,
                ya lo sé, no me lo digas;
                que pues nada me remedia,
                no es bien que todo me aflija.
                ¿Ves aquel afecto?  ¿Ves
                aquella pasión que obliga
                a sentimiento a las piedras?
                Pues menos tras sí me tira
                que aquel helado desdén;
                tanto que, en una acción misma,
                quiero oír más aquí rigores
                que allí ponderar caricias--
                Bellísima Irene, ¿cuándo,
                cuándo, apacible homicida,
                has de acabar de pagar
                con una muerte dos vidas?
                ¿Cuándo podrá el rendimiento
                de un triste...?
IRENE:                        No, no prosigas;
                que para saber que nunca
                han de ser menos mis iras
                no es menester que me tome
                más tiempo en que te lo diga.
DANTE:          ¿Es posible que no puedan
                hallar tantas ansias mías
                lugar en tu pecho?
IRENE:                                No.
DANTE:          Pues ¿qué haré yo en que te sirva?
IRENE:          Irte, sin decirme nada.

Hace DANTE una reverencia y se va a hablar con LIDORO
MALANDRÍN:      (¡Qué obediencia tan rendida!            Aparte
                No hiciera un novicio más.)
DANTE:          ¡Celio!
LIDORO:                 ¿Qué me mandas?
DANTE:                                  Mira,
                amigos somos los dos,
                tus fortunas me lastiman,
                lastímente mis fortunas.
                A esa fiera, a esa enemiga,
                a esa esfinge, a esa sirena,
                áspid de esta nueva Libia,
                ya que me cierra los labios,
                la dirás de parte mía
                que no me agradezca tanto
                el mirarse obedecida,
                a vista de su desdén,
                cuanto del amor de Aminta.

Vase
MALANDRÍN:      Y yo ¿puedo decir algo?
IRENE:          Menos vos; idos aprisa.

Hace MALANDRÍN una reverencia y se va hacia LIDORO
MALANDRÍN:      Decid a aquesa señora,
                Celio, tan desvanecida,
                que eso se merece quien
                en el bosque y en la quinta
                no la dejó en fiera y fuego
                ser vianda o ser ceniza.

Vase
LIDORO:         Grande dicha ha sido, Irene,
                que los cielos me permitan
                lugar de hablarte.
IRENE:                                Mía es,
                si es que es de alguno, la dicha,
                para que pueda también 
                en ti aprovechar mis iras.
LIDORO:         ¿Iras?
IRENE:                 Sí.
LIDORO:                    Pues ¿con qué causa
                conmigo también te indignas?
IRENE:          Dijísteme que a este puerto
                hecho mercader venías
                de joyas y de pinturas,
                unas bellas, si otras ricas,
                a fin de reconocer,
                siendo tú propio tu espía,
                el modo de mi prisión,
                para ver cómo podrías,
                con el valor o la industria,
                o conquistarla o abrirla.
                Añadiste a esto que a Dante,
                autor de nuestras desdichas,
                venías a dar la muerte.
                Dejo aparte aquella ruina
                del bajel, dejo que fuese
                él quien te ampare y te asista,
                dejo que le hayas pagado
                el favor con más altiva
                fineza, cuanto va a ser
                generosa una, otra pía;
                y voy a que, si ya en paz
                te han puesto sus hidalguías
                con él, y queda el rencor
                airoso, ¿cómo no aspiras
                a vengarte, cómo, en vez
                de darle muerte, te humillas
                a recibir beneficios?
                ¿Tú alcaide suyo?
LIDORO:                          Oye, mira;
                que si el poco tiempo que hay
                en quejas le desperdicias,
                hará falta a lo que importa.
                Sabe, Irene, sabe, prima,
                que ese bajel que ha llegado
                es tu padre el que le envía.
                Por cabo dél viene Libio,
                con aquella intención misma
                que traje yo; que sabiendo
                mi pérdida, solicita
                el rey, que me juzga muerto,
                que otro en mi lugar te asista.
                Preñado caballo griego
                de máquinas exquisitas
                de fuego, es Etna del mar
                que, afectado por encima
                de la nieve del contrato,
                encubre dentro la mina
                que ha de reventar en Chipre
                pasmo, horror, asombro y grima,
                si ya no vence la industria
                antes que las armas.  Mira
                ahora si te está mal
                que yo las llaves admita
                del puerto, y...

AMINTA dentro
AMINTA:                          Dejadme todos;
                no me siga nadie.
LIDORO:                               Aminta 
                viene allí.
IRENE:                           No poder siento
                responder agradecida
                a la nueva y, pues el mar
                con los jardines confina
                del palacio, y tú en él tienes
                dominio, a que no resistan
                las guardas, aquesta noche
                en un esquife a su orilla
                ven; que yo te esperaré,
                como acaso divertida
                en ellos, donde tratemos,
                antes que de la conquista,
                de la fuga.  Y sea la seña
                que te doy, porque podría
                ser que otras damas estén
                en los jardines...
LIDORO:                           ¿Qué? Dila.
IRENE:          Porque sea más callada,
                y de la noche más vista,
                tener un lienzo en la mano;
                y así, la que a la marina
                más se acercare con él
                soy yo.

Sale AMINTA al paño
LIDORO:                 Ya llega.
IRENE:                            Imagina,
                atrevido forastero,
                que el no quitarte la vida
                por mis manos es porque
                no es tu bárbara osadía
                capaz de tan gran castigo,
                de tan noble muerte digna.
AMINTA:         ¿Qué es esto?
IRENE:                           Nada, señora.
AMINTA:         Yo he de saber qué te obliga
                a dar esas voces.
IRENE:                                Oye,
                si saberlo solicitas.
                Dile a quien tan atrevido
                ese recado me envía
                que procure su intención
                lograrla, mas no decirla;
                porque no la logrará,
                habiendo de ella noticia.

Vase
AMINTA:         Menos lo he entendido ahora.
LIDORO:         Pues no está obscura la cifra.
                Crïado de Dante soy,
                con sus favores me obliga
                a que de su parte a Irene
                --no sé dónde voy-- la diga
                que intención es al rey
                para su esposa pedirla,
                si ella da licencia.  A que
                me respondió enfurecida
                que procure su intención
                lograrla, mas no decirla;
                porque no la logrará,
                habiendo de ella noticia.
AMINTA:         Dice bien, porque soy yo
                fiadora de que ofendida
                no ha de ser de esa violencia,
                cuando mi hermano la admita.
                Así lo decid a Dante,
                y añadid de parte mía
                que hace bien en pretender
                con otros medios, si mira
                cuán poco los rendimientos
                a un ingrato pecho obligan.
LIDORO:         Yo lo diré, aunque no sé,
                señora, cómo lo diga.
AMINTA:         ¿Por qué?
LIDORO:                    Tampoco lo sé.
AMINTA:         Pues ¿vos me habláis con enigma?
LIDORO:         Si lo es mi vida, ¿qué mucho
                que de lo que es mío me sirva?
AMINTA:         No os entiendo.
LIDORO:                               Yo tampoco.
AMINTA:         Hablad más claro.
LIDORO:                               Otro día.
AMINTA:         ¿Por qué no ahora?
LIDORO:                               Porque
                soy extraño en estas islas.
AMINTA:         ¿Para hablar importa?
LIDORO:                                     Sí.
AMINTA:         ¿Cómo?
LIDORO:                    Como el fin peligra
                de quien ignorado habla;
                que la razón más bien dicha,
                por entendida que sea,
                se halla sin ser entendida.

Vase
AMINTA:         ¡Extraño estilo!  No sé
                qué presume, qué imagina
                el corazón, que parece
                que con recelos me avisa
                que aqueste extranjero es,
                si atiendo a la bizarría
                de su acción primera, y luego
                a la de amistad tan fina,
                más de lo que dice.  Pero
                que lo sea o no, ¿qué quita
                ni qué pone a mi dolor?

Sale DANTE
DANTE:          (Fuése Irene y quedó Aminta.              Aparte
                Mas si ambas son mis estrellas,
                ¿qué me espanta, qué me admira
                que la feliz sea la errante
                y la no feliz la fija?)
AMINTA:         Dante, ¿cómo a este jardín,
                cuando ya la sombra pisa
                la falda a la luz, entráis?
DANTE:          Como la luz de tu vista
                desmiente tanto la noche
                que aun pienso que todo es día.
AMINTA:         Del academia debió
                de sobrar esa poesía,
                y como cosa sobrada
                la gastáis conmigo.
DANTE:                                Indigna
                presunción de un rendimiento...
AMINTA:         ...que casarse solicita
                todavía con Irene,
                a cuyo efecto la envía
                a tomar de ella licencia,
                para que el rey se la pida.
DANTE:          Hartas causas de quejaros
                os han dado mis desdichas.
                ¿Para qué, si las hay ciertas,
                os valéis de las fingidas?
                Tal licencia no he pedido.
AMINTA:         Luego ¿causa hay que la finja
                entre Irene y Celio?
DANTE:                                No
                os entiendo.
AMINTA:                          No me admira;
                que yo tampoco me entiendo.
                Mas para cuando él os diga
                lo que yo le dije a él,
                ved que en confïanza mía
                está Irene, y que palabra
                la he dado de que yo impida
                que el rey sin gusto la case;
                y no juzguéis, por mi vida,
                --¡mal juramento!-- que son
                mis celos los que me obligan,
                sino la estimación vuestra;
                que es mi voluntad tan fina,
                tan hidalgo mi dolor,
                tan noble la pena mía,
                que, porque ella no os desprecie
                tan cara a cara a mi vista,
                quiero yo que de mejor
                aire su desdén se vista,
                y no obligue una violencia
                a lo que un amor no obliga.

Vase
DANTE:             Sin duda que convino     
                a la gran providencia
                de los dioses hacer en mí experiencia
                de cuánto el alto Júpiter previno
                extender los imperios del destino,
                pues con aqueste amor presagios tales
                me hizo objeto de bienes y de males;
                sin que puedan jamás males ni bienes
                lograr favores ni decir desdenes.                 
                ¡Oh tú, estrella divina,
                oh tú, sagrada estrella,
                primavera que en campos del sol huella
                la esfera cristalina,
                en cuyo influjo Venus predomina!
                ¡Oh tú, trémula hermana
                del sol, oh imagen ya de la fortuna,
                que en el cóncavo espacio de tu luna
                incluyes soberana
                el no pisado alcázar de Dïana!
                Hoy con vuestras centellas,
                en quien el sol parece que ha quedado
                a pedazos quebrado,
                pues vuestras lumbres bellas
                nunca son más que un sol quebrado a estrellas;
                decidme cada una,
                o todas me decid, si a todas toca,
                ¿cuál es aquella --¡ay triste!-- que provoca,
                siempre infiel, siempre vil, siempre importuna,
                el ceño contra mí de mi fortuna?
                No quiero que enemiga
                deje de ser; no quiero
                que favorable contra el hado fiero
                se muestre; sólo quiero que me diga
                por qué un amor a aborrecer me obliga.
                ¿Por qué un desdén me obliga a que le adore?
                Mas ¡ay! que aun ella es fuerza que lo ignore;
                que aun a amantes querellas
                nunca razón han dado las estrellas.
                Salir del jardín quiero.
                ¿Qué es lo que miro?  En otra duda muero,
                si no tan rigurosa,
                no ya menos penosa,
                si el riesgo en que me miro considero.
                ¡Ay de mí!  El jardinero
                la puerta me ha cerrado;
                que, creyendo que nadie sin el día
                aquí estar osaría,
                su misma confianza le ha engañado;
                igual es el escándalo al cuidado.
                Si a propósito un hombre dispusiera
                esta ocasión, ¿pudiera
                llegar nunca a logralla?
                No; que sólo se halla
                lo más dificultoso a cada paso
                dispuesto en los descuidos de un acaso.
                Si llamo, inconveniente
                es; si no llamo...Pero allí anda gente,
                aun para discurrir tiempo me falta,
                y mi sombra --¡ay de mí!-- me sobresalta.
                Fuerza es que recatado
                espere a ver lo que dispuso el hado.

Salen IRENE, AMINTA, CLORI, FLORA, NISE y LAURA
IRENE:             ¿A estas horas al jardín
                vuelves, Aminta?      
AMINTA:                          El silencio
                de la noche me convida,
                de las hojas y los vientos,
                a cuyo compás el mar,
                tranquilamente sereno,
                responde en blandos embates
                la media razón del eco.
                Parece que divertida
                a las lisonjas del fresco
                entre las flores y el agua
                me tienen mis sentimientos.
IRENE:          (¡Oh, plegue a Dios que Lidoro          Aparte
                no venga --¡ay de mí!-- tan presto!)
DANTE:          (Aminta, Irene y las damas             Aparte
                son.  Recáteme el recelo
                de ser sentido, y que piensen
                que ha sido el acaso intento.)
FLORA:          Pues ya que de aqueste sitio
                te agrada el divertimiento,
                quieres que cantemos?
AMINTA:                               No;
                que en la música no tengo
                alivio alguno; antes, Flora,
                de mi tristeza el extremo
                se aumenta con la dulzura
                de sus cláusulas.
IRENE:                                Lo mesmo
                de las cláusulas del agua
                dicen los que ese secreto
                observaron; y así harás
                bien en retirarte presto,
                pues la experiencia es la misma.
AMINTA:         Yo por contraria la tengo,
                pues aquélla me entristece,
                y ésta me divierte.
IRENE:                             (¡Cielos,            Aparte
                sola esta noche la han dado
                el mar y el jardín contento!)
NISE:           Pues ya que aquí de la noche
                aliviada estás, ¿qué haremos
                para divertirte?
AMINTA:                          Una
                cosa no más apetezco.
FLORA:          Di, ¿qué es?
AMINTA:                      Que me dejéis sola;
                porque si llorar pretendo
                y suspirar, para el llanto
                y para el suspiro es cierto
                que el mar y el viento me bastan,
                pues son de mis sentimientos
                el mejor amigo el mar,
                la mejor lisonja el viento.
IRENE:          No quedas bien aquí sola.
AMINTA:         Nunca yo sola me quedo;
                mis penas quedan conmigo.
IRENE:          Yo a dejarte no me atrevo;
                (y es verdad, por no dejarte           Aparte
                en las manos de mi riesgo)
                que sola, triste y de noche,
                es dar al dolor esfuerzo.
AMINTA:         Pues quédate tú conmigo.
LAURA:          Nosotras nos retiremos,
                ya que gusta de eso Aminta.

Vanse CLORI, FLORA, LAURA y NISE
DANTE:          (Aminta e Irene --¡cielos!--            Aparte
                solas han quedado, y yo
                testigo de sus afectos.)
AMINTA:         Ya que has gustado quedarte
                conmigo, darte pretendo
                cuenta de mi mal; que, aunque
                tú no lo ignoras, sospecho
                que comunicado pueda
                aliviar mi sentimiento.

Saca AMINTA un lienzo, como llorosa
IRENE:          ¿Lloras?
AMINTA:                  Sí, por que lo digan,
                Irene mía, primero
                mis lágrimas que mis voces.
IRENE:          Quita, por Dios, quita el lienzo
                de los ojos, ni en la mano
                le tengas por instrumento
                de esa flaqueza.  (¡Ay de mí!               Aparte
                Que si viniera a este tiempo
                Lidoro, y viera la seña,
                todo estaba descubierto.)
AMINTA:         No hay cosa, Irene, que más
                alivie a un rendido pecho
                que el llanto; y, pues has quedado
                a servirme de consuelo,
                no del consuelo me prives.
                Pero bien haces, si advierto
                que eres tú de mis pesares
                la causa...
IRENE:                     Mucho lo siento;
                pero no sé en qué, porque,
                si es Dante acaso el objeto
                de tus tristezas, segura
                puedes de mí estar, supuesto
                que sabes que no le estimo.
AMINTA:         Y aun ése es mi sentimiento,
                ver que lo que estimo yo
                nadie trate con desprecio.
                ¿Hay quien merezca tu amor
                mejor que él?
IRENE:                           Nunca vi celos
                que se abatiesen a ser...
AMINTA:         Irás a decir "terceros
                de su agravio."  No lo digas;
                porque no lo son, supuesto
                que el sentir yo su desaire
                es nobleza de mi afecto.
IRENE:          Pues habrás de perdonarme,
                que, aunque lo sientas, no puedo
                dejar de decir que a Dante
                con vida y alma aborrezco.
DANTE:          (¿Que digan que mi albedrío            Aparte
                es mío y usar dél puedo,
                cuando no puedo pagar
                este amor ni aquel desprecio?)
AMINTA:         No digo yo que le quieras,
                pero --¡ay de mí!-- que no tengo
                aliento para decirlo.

Pónese el lienzo en los ojos
IRENE:          ¿Otra vez al llanto has vuelto?
AMINTA:         No, que nunca le he dejado.

Salen LIDORO y LIBIO
LIDORO:         ¡Silencio, Libio!
LIBIO:                                Al silencio
                de la noche se lo di;
                que yo piso con tal tiento
                que los pasos del valor
                parece que los da el miedo.
LIDORO:         Con el esquife a la orilla
                solo te queda, y los remos
                fuera del agua, porque
                no hagamos ruido con ellos,
                en tanto que yo por esta
                playa en los jardines entro,
                a ver qué dispone Irene,
                de quien ya la seña tengo.
LIBIO:          En la orilla, dado cabo
                a mi misma mano, espero,
                porque no pueda el esquife
                apartarse.
LIDORO:                    Hacia allí veo
                dos bultos y, si diviso
                a los trémulos reflejos
                de la escasa luz la seña,
                Irene es, pues con el lienzo
                parece que está llamando.
IRENE:          (Que venga Lidoro temo,                Aparte
                y con la seña se engañe.)
LIDORO:         ¿Qué, para llegar, recelo?
                Que el estar acompañada,
                puesto que la seña ha hecho,
                será de alguien que se fía.--
                No dirás que tarde vengo;
                pero ¿qué mucho...
AMINTA:                          ¡Ay de mí!
IRENE:          ¡Y de mí también!
LIDORO:                          ...si el viento
                me trajo de mis suspiros?
AMINTA:         (¡Apenas a hablar acierto!)             Aparte
                ¿Qué es esto, Irene?
IRENE:                                Pues yo,
                señora, ¿qué sé?
AMINTA:                            (¡El aliento         Aparte
                me falta!)
DANTE:                       (Un hombre salir          Aparte
                del mar a la playa veo.)
AMINTA:         Hombre, ¿quién eres?  ¿O cómo
                aquí has entrado?  ¿Qué es esto?
IRENE:          (No sé cómo --¡ay de mí!-- pueda    Aparte
                poner a este mal remedio.)
LIDORO:         ¿De qué, Irene, tan turbada
                me recibes, cuando llego
                llamado de ti?
AMINTA:                          No soy
                Irene y, pues que ya advierto
                que hay aquí más intención,
                cobre mi desdicha aliento.
                Hombre, ¿quién eres?
LIDORO:                                No sé.
                (¡Aminta es, viven los cielos,          Aparte
                la que con la seña estaba!)
DANTE:          (A salir no me resuelvo,               Aparte
                hasta averiguar mejor
                de todo el lance el empeño.)
AMINTA:         ¡Traición, traición!  ¡Flora, Nise,
                Laura, Clori!
IRENE:                           A tus acentos
                pon silencio, si no quieres
                perder la vida a este acero. --
                Lidoro, ya declarados
                estamos y descubiertos.
DANTE:          (¿Lidoro dijo?  ¿Qué escucho?)         Aparte
IRENE:          No hay sino que el valor nuestro,
                a pesar de la fortuna,
                apele al último esfuerzo,
                y lo que ha de ser mañana,
                mejor será que sea luego.
                Y pues el esquife está
                en la playa, y en el puerto
                el bajel, no hay que esperar,
                sino dar la vela al viento.
LIDORO:         Dices bien; y porque nada
                los dos por hacer dejemos,
                Aminta ha de ir con nosotros.
AMINTA:         ¿No hay quien me socorra, cielos?
DANTE:          Sí; que aquí está quien defienda
                tantos traidores intentos.
LIDORO:         ¿De dónde, Dante, has salido
                a estorbar mi dicha?
DANTE:                                 El centro
                de la tierra me ha arrojado
                para ser castigo vuestro.

Sale LIBIO
     
LIBIO:          Fiado el esquife a la arena,
                a hallarme a tu lado vengo.
LIDORO:         Entre tú e Irene, Libio,
                mientras yo el paso defiendo
                a Dante, llevad a Aminta
                al esquife.
AMINTA:                          ¡Piedad, cielos!
IRENE:          Ven, ingrata; que has de ser
                mi prisionera otro tiempo.
AMINTA:         ¡Flora, Nise, Clori, Laura!
IRENE:          Pondréte en la boca el lienzo
                que te pusiste en los ojos;
                sirva de algo en mi provecho,
                pues tanto sirvió en mi daño.

Llevan IRENE y LIBIO a AMINTA
DANTE:          Hoy verás, Lidoro o Celio,
                castigadas tus traiciones.

Riñen los dos. Dentro dicen
IRENE 
y AMINTA:       ¡Piedad, dioses!
LIDORO:                          ¿Qué es aquello?

Sale LIBIO
LIBIO:          Que el esquife, desasido
                del cabo que le di a tiento,
                se ha alejado de la orilla,
                e Irene y Aminta dentro
                solas, corriendo fortuna,
                fluctúan sin vela y remo.

Dentro
IRENE 
y AMINTA:       ¡Socorro, dioses!
UNOS:                             ¡Traición!
OTROS:          ¡Acudid, acudid presto!
DANTE:          ¿Cómo a socorrer sus vidas
                yo no me arrojo, supuesto
                que, donde ellas son lo más,
                todo lo demás es menos?

A LIDORO
                No huyo de tu riesgo, pues
                voy a buscar mayor riesgo.

Vase. Salen el REY, AURELIO, CLORI, NISE, LAURA, FLORA y criados con hachas
LIBIO:          Al mar se arroja.
LIDORO:                           Tras él
                me echaré.
LIBIO:                      Tente.
REY:                               ¿Qué es esto?
LIDORO:         No lo sé, señor; que yo,
                al ruido también saliendo
                a correr las centinelas
                del balüarte del puerto,
                hasta aquí llegué, y lo más
                que haber terminado puedo
                es que Aminta, Irene y Dante
                en un esquife pequeño
                se han echado al mar.
AURELIO:                              Yo de estas
                embarcaciones me atrevo
                a tomar una y seguirlos.

Vase
LIDORO:         Yo también haré lo mesmo.
                Ven, Libio; que si una vez
                el bajel cobro, y del puerto
                salgo, cobraré el esquife.

Vanse LIDORO y LIBIO
REY:            No en vano, no en vano, cielos,
                en sus estatuas me dijo
                el oráculo de Venus
                que vendría a ser Irene
                escándalo de mis reinos.
                Ya lo vi, pues que ya vi
                fieras, diluvios e incendios
                contra Aminta conjurados,
                y ahora los elementos;

Ruido de tempestad
                pues, embravecido el mar,
                reconociéndola dentro,
                el cielo a escalar se atreve,
                montes sobre montes puestos.
                ¿Qué es esto, hermosas deidades?
                ¿Hermosas luces, qué es esto?

Hablan en lo alto DIANA y VENUS
DIANA y VENUS:  Nada las dos experiencias
                dijeron de tierra y fuego,
                y queremos ver si dicen
                más las del agua y del viento.
REY:            Ecos --¡ay cielo!-- en el aire
                oigo; y pues no los entiendo,
                los sacrificios alcancen
                qué quiere decirme el cielo;
                que pues nada la experiencia
                ha dicho de tierra y fuego,
                solicito que me diga
                más la del agua y del viento.

Vanse. Descúbrese un bajel, y en él IRENE, AMINTA y DANTE
IRENE:          ¡Piedad, dioses soberanos!
AMINTA:         ¡Socorro, dioses inmensos!
IRENE:          ¡Que, embravecidos los aires...
AMINTA:         ¡Que, sañudo el mar soberbio...
IRENE:          ...de este mísero bajel...
AMINTA:         ...de este errado frágil leño...
IRENE:          ...la quilla toca a la arena!
AMINTA:         ...y la gavia al firmamento!
DANTE:          Sola esta vez vino bien
                encarecido el proverbio,
                puesto que por las dos anda
                el que anda el mar por los cielos.
                Ni por ti pude hacer más,
                Irene, ni por ti menos,
                Aminta, que despechado
                arrojarme a socorreros.
                Y pues al borde del barco
                llegué --¡ay infelice!-- a tiempo
                que, amotinadas las ondas,
                una es nube y otra es centro,
                ya que no puedo vencer,
                ya que contrastar no puedo
                ni los embates del mar
                ni las ráfagas del viento,
                con morir entre las dos
                habrá cumplido mi afecto.
IRENE:          Por más, Dante, que te mueva
                en mi favor ese aliento,
                y, a pesar de mis traiciones,
                tu fineza haga ese esfuerzo,
                no has de obligarme; y no tanto
                de esta tormenta me alegro
                porque amenaza mi vida,
                que más que a ti la aborrezco,
                cuanto porque sé que, ya
                que muero a su desdén, muero
                no dejándote a ti vivo.
AMINTA:         Yo, Dante, al contrario siento,
                pues el riesgo de mi vida
                ni le estimo ni le temo.
                ¡Pluguiera al cielo que en mí
                quebrara la suerte el ceño
                y vivieras tú, por quien
                gustosa mi vida ofrezco
                en humano sacrificio
                a la gran deidad de Venus.
IRENE:          Yo a la deidad de Diana,
                porque muramos a un tiempo,
                y sea el mar de mí y de Dante
                sacrílego monumento.
AMINTA:         ¡Piedad, dioses!
IRENE:                           ¡Iras, dioses!
AMINTA:         ¡Piedad, cielos!
IRENE:                           ¡Iras, cielos!

Suenan instrumentos y terremoto
DANTE:          Iras pedís y piedades,
                y a ambas parece que oyeron
                dioses y cielos, pues, cuando
                brama el mar y gime el viento,
                dulces instrumentos suenan.
                ¿Quién vio en un instante mesmo
                cláusulas tan desiguales
                como dulzura y lamento?
MÚSICA:         "Dante, si quieres que el mar
                mitigue el furor soberbio,
                una de aquesas dos vidas
                has de arrojar a su centro.
                Resuélvete, y sea presto,
                para que el mar serene y calme el viento."
DANTE:          Voz que, entre tormenta y calma,
                oráculo eres tan nuevo
                que nunca se vio de dos
                contrariedades compuesto,
                si de humano sacrificio
                está Neptuno sediento,
                y ha de ser víctima humana
                su culto, la mía te ofrezco.
                Viva Irene y viva Aminta;
                muera yo, que librar pienso
                a la una porque me quiere,
                a la otra porque la quiero.
MÚSICA:         "Una ha de ser de las dos
                la que elijas, por decreto
                de los hados destinada."
DANTE:          ¿No hay remedio?
MÚSICA:                          "No hay remedio.
                Resuélvete, y sea presto,
                para que el mar serene y calme el viento."
DANTE:          ¡Ay infelice de mí!
                ¡En qué confusión me veo,
                entre aquel desdén que adoro
                y aquel amor que aborrezco!

IRENE:             ¿En qué confusión te ves,
                si es tan fácil la elección,
                cuando de mi inclinación
                sabes el afecto?  Y, pues
                tanto te aborrezco que es
                quererte dolor más fuerte
                que la muerte, dame muerte
                y cúmplase en mí el destino,
                porque no te quiero fino
                a trueco de no quererte.
AMINTA:            ¿En qué confusión estás,
                si la elección facilitas
                cuando ves que en mí te quitas
                lo que tú aborreces más?
                Dame a mí muerte y verás
                que, cuando me mates, trato
                quererte, sin que el contrato
                altere mi amor; pues fiel
                ¿qué hará en querete cruel
                la que te ha querido ingrato?
DANTE:             De dos afectos [no] infiero,
                cielo, cuál a cuál prefiere.
                Dar muerte a la que me quiere
                es un desaire grosero;
                pues dar muerte a la que quiero
                es un tirano rigor.
                ¿Qué harán mi amor y mi honor
                cuando en tal duda se ven?
                Dilo, amor.
MÚSICA:                          Viva el desdén.
DANTE:          Dilo, honor.
MÚSICA:                          Viva el amor.
IRENE:             Darme a mí la vida es
                tan baja y tan vil acción
                como ver la obligación
                al lado del interés.
                El tuyo es mi vida, pues
                la quieres y, siendo así,
                nada recibo de ti,
                aunque la vida reciba,
                pues el querer que yo viva
                no es hacer nada por mí.
AMINTA:            ¿Quién, cuando pudo obligar
                de lo que quiso el rigor,
                tuvo en su mano el amor
                y echó su amor en el mar?
                Decir que te pude dar
                nota de infamia en tu fama
                es error; porque a quien ama
                todos airoso le ven,
                pues sólo está airoso quien
                está airoso con su dama.
DANTE:             En dos mitades partido
                siempre el corazón ha estado,
                de un desdén enamorado,
                de un amor agradecido;
                mas nunca --¡ay de mí!-- ha tenido
                las dudas en que hoy le ven
                los hados.  ¿Quién, cielos, quién
                me dirá, en tanto rigor,
                qué elija...?
MÚSICA:                       "Viva el amor."
DANTE:          ¿...qué escoja?
MÚSICA:                          "Viva el desdén."
IRENE:             Si es que a obligarme te mueves,
                ¿quieres templar mi fineza?
AMINTA:         ¿Quieres con una fineza
                pagarme lo que me debes?
DANTE:          Sí.
IRENE:             Pues, en discursos breves,
                dame la muerte.
DANTE:                           Eso no;
                que amor tu ira me debió.
AMINTA:         Dámela a mí, si a ella quieres.
DANTE:          Eso no; porque tú eres
                a quien se le debo yo.
IRENE:             Poco en mí vas a lograr.
AMINTA:         Nada en mí vas a perder.
IRENE:          Siempre te he de aborrecer.
AMINTA:         Nunca yo te he de olvidar.
IRENE:          Tu honor se ofende en dudar.
AMINTA:         En dudar tu amor también.
IRENE:          Muerte tus ansias me den.
AMINTA:         Muerte me dé tu rigor.
                Muera yo, y viva el amor.
IRENE:          Muera yo, y viva el desdén.
AMINTA e
IRENE:          "Y para que estén      
                cielo y tierra suspensos..."
AMINTA, IRENE y
MÚSICA:         "Resuélvete, y sea presto,
                para que el mar serene y calme el viento."

DANTE:             ¿A qué me he de resolver,          
                partido entre dos extremos,
                si la que más razón tiene,
                la que tiene más derecho,
                es la postrera que escucho
                y la primera que veo?
                ¿Puedo yo arrojar a Irene,
                que es la vida en quien aliento?
                No.  Perdona, Aminta hermosa.
                Mas no perdones tan presto;
                que, aunque resuelvo ser fino,
                ser ingrato no resuelvo.
                ¿Puedo yo arrojar a Aminta,
                a quien tantas ansias cuesto?
                No.  Perdona, Irene bella.
                Pero tú tampoco --¡ay cielos!--
                me perdones; que, por ser
                cortés, no he de ser sangriento.
                Perder a Irene es venganza;
                perder a Aminta es desprecio.
                Amor, desdén, de una vida
                os doled, dadme consejo.
MÚSICA:         "Resuélvete, y sea presto,
                para que el mar serene y calme el viento."
IRENE:          ¿Qué esperas, Dante?
AMINTA:                               ¿Qué aguardas?
IRENE:          Si estás notando...
AMINTA:                               ....estás viendo...
AMINTA e
IRENE:          ...que, porque una no se pierda,
                pierdes a las dos a un tiempo.
DANTE:          Pues, ya que he de resolverme,
                aquí piadoso, allí fiero,
                muera yo de enamorado
                y no viva de grosero.
                Perdóname, Irene; que antes
                es mi honor que mi tormento.
IRENE:          ¿Esto es lo que me has querido?

Llora
DANTE:          ¿Tú no me aconsejas esto?
IRENE:          Sí; pero hay consejos que
                no los dan los sentimientos
                para que se tomen; y una
                cosa es, contingente el riesgo,
                aconsejar yo, y es otra
                que tú tomes el consejo.
DANTE:          Ésta es la primera vez
                que vi terneza en tu pecho.
                ¿Llorar sabes?  Mucho sabes,
                pues lo guardaste a este tiempo.
                Perdona, Aminta, que llora 
                Irene.
AMINTA:               Yo te agradezco
                que, aun para matarme, vuelvas
                a mí.  Y pues no me arrepiento
                del consejo que te he dado,
                échame al mar; que más quiero
                morir alegre que ver
                a Irene triste, supuesto
                que tú has de sentir su llanto.
DANTE:          ¿Quién vio tan trocado afecto
                como ver, en un instante
                pasando de extremo a extremo,
                quien por mí riyó llorando,
                quien por mí lloró riyendo?
                Mucho supo la hermosura
                que supo llorar a tiempo,
                y aun la que supo reír,
                a fe que no supo menos.
                De amado y aborrecido
                las dos pasiones padezco.
                Aborrecido de muchas
                puedo ser, ¿quién duda?  Pero
                pocas hallaré que me amen.
                Y así al amor me resuelvo
                a coronar, no al desdén;
                y digan de mí los tiempos
                que falté a mi conveniencia,
                mas no a mi agradecimiento.
                Admite, pues, en tu espuma,
                o sacra deidad de Venus,
                la ingrata víctima humana
                de Irene; sepulte el centro
                en ella la ingratitud,
                porque no haya humano pecho
                que juzque a mejor vivir
                amando que aborreciendo.

Al ir a arrojarla, salen VENUS y DIANA en lo alto
VENUS:          ¡Oye!
DIANA:                ¡Aguarda!
VENUS:                         ¡Escucha!
DIANA:                                   ¡Espera!
DANTE:          ¿Qué quiere decirme el viento?
MÚSICA:         "¡Victoria por el amor!
                ¡Viva la deidad de Venus!"
VENUS:          Como no ha querido más
                de nuestra cuestión el duelo
                que llegar a la experiencia
                de si es el más noble afecto
                de una hermosura el amor,
                pues que es suyo el vencimiento.
                Y así, serenado el mar,
                vuelve al abrigo del puerto,
                donde mi oráculo ya
                ha prevenido el suceso,
                para que, en vez de castigo,
                el rey, al perdón atento,
                de Aminta esposo te haga
                festivos recibimientos,
                que ya desde aquí se escuchan,
                diciendo a voces el eco:
MÚSICA:         "¡Victoria por el amor!
                ¡Viva la deidad de Venus!"
DANTE:          Felice mil veces yo,
                que no solamente veo
                tranquilo el mar, de su espuma
                bellísima deidad, pero
                el mar de mis confusiones
                también tranquilo y sereno.
AMINTA:         La felicidad es mía.
IRENE:          Y mío sólo el tormento.
DANTE:          ¡A tierra, a tierra!  Y digamos
                todos con la voz a un tiempo:
MÚSICA:         "¡Victoria por el amor!
                ¡Viva la deidad de Venus!"

Ocúltase el bajel con los tres y descienden de lo alto VENUS y DIANA
DIANA:          Confieso que me has vencido;
                pero no, Venus, confieso
                de una errada elección
                la razón del vencimiento.
                Y para que no imagines
                que por desaire lo tengo,
                yo la primera he de ser
                que guíe de estos festejos,
                con que el rey recibe a Dante,
                la máscara que han dispuesto
                para las bodas de Aminta
                las damas, mientras prevengo
                otra experiencia, en que quede
                victoriosa.
VENUS:                      Yo te acepto
                la lisonja ahora, y después
                la competencia; y, supuesto
                que ayudar quieres, empieza
                con la música diciendo:

Salen dos damas con máscara y hachas, tómanlas también VENUS y DIANA, y mientras danzan y cantan la copla que se sigue, salen por una parte el REY, AURELIO, MALANDRÍN, LIDORO y LIBIO, y por otra IRENE, AMINTA Y DANTE
MÚSICA:            "¡Victoria por el amor!
                ¡Viva la deidad de Venus!
                Aves, fuentes, plantas, flores,
                decidme en los ecos de vuestros amores,
                para triunfar más segura
                una divina hermosura
                ¿qué afecto será mejor?
                Amor;
                pues él es el superior
                y el que al fin le está más bien.
                ¡Viva el amor y muera el desdén;
                muera el desdén y viva el amor!"

DANTE:             A tus plantas...
REY:                                 No me digas
                nada; ya de todo tengo
                noticia, favorecido
                del oráculo de Venus;
                y pues ella favorable
                te es, ya en mí es fuerza el serlo.
                A Aminta le da la mano.
AMINTA:         Logró mi fineza el cielo.
DANTE:          Dichoso yo.
MALANDRÍN:                ¿Que ésa es dicha?
                ¿Casar con quien quieres menos?
DANTE:          Sí; que para dama es buena,
                Malandrín, la que yo quiero;
                para esposa, la que a mí
                me quiere.

A IRENE
REY:                       Y tú, hermoso bello
                prodigio de ingratitud,
                con quien, prisionera, tengo
                la paz de Egnido segura,
                pues ves que de tus intentos
                las traiciones no consigues,
                y Lidoro, a mis pies puesto,
                impedido de la diosa,
                no pudo salir del puerto,
                A Aurelio le da la mano;
                que has de vivir en mi reino
                siempre prisionera.
IRENE:                             ¿A quien
                tuvo mi favor en menos
                que su fortuna he de dar
                la mano?  Pero ¿qué temo,
                si quien a desprecios mata,
                es bien que muera a desprecios?
LIDORO:         Malogré de mi intención
                y de mi amor el efecto.
DIANA:          Pues para que se prosigan
                las músicas y los versos,
                a que de embozo asistimos,
                a aplazarte otra lid vuelvo
                de ingratitud y de amor.
VENUS:          Venceréte también.  Pero
                ¿dónde ha de ser?
DIANA:                             En la Arcadia.
VENUS:          ¿Quién ha de ser el sujeto?
DIANA:          Amarilis, ninfa mía.
VENUS:          ¿Adónde?
DIANA:                     A este sitio mesmo.
VENUS:          ¿Juez?
DIANA:                 Este mismo auditorio.
VENUS:          ¿Pluma?
DIANA:                  La de tres ingenios.
VENUS:          Pues yo acepto el desafío,
                fïada en que también tengo
                en Arcadia un Pastor Fido
                que ha de dar nombre a ese ejemplo.
DIANA:          Pues en tanto que se llega
                de aquella experiencia el tiempo,
                pidamos perdón ahora,
                con la música diciendo:
MÚSICA:         "¡Victoria por el amor!
                ¡Viva la deidad de Venus!"

FIN DE LA JORNADA TERCERA

FIN DE LA COMEDIA



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