Amado y aborrecido
[Teatro - Texto completo.]
Pedro Calderón de la Barca
Personas que hablan en ella:
JORNADA PRIMERA
AURELIO: ¿Dónde queda el rey? DANTE: Detrás de esos ribazos le dejo, en el alcance empeñado de un jabalí, cuyo riesgo veloz Aminta su hermana sigue también. AURELIO: Según eso, ocasión será de que concluyamos nuestro duelo, con la novedad que está citado. DANTE: Para ese efecto esperando estaba a vista de este edificio soberbio. AURELIO: Pues llegad; solos estamos. DANTE: ¡Ah del soberano centro donde aprisionada vive toda la región del fuego! AURELIO: ¡Ah de la divina esfera del sol más hermoso y bello que, a pesar de opuestas nubes, abrasa con sus reflejos! DANTE: ¡Ah del alcázar de amor! AURELIO: ¡Ah del abismo de celos! DANTE: ¡Patria de la ingratitud! AURELIO: ¡Monarquía del desprecio! AURELIO y DANTE: ¡Ah de la torre! FLORA y NISE: ¿Quién llama... NISE: ...tan sin temor... FLORA: ...tan sin miedo a estos umbrales? DANTE: Decid a vuestro divino dueño... AURELIO: Decid a la soberana deidad de ese humano templo... DANTE: ...que a ese mirador se ponga. AURELIO: ...que salga a esa almena. IRENE: ¡Cielos! ¿Quién para tanta osadía ha tenido atrevimiento? ¿Quién aquí da voces? AURELIO y DANTE: Yo. IRENE: Ya con dos causas, no menos que antes extrañé el oíros, habré de extrañar el veros, no tanto porque del rey atropelléis los decretos, no tanto porque de mí aventuréis el respeto, rompiendo el coto a la línea de mi espíritu soberbio, cuanto porque acrisoléis la ingratitud de mi pecho, que a par de los dioses juzga lograr mármoles eternos. Si de por sí cada uno, aun en callados afectos que apenas a estos umbrales llegaron, cuando volvieron castigados y no oídos, examinó mis desprecios, ¿qué hará, unido de los dos, ahora el atrevimiento? ¿Qué pretendéis? ¿Qué intentáis? Y ¿con qué efecto, en efecto, llegáis aquí? ¿Para qué me dais voces? AURELIO y DANTE: Para esto. AURELIO: Que si de ambos ofendida estás, ambos pretendemos, con librarte de una ofensa, ganar un merecimiento. DANTE: Y porque de su valor quede el otro satisfecho, queremos que seas testigo tú misma de nuestro esfuerzo. AURELIO: Ya partido el sol está, pues el sol nos está viendo. DANTE: Yo, porque no esté partido, lidiaré por verle entero. IRENE: Tened, tened las espadas; templad los rayos de acero; mirad que aun el vencedor la esgrime contra sí mesmo, pues no es menor el peligro de vivir que quedar muerto. AURELIO: ¡Qué valor! DANTE: ¡Qué bizarría! IRENE: Llamad quien de tanto empeño el riesgo excuse. NISE: ¡Ah del monte! FLORA: ¡Cazadores y monteros del rey! VOZ: De la torre llaman. Acudid, acudid presto. AURELIO: ¡Que no acabe con tu vida! DANTE: ¡Que dures tanto! REY: ¿Qué es esto? AURELIO y DANTE: Nada, señor. IRENE: (Las almenas Aparte dejaré. Y pues al rey tengo tan cerca de mí, han de hablarle claros hoy mis sentimientos.) REY: ¿Qué es esto?, digo otra vez; y no ya porque pretendo que afectado el disimulo desvelar quiera el intento, sino porque ya empeñado estoy en que he de saberlo. ¿Qué es esto, Dante? DANTE: Señor, no lo sé. REY: ¿Qué es esto, Aurelio? AURELIO: Tampoco sabré decirlo. REY: ¡Oh, qué recato tan necio y tan fuera de que llegue a conseguirse! Y, supuesto que lo he de saber, mirad que casi toca el silencio en especie de traición. DANTE: A esa fuerza... AURELIO: A ese precepto... DANTE: ...la causa, señor... AURELIO: ...la causa... REY: Decid. DANTE: ...es amor. AURELIO: ...son celos. REY: Aunque celos y amor sea respuesta bastante, puesto que ellos son de acciones tales culpa disculpada, quiero más por extenso informarme de la causa porque, siendo, como sois, en paz y en guerra los dos polos de mi imperio, con quien igual he partido la gravedad de su peso, valeroso tú en las armas, político tú al gobierno, no es justo, habiendo llegado yo, dejar pendiente el duelo para otra ocasión; y así he de informarme, primero que le ajuste, de la causa que tenéis. DANTE: Yo fío de Aurelio tanto, señor --porque al fin, sobre ser quien es, le tengo por competidor y mal, sin ser noble, podía serlo--, que lo que él diga será la verdad; y así te ruego la oigas dél, pues cuando no estuviera satisfecho de su valor y su sangre, por no decirla yo, pienso que me dejara vencer, aun en lo dudoso, a precio de que mi voz no rompiera las cárceles del silencio. AURELIO: Cuando no me diera Dante licencia de hablar primero, la pidiera yo, porqué tan obediente al precepto de tu voz estoy que, al ver que tú gustas de saberlo, aunque es mi afecto tan noble como el suyo, hiciera menos en callarlo que en decirlo. Y es fácil el argumento, pues en materias de amor siempre calla un caballero y no siempre un rey pregunta. DANTE: Dices bien, y yo me alegro que en callar y hablar los dos tan de un parecer estemos que, hablando tú y yo callando, quedemos los dos bien puestos. AURELIO: Un día, señor... AMINTA: Hermano, ¿qué es la causa que te ha hecho dejar la caza y venir otra novedad siguiendo? REY: De Aurelio, Aminta, lo oirás, pues que llegas a buen tiempo. DANTE: (No llega sino a bien malo.) Aparte REY: Prosigue, pues. AURELIO: Oye atento. Un día, señor, que a caza saliste a este sitio ameno, y yo contigo, llamado de la ladra de sabuesos y ventores, que lidiaban con un jabalí en lo espeso del monte, di de los pies a un veloz caballo, a tiempo que impacientes dos lebreles, por llegar a socorrerlos, antes que de la traílla les diese suelta el montero, le arrastraban por las breñas, de suerte libres y presos que, con cadena y sin tino, iban atados y sueltos. Pasaron por donde estaba y, enredándose ligeros entre los pies del caballo, desatentado y soberbio con ellos lidió, hasta que, mal desenlazado de ellos, el eslabón a un collar rompió, y la obediencia al freno, tal que de una en otra peña, sin darse a partido al tiento de la rienda, disparó, hasta que, chocando ciego con lo espeso de unas jaras, perdió, con el contratiempo, tierra tan dichosamente que, él embazado y yo atento, desamparamos iguales yo la silla y él el dueño. Aquí, al cobrarle la rienda, se enarboló en dos pies puesto y, llevándome tras sí, partimos los elementos, pues el mar de mi sudor y de su cólera el fuego, dejándome con la tierra, le vieron ir con el viento. Solo y a pie en la espesura, ni bien vivo ni bien muerto, sin saber dónde, quedé. Preguntarásme a qué efecto, hablándome tú en mi amor, te respondo yo en mi riesgo. Pues escucha; que no acaso te he contado todo esto; porque, hallándome, según dirá después el suceso, dentro del vedado coto que tienes, gran señor, puesto a la libertad de Irene, fue justo decir primero la disculpa con que yo romperle pude, supuesto que fue por culpa de un bruto; que no pudieran con menos violento acaso quebrar mis lealtades tus preceptos. Solo y a pie, como he dicho, sin norte, sin guía, sin tiento, me hallé en la inculta maleza, las vagas huellas siguiendo de las fieras que, perdidas tal vez, tal cobradas, dieron conmigo en la verde margen de un cristalino arroyuelo que, del monte despeñado, descansaba en un pequeño remanso, y para correr paraba a tomar esfuerzo. ¡Oh cómo sin elección del humano entendimiento sabe mostrarse el peligro, sabe sucederse el riesgo! Dígalo yo; pues llevado de mí sin mí, discurriendo al arbitrio del destino --que homicida de sí mesmo, sin saber dónde guía, sabe dónde está el peligro, haciendo de las señas del escollo seguridades del puerto--, me vi, cuando juzgué a vista de los descansos, oyendo de no sé qué humana voz los mal distintos acentos, y tan lejos del alivio que, áspid engañoso el eco, en las lisonjas del aire escondía su veneno. Estaba en la verde esfera del más intrincado seno, tejido coro de ninfas como guardándole el sueño a una deidad, recostada en el apacible lecho que de flores, yerba y rosa estaba el aura mullendo. No te quiero encarecer su perfección; sólo quiero, para disculpa, que sepas que vi y amé tan a un tiempo que, entre dos cosas no pude distinguir cuál fue primero, pues juzgo que volví amando aun antes de llegar viendo. Apenas entre las ramas el templado ruido oyeron de las hojas que movía la inquietud de mi silencio cuando todas asustadas por las malezas huyeron del monte. Quise seguirlas, mas no pude; que, resuelto delante un guarda me puso el arcabuz en el pecho, diciéndome que me diese a prisión, por haber hecho contra las órdenes tuyas tan notable atrevimiento como haber roto la línea de aquese vedado cerco. Dije quién era y la causa, a cuya disculpa atento, disimulando conmigo, guïó mis pasos, diciendo lo que yo le dije a Dante después, de cuyo secreto vino a originarse en ambos la ocasión de nuestro duelo, que fue que aquel bello asombro, aquel hermoso portento, era Irene. REY: Calla, calla, no prosigas; que no quiero saber que traidor tu engaño adora lo que aborrezco. Mujer, enemiga mía, sangre aleve de quien... (Pero Aparte ¿a mí puede destemplarme tanto ningún sentimiento?) ¿Es ella, Dante, también la que tú adoras? DANTE: Supuesto que yo el secreto no he dicho, poco importa del secreto que diga la circunstancia. Sí, señor, pero advirtiendo... (Perdone Aminta.) Aparte AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte ¿Qué escucho?) DANTE: ...que fue primero... AMINTA: (¡Ah, ingrato amante!) Aparte DANTE: ...mi amor... REY: ¿Qué? DANTE: ...que tu aborrecimiento. REY: ¿Primero tu amor? Prosigue. ¿De qué suerte? DANTE: Escucha atento. Lo que por mayor supiste sabrás por menor; que temo, por obligar lo que adoro, enojar lo que aborrezco. AMINTA: (¡Oh, quiera Amor que yo pueda Aparte reprimir mis sentimientos!) DANTE: Lidógenes, rey de Egnido, tributario del imperio de Chipre, que largos años te deje gozar el cielo, en campaña contra ti puso sus armas, diciendo que no había de pagarte aquel heredado feudo que a tu corona tributan los avasallados reinos que el Archipiélago baña, porque el de Egnido era esento a causa de no sé qué mal honestados pretextos, que no me toca argüirlos, aunque me tocó vencerlos. Tú indignado preveniste tus armadas huestes, siendo yo su general, a quien honraron con este puesto siempre, señor, tus favores más que mis merecimientos. Con ellas, pues, salí en busca de tu enemigo; y, supuesto que sabes que le vencí, sólo en esta parte quiero, por lo que al suceso toca, eslabonar el suceso. Y así diré solamente que aquel día en que vi puesto de la fortuna al arbitrio todo el poder de tu imperio, fauto para mí e infausto fue, pues me vi a un mismo tiempo ser vencedor y vencido, cuando, en fuga el campo puesto de Lidógenes, que iba desbaratado y deshecho, entre el bélico aparato de tanto marcial estruendo, tanto militar asombro reconocí un caballero que a todos sobresalía por ser su arnés un espejo en quien se miraba el sol, que, blandiendo herrado el fresno, la sobrevista calada, en un bruto tan ligero que pareció que volaba con las plumas de su dueño, de las desmandadas tropas que iban por el campo huyendo el desorden reducía, valiente, animoso y diestro, solicitando rehacerlas para empeñarlas de nuevo, por ver si así mejoraba de fortuna en el reencuentro. Puse en él los ojos y él, adivinando mi intento, que a veces el corazón habla de parte de adentro, saliéndome al paso, hizo elección de mejor puesto, ocupando de un ribazo la loma, cuyo terreno, algo pendiente, le hacía ventajoso, donde habiendo proporcionado a su juicio la distancia del encuentro, pasó de la cuja al ristre la lanza con tal denuedo que, hecho a la mano el caballo, sin esperar el acuerdo de la espuela, para mí partió tan galán, tan diestro que diera miedo a cualquiera que hubiera de tener miedo. Yo, que sobre el mismo aviso estaba, habiendo primero reparado mi caballo, por ganarle algún aliento, al verle partir, partí tan igual con él que entiendo que, a haber medio entre los dos, el choque dijera el medio. Entre baberol y gola el asta me rompió, a tiempo que yo de la gola arriba la mía rompí, subiendo en átomos, no en astillas, tal altos entrambos fresnos que, de la región del aire pasándose a la del fuego, por encenderse, tardaron en caer o no cayeron. Mal afirmado en la silla quedó un rato porque, haciendo en las grabazones presa el trozo último del cuento se llevó con el penacho, falseando el tornillo al yelmo, la sobrevista tras sí, de manera que, volviendo a recobrarse en el torno, empuñanado el blanco acero, a buscarme y a buscarle, le vi el rostro descubierto, en cuya rara hermosura, en cuyo semblante bello suspendido y admirado, juzgué que, Adonis con celos de Marte, pretendía dar satisfacciones a Venus de que lo hermoso no sólo es en las cortes soberbio. Embistióme, pues, segunda vez, en cuyo trance creo que quedara victorioso, según yo estaba suspenso, si, tropezando el caballo --quizá fue en mi pensamiento, pues yo se le eché delante--, con él no diera en el suelo, de cuyo acaso gozando, me hallé vencedor en duelo tan dudoso que quedamos uno de otro prisionero, él de mi esfuerzo, mas yo de su hermosura y su esfuerzo. Retiráronle a mi tienda, y fui el alcance siguiendo hasta que, ya coronado de despojos y trofeos, canté la victoria, y más cuan[d]o, a mis reales volviendo, supe al entrar en mi tienda que el hermoso prisionero que en ella estaba era.. IRENE: Yo, que llegar, señor, no temo a tus pies, gozando de esta ocasión que hoy me da el cielo, porque sé que en tus enojos nada aventuro, supuesto que no aventuro la vida, porque es la que yo no tengo. Y así, pues he de morir sepultada en mi silencio, muera anegada en mi llanto, y débate por lo menos, en albricias de mi muerte, el estarme un rato atento. Hija soy de Lidógenes de Egnido isla del Archipiélago que, ufana, como ésta a Venus consagrada ha sido, aquélla consagrada fue a Dïana, de cuyo opuesto rito ha procedido entre las dos la enemistad tirana que las mantiene en iras y rencores, hija de olvidos una, otra de amores. A aquesta causa aborrecidos creo que siempre unos isleños de otros fuimos; y así no hay que buscarle nuevo empleo a nuestra enemistad, pues siempre vimos que, opuesto el culto, opuesto está el deseo; con que unos y otros al nacer hicimos callados homenajes en la cuna de aborrecer nuestra mejor fortuna. Este, pues, heredado horror, que vario el tiempo no borró de la memoria, engendró en nuestra gente el temerario pretexto de negarte aquella gloria de que su rey te fuese tributario; y aunque declare el cielo la victoria en tu favor, nos queda por consuelo creer que tuvo otro motivo el cielo. Pues no siempre sus orbes celestiales, no siempre sus luceros, sus estrellas, árbitros de los bienes y los males, lo mejor distribuyen que hay en ellas, porque importa tal vez que desiguales los dioses oigan mal nuestras querellas y, siendo su instrumento el enemigo, injusticia parezca el que es castigo. Y así, dejando aparte que tuviese otra razón mi padre, pues ninguna es mayor que pensar cuánto le pese ver mejorada en algo tu fortuna, voy --o ya fuese justa o no lo fuese la guerra-- a si hay alguna ley, alguna razón para que, siendo prisionera, en una torre emparedada muera. Si yo en los ejercicios de Diana, por ser a su deidad más parecida, tan altiva nací, viví tan vana que, siendo de las fieras homicida, quise llegar con ambición ufana, quise pasar con fama esclarecida a serlo de los hombres, porque vieras cuánto son para mí los hombres fieras --a cuyo efecto vine gobernando del ejército el trozo que postrero se puso en fuga, ¡ay infelice!, cuando contra mí el hado articuló severo la infausta voz que el enemigo bando victoria apellidó, y por eso infiero que rigor a rigor añadir miras, crüeldad a crüeldad, iras a iras--, ¿de cuándo acá en los reyes ha durado desde un día rencor para otro día? ¿De cuándo acá la indignación del hado, fiera al vencer, no es en venciendo pía? Si mi valor te puso en tal cuidado, mi valor es también el que debía ponerte en el de honrarme, pues ha sido gloria del vencedor la del vencido. Y ya que esta razón en ti no alcanza piedad, por tantas causas merecida, acaba de una vez con tu venganza; de una vez, no de tantas se despida, porque de aquestos pies, sin esperanza de mi muerte, no digo de mi vida, no me he de levantar, donde en despojos las lágrimas consagro de mis ojos. Y porque afable esa deidad humana responda al sacrificio que la adora, no soy de armadas huestes capitana, no infanta soy de Egnido vencedora, no soy sacerdotisa de Dïana, pues sólo soy una mujer que llora, tan modesta en pedir que aun de esta suerte no pido más de que me des la muerte. REY: Levanta, Irene, del suelo; y pues en público acusas mi majestad de tirana, para que serlo no arguyan, ni tú, ni cuantos oyeron las hermosas quejas tuyas, aunque lo sienta, he de darte en público la disculpa. El día que tuve aviso de aquella batalla, en cuya victoria estribó el honor de mi majestad augusta, hice sacrificio a Venus, cuya hermosa deidad suma, tutelar de Chipre, siempre velando está en guarda suya. Ella, al tiempo que sus aras religioso fuego ahuma, a mi culto agradecida, por su oráculo articula que vencerían mis armas, pero tan a costa suya que el mejor despojo de ellas sería... LIDORO: Asombros y furias nos combaten. UNO: ¡Iza! OTRO: ¡Amaina! OTRO: ¡Qué pena! OTRO: ¡Qué ansia! OTRO: ¡Qué angustia! LIDORO: ¡Piedad, dioses! TODOS: ¡Piedad, cielos! REY: Cuanto iba a decir pronuncia por mí el aire, pues en quejas la voz a mis labios hurta. IRENE: No, señor, en los acasos el constante varón funda agüeros; lamentos son, cuantos hoy tu acento usurpan, de un derrotado bajel que, sin norte y sin aguja, antes de tomar el puerto, está corriendo fortuna. AMINTA: Es verdad, pues, contrastado de dos violentas injurias, con los vientos y las ondas a brazo partido lucha. NISE: Ya de ambas sañas movido, no sabe a qué parte sulca. FLORA: Embates de mar y tierra le zozobran y le asustan. AURELIO: Y tanto que desbocado choca con las peñas duras. DANTE: En ellas cascado el pino, su todo en partes menudas desata, de suerte que ya el que fue bajel es tumba. LIDORO: ¡Piedad, Dïana! DIANA: A mí siempre me fue contraria la espuma, que es de la deidad de Venus primer patria y primer cuna. LIDORO: ¡Piedad, Venus! VENUS: No hay piedad con quien estos puertos busca, en sus entrañas trayendo tan grande traición oculta. TODOS: ¡Piedad, dioses! ¡Piedad, cielos! IRENE: ¡Qué pena! AMINTA: ¡Qué ansia! TODOS: ¡Qué angustia! REY: Esperad aquí las dos, siendo paréntesis una desdicha de otra, entre tanto que hoy el primero yo acuda a socorrer en la orilla los que náufragos fluctúan. DANTE: Ociosa piedad será, que, hidrópica la sañuda sed del mar, ni aun un fragmento arroja a tierra. AURELIO: En cerúleas bóvedas el mar dio a todos pira, monumento y urna. IRENE: Aunque la piedad, Aminta, no es prenda de la hermosura, puesto que en humano pecho nadie las vio vivir juntas, la de esta mísera ruina será bien que aquí reduzca a tus pies --bien que a pesar de mi altivez-- mi fortuna te suplica que intercedas con tu hermano que concluya con mi vida, dando fin a una prisión tan injusta. AMINTA: Los motivos de mi hermano, que estorbó esa desventura decir, hasta ahora nadie sabe, pero está segura que, si estuviera en mi mano tu libertad, es sin duda que desde un instante acá, según el verte me angustia, estuvieras ya, no digo, Irene, en la patria tuya, pero aun donde no pudieras volver a estas islas nunca. IRENE: De tu generosa sangre lo creo, y está segura tú también que, cuando no fuera felicidad suma la libertad, por no verme donde atrevido presuma Dante halagar con finezas los ceños de mis injurias, lo estimara. AMINTA: Según eso, ¿verte amada te disgusta de Dante? IRENE: Y tanto... AMINTA: (¡Alma, albricias!) Aparte IRENE: ...que el incendio de mi furia no ha de apagarse hasta que sea con la sangre suya. AMINTA: (Primero con su poder Aparte todo el cielo te destruya.) IRENE: ¿Qué dices? AMINTA: Nada. (¡Ay, amor, Aparte siempre mi pesar procuras, primero por si le amaba y agora porque le injuria!) REY: No se ha visto igual estrago; apenas la saña bruta de ese monstruo dio a la arena ni aun la seña más menuda de su naufragio. AMINTA: Pues ya que, como dices, es una pena paréntesis de otra, no venzan ambas y suplan noticias de la primera lástimas de la segunda. REY: Dices bien, y así mi voz en lo que empezó discurra, diciendo que al tiempo que religioso fuego ahuma --aquí quedamos-- las aras de Venus, su voz pronuncia que vencerían mis armas, pero tan a costa suya que trocaría el despojo en desdicha la ventura. Veniste tú prisionera y, viendo cuánto se aúnan vaticinios que amenazan ruinas, tragedias e injurias con bellezas que aun después de verse vencidas triunfan, hurtarte quise a los ojos de mis gentes. ¡Qué locura! ¡Buscar medios que embaracen donde hay estrellas que influyan! Dígalo el ver que, aun guardada en las entrañas incultas de estos montes, has podido dar principio a las futuras ansias que temí, poniendo en campal ardiente lucha los héroes que de mi imperio son las más fuertes colunas. Y pues infalible el hado ni se estorba ni se excusa, pues antes busca su efecto quien su impedimento busca, entre tu llanto y mi miedo partir pretendo la duda, y que ni libre ni presa quedes. IRENE: ¿De qué suerte? REY: Escucha, y escuchad todos. Irene, en cuya rara hermosura la de nuestra diosa Venus no quiere sufrir segunda, no ha de volver a su patria, pues su persona asegura la invasión de estos estados, siendo a la contraria furia de sus movimientos freno, y de su cerviz coyunda. Quedarse como se estaba, viendo que así no se excusan los riesgos, es miedo inútil. Si aun guardada nos perturba, darla libertad tampoco; pues será poner sin duda en su libertad al hado. A todo lo cual se junta a muerte estar condenados los dos. Pues haya una industria que disculpe mis crueldades y que repare las suyas. Esta ha de ser; que en mi estado tome estado, con que ajustan mis recelos que a su patria volverse no pueda nunca, siendo su alcaide su esposo; con que también se asegura que su sucesión vasalla la ley de mi imperio sufra. Y puesto que éste ha de ser uno de los dos, con cuya satisfacción el delito de romper esta clausura queda también honestado, cada uno consigo arguya quién querrá esposa con quien Venus desdichas le anuncia, el hado, ruinas, y todo el cielo penas y angustias; advirtiendo que ha de ser la primera a que se ajusta perder mi corte y mi gracia, pues lo que aborrezco busca, y sangre enemiga mía hacerla su esposa gusta. Y pues os doy a escoger, brevemente lo discurra vuestro amor, que habéis de darme respuesta luego, y presuma cualquiera que de esta ley, o sea justa o no sea justa, no será la culpa mía, puesto que es la elección suya. IRENE: Mira, señor, que sin mí esa nueva ley promulgas y, en vez de librarme, a más estrecha prisión me mudas. ¿Yo la mano...? REY: Esto ha de ser. AURELIO: Pues si eso ha de ser, escucha; que yo que pensar no tengo. Perdóneme una hermosura, porque no ha de ser mi amor árbitro de mi fortuna. AMINTA: Dante, en la elección que hicieres, mira bien lo que aventuras, que pierdes al rey y pierdes... pero prosíganlo mudas penas, que dichas son pocas y calladas serán muchas. IRENE: Dante, porque no por mí desperdicies tu ventura; la gracia del rey conserva, en ella tu aumento funda; que yo, que no he de pagarte rendidas finezas nunca con amor, con desengaños intento que uno a otro supla; porque desde el día que fuiste de mi tragedia importuna el principal instrumento, te aborrecí con tan suma aversión que, si me hicieses reina del mundo absoluta, antes de darte mi mano ni que llegara a ser tuya, volviera, no digo sólo a aquesa prisión inculta, pero a vivir desde luego las entrañas de una gruta, donde a este vivo cadáver sirviese de sepultura o la pira de ese monte o de ese risco la tumba. DANTE: ¡Ay, infelice! ¿Quién vio atropellarse tan juntas en dos iguales bellezas los favores y las furias, las finezas y las iras, las sañas y las blanduras, las lágrimas y las penas, las quejas y las injurias? MALANDRÍN: ¿Era hora, señor, de hallarte? ¿Dónde están los que te buscan? Que hasta uno o dos yo haré que no te ofendan; y es sin duda, pues, huyendo yo, tras mí irán, con que te aseguras de ellos, para que se vea que no hay pendencia ninguna donde no sirva de algo un camarada, aunque huya. ¿Qué pendencia ha sido ésta? ¡Ah, señor! DANTE: ¡Oh suerte dura! MALANDRÍN: ¡Y cómo que lo es, y está tu suerte en la mano tuya! ¡Oigan, qué sesgo se queda! ¿Quién vio suspensión tan muda? Vamos por estotra mano, por si es más quieta la zurda. ¡Ah, señor! DANTE: ¡Válgame el cielo, y qué crueldad tan injusta! MALANDRÍN: Por muy injusta que es, bastantemente se ajusta a cuánto es pedir de boca. DANTE: ¿Quién está aquí? MALANDRÍN: ¿Ahora lo dudas? Pues ¿no lo dudaras antes de las dos manifacturas? DANTE: ¿Qué manifacturas? MALANDRÍN: ¡Bueno! ¿Por tan liberal te juzgas que de lo que das te olvidas? DANTE: Deja, Malandrín, locuras; que no estoy de burlas. MALANDRÍN: Pues ¿quién está, señor, de burlas si ya no es que sean de manos, tan pesadas como tuyas? Pero ¿qué es esto? ¿Qué tienes? ¿Qué suspiras? ¿Qué murmuras entre ti? Dime tus penas. DANTE: ¡Ay, infeliz, que son muchas! MALANDRÍN: Pues no me las digas todas; que hartas habrá con algunas. DANTE: Aurelio, como a su amigo, fiándome la pena suya, me dijo que a Irene adora. MALANDRÍN: Pues ¿qué importa? DANTE: ¿Hay tal locura? MALANDRÍN: La locura es importar entre amigos. ¿Que se pudra un hombre de que otro quiera lo que él quiere? DANTE: Si no escuchas, no diré que de este acaso en nuevo duelo resulta reñir los dos, y que el rey a partido nos reduzca de que el que case con ella pierda... MALANDRÍN: ¿Qué? DANTE: ...la gracia suya. MALANDRÍN: Pues ¿hay más de no casarse? ¿Vale tanto una hermosura, señor, como una privanza? DANTE: Y aun es de tantas fortunas no la menor... MALANDRÍN: ¿Qué? DANTE: ... que Aminta generosamente acuda a vengar sus sentimientos. MALANDRÍN: Por cierto que tú te asustas de una cosa que no sé en qué discreción la fundas; pues cuando está más celosa es cuando está más segura una dama. ¿Por qué piensas que en este tiempo es cordura tener un hombre dos damas, sino porque, si la una falta, quede la otra que la cátedra sustituya? Y así soy de parecer que a Irene dejes y suplas a la una con la otra, y a la otra con la una. DANTE: Calla, loco, no prosigas; que el oírte me disgusta, cuando, al ver que una me obliga al paso que otra me injuria, temo que desesperado al mar me arrojen mis furias, donde en el último aliento digan lástimas tan justas... LIDORO: ¡Ay infelice de mí, contra cuya suerte dura todo el poder de los hados tiranamente se aúna! DANTE: Aguarda. ¿Qué voz es ésta? MALANDRÍN: Pues ¿a quién se lo preguntas? ¿Sélo yo? DANTE: A lo que se deja ver, entre ruinas caducas que el mar a la tierra arroja, de las ondas, con quien lucha, parece que un hombre escapa la vida casi difunta. LIDORO: ¡Si aun no estás vengada, Venus, de tu cólera sañuda, no me des puerto en la tierra, pero dame sepultura! MALANDRÍN: Lo de "morir a la orilla" se dijo por él sin duda. DANTE: Infelice peregrino del mar, si de tu fortuna la última línea no tocas, el perdido aliento ayuda, que otro infelice en sus brazos te recibe, porque acuda a quien fluctúa en el mar quien en la tierra fluctúa. LIDORO: Si vuestra piedad... No puedo proseguir; que la voz muda, dentro del pecho anegada, todos mis sentidos turba. ¡Ay infelice de mí! ¡Muerto soy! DANTE: ¡Qué desventura! ¿Si ha espirado? MALANDRÍN: No, señor, que aun agonizando pulsa. DANTE: Llévale a aquesa cercana población. MALANDRÍN: ¿Quién? DANTE: Tú; y procura que con algún beneficio los alientos restituya. MALANDRÍN: Juro a Baco que es el dios por quien los pícaros juran, que tal no lleve. ¡Por cierto, linda comisión! DANTE: ¿Qué dudas? MALANDRÍN: Andar con un muerto a cuestas por aquestas espesuras. DANTE: Llévale; que yo no puedo. MALANDRÍN: Ni yo tampoco. Sin duda, que a lo que infiero era... DANTE: ¿Qué? MALANDRÍN: Amante de sola una, porque es necio tan pesado que las costillas me abruma. DANTE: En efecto no hay desdicha de quien no es otra mayor consuelo. REY: ¡Dante! DANTE: ¿Señor? REY: ¿Has consultado, por dicha, la respuesta que has de dar? Que ya la de Aurelio sé. DANTE: Óigala yo, para que a ella responda. AURELIO: Que estar contra Irene conjurado el poder de las estrellas y que su destino en ellas infausto nos diga el hado no acobarda mi amor la resolución gallarda, porque sólo la acobarda perder la gracia y favor del rey, a quien, dando indicio de mis lealtades, rendida pongo a sus plantas mi vida en humano sacrificio que de ella hago a Irene bella; pues, muriendo de dolor, habrá cumplido mi amor con él, conmigo y con ella. DANTE: Pues yo, señor... AMINTA: (¡Ay de mí! Aparte ¡Con qué de temores lucho!) IRENE: (Dos veces muero, si escucho Aparte desaires de un no y un sí.) DANTE: Pues yo, señor, asentado que esto no toca en lealtad, supuesto que es voluntad tuya, digo que del hado las amenazas no temo; pues cuando precisas fueran, y no contingentes, vieran mis desdichas el extremo, con que el miedo les perdía; pues no es posible, señor, que haya desdicha mayor que no ser Irene mía. Y siendo así, me prefiero, tras el temor de los hados, a perder puestos y estados; porque, si hoy sin ella muero, todo se pierde al perdella; y quiero de aqueste modo, perdiéndolo en ella todo, perderlo todo y no a ella. Y así, a tus plantas rendido, la doy la mano. REY: Detente, loco, bárbaro, imprudente, necio y desagradecido; que, aunque licencia te di para que elección hicieras, viendo que preferir quieras tu amor a mi gracia así, tanto el desdén he sentido, puesto que no sea traición, que, en castigo de esa acción, no has de ser tú su marido; sin todo te has de quedar.-- Y en premio de que tú fueses quien más mi favor quisieses que no adquirir y lograr una hermosura, has de ser quien la merezca; de modo que venga a perderlo todo quien nada quiso perder.-- De mi corte desterrado al punto, Dante, saldrás, sin más honores, sin más hacienda ni más estado que la vida.-- Y para que sea el dolor más tirano, dale tú a Irene la mano delante de él; que yo haré ser tan dichoso con ella que desmienta mi favor el ceño de su rigor y el influjo de su estrella. Dale la mano. AURELIO: Hoy verás, Irene, que no temía tu suerte, sino la mía. IRENE: Espera; que aun falta más.-- Señor, aunque el hado impío a ti me tiene rendida, eres dueño de mi vida, pero no de mi albedrío. Y cuando su dueño fueras, que es lo que en ninguna acción aun los dioses no lo son, obligarme no pudieras a que le diera la mano a quien, sabiendo que es mía, lograrla no anteponía al mayor favor humano. A Dante no se la diera tampoco, aunque lo mandaras; porque cuantas luces claras contiene del sol la esfera no pudieran hacer, no, habiendo --¡ay infeliz!-- sido el que a tus pies me ha traído, que no le aborrezca yo. Con que hoy a morir me ofrezco, antes que darme al partido ni de uno que me ha ofendido, ni de otro a quien aborrezco. Y así, de ninguno yo he de ser; que, a ti rendida, podrás quitarme la vida, mas forzarme el alma no. Pues cuando no baste estar segunda vez sepultada, me has de ver desesperada echar de esa torre al mar. REY: ¡Oye, aguarda! --Ven conmigo, Aurelio; que hoy has de ser su esposo.-- Y tú agradecer puedes que templo el castigo de tu ingratitud villana. Y así, sin puesto ni estado, de mi vista desterrado parte al instante. AURELIO: ¡Qué ufana la Fortuna me previene dichas, pues por justa ley gozo la gracia del rey y la hermosura de Irene! AMINTA: ¡Dante! DANTE: (¡Sólo hoy a mi vida faltaba, desesperada, tras desprecios de una amada, quejas de una aborrecida!) AMINTA: Bien pensarás que quejosa me tiene tu libertad, Dante; pues sea o no verdad, no me he de vengar celosa de ti, ni de tus desvelos; que soy quien soy, para que mi sentimiento se dé al partido de los celos. Sin la gracia del rey vas de su corte desterrado, sin dama, hacienda ni estado. No sé quién lo sienta más. La dama no podré dalla, que no es mía; mas podré hacienda y estado, en fe de que tan noble se halla mi voluntad que ofendida aun sabrá volver por sí. Espérame, Dante, aquí; que para que de tu vida repares la ruina, es bien que yo --corrida lo digo-- parta mis joyas contigo. Llévete el cielo con bien, y dondequiera que fueres, sepa yo, Dante, de ti. DANTE: ¡Qué bien te vengas de mí! Mas eres al fin quien eres, y no te puedes negar la estimación que te debes. ¡Que digan que no hay aleves influjos para forzar un albedrío! Es quimera; porque ¿cómo puede ser que quiera yo no querer, y que quiera aunque no quiera, sin que aquel desdén mitigue este amor, y sin poder que éste me obligue a querer, ni aquél a olvidar me obligue? Miente el astro que ha influido tan varios efectos hoy que me hace, entre amor y olvido, feliz e infeliz, pues soy amado y aborrecido. FIN DE LA PRIMERA JORNADAJORNADA SEGUNDAMALANDRÍN: Será para mi señor vuestra salud linda nueva, según quedó lastimado de vuestra infeliz tragedia. Y así, a que me dé en albricias algún vestido que pueda suplir el que yo os he dado, a buscarle iré; pues cierta cosa será que uno y otro me lo estime y agradezca. Pues no dudo que, a no estar obligado a la asistencia del rey que, como ya os dije, anda a caza, él mismo fuera quien os trajera en sus brazos. LIDORO: Su vida el cielo y la vuestra guarde, para que la mía en igual fortuna pueda desempeñar generosa la obligación y la deuda. MALANDRÍN: ¿Cómo igual fortuna? Eso es lo mismo que se cuenta de un hombre que estaba malo; y, viendo la gran fineza con que le asistía un amigo, le dijo en voz lastimera: "Plegue a Dios que me veáis sano, amigo, y que yo os vea morir a vos, para que conozcáis de mi asistencia lo agradecido que estoy a la mucha piedad vuestra." Vos así... LIDORO: No la malicia apliquéis; que bien se deja ver adónde va a parar. Y, aunque es fácil la respuesta, con que no sólo en los mares corren los hombres tormenta, no la he de dar; mas supuesto que vais a buscarle, es fuerza acompañaros, porqué mi vida a sus pies ofrezca. MALANDRÍN: Pues venid conmigo. LIDORO: En tanto que damos con él, quisiera que me dijerais quién es, par que advertido sepa la estimación con que debo llegar a hablarle. MALANDRÍN: Bien se echa de ver que sois extranjero, pues no os han dicho las señas de su casa y su familia, que es... UNOS: ¡Qué desdicha! OTROS: ¡Qué pena! AMINTA: ¡Socorro, cielos, piedad! LIDORO: ¿Qué ruido y qué voz es ésta? MALANDRÍN: Un caballo que del monte desbocado se despeña con una mujer. LIDORO: ¿Qué aguarda el valor que en mí se engendra que no socorre su vida? Pues basta que mujer sea para que la suya un hombre aventure en su defensa. MALANDRÍN: ¡Qué veloz el extranjero por lo intrincado atraviesa del bosque para salirle al paso! ¡Qué airoso llega y, poniéndose delante con la espada, pasar deja al bruto a distancia que, cortándole entrambas piernas, convierte en fácil caída su desbocada violencia! ¡Famosa suerte! El caballo le den, pues le desjarreta. Ya en sus brazos la recibe. ¡Oh qué acción! ¡Que no supiera yo que hacerla no tenía más dificultad que hacerla! LIDORO: Perdonad, divino asombro, que a vuestra deidad me atreva; que no se aja en el peligro el respeto, ni se cuenta en número de dichoso el que es dichoso por fuerza; y alentad, que ya segura estáis. AMINTA: A tanta fineza deudora soy de la vida. LIDORO: Si errar vuestra voz pudiera, vuestra voz, señora, errara en reconocer la deuda, que no sois vos quien la debe. AMINTA: Pues ¿quién? LIDORO: Toda la luz bella del sol que, sin vos, estaba ya en vuestro desmayo muerta; y mal pudiera yo... REY: Aminta, mil veces en hora buena te hallen mi vista y mis brazos con la vida que desean. AMINTA: Para que a tus pies, señor, una y mil veces la ofrezca. REY: Retírate a aquesa torre; que, aunque es prisión de una fiera, el acaso nunca elige. AMINTA: No hay para qué; yo estoy buena. NISE: A todas nos da, señora, tu mano a besar. FLORA: Y sea tan dichosa la desdicha que, quebrando el ceño en ella de la fortuna, se quede en el amago suspensa. AMINTA: Dios os guarde; que a no ser por el brío o la destreza de ese joven que atajó del caballo la soberbia, a más pasara el peligro. MALANDRÍN: Guarde Dios a Vuestra Alteza, por las honras que me hace. REY: ¿Fuisteis vos? MALANDRÍN: No, mas pudiera haber sido. Y por sí o no, es justo que lo agradezca. Fuera de que si a priori el argumento se empieza, yo fui quien le dio la vida. REY: ¿Cómo? MALANDRÍN: Como llevé a cuestas a quien a ella se la dio, después que de la tormenta mi amo le entregó en mis brazos. Y es precisa consecuencia que él no diera vida a Aminta si yo a él no se la diera. Y así, si ella por él vive, por mí viven él y ella. REY: ¿Vos derrotado del mar salisteis a aquestas selvas? LIDORO: Sí, señor; que no hay desdicha que para dicha no venga. REY: ¿De dónde era aquella nave? LIDORO: (Desmentir de dónde es fuerza.) Aparte De Abido, que a Alejandría de Egipto pasaba, llena de riquezas y esperanzas. Mas ¿quién a agua y viento entrega a menos costa, señor, esperanzas y riquezas? Pues, de la náutica hablando, dijo un cuerdo que no era maravilla que los hombres en la mar hallasen senda, sino que osasen hallarla para no más que perderla. REY: Y ¿qué érades de la nave: mercader o patrón de ella? LIDORO: Ni uno ni otro; que lo más a que se extendió mi estrella fue, señor, a ser un pobre marinero; de manera que, con escapar la vida, escapé toda mi hacienda. REY: Poned los ojos en qué haceros mercedes pueda; que a más de la obligación vuestras fortunas me dejan compadecido. LIDORO: Tus plantas beso humilde, aunque por esta acción, para no pedir merced, me has de dar licencia. REY: ¿Por qué? LIDORO: Porque, si grosero la pongo, señor, en venta, será desairar la dicha de haber merecido hacerla. En otra ocasión podrás honrarme; que es acción necia que a vista de tal servicio pida el premio. MALANDRÍN: Pues lo yerras; que si en la ocasión un hombre que sirve no se aprovecha, en pasándose, maldito de Dios el que dél se acuerda. Y yo conozco a quien tiene muerto de hambre esta modestia. NISE: No es muy necio el extranjero. FLORA: Más que su voz dice muestra su traje y su estilo. MALANDRÍN: Ya querrán ustedes que sea algún príncipe encubierto que viene de lejas tierras, enamorado de alguna de ustedes; pues evidencia tengo de que es hombre ruin, de vil y baja ralea. NISE y FLORA: Y ¿qué es? MALANDRÍN: Que le viene bien el vestido que le presta un hombre de mi pretina, y no hay mayor experiencia de pobretón que ver que vestido de otro le venga. Sea chico o grande su talle, dél se ajusta de manera que con los gordos engorde, con los flacos enflaquezca, con los enanos enane y con los crecidos crezca. REY: Yo con este azar, Aminta, dejar la caza quisiera; si bien me embaraza Irene a hacer de este monte ausencia. AMINTA: ¿Por qué? REY: Porque, viendo ya frustrada la diligencia del cuidado que la asiste y pública la sospecha del hado que la amenaza, no es bien que libre ni presa quede, y más cuando segunda vez en la torre se encierra, a no casar en mi estado determinada y resuelta. Dime tú, ¿qué haré? AMINTA: Señor, no en un instante se aciertan motivos que traen consigo tantas razones opuestas. Y, pues que dar tiempo al tiempo fue siempre la acción más cuerda, para darle, me parece (¡Oh Amor, mi discurso alienta!) Aparte que estará mejor conmigo, puesto que, con mi asistencia tenerla a la vista es ni librarla ni prenderla. REY: Dices bien; y porque al fin favor mío no parezca, disponlo a tu gusto tú; que, para que mejor puedas, yo me adelanto a la quinta.-- Y tú, marinero, piensa en qué el servicio de hoy podrá tener recompensa. LIDORO: Yo gozaré de esa dicha cuando otra ocasión se ofrezca. REY: Pues yo te ofrezco la gracia que me pidieres. NISE: ¿Qué intentas llevando contigo a Irene? AMINTA: Nise, asegurarme de ella; pues dicen que hacen los celos menos mal desde más cerca. MALANDRÍN: Habéis de venir conmigo; que buscar a mi amo es fuerza. LIDORO: Claro está; pero un instante esperad. MALANDRÍN: ¿Qué hay que os detenga? LIDORO: Sucesos de mi fortuna. (Y es verdad, que, si no fueran Aparte ellos tales, no llegara con tanto temor a verla.) FLORA: ¿Y has de llegar a la torre? AMINTA: No; que temo que parezca poca autoridad o mucho deseo. Y así quisiera que alguno de parte mía la llamara. NISE: No hay quien pueda ir; que con el rey, señora, todos o los más se ausentan, creyendo que tú le sigues, y aquí solamente quedan el marinero y crïado de Dante. AMINTA: Nadie pudiera Más al propósito mío. ¿Traes, Flora, contigo aquellas joyas que te dije? FLORA: Sí. AMINTA: Pues con una diligencia dos cosas haré, que son que el uno vaya por ella y poder hablar al otro. ¡Hola! LIDORO y MALANDRÍN: ¿A quién llama tu alteza? AMINTA: A vos. Llegad a esa torre, y decid a una belleza infeliz, que en ella vive, que a la margen lisonjera de aqueste arroyo la aguardo, que con vos a verme venga. LIDORO: A servirte iré. (¡No vi Aparte más soberana belleza!) MALANDRÍN: ¡Cuerpo de Apolo! Pues ¿no estaba yo aquí, que fuera tan presto como él? ¿A mí tal desaire? Bien se echa de ver que no está mi dueño en tu gracia. AMINTA: Porque veas que antes ha sido favor, dale a Malandrín aquesas joyas, Flora. MALANDRÍN: ¡Plegue a Dios que vivas cuatro mil dueñas, unas sobre otras, y luego te den la supervivencia de otros cuatrocientos mil cuñados, suegros y suegras! Si bien para mí excusada estaba aquesta fineza, porque, con eso y sin eso, dijera lo que supiera de mi amo, desde el día que vino. AMINTA: Ya no desea mi cuidado saber más de lo que sé. MALANDRÍN: Pues ¿qué intentas? AMINTA: Que le digas que una dama, viendo que pobre se ausenta, tan en desgracia del rey, sin puesto, estado ni hacienda, este pequeño socorro ahora le envía; y que crea que, dondequiera que él fuere, tendrá su correspondencia. MALANDRÍN: Luego ¿no son para mí? NISE: ¿Para ti habían de ser, bestia? MALANDRÍN: Pues ¿para quién son las dichas, sino sólo para ellas? AMINTA: Búscale presto, y adiós; que no quiero, ya que llega el marinero a la torre, que con él Irene venga y te halle aquí. MALANDRÍN: Yo iré, pero a mi pesar, con tal nueva. AMINTA: ¿Por qué? MALANDRÍN: Porque no merece un ingrato estas finezas. AMINTA: ¿Ahora sabes que es lograrlas razón de no merecerlas? Venid conmigo [las] dos; hagamos tiempo por esta verde estancia. LIDORO: ¡Ah de la torre! CLORI: ¿Quién es quien llama a esta puerta? LIDORO: Decidle a una deidad que vive aquí que hay quien desea de parte de Aminta hablarla. IRENE: ¿A mí? LIDORO: A vos, si sois aquélla que aquí... (Mas ¿qué es lo que miro?) Aparte IRENE: (¡Cielos! ¿Qué ilusión es ésta?) Aparte LIDORO: (¿Si es fantasía del deseo?) Aparte IRENE: (¿Si es delirio de la idea?) Aparte LIDORO: ...infeliz vive. IRENE: Yo soy; que, si infeliz traéis por señas, mal podré yo desmentirlas; si bien más duda a ser llega traer vos recado de Aminta que no el enviaros ella. CLORI: ¿De qué turbada has quedado? LAURA: ¿De qué has quedado suspensa? IRENE: No sé...de oír de Aminta el nombre, y ver que de mí se acuerda; y así otra vez y otras mil es bien que a informarme vuelva. (Mejor a desengañarme Aparte diré.) Pues ¿qué es lo que intenta? LIDORO: Que vais a hablarla, que al margen de aquese arroyo os espera. Y no os admiréis de que yo con el aviso venga, puesto --¡ay de mí!-- que no es novedad tan grande ésta que no haya la fortuna, señora, podido hacerla. IRENE: No lo dudo; pero extraño que la dicha me suceda de que vos me dais aviso. LIDORO: Pues no lo extranéis, si es ésa la causa; porque no es dicha el venir yo que no tenga de desdicha mucha parte. IRENE: ¿Cómo? LIDORO: Como a esa ribera derrotado me echó el mar, sólo para que merezca serviros a vos y a Aminta. Y si es que tengo licencia, hablaré más claro. IRENE: No; que no hay nadie que no sea guarda mía. LIDORO: Pues dejemos esta plática suspensa para mejor ocasión. IRENE: El dejarla será fuerza, y más al ver que llegamos ya de Aminta a la presencia. AMINTA: Dame los brazos, Irene. IRENE: Admirada, Aminta bella, de que te acuerdes de mí, he extrañado de manera el favor, que aún hasta ahora estoy dudosa y suspensa sobre si le debo dar crédito a lo que me cuenta. AMINTA: Yo, Irene, siempre he estimado tu persona, y si pudiera decirte cuánto me tiene lastimada tus tragedias, te admiraras; pues sin duda es mucho lo que me cuestan de cuidado tus desdichas y de envidia tu belleza. Mas nunca tuve ocasión de mostrarlo; y porque veas, hoy que puedo, cuánto siento de tu prisión la extrañeza, quiero que a vivir, Irene, conmigo a la corte vengas; que, aunque mi hermano no dé para esta piedad licencia, yo la he de tomar. IRENE: Tu mano beso humilde, pero deja, si por mi bien solicitas esta mudanza, que muera en aquestas soledades antes que en la corte sea objeto de los agüeros del rey, y darme pretenda estado a que no me inclino; y más si es que, atento a aquella primera palabra suya, de ganarme el que le pierda, más desenojado vuelve a que Dante... AMINTA: Espera, espera; que yo te doy la palabra, cuando en eso a hablarte vuelva, de ser la primera yo que esto estorbe y que esto sienta. IRENE: Será la merced mayor que hacerme en tu vida puedas; pues de sólo ver que es él quien está al paso, quisiera que me dieras de volverme a aquella prisión licencia. AMINTA: (Él es el que al paso está. Aparte El alma al mirarle tiembla. Si es su homicida, ¿qué mucho que sangre la herida vierta?) Eso no; conmigo ven, y de sus enojos piensa que vas conmigo segura.-- A la gente que me espera manda llegar las carrozas a la falda de la cuesta. IRENE: Lidoro, a la corte voy; no de la vista me pierdas. LIDORO: Claro está que he de seguirte, pues sigo en ti de mi estrella el nuevo rumbo. DANTE: (¿Quién vio, Aparte en unida competencia, darse las manos jamás a su próspera y su adversa fortuna, y que a un mismo tiempo hoy en maridaje prenda la ingratitud y el amor?) AMINTA: ¡Dante! DANTE: ¿Qué manda tu alteza? AMINTA: Que os quedéis. DANTE: Ya sé, señora, que no es justo que se atreva quien de su destierro tiene intimada la sentencia a ver a persona real; mas como al destierro atiendas, es de la corte y, ya ausente el rey, no es la corte ésta. AMINTA: Es verdad; mas no es por eso mandaros que hagáis ausencia. DANTE: Pues ¿por qué? AMINTA: Porque va Irene conmigo, y pretendo hacerla este primero agasajo de que ni os hable ni os vea. Y así, yendo ella conmigo, no es bien que vais vos con ella. DANTE: ¡Qué bien dicen que el contagio, y no la salud, se pega! AMINTA: ¿Cómo? DANTE: Como Irene pudo pegarte a ti su extrañeza y tú no a ella tu agrado. IRENE: Ni todo el cielo pudiera; pues no podrá todo el cielo hacer que no os aborrezca. DANTE: Ni hacer que te olvide yo. [DIANA]: Ya de nuestra competencia está a la vista el examen. [VENUS]: Pues la primera experiencia, siendo en los montes, sea mía. DANTE: (¿Quién vio acciones tan opuestas Aparte y que ni amar ni olvidar un hombre a su gusto pueda? Pues se ha de olvidar y amar sólo al gusto de su estrella.) LIDORO: (¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas Aparte en un instante me cercan! Y sobre todo, con ser tantas hoy y tan diversas, ninguna se hace --¡ay de mí!-- más lugar en mí que aquella heredada y adquirida saña que mi pecho engendra contra Dante; pues él siempre es y ha sido en paz y en guerra el móvil de mis desdichas. Pues ¿qué aguarda, pues qué espera mi furor, cuando tan solo ha quedado en la aspereza de este monte? Empiece, pues, mi venganza, sin que sea infamia sobre seguro matarle; que no es bajeza en quien no viene a reñir, sino a matar, que lo emprenda como pudiere. MALANDRÍN: ¿Es, señor, hora de hallarte? LIDORO: (Suspensa, Aparte no sin nuevo asombro, el alma, atrás mis intentos vuelva.) DANTE: ¿Era hora de parecer tú? MALANDRÍN: Pues yo ¿por todas estas montañas he hecho otra cosa que buscarte? Y de eso sea buen testigo el camarada a quien tú sacaste a tierra, pues a no mal tiempo el cielo aquí le ha traído. --Llega, por tu vida; di a mi amo cuánto ha que andamos por esta soledad en busca suya. LIDORO: (Ya es otra confusión ésta.) Aparte ¿Dante es vuestro dueño? MALANDRÍN: Sí. Pues ¿qué maravilla es ésa? LIDORO: ¿Y es él quien me dio la vida? MALANDRÍN: Claro está. LIDORO: (Desdicha fiera, Aparte ¿adónde has de ir a parar, si a cada paso te aumentas?) El y yo os hemos buscado, señor, y así no os parezca culpa en él, ni en mí omisión llegar a las plantas vuestras tan tarde quien de su vida viene a conocer la deuda. DANTE: Alzad, y creed que a mí me doy yo la enhorabuena de vuestra salud, según llegó a lastimarme el verla tan postrada que me hubiese menester; porque no hay prueba de un infeliz como ver que de otro a valerse venga. Y ya que en tierra y en mar corremos los dos tormenta tan a un mismo tiempo, ved si la semejanza nuestra, condiscípulos del hado, algún cariño os engendra para seguir mi fortuna; que no quiero que se entienda que mis puertas cierro a quien el cielo arrojó a mis puertas. LIDORO: El os guarde por tan grandes mercedes y honras. (¡Que quieran Aparte los dioses que beneficios a mi enemigo agradezca!) Pero para no admitirlas os pido, señor, licencia, que yo he de seguir la corte; porque quizá tengo en ella pretensión que a vos... Mas nada os digo. (Calle la lengua Aparte hasta que hable el corazón con la voz de la experiencia.) Quedad con Dios. DANTE: El os guarde. ¿Has visto igual extrañeza de palabras y de acciones? Apenas formó su lengua razón con razón. MALANDRÍN: Pues agua había bebido. Aquí espera. DANTE: ¿Dónde vas? MALANDRÍN: Tras él. DANTE: ¿A qué? MALANDRÍN: A que el vestido me vuelva quien de desagradecido ha dado la primer muestra. DANTE: Déjale y vente conmigo a disponer cómo pueda salir de la corte, cuando sin puesto, estado ni hacienda de un instante a otro me veo. MALANDRÍN: Pues, di, señor, ¿qué me dieras por todas aquestas joyas? DANTE: Pues ¿quién...? MALANDRÍN: ¿Quién quieres que sea? Aminta. DANTE: No me lo digas; Deten, Malandrín, la lengua; que es cargarla de razón contra mí. Mas muestra, muestra; que no vienen a mal tiempo, si yo pudiese con ellas, sin que sepa que yo soy el dueño de la fineza, socorrer a Irene; que, fuera de su patria, es fuerza no tener, yendo a la corte, con que lucirse. MALANDRÍN: ¿Eso piensas ahora? Pues dime, ¿es bien que una lealtad agradezcas con un agravio, y que pagues con un favor una ofensa? ¿No basta que, siendo tú Dante, Irene te aborrezca, cosa tan nueva en los "dantes"; y que "tomante" te quiera Aminta, cosa también en los "tomantes" tan nueva, para que de agradecido y quejosa...? DANTE: Deja, deja de argüirme; que ya sé lo que yerra y lo que acierta mi destino, mas no puedo hacerle yo resistencia. Altas deidades, que ignoro si allá en la sagrada esfera tiene acaso mi fortuna superior correspondencia, declaraos, ¿a qué fin mis desdichas se conciertan? CORO 1: "A fin de que venza Amor." CORO 2: "A fin de que el desdén venza." DANTE: ¿Qué voces son las que el viento lisonjeramente lleva? MALANDRÍN: ¿Voces ahora se te antojan? DANTE: Oye, a ver si su respuesta acaso vuelve otra vez. ¿A qué fin, deidades bellas, en dos contrarios afectos mi ruina el hado concierta? CORO 1: "A fin de que venza Amor." CORO 2: "A fin de que el desdén venza." DANTE: ¿Y ahora no las oíste? MALANDRÍN: ¿He de oír lo que tú sueñas? DANTE: Aplica bien el oído. MALANDRÍN: Así aplicara mi hacienda. DANTE: ¿A qué fin, tercera vez vuelve a pregunta mi lengua, disponéis...? TODOS: ¡Guarda el león! UNO: ¡Al monte! OTRO: ¡Al valle! OTRO: ¡A la selva! MALANDRÍN: Aqueste es otro cantar que oigo bien. DANTE: ¿Qué voz es ésta? MALANDRÍN: ¿Qué ha de ser? Pese a mi alma, sino que el monte atraviesa un león como un león. DANTE: Aun la desdicha no es ésa, sino que Aminta e Irene Aun no han tomado --¡qué pena!-- la carroza y por el monte, bien que por contrarias sendas, desamparadas de todos, van huyendo. MALANDRÍN: ¡A Dios pluguiera fuera mujeriego el dicho león y, yéndose tras ellas, a nosotros nos dejara! DANTE: ¡Oh quién a un tiempo pudiera seguir a entrambas! MALANDRÍN: ¡Oh quién estuviera a dos mil leguas de cualquiera de las dos! AMINTA: ¿Nadie hay que me favorezca? DANTE: Aquélla es la voz de Aminta; fuerza es ir a socorrerla. IRENE: ¿No hay quien ampare mi vida? DANTE: La voz de Irene es aquélla; fuerza es que a ampararla vaya. AMINTA: ¡Piedad, cielos! DANTE: Pero vuelva adonde Aminta peligra; IRENE: ¡Dioses, piedad! DANTE: Pero atienda adonde peligra Irene. MALANDRÍN: No es mala fullería ésa de dudar, en ocasión que la duda al riesgo ofrezca. DANTE: Pues ¿qué he de hacer, si me llaman a un tiempo? MALANDRÍN: No responderlas, sino dudar, hasta ver cuál, más que a las dos, es fuerza amparar. DANTE: ¿A quién? MALANDRÍN: A mí, que te sirvo más que ellas. IRENE: ¡Piedad, cielos! AMINTA: ¡Favor, dioses! TODOS: ¡Al monte, al valle, a la selva! AMINTA: ¿En todas estas montañas no hay quien mi vida defienda? DANTE: Sí; que yo la mía, señora, perder sabré en tu defensa. IRENE: ¿No hay quien defienda mi vida? TODOS: ¡Al monte, al valle, a la selva! DANTE: Sí; que yo pondré la mía, primero que a ti te ofenda. TODOS: ¡Guarda el león! MALANDRÍN: Malo es esto; que --¡vive Dios!- que se acerca. AMINTA: Pues ¿qué es esto, Dante? ¿A mí en el peligro me dejas? DANTE: Dices bien; tuya es mi vida. IRENE: ¿Y de mí, Dante, te ausentas? DANTE: Dices bien; también es tuya, y ha de estar en tu defensa. AMINTA: ¿Así a mi obligación faltas? DANTE: Más te debo a ti que a ella, es verdad; pierda la vida, pero la fama no pierda. IRENE: ¿Lo que quieres desamparas? DANTE: También es verdad aquélla; piérdase todo, mas no lo que se quiere se pierda. AMINTA: ¿De mí huyes? DANTE: No; que contigo me has de hallar. IRENE: ¿De mí te alejas? DANTE: No; que contigo has de verme. MALANDRÍN: Si a propósito se hubiera buscado un león que diese lugar a su competencia, ¿se hubiera en el mundo hallado otro de tanta paciencia? Mas parece que lo oyó, que camina con más priesa hacia acá. AMINTA: ¿Qué determinas? IRENE: Di, ¿qué resuelves? MALANDRÍN: ¿Qué intentas? DANTE: Cumplir dos obligaciones, sin que amor ni desdén pueda decir que venció ninguno. AMINTA e IRENE: ¿Cómo? DANTE: De aquesta manera.-- Bruto rey de estas montañas, en mí tu saña ensangrienta; que yo hago en ti sacrificio de mi vida a dos bellezas; a ti, porque te la debo; a ti, porque me la debas. MALANDRÍN: ¡Por Dios, que se va al león, como si a un lobo se fuera! AMINTA: ¡Oye, espera, escucha, aguarda! IRENE: ¡Aguarda, oye, escucha, espera! AMINTA: Que yo, a riesgo de tu vida, te perdono la fineza. IRENE: Yo no; que sólo tu muerte será lo que te agradezca. MALANDRÍN: ¿No digo yo que el león es león hechizo? Apenas se puso mi amo delante cuando, tomando la vuelta, a él le deja, y hacia mí se viene. Usted se detenga, señor león; uñas tiene la dificultad, que empieza a argüir conmigo, y la arguye muy bien, aunque es una bestia. ¿Así a tu mejor cofrade, Baco, en el peligro dejas? Apenas le invoqué cuando, aunque brumado, me deja. Yo iré luego a darle gracias. VENUS: Nada dijo mi experiencia, Diana, pues quedan iguales amor y desdén en ella. Veamos qué dirá la tuya. DIANA: Pues atiende; que he de hacerla, si tú en tierra, yo en el aire. VENUS: ¿Cómo? DIANA: De aquesta manera. MALANDRÍN: ¡Esto solo me faltaba, que ahora un terremoto venga! El demonio me metió en andar por estas selvas. REY: ¿Qué nueva lid de elementos confunde los horizontes y, estremeciendo los montes, va desatando los vientos? AURELIO: De un instante a otro se mueve tan violenta que el mar sube a inquirir si es onda o nube la que brama o la que llueve. REY: Con mil pálidos desmayos, de asombros los aires llenos, nos están diciendo a truenos que presto vendrán los rayos. AURELIO: Dicha fue que de la quinta estemos tan cerca ya. REY: Y fuerza también será, pues he de esperar a Aminta, el pasar la noche en ella. AURELIO: Dices bien; pues no imagino que dé señas del camino la menos brillante estrella, según pálida la luna, que entre sombras se obscurece, de algún eclipse parece que está corriendo fortuna. REY: Qué arguya de esto no sé; y ¿sabes lo que he pensado de estas cóleras? Que el hado que influjo de Irene fue se ofende de que yo quiera sacarla de la prisión; y estas las premisas son de la ruina que me espera. AURELIO: No estos excesos, que son causa de naturaleza, hagan con tanta tristeza caso en tu imaginación. REY: No siempre lo que adivina humana ciencia es verdad, y no siempre una deidad lo infalible vaticina. AURELIO: Tú has hecho bien en sacalla de la prisión, pues así más lugar das; y si a mí, ya que en esto no se halla la majestad ofendida, me haces de su vida dueño, yo quiero oponerme al ceño que ha amenazado su vida. REY: Yo, Aurelio, no he de forzar las leyes de un albedrío, porque ese empeño no es mío. Lo más que te puedo dar es la esperanza de que solicite que sea tuya, antes que Dante me arguya, con que de mí le aparté ofendido, que un amor valga más que una privanza. AURELIO: ¡Vuelva a vivir mi esperanza otra vez! UNO: ¡Para! AMINTA: ¡Señor! REY: Seas, Aminta, bien venida. Con cuidado me ha tenido la tempestad. AMINTA: Aun no ha sido ése el riesgo de mi vida; que otro me dio que sentir más, pues... REY: Aguarda. ¿Quién viene, Aminta, contigo? AMINTA: Irene. REY: ¿Cómo, sin que yo a decir llegara que la trajeses? AMINTA: Como fío de tu amor que perdonarme, señor, mi atrevimiento pudieses. De su tristeza movida, de su hermosura obligada, de su... REY: No me digas nada. Pero ya que de su vida hacerte cargo has querido, considera, Aminta bella, que me has de dar cuenta de ella. Y tú mira cuál ha sido de tu presagio el rigor, y no me culpes a mí, pues cuando a tu prisión vi romper el margen, de horror vestida la soberana antorcha de Diana está. ¡Mira Venus lo que hará, si aun lo ha sentido Diana! IRENE: Ya veo que el infelice la culpa de todo tiene, aunque no la tenga. AMINTA: Irene, no, pues tu aflicción lo dice, llores siempre; que el llorar son armas de la belleza. IRENE: Si llorara la terneza, me pudieras consolar; mas cuando llora la ira, está de más el consuelo; que, aunque airado todo el cielo contra mi suerte se mira, no aquestas lágrimas son causadas de sus enojos, sino rayos que los ojos arrancan del corazón. AMINTA: Ya por lo menos vencida la primer dificultad, será paso a la piedad. IRENE: Tarde la espera mi vida, y si la verdad te digo, lo más que me aflige es... AMINTA: ¿Qué? IRENE: Que, en aquel riesgo en que fue cómplice el monte y testigo, no me arrojase a morir antes que a Dante llamase a que mi vida guardase. ¿Yo a Dante pude pedir amparo? ¿Yo a Dante que a socorrerme viniera? ¿Yo que me favoreciera? AMINTA: Contrario mi afecto fue; que, si en mi mano estuviera, de mi parte le pagara aquella fineza rara. (¡Oh si algún color hubiera Aparte de pedir al rey que atento...! Mas no sé cómo prosiga.) IRENE: Por mucho que tu voz diga, más dice tu sentimiento. LIDORO: Hermosísima deidad de Chipre, aunque nunca fue el repetir beneficios de constante pecho, bien tal vez se puede suplir esta culpa, si tal vez no es para darlos en cara y para lograrlas es. Y así, con este pretexto, me atrevo a echar a tus pies, pidíendote, hermosa Aminta, que intercedas con el rey, que de la palabra suya me cumpla aquella merced que me ofreció en la primera gracia que le pedí. AMINTA: ¿Qué es? LIDORO: Una libertad, señora. IRENE: (¿Qué es esto que llegué a ver? Aparte ¿Lidoro viene a pedir, con razones que no sé, al rey una libertad? La mía debe de ser.) LIDORO: Y tú aquesta pretensión hoy has de favorecer por quien eres, no por mí. AMINTA: Yo lo haré. Prosigue, pues. ¿Qué he de pedirle? LIDORO: El perdón es del destierro... AMINTA: ¿De quién? LIDORO: De Dante. AMINTA: ¿De Dante? LIDORO: Sí. IRENE: (¡Oh aleve, fiero y crüel! Aparte ¿El perdón de tu enemigo solicitas tú?) AMINTA: (Eso es Aparte pretender que yo te deba la vida segunda vez.) Esperad aquí; que yo vuestra pretensión diré a mi hermano, y plegue al cielo que la despache tan bien como deseo. (¡Ay, amor, Aparte sólo tú pudiste hacer que con tan buena ocasión pueda yo pedir por él.) IRENE: Cobarde, loco, atrevido, infiel a tu patria, infiel a tu sangre y a tu honor, a tu fama y a tu ley, ¿qué es lo que puede obligarte a ser tan traidor, a ser tan vil que de tu enemigo procedas amigo fiel? Cuando pensé que venías en el disfraz que te ves sólo a darle muerte y darme a mí libertad, ¿te ven mis ojos con tan trocados afectos que venga a ser su libertad la que pides y a mí la muerte me des? Pero si fue quien te puso en fuga aquel día cruel, tan infausto para mí y tan fausto para él, ¿qué mucho --¡ay de mí!--, qué mucho que el temor te dure y que le pagues ahora aquella puente de plata? LIDORO: Detén la voz, Irene; que ignoras muchas cosas, y no es justo que a cerrados ojos quieras penetrar y ver lo íntimo de un corazón, sin desplegarle el doblez. Y respondiendo al primero baldón, ¿quién ignora, quién, que no en manos del valor vinculado está el vencer? Que es muy dama la fortuna, y ha de suplirse el desdén. Vencióme, pero no huyendo, y quizá el no morir fue porque igual pesar no quiso que tuviera igual placer. A librarte disfrazado vine y a matarle a él, con una industria que el tiempo quizá te dirá después. A vista del puerto --¡ay triste!-- fortuna corrió el bajel, dando entre aquesos peñascos, cascado el pino, al través. La vida le debí a Dante, pues Dante en la playa fue quien me acogió y albergó, y pagarle ahora es bien un beneficio con otro por ponerme en paz con él, para que al primer rencor airoso pueda volver y darle la muerte. IRENE: Aguarda; que ahora me resta saber qué introducción con Aminta tienes hoy, para poder por medio suyo pedir aquese perdón al rey? LIDORO: Haberla dado la vida. IRENE: ¿Tú fuiste...? LIDORO: Sí; aunque no sé si se la di o la perdí; porque en llegándola a ver... Pero esto ahora no es del caso. IRENE: Oye, oye, que sí es. LIDORO: ¿Cómo así? IRENE: Como hidra nuestra fortuna debe de ser, que de una cerviz cortada nacen dos. LIDORO: ¿Por qué? IRENE: Porqué, cuando haces una hidalguía, Lidoro, a tu parecer, haces dos ruindades. LIDORO: ¿Cómo? IRENE: Como a ninguna está bien que a vista mía y de Aminta vuelva un alevoso a quien... LIDORO: Prosigue. IRENE: ...yo quiero mal y Aminta... LIDORO: Di. IRENE: ...quiere bien. LIDORO: Antes de nacer, amor, ya eres infeliz. Mas ¿qué me admiro, si todo tiene su estrella antes de nacer? ¡Oh nunca --ay de mí-- llegara, piadosamente cruel, a tomar tierra en los brazos de Dante, a tomar después cielo en los brazos de Aminta, pues sólo ha venido a ser el vivir para morir y para cegar el ver! AMINTA: Dame, marinero, albricias. LIDORO: ¿De qué, señora? AMINTA: De que el rey la gracia te ha hecho para que pueda volver Dante a palacio. LIDORO: (Desgracia Aparte hubieras dicho más bien.) AMINTA: Yo encarecí de mi parte, cuanto pude encarecer, tu pretensión como mía. LIDORO: Ya yo, señora, lo sé, pues me lo dice el efecto tan claro. AMINTA: Búscale, pues, y dile de parte mía que venga al punto... LIDORO: Sí haré. AMINTA: ... a ti y a mí agradecido, a besar la mano al rey. Mas no le digas que a mí, pues basta que a ti lo esté; que yo por ti y por mí solo lo hice, pero no por él. LIDORO: ¿Quién creerá que me haga mi tristeza hoy del agravio cargo de fineza, y que, cuando de amor rendido muero, de mi enemigo venga a ser tercero? Pero ¿qué temo, si enemigo digo? Pues todo cesa, siendo mi enemigo, supuesto que, en habiendo ya pagado el favor que le doy al que me ha dado, con él en paz en esta parte quedo, con que volver a mis rencores puedo. ¿Quién, cielos, para darle el aviso, supiera dónde hallarle, pues ha de resultar dar de una suerte esta mano el favor y ésta la muerte. DANTE: Esto ha de ser y, pues la noche obscura, vestida del color de mi ventura, tan triste, tan medrosa, tan lóbrega, confusa y temerosa baja que solamente la luz de los relámpagos consiente, bien puedo a sombra de ella, aunque estrella no hay, seguir mi estrella. Y así, mezclando el ánimo y el iedo, de aquesta quinta en el umbral me quedo, mientras tú entras a ver qué cuarto tiene en los acasos de esta noche Irene, por si yo puedo vella y despedirme con la vista de ella. MALANDRÍN: ¡Oh tú que criado fuiste a ser criado, Dios te libre de un amo enamorado! Yo entraré, pues tu amor a eso me obliga; pero mal haya yo, si se lo diga, aunque la vea patente. De aquella breve antorcha que arde enfrente entrar puedo guïado, tan alumbrado como deslumbrado. Mas por cumplir con él, a aquéste quiero preguntar. (¡Vive el sol, que el marinero Aparte es! Mejor que mejor.) Oídme, os ruego, ya que a tiempo de veros aquí llego, ¿qué cuarto es el de Irene? LIDORO: No sé, aunque a tiempo vuestra duda viene, que con otra pagárosla prevengo. ¿Dónde está vuestro amo, porque tengo que darle aviso de una dicha? MALANDRÍN: No será poco en su fortuna; y, aunque tema enojarle, si lo digo, lo he de decir, que en fin vos sois su amigo. Aquél es. LIDORO: (¡Qué mal finge mi cuidado!) Aparte Aunque el embozo os tenga recatado, perdonad; que una nueva de gusto da licencia a quien la lleva para entrarse (¡oh qué mal de fingir trato!) Aparte sin llamar por las puertas de un recato. Sabed que el perdón vuestro le he pedido al rey, que me le ha dado, habiendo sido de esta merced Aminta la tercera. Adiós; que el rey os llama, y ella espera. DANTE: ¡Oíd, escuchad! LIDORO: No puedo. DANTE: Ved que ofendido y obligado quedo. LIDORO: Pues hacedme merced, sólo esto os pido, de no estarme obligado ni ofendido, sabiendo, por si importa en algún día, que os pagué el beneficio que os debía. DANTE: ¿Has visto extremo igual? Siempre asustado, siempre confuso, siempre embelesado este hombre está. MALANDRÍN: Yo pienso que sería que aquel susto incapaz le dejaría, como suele el perdón al casi ahorcado. DANTE: No es la hidalguía que conmigo ha usado de hombre incapaz. MALANDRÍN: Luego ¿haslo tú creído? DANTE: Yo sí. MALANDRÍN: Yo no; y si ha sido engañosa quimera, vamos tras él. DANTE: En confusión tan fiera no sé lo que te diga; mucho a pensar y discurrir me obliga. MALANDRÍN: Pues ¿qué has de hacer? DANTE: No sé.--Deidades bellas, que el uso gobernáis de las estrellas, ¿qué queréis de una vida que, de tantos contrarios combatida, toda es delirios, toda es ilusiones, toda fantasma, toda confusiones? Mas ¡cielos! ¿qué ruido es éste? MALANDRÍN: ¿Qué ha de ser? ¡Pese a mi alma, que el cielo se viene abajo! DANTE: ¡Gran terremoto! MALANDRÍN: Ya escampa. UNOS: ¡Fuego, fuego! OTROS: ¡Agua, agua! MALANDRÍN: ¡Vino para el susto! DANTE: Espera, aguarda; que de tantos rayos uno en esa torre más alta ha dado, y entre humo y polvo de su fábrica gallarda la trabazón viene al suelo, con dos acciones tan varias que, al tiempo que cae con ruinas, en volcanes se levanta, siendo de un instante a otro pirámide el que fue alcázar. IRENE: ¡Que me abraso! AMINTA: ¡Que me ahogo! MALANDRÍN: Si se ahogan y se abrasan, mas que se abrasen y ahoguen. DANTE: Irene y Aminta llaman tan a un tiempo que no dejan ni aun aquella duda al alma de elegir. Pero ¿qué tiene que dudar por dónde vaya quien, con ir por donde pueda, habrá cumplido con ambas? AURELIO: Lo primero es, gran señor, guardar tu vida. REY: ¿Si llama Aminta, y está en el riesgo? AURELIO: Yo basto solo a librarla; no me estorbes. Mas ¿qué veo? A pesar de tantas llamas, un hombre al cuarto de Aminta entra despechado. DANTE: ¡Caigan sobre mí montes de fuego, que todos ellos no bastan a que no saque, a pesar de la ruina y de la llama, en mis brazos mi fortuna. REY: Hombre, ¿quién es a quien sacas? DANTE: A Irene, señor, y a Aminta; que entre las dos, cosa es clara, que no sacara a ninguna, si no las sacara a entrambas. Desmayadas las hallé, racionales salamandras de aquel fuego, y a despecho suyo, he podido librarlas. REY: ¡Dante! DANTE: ¿Gran señor? REY: Los brazos me da. DANTE: Y dame a mí las plantas; que, viniendo perdonado de ti... REY: No prosigas; basta que sepa que sólo tú hicieras acción tan alta. Ya libres las dos, a menos riesgo, mientras que restauran los alientos, acudamos al riesgo todos. AURELIO: (¡Contraria Aparte Fortuna, ¿siempre ha de ser mi competidor quien haga lo mejor?) MALANDRÍN: ¿No me dirás, señor, mientras que descansas, las músicas que se hicieron? DANTE: Como de lejos cantaban, porque sonasen mejor, huyeron, porque a su cuadra no llegó el fuego. MALANDRÍN: Me alegro de saberlo, y que no haya curioso que lo pregunte. Pero yo te doy palabra, si fuere algún día poeta, --¡no me dé Dios tal desgracia!-- hacer de ti una comedia, y tengo de intitularla "El leonicida de amor" y "El Eneas de su dama". DANTE: Desmayadas hermosuras, no le quitéis a mi fama el haber dado dos vidas. Volved a cobrar el alma. ¡Aminta! ¡Irene! ¡Señoras! AMINTA: ¡Ay de mí! IRENE: ¡El cielo me valga! AMINTA: ¿Dónde estoy? IRENE: ¿Quién está aquí? DANTE: Estáis donde aseguradas vivís del pasado riesgo. Y está aquí quien dél os guarda. IRENE: Luego ¿tú eres quien me libra? AMINTA: Luego ¿tú eres quien me ampara? DANTE: Sí; que si otra vez airoso estuve, dejando a entrambas, hoy, a entrambas acudiendo, lo estoy también, porque haya en iguales experiencias dos acciones tan contrarias como socorrer dos vidas del fin que las amenaza, con dejarlas una vez y otra vez con no dejarlas. IRENE: ¡Oh nunca yo te debiera fineza, Dante, tan rara! AMINTA: ¡Oh siempre estuviera yo debiéndote acción tan alta! IRENE: Yo lo digo porque sé que no tengo de pagarla. AMINTA: Yo, porque sé que la tengo de pagar con vida y alma. DANTE: ¡Oh nunca y oh siempre yo viva mezclando en mis ansias de amado y aborrecido las dos pasiones contrarias, hasta que declare el cielo quién mayor victoria alcanza: quien ama a quien le aborrece o aborrece a quien le ama! FIN DE LA SEGUNDA JORNADAJORNADA TERCERA
LIDORO: (¡Que nunca tenga ocasión Aparte mi venganza de lograrse!) DANTE: (¡Que nunca le deba darse Aparte a partido mi pasión!) LIDORO: (Mas cuando yo la tuviera, Aparte aun no sé si la lograra...) DANTE: (Pero cuando me llegara, Aparte aun no sé si la admitiera...) LIDORO: (...porque, si de mi venganza Aparte se me ha de seguir mi ausencia...) DANTE: (...porque, si de su violencia Aparte se alimenta mi esperanza...) LIDORO: (...¿cómo ausentarme podré Aparte sin llevar conmigo a Irene...?) DANTE: (...¿cómo sin Irene tiene Aparte tan vil afecto mi fe...?) LIDORO: (...¿y cómo podré vivir Aparte ausente de Aminta bella...?) DANTE: (...¿y cómo podrá mi estrella Aparte del amor de Aminta huir...?) LIDORO: (...¿y más cuando ya informado Aparte estoy que a Dante ha querido?) DANTE: (...¿y más cuando aborrecido Aparte lo siento menos que amado?) LIDORO: (Cuando más causa no hubiera, Aparte por mis celos le matara.) DANTE: (Cuando dos causas no hallara, Aparte con una sola muriera.) LIDORO: (Amor, celos y venganza Aparte de imposibles me mantienen.) DANTE: (¡En qué confusión me tienen Aparte amor, desdén y esperanza!) ¡Celio! LIDORO: ¿Señor? DANTE: A ventura tengo el hallaros aquí. LIDORO: Siempre será para mí la mejor y más segura el estar a vuestros pies. DANTE: Confieso que un forastero, a quien el hado severo a tierra arrojó, después que echó su hacienda en el mar, fuera de su patria y pobre, no hay razón que no le sobre para vivir con pesar. Pero, advirtiendo también que a quien la vida le queda no hay fortuna que no pueda vencer viviendo, y más quien tiene las partes que vos, siento veros afligido siempre y siempre suspendido. Habladme claro, por Dios, ¿qué habéis menester? ¿Queréis a vuestra patria volveros? Que embarcación y dineros todo de mí lo tendréis. ¿Queréis quedaros aquí? Pues sabed que en este día de ese puerto la alcaidía vacó y que me toca a mí su provisión, y he querido, pues hoy en mi cargo estoy por vos, que sepáis que os doy premisas de agradecido. Si la admitís, bien con ella lo podréis aquí pasar, y con tiempo al tiempo dar vado a vuestra injusta estrella. Advertid, si os está bien, que ando, cierto, deseoso de que viváis más gustoso de lo que parece. LIDORO: ¿Quién satisfaceros podrá ese afecto, esa merced, sino callando? DANTE: Creed que es cuidado el que me da vuestra persona. Y pasando al cargo, ¿qué respondéis? LIDORO: Digo, señor, que me hacéis notables favores cuando, siendo extranjero, fiáis de mí de la corte el puerto. Yo le acepto; y estad cierto de que servido seáis en él de la atención mía. (Bueno es darme la ocasión Aparte envuelta en la obligación.) MALANDRÍN: ¡Señor! DANTE: ¿Qué hay, loco? MALANDRÍN: ¡Gran día! DANTE: ¿Qué ha sucedido? MALANDRÍN: Sintiendo el rey la extraña tristeza que padece la belleza de su hermana, y pretendiendo aliviarla, ya has sabido las diligencias que ha hecho. Y, aunque no son de provecho las más de ellas, ha querido que aquesos jardines bellos sean teatros del día, y de música y poesía haya un gran festín en ellos. DANTE: ¿Y eso te alegra? MALANDRÍN: Pues ¿no? Si los premios han de dar las damas, ¿no he de lograr el mejor de todos yo? DANTE: ¿Por qué? MALANDRÍN: Porque, aunque discretas, nunca yerran su elección, y sabe su discreción que de todos los poetas ninguno de mejor gana las sirve. DANTE: ¿Es memorial? MALANDRÍN: Ya se ve, y más hoy, que quizá las he menester mañana. DANTE: Calla, loco.--Acudid vos por los despachos después; que ahora forzoso es asistir al rey. (Si en dos Aparte afectos mi vida tiene hoy lo que olvida y desea, ¿qué importa que a Aminta vea, a precio de ver a Irene?) LIDORO: (¿Quién --¡ay infeliz!-- creerá Aparte de mi confusa pasión que me quita la ocasión cuando la ocasión me da?) MALANDRÍN: ¿Por qué despachos habéis de acudir, Celio? LIDORO: Hame hecho, de mi lealtad satisfecho, del puerto alcaide. MALANDRÍN: Gocéis tan gran merced. ¡Que sea cierta cosa que, en siendo extranjero, ha de hallar uno portero, y puerto, portada y puerta! ¡Y que, habiéndome portado yo en mi porte bien, por cierto, no aporte a puerta ni a puerto que no le encuentre cerrado! Pero aquesto no es de aquí. Ya el rey a la alegre vista del jardín baja, con toda la gala y la bizarría de la corte. LIDORO: Retirado será forzoso que asista; que, aunque soy quien soy, no tengo lugar. DANTE: Deidades divinas, acabad de declararos por Irene o por Aminta. AURELIO: (Aquí está Dante. Perdí Aparte la esperanza que traía de lucir, porque me tiene siempre ganada la dicha.) REY: No hay cosa que no imaginen por ti las finezas mías, ni cosa que sienta tanto como tu melancolía. AMINTA: Ya, señor, con experiencias siempre amantes, siempre finas, sé que de galán y hermano te debo entrambas caricias. REY: ¿Es posible que no sepa yo lo que te da alegría? AMINTA: Nada, pues de mis pesares tus cariños no me alivian. IRENE: Desde que de aquella fiera y aquel incendio en un día padeció los sustos, no es mucho, señor, la aflija de ellos la memoria. AMINTA: Es verdad, que a los dos rendida, se apoderaron de suerte del corazón ambas iras que hasta ahora dudando estoy si fue muerte o si fue vida la que, crüel o piadoso, me dio el que de ellos me libra. REY: Dante, dueño de esa acción, lo dirá. DANTE: ¿Yo, qué hay que diga, sino que en doblados riesgos fueron dobladas las dichas? AMINTA: Ya sé que fueron dobladas, pues también a Irene obligan. IRENE: Eso es querer que a mi parte me muestre yo agradecida. AMINTA: No es, porque una dama, Irene, públicamente servida, como tú lo estás de Dante, [b]asta que el servicio admita sin que lo agradezca. AURELIO: (¡Cielos, Aparte muriéndome estoy de envidia!) LIDORO: (Sufra este desaire el alma, Aparte pues es fuerza quien soy finja.) REY: Ponga la música paz a vuestras cortesanías. CLORI: ¿Por qué tono empezaremos? FLORA: Sea el de aquella letrilla que, por grave o triste, suele ser de más agrado a Aminta. MÚSICA: "¿Cuál más infelice estado de amor y desdén ha sido; amar, siendo aborrecido, o aborrecer, siendo amado?" REY: La música da ocasión, pues que pregunta entendida para responder; y así volvamos todos a oírla. MÚSICA: "¿Cuál más infelice estado de amor y desdén ha sido; amar, siendo aborrecido, o aborrecer, siendo amado?" REY: Esperad; ¿qué salva es ésta? CRIADO: Un bajel, que a nuestra isla de paz llega a tomar puerto. REY: Pues salga quien le reciba, y sepa de dónde viene, qué gente y qué mercancía trae. DANTE: Id, Celio, pues os toca hacer de todo pesquisa. REY: ¿Por qué a Celio? DANTE: Porque yo, atento al favor de Aminta más que al mío, con licencia tuya, le di el alcaidía del puerto y su atarazana. REY: Ha sido elección muy digna. LIDORO: Beso tus pies. IRENE: (¿Quién creyera Aparte que a esto Lidoro venía?) AMINTA: Ésta es la primera acción que os debo de agradecida. REY: Id, pues, y con la respuesta volved; y en tanto repita la letra la duda, puesto que da ocasión a argüirla. MÚSICA: "¿Cuál más infeliz estado de amor y desdén ha sido, amar siendo aborrecido, o aborrecer siendo amado?" REY: Diga la primera Irene. IRENE: Aunque excusarme podía de cuestiones amorosas mi inclinación, más bien vista que del ocio de la paz del furor de la milicia, con todo eso la cuestión tanto se me facilita que me atrevo a entrar en ella; y digo que es la desdicha mayor, el más infeliz estado en su monarquía aborrecer siendo amado. REY: ¿Y tú qué dices, Aminta? AMINTA: Yo no sé de amor tampoco; pero, a saberlo, diría que amar siendo aborrecido es la mayor tiranía de sus imperios. REY: ¿Tú, Flora? FLORA: La opinión de Irene tira mi afecto al aborrecer. REY: ¿Nise? NISE: Al ser aborrecido. REY: ¿Tú, Laura? LAURA: Yo sigo a Irene. REY: ¿Tú, Clori? CLORI: Yo sigo a Aminta. MALANDRÍN: (¡Gran cosa es ser rey de Chipre! Aparte ¡Con qué llaneza platica las cosas de amor y celos, casero con su familia!) REY: ¿Y tú, Aurelio, qué eligieras? AURELIO: Siendo forzoso que elija, amar siendo aborrecido, dijo su alteza, y sería, sabiendo yo su opinión, poca atención no seguirla. REY: ¿Y tú, Dante? DANTE: En el ingenio nunca la atención peligra; y así, con aquesta salva, no importa que la otra siga; aborrecer siendo amado, no hay cosa que tanto aflija. MALANDRÍN: Pues a hombres de placer ningún lugar se les priva, esperad, que mi humor falta decir a lo que se inclina. Aborrecer siendo amado es una ruindad indigna; amar siendo aborrecido, grandísima bobería. Y así es mi opinión, guardando a toda dama justicia, que se aborrezca y se ame, tratándolas cada día, a la fea como a fea, y a la linda como a linda. AURELIO: ¡Quita, loco! DANTE: ¡Aparta, necio! REY: Para la cuestión repitan la copla toda, y estén los coros siempre a la mira, para que a las opiniones las glosas a un tiempo sigan. M&Uaccute;SICA: "¿Cuál más infeliz estado de amor y desdén ha sido, amar siendo aborrecido, o aborrecer siendo amado?" IRENE: Entre amar y aborrecer no hay comparado ejemplar, pues trae dentro de su ser, quien aborrece, al pesar; pero quien ama, al placer; luego, si el que ama está hallado, y el que aborrece penado, bien de ambos, no sólo infiero cuál sea el estado, pero cuál más infeliz estado. MÚSICA: "Desdichado del que aborrece, si infiero, no sólo a otro comparado, cuál sea el estado, pero cuál más infeliz estado." AMINTA: Quien, siendo amado, aborrece ya el ser amado le aplace; mas quien ama y no merece de amor la persona es que hace, del desdén la que padece; luego, si aquél ha tenido un mal, el aborrecido dos, pues sin despique siente, y maltratado igualmente de amor y desdén ha sido. MÚSICA: "¡Ay del perdido que sin dicha alguna siente verse postrado y rendido, y maltratado igualmente de amor y desdén ha sido!""Afligido viva entre desdén y amor el que aborrece querido, pues le estuviera mejor amar siendo aborrecido." AURELIO: Supuesto que el deber no es culpa, en que desmerece mi amor, y mi amor faltó, siéntalo quien lo padece, que no he de sentirlo yo; y pues es rigor del hado aborrecer obligado, digo que es mejor partido, entre amar aborrecido o aborrecer siendo amado. MÚSICA: "Culpe al hado quien infelice ha nacido y se ve en el peor estado entre amar aborrecido o aborrecer siendo amado." AMINTA: "¡Culpe al hado quien infelice ha nacido y se ve en el peor estado entre amar aborrecido o aborrecer siendo amado." REY: ¿Qué es esto, Aminta? AMINTA: No sé. En mis penas divertida, me arrebató un sentimiento, una pasión, una ira. Dejad, dejad las canciones; que si a divertirme miran, más me matan que divierten. REY: ¡Hermana! TODOS: ¡Señora! IRENE: ¡Aminta! AMINTA: Dejadme todos, dejadme; nadie --¡ay infeliz!-- me siga; mejor estoy a mi solas, pues mi mejor compañía sólo puede ser mi pena. REY: Seguidla todos, seguidla. ¿Qué mortal pasión, Irene, es ésta? IRENE: No sé qué diga, si no es que a quien está triste poco la música alivia, pues antes dicen que aumenta más la pasión. REY: Por su vida no sé, Irene, lo que diera. LIDORO: Bien puedo pedirte albricias. REY: ¿De qué? LIDORO: De que ese bajel, nao marchante de la India oriental, cargado viene de plata, oro y piedras ricas, a hacer empleo en los frutos que esta tierra fertilizan, con que ha de exceder tu reino a las comarcanas islas. REY: Yo las albricias te mando, que llega a ocasión que es dicha, pues puedo hacer, con su empleo, que a la de Egnido se siga la guerra; que he de morir o acabar de destruirla. LIDORO: (¡Qué al contrario ha de salirle Aparte el empleo que imagina!) AURELIO: Aunque de paso, no puedo dejar, Irene divina, de decir que mi esperanza aun vive. IRENE: Mucho me admira que aun para decirme eso al rey le perdáis de vista. Id tras él, que importa más que mi amor. AURELIO: Bien me castigas. IRENE: No mucho, pues que te dejo aquesa esperanza viva. (Allí Lidoro ha quedado. Aparte ¡Oh, si las ferias del día diesen ocasión de hablarle!) LIDORO: (Allí quedó Irene. Dicha Aparte fuera que hablarla pudiera, porque pudiera decirla de dónde la nao viene. MALANDRÍN: ¿Ves estas penas de Aminta? Pues tú, señor... DANTE: Ya lo sé, ya lo sé, no me lo digas; que pues nada me remedia, no es bien que todo me aflija. ¿Ves aquel afecto? ¿Ves aquella pasión que obliga a sentimiento a las piedras? Pues menos tras sí me tira que aquel helado desdén; tanto que, en una acción misma, quiero oír más aquí rigores que allí ponderar caricias-- Bellísima Irene, ¿cuándo, cuándo, apacible homicida, has de acabar de pagar con una muerte dos vidas? ¿Cuándo podrá el rendimiento de un triste...? IRENE: No, no prosigas; que para saber que nunca han de ser menos mis iras no es menester que me tome más tiempo en que te lo diga. DANTE: ¿Es posible que no puedan hallar tantas ansias mías lugar en tu pecho? IRENE: No. DANTE: Pues ¿qué haré yo en que te sirva? IRENE: Irte, sin decirme nada. MALANDRÍN: (¡Qué obediencia tan rendida! Aparte No hiciera un novicio más.) DANTE: ¡Celio! LIDORO: ¿Qué me mandas? DANTE: Mira, amigos somos los dos, tus fortunas me lastiman, lastímente mis fortunas. A esa fiera, a esa enemiga, a esa esfinge, a esa sirena, áspid de esta nueva Libia, ya que me cierra los labios, la dirás de parte mía que no me agradezca tanto el mirarse obedecida, a vista de su desdén, cuanto del amor de Aminta. MALANDRÍN: Y yo ¿puedo decir algo? IRENE: Menos vos; idos aprisa. MALANDRÍN: Decid a aquesa señora, Celio, tan desvanecida, que eso se merece quien en el bosque y en la quinta no la dejó en fiera y fuego ser vianda o ser ceniza. LIDORO: Grande dicha ha sido, Irene, que los cielos me permitan lugar de hablarte. IRENE: Mía es, si es que es de alguno, la dicha, para que pueda también en ti aprovechar mis iras. LIDORO: ¿Iras? IRENE: Sí. LIDORO: Pues ¿con qué causa conmigo también te indignas? IRENE: Dijísteme que a este puerto hecho mercader venías de joyas y de pinturas, unas bellas, si otras ricas, a fin de reconocer, siendo tú propio tu espía, el modo de mi prisión, para ver cómo podrías, con el valor o la industria, o conquistarla o abrirla. Añadiste a esto que a Dante, autor de nuestras desdichas, venías a dar la muerte. Dejo aparte aquella ruina del bajel, dejo que fuese él quien te ampare y te asista, dejo que le hayas pagado el favor con más altiva fineza, cuanto va a ser generosa una, otra pía; y voy a que, si ya en paz te han puesto sus hidalguías con él, y queda el rencor airoso, ¿cómo no aspiras a vengarte, cómo, en vez de darle muerte, te humillas a recibir beneficios? ¿Tú alcaide suyo? LIDORO: Oye, mira; que si el poco tiempo que hay en quejas le desperdicias, hará falta a lo que importa. Sabe, Irene, sabe, prima, que ese bajel que ha llegado es tu padre el que le envía. Por cabo dél viene Libio, con aquella intención misma que traje yo; que sabiendo mi pérdida, solicita el rey, que me juzga muerto, que otro en mi lugar te asista. Preñado caballo griego de máquinas exquisitas de fuego, es Etna del mar que, afectado por encima de la nieve del contrato, encubre dentro la mina que ha de reventar en Chipre pasmo, horror, asombro y grima, si ya no vence la industria antes que las armas. Mira ahora si te está mal que yo las llaves admita del puerto, y... AMINTA: Dejadme todos; no me siga nadie. LIDORO: Aminta viene allí. IRENE: No poder siento responder agradecida a la nueva y, pues el mar con los jardines confina del palacio, y tú en él tienes dominio, a que no resistan las guardas, aquesta noche en un esquife a su orilla ven; que yo te esperaré, como acaso divertida en ellos, donde tratemos, antes que de la conquista, de la fuga. Y sea la seña que te doy, porque podría ser que otras damas estén en los jardines... LIDORO: ¿Qué? Dila. IRENE: Porque sea más callada, y de la noche más vista, tener un lienzo en la mano; y así, la que a la marina más se acercare con él soy yo. LIDORO: Ya llega. IRENE: Imagina, atrevido forastero, que el no quitarte la vida por mis manos es porque no es tu bárbara osadía capaz de tan gran castigo, de tan noble muerte digna. AMINTA: ¿Qué es esto? IRENE: Nada, señora. AMINTA: Yo he de saber qué te obliga a dar esas voces. IRENE: Oye, si saberlo solicitas. Dile a quien tan atrevido ese recado me envía que procure su intención lograrla, mas no decirla; porque no la logrará, habiendo de ella noticia. AMINTA: Menos lo he entendido ahora. LIDORO: Pues no está obscura la cifra. Crïado de Dante soy, con sus favores me obliga a que de su parte a Irene --no sé dónde voy-- la diga que intención es al rey para su esposa pedirla, si ella da licencia. A que me respondió enfurecida que procure su intención lograrla, mas no decirla; porque no la logrará, habiendo de ella noticia. AMINTA: Dice bien, porque soy yo fiadora de que ofendida no ha de ser de esa violencia, cuando mi hermano la admita. Así lo decid a Dante, y añadid de parte mía que hace bien en pretender con otros medios, si mira cuán poco los rendimientos a un ingrato pecho obligan. LIDORO: Yo lo diré, aunque no sé, señora, cómo lo diga. AMINTA: ¿Por qué? LIDORO: Tampoco lo sé. AMINTA: Pues ¿vos me habláis con enigma? LIDORO: Si lo es mi vida, ¿qué mucho que de lo que es mío me sirva? AMINTA: No os entiendo. LIDORO: Yo tampoco. AMINTA: Hablad más claro. LIDORO: Otro día. AMINTA: ¿Por qué no ahora? LIDORO: Porque soy extraño en estas islas. AMINTA: ¿Para hablar importa? LIDORO: Sí. AMINTA: ¿Cómo? LIDORO: Como el fin peligra de quien ignorado habla; que la razón más bien dicha, por entendida que sea, se halla sin ser entendida. AMINTA: ¡Extraño estilo! No sé qué presume, qué imagina el corazón, que parece que con recelos me avisa que aqueste extranjero es, si atiendo a la bizarría de su acción primera, y luego a la de amistad tan fina, más de lo que dice. Pero que lo sea o no, ¿qué quita ni qué pone a mi dolor? DANTE: (Fuése Irene y quedó Aminta. Aparte Mas si ambas son mis estrellas, ¿qué me espanta, qué me admira que la feliz sea la errante y la no feliz la fija?) AMINTA: Dante, ¿cómo a este jardín, cuando ya la sombra pisa la falda a la luz, entráis? DANTE: Como la luz de tu vista desmiente tanto la noche que aun pienso que todo es día. AMINTA: Del academia debió de sobrar esa poesía, y como cosa sobrada la gastáis conmigo. DANTE: Indigna presunción de un rendimiento... AMINTA: ...que casarse solicita todavía con Irene, a cuyo efecto la envía a tomar de ella licencia, para que el rey se la pida. DANTE: Hartas causas de quejaros os han dado mis desdichas. ¿Para qué, si las hay ciertas, os valéis de las fingidas? Tal licencia no he pedido. AMINTA: Luego ¿causa hay que la finja entre Irene y Celio? DANTE: No os entiendo. AMINTA: No me admira; que yo tampoco me entiendo. Mas para cuando él os diga lo que yo le dije a él, ved que en confïanza mía está Irene, y que palabra la he dado de que yo impida que el rey sin gusto la case; y no juzguéis, por mi vida, --¡mal juramento!-- que son mis celos los que me obligan, sino la estimación vuestra; que es mi voluntad tan fina, tan hidalgo mi dolor, tan noble la pena mía, que, porque ella no os desprecie tan cara a cara a mi vista, quiero yo que de mejor aire su desdén se vista, y no obligue una violencia a lo que un amor no obliga. DANTE: Sin duda que convino a la gran providencia de los dioses hacer en mí experiencia de cuánto el alto Júpiter previno extender los imperios del destino, pues con aqueste amor presagios tales me hizo objeto de bienes y de males; sin que puedan jamás males ni bienes lograr favores ni decir desdenes. ¡Oh tú, estrella divina, oh tú, sagrada estrella, primavera que en campos del sol huella la esfera cristalina, en cuyo influjo Venus predomina! ¡Oh tú, trémula hermana del sol, oh imagen ya de la fortuna, que en el cóncavo espacio de tu luna incluyes soberana el no pisado alcázar de Dïana! Hoy con vuestras centellas, en quien el sol parece que ha quedado a pedazos quebrado, pues vuestras lumbres bellas nunca son más que un sol quebrado a estrellas; decidme cada una, o todas me decid, si a todas toca, ¿cuál es aquella --¡ay triste!-- que provoca, siempre infiel, siempre vil, siempre importuna, el ceño contra mí de mi fortuna? No quiero que enemiga deje de ser; no quiero que favorable contra el hado fiero se muestre; sólo quiero que me diga por qué un amor a aborrecer me obliga. ¿Por qué un desdén me obliga a que le adore? Mas ¡ay! que aun ella es fuerza que lo ignore; que aun a amantes querellas nunca razón han dado las estrellas. Salir del jardín quiero. ¿Qué es lo que miro? En otra duda muero, si no tan rigurosa, no ya menos penosa, si el riesgo en que me miro considero. ¡Ay de mí! El jardinero la puerta me ha cerrado; que, creyendo que nadie sin el día aquí estar osaría, su misma confianza le ha engañado; igual es el escándalo al cuidado. Si a propósito un hombre dispusiera esta ocasión, ¿pudiera llegar nunca a logralla? No; que sólo se halla lo más dificultoso a cada paso dispuesto en los descuidos de un acaso. Si llamo, inconveniente es; si no llamo...Pero allí anda gente, aun para discurrir tiempo me falta, y mi sombra --¡ay de mí!-- me sobresalta. Fuerza es que recatado espere a ver lo que dispuso el hado. IRENE: ¿A estas horas al jardín vuelves, Aminta? AMINTA: El silencio de la noche me convida, de las hojas y los vientos, a cuyo compás el mar, tranquilamente sereno, responde en blandos embates la media razón del eco. Parece que divertida a las lisonjas del fresco entre las flores y el agua me tienen mis sentimientos. IRENE: (¡Oh, plegue a Dios que Lidoro Aparte no venga --¡ay de mí!-- tan presto!) DANTE: (Aminta, Irene y las damas Aparte son. Recáteme el recelo de ser sentido, y que piensen que ha sido el acaso intento.) FLORA: Pues ya que de aqueste sitio te agrada el divertimiento, quieres que cantemos? AMINTA: No; que en la música no tengo alivio alguno; antes, Flora, de mi tristeza el extremo se aumenta con la dulzura de sus cláusulas. IRENE: Lo mesmo de las cláusulas del agua dicen los que ese secreto observaron; y así harás bien en retirarte presto, pues la experiencia es la misma. AMINTA: Yo por contraria la tengo, pues aquélla me entristece, y ésta me divierte. IRENE: (¡Cielos, Aparte sola esta noche la han dado el mar y el jardín contento!) NISE: Pues ya que aquí de la noche aliviada estás, ¿qué haremos para divertirte? AMINTA: Una cosa no más apetezco. FLORA: Di, ¿qué es? AMINTA: Que me dejéis sola; porque si llorar pretendo y suspirar, para el llanto y para el suspiro es cierto que el mar y el viento me bastan, pues son de mis sentimientos el mejor amigo el mar, la mejor lisonja el viento. IRENE: No quedas bien aquí sola. AMINTA: Nunca yo sola me quedo; mis penas quedan conmigo. IRENE: Yo a dejarte no me atrevo; (y es verdad, por no dejarte Aparte en las manos de mi riesgo) que sola, triste y de noche, es dar al dolor esfuerzo. AMINTA: Pues quédate tú conmigo. LAURA: Nosotras nos retiremos, ya que gusta de eso Aminta. DANTE: (Aminta e Irene --¡cielos!-- Aparte solas han quedado, y yo testigo de sus afectos.) AMINTA: Ya que has gustado quedarte conmigo, darte pretendo cuenta de mi mal; que, aunque tú no lo ignoras, sospecho que comunicado pueda aliviar mi sentimiento. IRENE: ¿Lloras? AMINTA: Sí, por que lo digan, Irene mía, primero mis lágrimas que mis voces. IRENE: Quita, por Dios, quita el lienzo de los ojos, ni en la mano le tengas por instrumento de esa flaqueza. (¡Ay de mí! Aparte Que si viniera a este tiempo Lidoro, y viera la seña, todo estaba descubierto.) AMINTA: No hay cosa, Irene, que más alivie a un rendido pecho que el llanto; y, pues has quedado a servirme de consuelo, no del consuelo me prives. Pero bien haces, si advierto que eres tú de mis pesares la causa... IRENE: Mucho lo siento; pero no sé en qué, porque, si es Dante acaso el objeto de tus tristezas, segura puedes de mí estar, supuesto que sabes que no le estimo. AMINTA: Y aun ése es mi sentimiento, ver que lo que estimo yo nadie trate con desprecio. ¿Hay quien merezca tu amor mejor que él? IRENE: Nunca vi celos que se abatiesen a ser... AMINTA: Irás a decir "terceros de su agravio." No lo digas; porque no lo son, supuesto que el sentir yo su desaire es nobleza de mi afecto. IRENE: Pues habrás de perdonarme, que, aunque lo sientas, no puedo dejar de decir que a Dante con vida y alma aborrezco. DANTE: (¿Que digan que mi albedrío Aparte es mío y usar dél puedo, cuando no puedo pagar este amor ni aquel desprecio?) AMINTA: No digo yo que le quieras, pero --¡ay de mí!-- que no tengo aliento para decirlo. IRENE: ¿Otra vez al llanto has vuelto? AMINTA: No, que nunca le he dejado. LIDORO: ¡Silencio, Libio! LIBIO: Al silencio de la noche se lo di; que yo piso con tal tiento que los pasos del valor parece que los da el miedo. LIDORO: Con el esquife a la orilla solo te queda, y los remos fuera del agua, porque no hagamos ruido con ellos, en tanto que yo por esta playa en los jardines entro, a ver qué dispone Irene, de quien ya la seña tengo. LIBIO: En la orilla, dado cabo a mi misma mano, espero, porque no pueda el esquife apartarse. LIDORO: Hacia allí veo dos bultos y, si diviso a los trémulos reflejos de la escasa luz la seña, Irene es, pues con el lienzo parece que está llamando. IRENE: (Que venga Lidoro temo, Aparte y con la seña se engañe.) LIDORO: ¿Qué, para llegar, recelo? Que el estar acompañada, puesto que la seña ha hecho, será de alguien que se fía.-- No dirás que tarde vengo; pero ¿qué mucho... AMINTA: ¡Ay de mí! IRENE: ¡Y de mí también! LIDORO: ...si el viento me trajo de mis suspiros? AMINTA: (¡Apenas a hablar acierto!) Aparte ¿Qué es esto, Irene? IRENE: Pues yo, señora, ¿qué sé? AMINTA: (¡El aliento Aparte me falta!) DANTE: (Un hombre salir Aparte del mar a la playa veo.) AMINTA: Hombre, ¿quién eres? ¿O cómo aquí has entrado? ¿Qué es esto? IRENE: (No sé cómo --¡ay de mí!-- pueda Aparte poner a este mal remedio.) LIDORO: ¿De qué, Irene, tan turbada me recibes, cuando llego llamado de ti? AMINTA: No soy Irene y, pues que ya advierto que hay aquí más intención, cobre mi desdicha aliento. Hombre, ¿quién eres? LIDORO: No sé. (¡Aminta es, viven los cielos, Aparte la que con la seña estaba!) DANTE: (A salir no me resuelvo, Aparte hasta averiguar mejor de todo el lance el empeño.) AMINTA: ¡Traición, traición! ¡Flora, Nise, Laura, Clori! IRENE: A tus acentos pon silencio, si no quieres perder la vida a este acero. -- Lidoro, ya declarados estamos y descubiertos. DANTE: (¿Lidoro dijo? ¿Qué escucho?) Aparte IRENE: No hay sino que el valor nuestro, a pesar de la fortuna, apele al último esfuerzo, y lo que ha de ser mañana, mejor será que sea luego. Y pues el esquife está en la playa, y en el puerto el bajel, no hay que esperar, sino dar la vela al viento. LIDORO: Dices bien; y porque nada los dos por hacer dejemos, Aminta ha de ir con nosotros. AMINTA: ¿No hay quien me socorra, cielos? DANTE: Sí; que aquí está quien defienda tantos traidores intentos. LIDORO: ¿De dónde, Dante, has salido a estorbar mi dicha? DANTE: El centro de la tierra me ha arrojado para ser castigo vuestro. LIBIO: Fiado el esquife a la arena, a hallarme a tu lado vengo. LIDORO: Entre tú e Irene, Libio, mientras yo el paso defiendo a Dante, llevad a Aminta al esquife. AMINTA: ¡Piedad, cielos! IRENE: Ven, ingrata; que has de ser mi prisionera otro tiempo. AMINTA: ¡Flora, Nise, Clori, Laura! IRENE: Pondréte en la boca el lienzo que te pusiste en los ojos; sirva de algo en mi provecho, pues tanto sirvió en mi daño. DANTE: Hoy verás, Lidoro o Celio, castigadas tus traiciones. IRENE y AMINTA: ¡Piedad, dioses! LIDORO: ¿Qué es aquello? LIBIO: Que el esquife, desasido del cabo que le di a tiento, se ha alejado de la orilla, e Irene y Aminta dentro solas, corriendo fortuna, fluctúan sin vela y remo. IRENE y AMINTA: ¡Socorro, dioses! UNOS: ¡Traición! OTROS: ¡Acudid, acudid presto! DANTE: ¿Cómo a socorrer sus vidas yo no me arrojo, supuesto que, donde ellas son lo más, todo lo demás es menos? No huyo de tu riesgo, pues voy a buscar mayor riesgo. LIBIO: Al mar se arroja. LIDORO: Tras él me echaré. LIBIO: Tente. REY: ¿Qué es esto? LIDORO: No lo sé, señor; que yo, al ruido también saliendo a correr las centinelas del balüarte del puerto, hasta aquí llegué, y lo más que haber terminado puedo es que Aminta, Irene y Dante en un esquife pequeño se han echado al mar. AURELIO: Yo de estas embarcaciones me atrevo a tomar una y seguirlos. LIDORO: Yo también haré lo mesmo. Ven, Libio; que si una vez el bajel cobro, y del puerto salgo, cobraré el esquife. REY: No en vano, no en vano, cielos, en sus estatuas me dijo el oráculo de Venus que vendría a ser Irene escándalo de mis reinos. Ya lo vi, pues que ya vi fieras, diluvios e incendios contra Aminta conjurados, y ahora los elementos; pues, embravecido el mar, reconociéndola dentro, el cielo a escalar se atreve, montes sobre montes puestos. ¿Qué es esto, hermosas deidades? ¿Hermosas luces, qué es esto? DIANA y VENUS: Nada las dos experiencias dijeron de tierra y fuego, y queremos ver si dicen más las del agua y del viento. REY: Ecos --¡ay cielo!-- en el aire oigo; y pues no los entiendo, los sacrificios alcancen qué quiere decirme el cielo; que pues nada la experiencia ha dicho de tierra y fuego, solicito que me diga más la del agua y del viento. IRENE: ¡Piedad, dioses soberanos! AMINTA: ¡Socorro, dioses inmensos! IRENE: ¡Que, embravecidos los aires... AMINTA: ¡Que, sañudo el mar soberbio... IRENE: ...de este mísero bajel... AMINTA: ...de este errado frágil leño... IRENE: ...la quilla toca a la arena! AMINTA: ...y la gavia al firmamento! DANTE: Sola esta vez vino bien encarecido el proverbio, puesto que por las dos anda el que anda el mar por los cielos. Ni por ti pude hacer más, Irene, ni por ti menos, Aminta, que despechado arrojarme a socorreros. Y pues al borde del barco llegué --¡ay infelice!-- a tiempo que, amotinadas las ondas, una es nube y otra es centro, ya que no puedo vencer, ya que contrastar no puedo ni los embates del mar ni las ráfagas del viento, con morir entre las dos habrá cumplido mi afecto. IRENE: Por más, Dante, que te mueva en mi favor ese aliento, y, a pesar de mis traiciones, tu fineza haga ese esfuerzo, no has de obligarme; y no tanto de esta tormenta me alegro porque amenaza mi vida, que más que a ti la aborrezco, cuanto porque sé que, ya que muero a su desdén, muero no dejándote a ti vivo. AMINTA: Yo, Dante, al contrario siento, pues el riesgo de mi vida ni le estimo ni le temo. ¡Pluguiera al cielo que en mí quebrara la suerte el ceño y vivieras tú, por quien gustosa mi vida ofrezco en humano sacrificio a la gran deidad de Venus. IRENE: Yo a la deidad de Diana, porque muramos a un tiempo, y sea el mar de mí y de Dante sacrílego monumento. AMINTA: ¡Piedad, dioses! IRENE: ¡Iras, dioses! AMINTA: ¡Piedad, cielos! IRENE: ¡Iras, cielos! DANTE: Iras pedís y piedades, y a ambas parece que oyeron dioses y cielos, pues, cuando brama el mar y gime el viento, dulces instrumentos suenan. ¿Quién vio en un instante mesmo cláusulas tan desiguales como dulzura y lamento? MÚSICA: "Dante, si quieres que el mar mitigue el furor soberbio, una de aquesas dos vidas has de arrojar a su centro. Resuélvete, y sea presto, para que el mar serene y calme el viento." DANTE: Voz que, entre tormenta y calma, oráculo eres tan nuevo que nunca se vio de dos contrariedades compuesto, si de humano sacrificio está Neptuno sediento, y ha de ser víctima humana su culto, la mía te ofrezco. Viva Irene y viva Aminta; muera yo, que librar pienso a la una porque me quiere, a la otra porque la quiero. MÚSICA: "Una ha de ser de las dos la que elijas, por decreto de los hados destinada." DANTE: ¿No hay remedio? MÚSICA: "No hay remedio. Resuélvete, y sea presto, para que el mar serene y calme el viento." DANTE: ¡Ay infelice de mí! ¡En qué confusión me veo, entre aquel desdén que adoro y aquel amor que aborrezco! IRENE: ¿En qué confusión te ves, si es tan fácil la elección, cuando de mi inclinación sabes el afecto? Y, pues tanto te aborrezco que es quererte dolor más fuerte que la muerte, dame muerte y cúmplase en mí el destino, porque no te quiero fino a trueco de no quererte. AMINTA: ¿En qué confusión estás, si la elección facilitas cuando ves que en mí te quitas lo que tú aborreces más? Dame a mí muerte y verás que, cuando me mates, trato quererte, sin que el contrato altere mi amor; pues fiel ¿qué hará en querete cruel la que te ha querido ingrato? DANTE: De dos afectos [no] infiero, cielo, cuál a cuál prefiere. Dar muerte a la que me quiere es un desaire grosero; pues dar muerte a la que quiero es un tirano rigor. ¿Qué harán mi amor y mi honor cuando en tal duda se ven? Dilo, amor. MÚSICA: Viva el desdén. DANTE: Dilo, honor. MÚSICA: Viva el amor. IRENE: Darme a mí la vida es tan baja y tan vil acción como ver la obligación al lado del interés. El tuyo es mi vida, pues la quieres y, siendo así, nada recibo de ti, aunque la vida reciba, pues el querer que yo viva no es hacer nada por mí. AMINTA: ¿Quién, cuando pudo obligar de lo que quiso el rigor, tuvo en su mano el amor y echó su amor en el mar? Decir que te pude dar nota de infamia en tu fama es error; porque a quien ama todos airoso le ven, pues sólo está airoso quien está airoso con su dama. DANTE: En dos mitades partido siempre el corazón ha estado, de un desdén enamorado, de un amor agradecido; mas nunca --¡ay de mí!-- ha tenido las dudas en que hoy le ven los hados. ¿Quién, cielos, quién me dirá, en tanto rigor, qué elija...? MÚSICA: "Viva el amor." DANTE: ¿...qué escoja? MÚSICA: "Viva el desdén." IRENE: Si es que a obligarme te mueves, ¿quieres templar mi fineza? AMINTA: ¿Quieres con una fineza pagarme lo que me debes? DANTE: Sí. IRENE: Pues, en discursos breves, dame la muerte. DANTE: Eso no; que amor tu ira me debió. AMINTA: Dámela a mí, si a ella quieres. DANTE: Eso no; porque tú eres a quien se le debo yo. IRENE: Poco en mí vas a lograr. AMINTA: Nada en mí vas a perder. IRENE: Siempre te he de aborrecer. AMINTA: Nunca yo te he de olvidar. IRENE: Tu honor se ofende en dudar. AMINTA: En dudar tu amor también. IRENE: Muerte tus ansias me den. AMINTA: Muerte me dé tu rigor. Muera yo, y viva el amor. IRENE: Muera yo, y viva el desdén. AMINTA e IRENE: "Y para que estén cielo y tierra suspensos..." AMINTA, IRENE y MÚSICA: "Resuélvete, y sea presto, para que el mar serene y calme el viento." DANTE: ¿A qué me he de resolver, partido entre dos extremos, si la que más razón tiene, la que tiene más derecho, es la postrera que escucho y la primera que veo? ¿Puedo yo arrojar a Irene, que es la vida en quien aliento? No. Perdona, Aminta hermosa. Mas no perdones tan presto; que, aunque resuelvo ser fino, ser ingrato no resuelvo. ¿Puedo yo arrojar a Aminta, a quien tantas ansias cuesto? No. Perdona, Irene bella. Pero tú tampoco --¡ay cielos!-- me perdones; que, por ser cortés, no he de ser sangriento. Perder a Irene es venganza; perder a Aminta es desprecio. Amor, desdén, de una vida os doled, dadme consejo. MÚSICA: "Resuélvete, y sea presto, para que el mar serene y calme el viento." IRENE: ¿Qué esperas, Dante? AMINTA: ¿Qué aguardas? IRENE: Si estás notando... AMINTA: ....estás viendo... AMINTA e IRENE: ...que, porque una no se pierda, pierdes a las dos a un tiempo. DANTE: Pues, ya que he de resolverme, aquí piadoso, allí fiero, muera yo de enamorado y no viva de grosero. Perdóname, Irene; que antes es mi honor que mi tormento. IRENE: ¿Esto es lo que me has querido? DANTE: ¿Tú no me aconsejas esto? IRENE: Sí; pero hay consejos que no los dan los sentimientos para que se tomen; y una cosa es, contingente el riesgo, aconsejar yo, y es otra que tú tomes el consejo. DANTE: Ésta es la primera vez que vi terneza en tu pecho. ¿Llorar sabes? Mucho sabes, pues lo guardaste a este tiempo. Perdona, Aminta, que llora Irene. AMINTA: Yo te agradezco que, aun para matarme, vuelvas a mí. Y pues no me arrepiento del consejo que te he dado, échame al mar; que más quiero morir alegre que ver a Irene triste, supuesto que tú has de sentir su llanto. DANTE: ¿Quién vio tan trocado afecto como ver, en un instante pasando de extremo a extremo, quien por mí riyó llorando, quien por mí lloró riyendo? Mucho supo la hermosura que supo llorar a tiempo, y aun la que supo reír, a fe que no supo menos. De amado y aborrecido las dos pasiones padezco. Aborrecido de muchas puedo ser, ¿quién duda? Pero pocas hallaré que me amen. Y así al amor me resuelvo a coronar, no al desdén; y digan de mí los tiempos que falté a mi conveniencia, mas no a mi agradecimiento. Admite, pues, en tu espuma, o sacra deidad de Venus, la ingrata víctima humana de Irene; sepulte el centro en ella la ingratitud, porque no haya humano pecho que juzque a mejor vivir amando que aborreciendo. VENUS: ¡Oye! DIANA: ¡Aguarda! VENUS: ¡Escucha! DIANA: ¡Espera! DANTE: ¿Qué quiere decirme el viento? MÚSICA: "¡Victoria por el amor! ¡Viva la deidad de Venus!" VENUS: Como no ha querido más de nuestra cuestión el duelo que llegar a la experiencia de si es el más noble afecto de una hermosura el amor, pues que es suyo el vencimiento. Y así, serenado el mar, vuelve al abrigo del puerto, donde mi oráculo ya ha prevenido el suceso, para que, en vez de castigo, el rey, al perdón atento, de Aminta esposo te haga festivos recibimientos, que ya desde aquí se escuchan, diciendo a voces el eco: MÚSICA: "¡Victoria por el amor! ¡Viva la deidad de Venus!" DANTE: Felice mil veces yo, que no solamente veo tranquilo el mar, de su espuma bellísima deidad, pero el mar de mis confusiones también tranquilo y sereno. AMINTA: La felicidad es mía. IRENE: Y mío sólo el tormento. DANTE: ¡A tierra, a tierra! Y digamos todos con la voz a un tiempo: MÚSICA: "¡Victoria por el amor! ¡Viva la deidad de Venus!" DIANA: Confieso que me has vencido; pero no, Venus, confieso de una errada elección la razón del vencimiento. Y para que no imagines que por desaire lo tengo, yo la primera he de ser que guíe de estos festejos, con que el rey recibe a Dante, la máscara que han dispuesto para las bodas de Aminta las damas, mientras prevengo otra experiencia, en que quede victoriosa. VENUS: Yo te acepto la lisonja ahora, y después la competencia; y, supuesto que ayudar quieres, empieza con la música diciendo: MÚSICA: "¡Victoria por el amor! ¡Viva la deidad de Venus! Aves, fuentes, plantas, flores, decidme en los ecos de vuestros amores, para triunfar más segura una divina hermosura ¿qué afecto será mejor? Amor; pues él es el superior y el que al fin le está más bien. ¡Viva el amor y muera el desdén; muera el desdén y viva el amor!" DANTE: A tus plantas... REY: No me digas nada; ya de todo tengo noticia, favorecido del oráculo de Venus; y pues ella favorable te es, ya en mí es fuerza el serlo. A Aminta le da la mano. AMINTA: Logró mi fineza el cielo. DANTE: Dichoso yo. MALANDRÍN: ¿Que ésa es dicha? ¿Casar con quien quieres menos? DANTE: Sí; que para dama es buena, Malandrín, la que yo quiero; para esposa, la que a mí me quiere. REY: Y tú, hermoso bello prodigio de ingratitud, con quien, prisionera, tengo la paz de Egnido segura, pues ves que de tus intentos las traiciones no consigues, y Lidoro, a mis pies puesto, impedido de la diosa, no pudo salir del puerto, A Aurelio le da la mano; que has de vivir en mi reino siempre prisionera. IRENE: ¿A quien tuvo mi favor en menos que su fortuna he de dar la mano? Pero ¿qué temo, si quien a desprecios mata, es bien que muera a desprecios? LIDORO: Malogré de mi intención y de mi amor el efecto. DIANA: Pues para que se prosigan las músicas y los versos, a que de embozo asistimos, a aplazarte otra lid vuelvo de ingratitud y de amor. VENUS: Venceréte también. Pero ¿dónde ha de ser? DIANA: En la Arcadia. VENUS: ¿Quién ha de ser el sujeto? DIANA: Amarilis, ninfa mía. VENUS: ¿Adónde? DIANA: A este sitio mesmo. VENUS: ¿Juez? DIANA: Este mismo auditorio. VENUS: ¿Pluma? DIANA: La de tres ingenios. VENUS: Pues yo acepto el desafío, fïada en que también tengo en Arcadia un Pastor Fido que ha de dar nombre a ese ejemplo. DIANA: Pues en tanto que se llega de aquella experiencia el tiempo, pidamos perdón ahora, con la música diciendo: MÚSICA: "¡Victoria por el amor! ¡Viva la deidad de Venus!" FIN DE LA JORNADA TERCERAFIN DE LA COMEDIA |