Amar por señas
[Teatro - Texto completo.]
Tirso de Molina
Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
MONTOYA: Echéle las maneotas, colgué el freno del arzón, maleta y caparazón, de la color de tus botas, yacen --parece epitafio-- entre juncia, espliego y grama, porque te ministren cama; mas yo debo ser un zafio, un... GABRIEL: Empieza ya. MONTOYA: ... un pollino, una mula de alquiler, pues no merezco saber la causa de este camino. ¿Qué mosca te dio? No ha una hora que con la cara serena triunfando te vi en Lorena; ¿de qué es la murria de agora? Danzaste a satisfacción de todo el salón ducal antenoche, sin igual Adonis de tal salón. Cinco premios de la justa esta tarde te has mamado, de monsiures envidiado porque tu cólera adusta dio con tres patas arriba, que del campo sastres fueron, pues que la arena midieron. ¿Qué belleza, por esquiva, soberbia, qué generosa presunción, qué tiranía de voluntades te vía, que con cara cosquillosa no te echase bendiciones, si siempre que las mirabas desde la tela agarrabas sus almas por los balcones? ¿Hubo favor de importancia que el de Orliens no te haya hecho, de tu valor satisfecho, hermano del rey de Francia, y tan tratable contigo que, desde que nos sacó de España, te sublimó a la igualdad de un amigo? ¿Dónde vas, si no has sacado monja o doncella, no has muerto, no herido, no has encubierto ladrones, no te han hallado moneda falsa, no joya contrahecha, no papel de conjuración infiel, no resistencia? GABRIEL: Montoya, ya sabes mi condición: servir y callar. MONTOYA: Apelo sola esta vez. GABRIEL: ¿Cuándo suelo tener yo satisfacción de ti ni de otro criado? ¿Comunico yo secretos contigo? MONTOYA: Muchos discretos a sus ministros han dado cuenta de cosas más graves, cuyo consejo remedia imposibles. ¿Qué comedia hay, si las de España sabes, en que el gracioso no tenga privanza, contra las leyes, con duques, condes y reyes, ya venga bien, ya no venga? ¿Qué secreto no le fían? ¿Qué infanta no le da entrada? ¿A qué princesa no agrada? GABRIEL: Los poetas desvarían con esas civilidades, pues, dando a la pluma prisa, por ocasionar la risa, no excusan impropiedades. MONTOYA: Ni hay criado que merezca con su amo menos que yo. GABRIEL: Basta; no me enojes. MONTOYA: No. GABRIEL: Llámame cuando amanezca, porque al punto caminemos. MONTOYA: (¡Qué maldita condición!) Aparte Allí un gallo motilón canta maitines; podremos, si es media noche, dormir dos o tres horas no más; quizá en ellas soñarás que te importa no partir. Paséome, por guardarte el sueño, junto al frisón; maleta y caparazón desean acomodarte al pie de aquel chopo viejo. Duerme, y ¡ojalá, el mi dueño, mude caprichos tu sueño, y estimes más mi consejo! GABRIEL: Liviana imaginación, huyendo voy de imposibles; resistencias invencibles, apadríneos la razón. Volved por vos, opinión; que pretende una beldad, desluciendo mi lealtad, enloquecerme y rendiros; más valen cuerdos retiros que loca temeridad. Vi a Beatriz cuando ignoraba que pudiera darme enojos, sin que advirtiesen mis ojos que tan cerca el alma estaba. Imaginé que feriaba deleites, a cuyo alarde, ni pechero ni cobarde, retirara mi valor; pero --¡ay cielos!-- que el amor entra presto y sale tarde. ¡Beatriz, hija y sucesora del gran duque de Lorena! ¡Carlos de Orliens, cuya pena le trae a casarse agora, si pena quien se enamora! ¿Y yo que le sirvo y sigo, amo a Beatriz, y desdigo de quien soy? ¡Civil cuidado! ¿Obligaréle crïado? ¿Corresponderéle amigo? Alto, amor desvanecido, el más eficaz remedio será poner tierra en medio, pues la razón no lo ha sido. La ausencia engendra el olvido; de Marte es amor despojos; la guerra divierte enojos que amor pudo ocasionar. Si me perdí por mirar, yo castigaré los ojos. Enfrena, Montoya, enfrena; que no necesito al día, cuando la luna es mi guía; lastimada de mi pena, porque salga de Lorena, mi resolución apoya. De los incendios de Troya huyendo, saco violentos penates, mis pensamientos. GABRIEL: ¿Es Montoya? RICARDO: No es Montoya. GABRIEL: ¿Quieres algo? RICARDO: Lo que llevo. GABRIEL: ¿Qué llevas? RICARDO: Todos los bienes que en esta maleta tienes. Robételos, y me atrevo a decírtelo. GABRIEL: ¿Estás loco? RICARDO: No, pero estoy obligado a quien esto me ha mandado, y sé que no te ama poco. GABRIEL: ¿Qué dices, hombre? RICARDO: Esto digo. GABRIEL: ¿Que me robes te mandó quien bien me quiere? RICARDO: Y soy yo de sus desvelos testigo. GABRIEL: ¿Y gusta que me des cuenta del hurto que has hecho? RICARDO: Sí. GABRIEL: ¿Quién es? RICARDO: Cerca está de aquí. GABRIEL: Dime su nombre. RICARDO: No intenta que le sepas por ahora. GABRIEL: ¿No? Pues ¿cuándo? RICARDO: Más despacio. GABRIEL: ¿Dónde está? RICARDO: ¿Ves el palacio del bosque? Pues en él mora. GABRIEL: Sepa yo cómo se llama. RICARDO: Que lo ignores determina. ¿Conoces a la sobrina de Felipo? GABRIEL: ¡Hermosa dama! RICARDO: Pues no es ésa la curiosa inventora de esta empresa. ¿Sabes quién es la duquesa, en Lorena, de Joyosa? GABRIEL: Ésa es madama Clemencia, de dos hijas la menor del duque. RICARDO: Pues no es su amor quien quiere impedir tu ausencia. GABRIEL: Pues ¿quién? Que me vuelves loco. RICARDO: Ya conoces a Beatriz. GABRIEL: ¿Qué dices? ¡Suerte feliz! RICARDO: Pues no es aquésa tampoco. GABRIEL: ¡Oh bárbaro burlador! ¡Viven los cielos...! RICARDO: Despacio. En ese hermoso palacio te tiene una dama amor, que desea conocerte, y ver si en España amaste, por qué ocasión te ausentaste, y agora intentas volverte. Dióme para esto la traza que has visto y ejecuté; la maleta te robé; que, a no hacerlo, me amenaza no menos que en la cabeza; y harálo; que es poderosa; sabrá por ella curiosa tu estado, patria y nobleza; pues claro está que ha de hallar papeles que de esta duda la saquen. De intentos muda, sin resolverte a ausentar; que, puesto que este secreto importa lo que no sabes, por haber estorbos graves y serlo tanto el sujeto, estimarás tu fortuna cuando conozcas quién es, porque es una de las tres, y de las tres no es ninguna. GABRIEL: Fuése, y burlóse de mí; pues para que no le siga, con disparates me obliga. O sueño o es frenesí. Ladrón ingenioso, aguarda. ¿Que ansí un hombre se me atreva? Seguiréle; que me lleva las joyas de mi Gerarda. MONTOYA: ¡Que me durmiese yo en pie! ¿Hiciera más un lirón? Pero ¿qué es de mi frisón? Maniatado le dejé. ¡Oigan esto! ¡Vive Dios, que se me acoge con él un hombre! --Cuatrero cruel, espera, aguarda. --Otros dos van corriendo uno tras otro. ¡Ay, también falta el cojín! Trampantojos de Merlín nos llevan maleta y potro. La luna me está diciendo que es mi amo aquel que corre; si él la maleta socorre, y yo el caballo defiendo, ¡oh enlunada claraboya! sacrificaréte un gallo. Franchote, deja el caballo; que es pupilo de Montoya. CRIADO 1: Tenga, que hay mucho que hacer. MONTOYA: ¡Ay, por detrás y conmigo, ¿qué hacen? CRIADO 2: Punta en boca, digo. MONTOYA: Señores, no es menester apuntar bocas; la mano meta en esa faltriquera el uno; que yo quisiera ser un príncipe; no gano más que una triste ración, y con ella veinte reales de salario, aun no cabales, pues es mi dueño un pelón. Doce de éstos hallarán con otra mosca menuda; quien la maleta nos muda, si rompe su cordobán, desembolsará doblones, que en Francia llaman del sol; yo soy un pobre español. CRIADO 2: Acortemos de razones; que no nos trae su dinero. Atadle esas manos bien. MONTOYA: ¿Mi dinero no? Pues ¿quién...? CRIADO 2: Allá lo sabrá. MONTOYA: Si muero, díganme por qué delito. CRIADO 2: Con el lienzo le vendad los ojos. MONTOYA: No hice maldad por obra ni por escrito. Si mi dueño derribó tres monsiures, ¿en qué peca un lacayo, pica seca, que en su vida se metió en justas ni en pecadoras? Por sólo no tornear, dejé en un torno de hablar tres monjísimas señoras. CRIADO 1: Ande y calle. MONTOYA: ¿A dónde bueno o para qué tantas prisas? CRIADO 1: Diránselo allá. MONTOYA: ¿De misas? Luego ¿a réquiem me condeno? CRIADO 2: En chistando, claro está. MONTOYA: No muy claro, pues a escuras me llevan. De estas venturas la fortuna me dará infinitas. (Hilo a hilo Aparte me voy.) CRIADO 2: Chitón. MONTOYA: No hablo nada. (Labrando voy cera hilada; Aparte pero fáltala el pabilo.) GABRIEL: Hombre ¿estás encantado? Cuando corro tras ti, por bosque y prado, sus alas te da el viento; si te pierdo de vista, a paso lento me aguardas; y al instante que pienso que te alcanzo, la inconstante cometa no te iguala. Siguiéndote me traes de sala en sala, después que en esta quinta entraste, que de Circe hechizos pinta, sola y deshabitada, de luces y tapices adornada. A nadie en ella veo. O loco estoy o lo que sueño creo. RICARDO: El orden he cumplido que me dio quien aquí te ha reducido. Consulta con tu suerte, español, el ganarte o el perderte; porque si eres discreto, toda tu dicha estriba en tu secreto; y no te asombres tanto; que ésta es industria toda, no es encanto; porque lo que primero te dije es, español, tan verdadero, que de las tres madamas la que examina en ti amorosas llamas y prueba tu fortuna es una de las tres y no es ninguna. GABRIEL: ¡Espera! Fuese y mató la luz, cerrando la puerta. Cuando tanto enigma advierta, ¿podré interpretarle yo? De tres damas que nombró, afirma que la una es quien bien me quiere y, después, que no es de las tres ninguna: ¿cómo si es de las tres una, no es ninguna de las tres? No será Beatriz hermosa, que ha de casarse mañana con el de Orliens; no su hermana, que ha de ser de Enrique esposa; no Armesinda generosa, que es muy niña su belleza para tanta sutileza. Pensamientos, poco a poco; que me vais volviendo loco, y ya mi frenesí empieza. MONTOYA: ¿A dónde bueno conmigo, señores, que, encaramados, me han hecho pisar tejados a cierraojos. CRIADO 2: Ya le digo que ande y calle, si desea vivir. MONTOYA: Pues ¿de esto se enojan? ¿Por dónde diablos me arrojan? CRIADO 2: Sabrálo cuando lo vea. MONTOYA: ¿Si es verdad esto que toco? Sin ser chorizo o jamón, me han colgado a un cañón chimeneo. CRIADO 2: Poco a poco; que si cae se ha de matar. MONTOYA: ¿Quién vio a escuras volatín? ¡Puf! Llenóseme de hollín la boca. ¿En qué ha de parar mi ciego descendimiento? CRIADO 2: Hombre, calla. MONTOYA: ¡Confesión! A humo huelo de carbón. ¿Mas si hubiese quemamiento? Lástima de mí tened. GABRIEL: Una voz se va acercando querellosa. MONTOYA: Bamboleando, doy de pared en pared. Si abajo hay leña encendida, ¿qué ha de ser de mi trascara? Mi chamuscación es clara. Yo ¿gomorricé en mi vida? Pues ¿por qué me carbonizan? ¡Ay, que pienso que me abraso! Si yo buscara el ocaso del gregüesco... GABRIEL: Atemorizan estas voces por venir a escuras. ¡Cielos! ¿qué es esto? Ea, vil temor, dispuesto estoy, matando, a morir. CRIADO 2: Soltadle; que ya estará en el suelo. MONTOYA: ¡Ay, desloméme, tullíme, desvencijéme del golpe. GABRIEL: Hombre, tente allá, si no quieres que te mate. MONTOYA: ¿Qué más tenido me quieres, si estoy atado? GABRIEL: ¿Quién eres? MONTOYA: ¡Ese es gentil disparate! Vesme, y no te puedo ver, ¿y eso preguntas? Yo he sido lacayo, y ya soy Cupido vendado. ¿Quién puede ser un hombre cuando no vea? GABRIEL: ¿Quién eres, en conclusión? MONTOYA: Soy tuétano del cañón de toda esa chimenea. Duélete de un pobre mozo. GABRIEL: No te veo. MONTOYA: ¿No, por Dios? Luego ¿estaremos los dos en el limbo o en el pozo? GABRIEL: ¿Es Montoya? MONTOYA: ¿Es don Gabriel? GABRIEL: ¿Cómo o quién te trajo aquí? MONTOYA: ¿Sélo yo? Llégate a mí, desátame ese cordel que me tiene estropeado, mientras mis dichas te cuento. GABRIEL: Pues desataréte a tiento. MONTOYA: Luego ¿también te han vendado los ojetes, como a mí? GABRIEL: No, pero estamos a escuras. MONTOYA: ¡Provechosas aventuras nos suceden! Hacia aquí. ¿Topaste con la lazada? GABRIEL: Álzate. MONTOYA: ¡Gracias a Dios! ¿Adónde estamos los dos? GABRIEL: Es una casa encantada. MONTOYA: ¡Encantada! ¿Desvarías? ¿Qué dices? GABRIEL: ¿Qué he de decir, si no hay por donde salir? MONTOYA: Libro de caballerías alquilaba mi ración, donde topaba Amadises, Esplandianes, Belianises, que de región en región, por barbechos y restrojos descuartizando gigantes, deshacían, siendo andantes, los tuertos, y aun los visojos; donde sabios de ventaja encantaban de una vez princesas de diez en diez, por "quítame allá esta paja"; mas siempre estos hechiceros --que los más eran traidores--, encantando a sus señores, dejaban los escuderos. ¿Quieres apostar, señor, que los monsiures caídos nos embaulan, ofendidos de su afrenta y tu valor? GABRIEL: Tenlo por cierto. MONTOYA: Emboscados y sin cenar nos cogieron; pero, en fin, nunca murieron de hambre los encantados --cosa que es bien que se note--, mas mis alientos se holgaran que esta vez nos encantaran cuatro platos de gigote. GABRIEL: ¡Qué diferentes cuidados son los tuyos de los míos! MONTOYA: Diremos mil desvaríos; que estamos encantusados. Mas mejor fuera buscar la puerta de este castillo, si no han echado el rastrillo. GABRIEL: Oye; ¿no sientes llamar? MONTOYA: Parece que allí golpean.-- Diga quien es el que llama. GABRIEL: ¿No responden? MONTOYA: Será dama de las que vernos desean encantados; y es sin duda, porque, aunque hubiese otros tantos, no bastaran mil encantos a que una mujer sea muda. GABRIEL: Segunda vez han tocado. MONTOYA: Y es el toque en la madera de la puerta. No quisiera que hubiese algún lazo armado o trampa por donde voy; que todo encanto es tramoya. GABRIEL: Anda, no temas, Montoya. MONTOYA: Como no sé donde estoy... GABRIEL: En una sala adornada de doseles y pinturas. MONTOYA: Pues la puedes ver a escuras, no está para ti encantada. Llego a tiento hacia la parte que pulsa el tal llamador. ¿Quién llama? ¿Quién es? ¡Señor! ¡Jesús! GABRIEL: ¿Quién puede asombrarte? MONTOYA: Una cosa que se anda alrededor y me muerde. ¿Ay, si fuese el dragón verde que fue palafrén de Urganda? Llega presto, si deseas que no me desmaye. GABRIEL: ¡Loco, éste es torno! MONTOYA: No le toco. Llega tú, pues que torneas. GABRIEL: Con dos luces se volvió. MONTOYA: El "lumen Christi" cantemos; di "Deo gratias", pues nos vemos. GABRIEL: ¡Qué es esto, cielos! MONTOYA: ¿Quién vio monasterios encantados? Mas soy necio; no hallaré devoto que no lo esté como bojes torneados. GABRIEL: Todo esto tiene misterio. MONTOYA: Seremos por lo ordinario, yo el confesor, tú el vicario, y éste nuestro monasterio. GABRIEL: Un billete para mí viene y una escribanía. MONTOYA: Pues donde hay monjas, ¿podía faltar billeticos?; di. Respóndela con ternura; que yo seré la andadera. ¡Ojalá con él viniera la santa bizcochadura! Dichosos fuimos los dos. ¡Qué necios discursos hice! GABRIEL: Así el sobrescrito dice, "Leed sólo para vos". MONTOYA: Y ¿para mí? GABRIEL: Aparta allá. MONTOYA: En fin, topó tu recato con horma de tu zapato. GABRIEL: Retira; acabemos ya. "Por los papeles que os he usurpado, sé, don Gabriel Manrique, parte de vuestros amores. Quien temerosa de perderos os ha impedido el viaje, mal os le consentirá celosa. El cuarto de esta quinta que os detiene está deshabitado, y imposible en él vuestra salida mientras no juréis, con la seguridad que los bien nacidos empeñan palabras, y las firméis de vuestro nombre, no partiros de nuestra corte sin licencia mía, no revelar a persona estos secretos, y conjeturar por señas cuál de las tres primeras damas es la que en palacio os apetece amante. Resolveos, o en el silencio de esa prisión vengarme en vuestra muerte, o disponeros a las dichas que os prometo, que por el riesgo que publicadas corren, importa por ahora el secreto que os fía quien desea hallaros tan advertido como os ha visto valeroso. El cielo os guarde." (¿Pudo la imaginación Aparte en novelas marañosas, sutiles por ingeniosas, deleitar la admiración con más estraño suceso?) MONTOYA: Sepa yo esa cosicosa. ¿Es verso? ¿Es papel en prosa, o anda en el aire tu seso? ¡Vive Cristo, que me apuran los peligros que recelo! GABRIEL: ¡Loco, necio, vive el cielo...! MONTOYA: ¡Ay! ¿Los encantados juran? GABRIEL: ¡...si otra vez aquí te llegas...! MONTOYA: ¿Para qué aprendí yo a leer? Si nada tengo de ver, más valiera estarme a ciegas. GABRIEL: Retírate enhoramala. MONTOYA: ¿Para ti solo que leas dice el papel? Nunca creas monja, mientras no regala, por más ternezas que escriba. GABRIEL: ("Y conjeturar por señas...") Aparte MONTOYA: Las monjas son halagüeñas; mas si ésta no es donativa, tripularla con desdén, o acudir con cena y camas. GABRIEL: ("...cuál es de las tres madamas Aparte la que en casa os quiere bien...") MONTOYA: Las dos dan; por Dios, que es tarde. ¿Ni cenado ni dormido? ¡Bueno va! GABRIEL: ("...tan advertido...") Aparte MONTOYA: ¿Es paulina? GABRIEL: ("...el cielo os guarde." Aparte ¿Si será Beatriz la dama de tanto artificio autora? Mas no, que a Carlos adora. ¿Si es Clemencia? Mas no, que ama a Enrique. ¿Si es Armesinda? ¡Despenadme, cielo santo!) MONTOYA: ¡Miren si escampa el encanto! ¡Por Dios, que la flema es linda! GABRIEL: (Pero séase quien fuere, Aparte ¿dejaréme yo morir rebelde, por no admitir leyes de quien bien me quiere? No me manda este papel que ame yo, sino que firme ser secreto y no partirme; pues ¿qué riesgo corro en él, cuando por señas colija quién es quien me hace dichoso? Obedecerla es forzoso. MONTOYA: ¡Mala noche y parir hija! En fin, ¿no habemos de hablarnos en toda esta encantación? GABRIEL: (Respondo a satisfacción.) Aparte MONTOYA: Pues, paciencia y pasearnos. ¿Escribes? Eres discreto. Embillétala, y verás los regalos que tendrás; un villancico o soneto conquista diez mazapanes. Dila que con la andadera la enviarás flores y cera para uno de los san Juanes; que qué puntos calzar suele; que si hay ataifor o caja, que nos dé flor de borraja, o, en fin, que nos bizcotele, o que nos saque de aquí. GABRIEL: ("Haré de mi dicha alarde Aparte discreto y fiel. Dios me os guarde. Don Gabriel.." Bueno está ansí. Cierro, y no le sobrescribo porque su nombre no sé. Vuelvo al torno.) MONTOYA: ¿No podré, oh señor el más esquivo del orbe para quien vive contigo, ver un adarme del dicho papel? ¿Matarme quieres? ¿Qué es lo que te escribe la soror encantatriz? GABRIEL: (La esperanza y el temor, Aparte con la lealtad y el amor, desean, bella Beatriz, que seáis vos de este empleo el dueño, y no los seáis. ¿Qué he de hacer, cuando causáis deseo contra deseo, sino enloquecer confuso? MONTOYA: No está el tiempo para gracias. Otra vez llaman. Deo gratias. Sin respondernos, nos puso un tabaque provisor. ¡Cuerpo de Dios! Don Gabriel, ¡qué bien que huele! GABRIEL: Y sobre él otro billete. MONTOYA: ¡Oh soror, la más callada obradora de cuantas amor registra! ¡Hágate el cielo ministra, abadesa, correctora, guardïana, archibispesa, pontifista, preste Juana! GABRIEL: "Leed para vos." MONTOYA: ¡Oh humana divina! Ponga la mesa. Ésta es sopa, éste es capón, éstos pichones, estotros gazapos, niños o potros; ternera ésta; ¡y qué sazón para quien está en ayunas! Como yo muy bien ternera. El pomo con la contera; ensalada y aceitunas, con la fruta de sartén. De tales encantamentos vengan a dieces y a cientos, per omnia saecula, amén. GABRIEL: "Cumplid lo jurado; que en amaneciendo, hallaréis desembarazada la salida; y advertid que os va la cabeza en el secreto. Camas hay en que reposéis lo que os han de permitir --a lo que juzgo-- mis artificios; cuanto más os desvelaren, más tendré que agradeceros; aunque a participar vos mis cuidados, no dormiréis mucho ni poco. El cielo os guarde." (¡Alto, discursos, dejad Aparte de atormentar mi sentido; obligado, agradecido he de ser; cualquier beldad de las tres puede dar pena amorosa al mismo sol, cuanto y más a un español pobre y estraño en Lorena.) Toma esa luz. MONTOYA: ¿Para qué? GABRIEL: Trae todo eso. MONTOYA: ¿A dónde vamos? Si aquí encantados estamos, y hay quien regalos nos dé, ¿no es mejor cenarlo aquí que probar más aventuras? ¿Qué sabes tú si hay figuras de Rufalda y Malgesí, que nos lo quiten delante? Que suele salir jayán que se engulle un ganapán con carga y todo. GABRIEL: Ignorante, calla y ven; que prevenida nos tiene quien nos regala cama y mesa en esa sala. MONTOYA: Despachemos la comida aquí, y entremos después. GABRIEL: Acabemos. MONTOYA: Si te encanta cualquier princesa o infanta, llámate Partinuplés. BEATRIZ: Hicístelo de suerte que infinito tendré que agradecerte. Los que te acompañaron, en fin, ¿nada del caso sospecharon? RICARDO: Al crïado prendieron, y donde los mandé le condujeron, creyendo, a instancia mía, que hacerle alguna burla pretendía. No saben otra cosa. BEATRIZ: La traza, si se logra, fue ingeniosa. RICARDO: Los dos son mis crïados, valientes, pero poco aficionados a hacer por conjeturas discursos. BEATRIZ: Mis recelos aseguras; alguna vez, Ricardo, satisfacerte este servicio aguardo. Pártete a Italia agora, donde el duque mi padre te mejora; que el cargo que te ha dado en Valencia del Po, cuyo condado le toca por herencia, seguro le tendrás con el agencia que queda a cargo mío. RICARDO: De ti, señora, mis aumentos fío. BEATRIZ: Guarda tú este secreto; que otros más importantes te prometo. Mas mira que es mi gusto que hoy te ausentes. RICARDO: Harélo por ser justo, puesto que, aunque en Lorena me quedara, el leal no desenfrena la lengua, ni el respeto osara yo perder a tu secreto. BEATRIZ: Nunca yo le fïara de ti, si tal desaire imaginara; mas que te partas digo en todo caso hoy; lleva contigo los que te acompañaron. RICARDO: Harélo ansí, no obstante que ignoraron el fin de este suceso. BEATRIZ: Escríbeme en llegando. RICARDO: Tus pies beso. BEATRIZ: Temeridades de amor, ¿qué intentáis con arrojaros sin ojos a despeñaros a los riesgos de mi honor? Aficionóme el valor de España, que en sus blasones cifró todas las acciones de un hombre cuyo sujeto perdió gallardo el respeto a todas mis presunciones. Su memoria me desvela; enamoróme su gala; Adonis le vi en la sala, airoso Marte en la tela; que se me ausente recela mi libertad, que no es mía, porque, enviando una espía a informarse de quién es, supo Ricardo después que esta noche se partía. Valíme del industrioso modo de encerrarle aquí, hallándose amor en mí, como en otras, ingenioso. Crece, porque está celoso, el fuego que me acobarda; de los papeles que guarda, y curiosa le usurpé, que adora en España sé desdenes de una Gerarda. No sé yo que cuerdo fuese Carlos en traer consigo a quien para su castigo tantas ventajas le hiciese. Justo fuera que temiese tan grande competidor, pues si a vistas sale amor, y éste es ya mercaduría, rústica el alma sería que escogiese lo peor. CLEMENCIA: Tus tristezas, Beatriz mía, las fiestas nos desazonan; tus bodas las ocasionan, y tu ausencia las enfría; apenas expiró el día cuando te ausentó tu pena de los ojos de Lorena; será esta quinta, Beatriz, más que la corte feliz si en ella te hallas más buena. ARMESINDA: Prima mía, tu belleza trata al de Orliens con rigor, si al principio de su amor pagas gozos con tristeza; Francia te intitula "alteza" porque has de ser su consorte, y, en fe de que eres el norte por quien todos nos guïamos, tristes la corte dejamos, porque tú dejas la corte. ¿Qué tienes? BEATRIZ: ¡Ay bella prima! ¡Ay Clemencia! No es tan grave el mal, si el por qué se sabe, cuando con causa lastima; mis penas son un eni[g]ma difícil de declarar; acrecentando el pesar que ocasionan las estrellas; mi congoja influyen ellas, mi consuelo es el llorar. Pasar la imaginación de libre al temerse ajena dará motivo a mi pena, materia a mi suspensión. Tengo a Carlos afición, y considero cuán justo medra mi gusto en su gusto; mas, pues he de ser su esposa, tratemos en otra cosa que divierta mi disgusto. A mí me entretiene el dar, como a otros el recebir; ansí quiero desmentir desvelos de mi pesar; si me queréis alegrar, honre, hermana, tu belleza los diamantes de esta pieza, y los de ésta, hermosa prima, tu pecho; tendrán la estima que les quita mi tristeza. De las joyas que me dio Carlos, éstas he escogido para las dos. CLEMENCIA: Ofendido las has, porque juzgo yo que pueden formar querellas, apartándolas de ti. BEATRIZ: Mejores dueños las di. ARMESINDA: No las he visto más bellas. BEATRIZ: Trújolas Carlos de España. CLEMENCIA: Nación en todo dichosa, hasta en las piedras airosa. BEATRIZ: Tal clima las acompaña. Ponéoslas luego; estarán ahora en su misma esfera. CLEMENCIA: Cuando su valor no fuera tanto, si gusto te dan enajenadas, por ti toda estimación merecen. BEATRIZ: Bizarramente os parecen. ARMESINDA: Los duques vienen aquí. CARLOS: Desde que ganó el aplauso común, habiendo salido de la justa victorioso y de parabienes rico, no le he vuelto a ver, y estoy recelándole peligros, porque el valor estranjero con gracias medra enemigos. FELIPO: Perded, duque, esos cuidados; que en Francia siempre han tenido hidalgas estimaciones estranjeros bien nacidos. Yo le he enviado a buscar, y no ha tanto que le vimos honrar a España en Lorena, a costa de sus vecinos, que su falta os desazone. ENRIQUE: Ya mis pesares retiro, con la presencia olvidados de las bellezas que he visto. FELIPO: Hijas, sobrina, quejosa nuestra corte, el regocijo podrá trocar en tristezas, [..............................-í-o.] ¿Por qué tan presto a Floralba? BEATRIZ: Juzgo, señor, por prolijo el tiempo que aquí no empleo; crïéme en estos retiros, y no sé hallarme sin ellos. CLEMENCIA: Como a madama seguimos, y sin ella estamos solas, fuerza el imitarla ha sido. FELIPO: Los generosos en Francia, por excusar el bullicio de la confusión plebeya, moran quintas y castillos; no es mucho que apetezcáis la amenidad de este sitio; que por lo poco distante de Lorena, habréis querido gozar de uno y otro a tiempos. MONTOYA: (Con todos los duques dimos; Aparte gracias a nuestra alcaidesa, que nos alzó el entredicho.) GABRIEL: (Aquí está Beatriz hermosa, Aparte con ella a Clemencia miro, su prima las acompaña; ya estoy en el laberinto de mi confusión amante; discursos, demos principio a conjeturas dudosas; ojos, saquemos en limpio por señas mis desengaños. ENRIQUE: ¡Don Gabriel! GABRIEL: Príncipe mío... ENRIQUE: ¿Retirado y victorioso? ¿Hiciérades más vencido? ¿Desde ayer tarde sin vernos? GABRIEL: Militares ejercicios, honrando, gran señor, cansan; dio treguas a su fastidio y mi sosiego la noche. ENRIQUE: Con recelos la he dormido de alguna desgracia vuestra. Hablad al duque Felipo. GABRIEL: Dadme, gran señor, la mano. FELIPO: De las vuestras necesito para derribar con ellas soberbias de presumidos. Mucho le debéis al cielo, pues tanto con vos propicio como con otros avaro, en todo perfecto os hizo. GABRIEL: Honra, señor, vueselencia estranjeros; y yo estimo más el favor que me hace, y el estar en su servicio, que las prendas que encarece --y no tengo. ENRIQUE: Vos sois digno de la privanza con Carlos, venturoso en elegiros. GABRIEL: Bésoos la mano mil veces. ENRIQUE: Hemos de ser muy amigos. GABRIEL: Muy vuestro esclavo, señor, es sólo el nombre que admito. CARLOS: ¿Qué juzgas de mis empleos, don Gabriel? ¿Qué del prodigio de la belleza que adoro? ¿No es milagro? GABRIEL: Es un hechizo de voluntades, un cielo, un sol, un fénix, un... CARLOS: Dilo. GABRIEL: ...un --¡ay amor que me abraso!-- querubín de este paraíso. CARLOS: Mientras deidad no llamares a Clemencia, poco has dicho. GABRIEL: ¿A quién, señor? CARLOS: A Clemencia. GABRIEL: ¿Y no a Beatriz? CARLOS: Desatino; vínose a la lengua el alma. Si tiene en ella dominio, ¿cómo la desmentiré, desmintiéndome a mí mismo? Digna es Beatriz del imperio; mas no debe hallarse digno mi amor de sujeto tanto; por eso a Clemencia elijo. GABRIEL: (¡Pedidme albricias, deseos!) Aparte CARLOS: Por más que llamas resisto, ni puedo, Gabriel, ni quiero dar licencia a mi albedrío. Clemencia ha de ser mi esposa, yo su esclavo, tú mi amigo, como no me disüadas que la adore. GABRIEL: Yo te sirvo. CARLOS: Dilataré por ahora mis bodas; de un rey soy hijo, del que está reinando hermano; de su poder participo; perdone Beatriz. GABRIEL: (Deseos, Aparte a mi amor os habilito; lealtad, ya os quitan estorbos; alma, amad, que no os lo impido. Los ojos de cuando en cuando ocupan en mí benignos Clemencia y su prima bella; sola Beatriz no ha querido favorecerme con ellos. Si señas sirven de indicios a certidumbres dudosas, y en Beatriz no las animo, no es Beatriz quien bien me quiere. ¡Ay, pensamientos ambiguos! Sin competencia de Carlos, con mis temores compito.) ENRIQUE: Un torneo hemos trazado esta noche; mi padrino habéis de ser, porque espero que le mantendré lucido como vos en él entréis; otorgadlo si os obligo. GABRIEL: Favorecéisme hasta en eso; que era el vencerme preciso, a oponerme a vuestras armas. FELIPO: Venid, duque, a preveniros. ¿Qué colores son las vuestras? ENRIQUE: Blanco, leonado y pajizo. MONTOYA: (¿Hemos de estarnos aquí Aparte hasta el día del juicio, o rematar con los nuestros, guïados de tus caprichos?) GABRIEL: (Ésta es Armesinda bella; Aparte risueña, en sus ojos pinto esperanzas que no acepto, porque a Beatriz las dedico. Pero --¡ay cielos!-- la lazada de diamantes y zafiros, que entre sus joyas me dio mi Gerarda al despedirnos, honra Armesinda en su banda. Amor, ¿qué más señas pido? ¿Si fue ella la usurpadora del robo que anoche me hizo el ladrón, todo misterios? En años --¡cielos!-- tan niños, ¿pueden caber sutilezas tan estrañas?) ARMESINDA: (Mucho envidio Aparte la dama, español bizarro, dueño de vuestros sentidos; que quien a vos os merece será en belleza un prodigio.) GABRIEL: (Esto está ya declarado. Aparte ¡Gracias a Dios que averiguo, a pesar de obscuridades, geroglíficos de Egipto! ¡Ay Beatriz, que he de perder mi esperanza, agradecido a favores no buscados, mas, por cortés, admitidos! Clemencia es ésta, ¡y aquélla la cruz que de mi martirio fue instrumento, y de Gerarda, no diamantes, sino vidrios. ¿Qué es esto, sueños despiertos? ¿Ojos, podré desmentiros? ¿Alma, podré recusaros? ¿Amor, podré reprimiros?) CLEMENCIA: Yo conozco, don Gabriel, cierta dama que me ha dicho que tiene el gusto español después que en Francia os ha visto. MONTOYA: (Bergamota es esta pera; Aparte madura está, ¡vive Cristo! vaya con cáscara y todo; que no has menester cuchillo.) GABRIEL: (Yo estoy loco, yo lo sueño; Aparte de mí propio me distingo; no os doy crédito, ilusiones; no os escucho, no os admito. Beatriz grave y desdeñosa aun no me ha juzgado digno objeto para sus ojos. ¡Qué imperiosos y qué esquivos! Pero alentaos, esperanzas; recobraos, amor perdido, pues trae la firmeza al pecho que idolatran mis suspiros. De señora ha mejorado; pasó al hermoso dominio de un sol que rayos coronan, de un cielo que hospeda signos. De Gerarda fue; ofendióla --como es mudable-- su olvido; firmeza es, busco firmezas; si en ellas me hiciese rico, guarnezca constelación del globo celeste el cinto tachonado de oro eterno, que al sol adorne el camino. Leyendo un memorial pasa.) MONTOYA: Ésta es de casta de pinos; rollo espetado y derecho parece de pergamino. GABRIEL: (Las demás me favorecen Aparte hablándome, ¡y aun no quiso siquiera Beatriz mirarme! Amor, si sois discursivo, filosofead ingenioso. ¡Vive Dios, que hay escondido en esto más de un misterio! Problemas, ya soy Edipo. ¿De palabras favorables las dos y humanas conmigo, y Beatriz, toda severa, con tal silencio? Este aviso es examen de mi ingenio; certidumbres sois, indicios; las señas fueron no hacerlas; cifras con cifras descifro. Para deslumbrarme más, las joyas ha repartido en todas; y con no verme, quiere que viva advertido de lo que el secreto importa. Esto es lo cierto, esto sigo; amar por señas sin señas sabrán los bien entendidos, sirviéndoles yo de ejemplo.) Vamos, Montoya. MONTOYA: Bendito el amo primero sea que "Vamos, Montoya" dijo.
FIN DEL ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
FELIPO: "Duque primo; aunque con mi gusto y permisión se partió mi hermano a desposarse con Beatriz vuestra hija, importa a mi servicio que por agora se suspenda ese casamiento o se ejecute con su hermana Clemencia. Yo estoy viudo, Francia sin heredero, Beatriz digna de más alta fortuna, vos propincuo a nuestra sangre, y mi corona deseosa de sujeto que la merezca. Considera las mejoras que de esta acción se os siguen, y la obligación que os corre a cumplir lo que os ordeno. Yo el Rey" Esto el rey nuestro señor me escribe. CARLOS: Fuerza ha de ser, por no irritar su rigor, sentir, al obedecer, los malogros de mi amor. No sin causa mis recelos mis bodas apresuraban; pues, profetas mis desvelos, en calma pronosticaban la tormenta de mis celos. Deme Clemencia la mano, si en tal pérdida merezco el bien que con ella gano, y sepa que le obedezco el rey, mi señor y hermano. ENRIQUE: Eso no, duque, eso no; prendas que en el alma estimo no he de enajenarlas yo; mi sangre es real, vuestro primo me llama Francia; no os dio más acción naturaleza que a mí, ni las majestades ofenderán su grandeza; amor, de las voluntades es rey, si vos sois alteza; Clemencia está agradecida a mi voluntad, Clemencia dirá, de vos ofendida, que no es el amor herencia que se ha de usurpar en vida. CARLOS: Duque, yo a Beatriz adoro, y a mi rey vivo sujeto; su padre está aquí... ENRIQUE: No ignoro que pretendéis en secreto mudanzas contra el decoro que en su hermosura ofendéis, y que al rey, a quien echáis la culpa que vos tenéis, no es mucho que obedezcáis, si os manda lo que queréis. Dueño soy de prometido de Clemencia; mi fe labra en ella amor más que olvido, su padre me dio palabra de su esposo; ésta le pido, y ésta, cuando se me niegue, buscará satisfacción armada. FELIPO: Duque, no os ciegue sin discurso la pasión tanto que a perderos llegue. A Clemencia os ofrecí, subordinando en mi rey palabras que entonces di. ENRIQUE: ¿Esa es nobleza? ¿Esa es ley? No tiene dominio en mí el rey de Francia; mi estado sólo al César reconoce, de Francia privilegiado. Primero que Carlos goce la prenda que me ha usurpado, la venganza y el rigor atajará inconvenientes; mi agravio tiene valor, poder y armas mis parientes, celos fuerzas, y yo amor. FELIPO: No sin causa está quejoso; que es amante y ofendido. Templarle será forzoso; que va con razón sentido, y es Enrique poderoso. BEATRIZ: Muestras habéis, duque, dado en la mudanza presente de que sois cuerdo obediente, pero poco enamorado. El interés coronado probar mi firmeza quiso, pero ofendida os aviso que es tanta la presunción de mi altiva inclinación que a mis pies sus lises piso. Yo apetezco rendimientos, finezas y voluntades, no ambiciosas majestades que amenazan escarmientos. Yo penetro pensamientos que honestáis con la apariencia de la hipócrita obediencia que conmigo os disculpó. Yo conozco al rey, y yo sé que adoráis a Clemencia. CARLOS: Gabriel, detenla, repara que, corrido de ofenderla, es un rayo cada perla que contra mi amor dispara. Cuando nunca adivinara las mudanzas que no ignora, quien tales hechizos llora y ansí mis agravios juzga, ¿qué mucho que me reduzga, si castigando enamora? Mejórese mi cuidado; alma, mudemos de estilo; imagen soy de Perilo; mi tormento me he labrado. ¡Ay cielos! Si enamorado mi hermano ocasiona estremos, alma, ¿cómo viviremos? Ciego niño, pues sois dios, estudiad palabras vos con que la desenojemos. GABRIEL: ¡Lágrimas a Carlos, cielos, y al mesmo tiempo con risa mirándome quien me avisa que hay gustos entre desvelos! Beatriz llora, y me da celos, Beatriz con risas provoca mi esperanza, o cuerda o loca; ¿a quién creeremos, enojo, a las perlas de sus ojos o a la risa de su boca? Llorando, a Carlos miró, riyéndose, me asegura; con llanto a Carlos conjura, con risa mi fe alentó; nunca en los ojos mintió el amor cuando suspira; que el engaño habla y no mira, y aposenta la beldad en los ojos su verdad, en los labios su mentira. Según esto, a Carlos dijo verdades en que mostraba pena porque la olvidaba; que amor de la vista es hijo. Según esto, ya colijo que, en confusión tan precisa, quien me desdeña me avisa; ¿quién vio jamás, ciego encanto, los favores en el llanto, los desdenes en la risa? Pero si Beatriz no fuera quien mi esperanza alentara, ni con el duque llorara, ni conmigo se riyera. Llora porque considera muerto a Carlos; no me espanto si, aborreciéndole tanto que sin vida desea verle, las obsequias quiso hacerle con el luto de su llanto. Llore por él, si es castigo de su leve voluntad; que siempre es noble piedad llorar por el enemigo. Ríase Beatriz conmigo, porque esperanzas pequeñas medren con muestras risueñas la fe que conservan viva; que en ellas mi amor estriba, pues tengo de amar por señas. CLEMENCIA: (¿En el suelo tal papel? Aparte Poco le debe al cuidado de quien perderle ha dejado el español don Gabriel. En el cuarto de mi hermana le dejó el descuido en tierra; si es ella quien me hace guerra, saldréis, esperanza, vana. ¡Papel de tanta importancia y con tan poca advertencia que le olvida la imprudencia, cuando cada circunstancia de las que en él he leído amenaza con agravios, si le publican los labios, a destierros del olvido! ¿Don Gabriel juramentado a no partirse, y a amar por señas que le han de dar, mudo siempre su cuidado? ¿Y que lo firma, y que ofrece alcanzar por conjeturas cuál de las tres hermosuras en palacio le enloquece? ¿Si será Beatriz? Mas no; que ésta ya, toda arrogancia, reina se sueña de Francia. Pues no soy su autora yo. Según esto, nadie ha sido sino Armesinda quien quiere que esperando desespere el español. No ha tenido hasta agora voluntad, que yo sepa, a quien desvelos deba de amor o de celos; que éstos piden más edad. Si es ella, pues, sutileza notable abona su amor; ¿qué ha de hacer cuando mayor quien niña con esto empieza? Ahora bien, por señas quiere desmentir publicidades; prosigamos novedades que no alcance quien las viere. Aquí el español está. ¡Qué suspenso, qué elevado! El primer enamorado sin saber de quién será, porque si de tres es una y no conoce a quién es, mientras pretendiere a tres, no vendrá a tener ninguna.) ¡Don Gabriel! GABRIEL: ¿Señora mía? CLEMENCIA: Retirado os han los ojos contemplativos enojos al alma; mas ¿qué sería que mereciese Lorena ofreceros la ocasión de tan tierna suspensión? GABRIEL: Sabrosa fuera esa pena; mas ni yo la he merecido ni, estraño aquí, me prometo tanto bien. CLEMENCIA: Siempre el secreto es blasón de bien nacido. Habíanme dicho a mí que una hermosa tiranía blasonaba que os tenía sin alma. GABRIEL: ¿En Lorena? CLEMENCIA: Sí, y que, aumentándoos suspiros, entre apacible y cruel, os obligó en un papel a prometer no partiros sin gusto suyo. GABRIEL: (¡Ay cuidado! Aparte Si señas buscando andáis, ya las tenéis; ¿qué dudáis?) ¿Papel? CLEMENCIA: Y en él empeñado el valor que obliga a un hombre de vuestra sangre y talento; su fiador, un juramento, y su firma vuestro nombre. GABRIEL: (Probar quiere de la suerte Aparte que cumplo el saber guardar secretos; yo he de negar las señas con que me advierte, mientras más no se declara, y a lo contrario me obliga.) No sé, señora, qué diga a mentira que es tan clara. ¿Yo papel, yo juramentos? ¿Yo empleo en esta ciudad? CLEMENCIA: Pues lo negáis, escuchad; oíd encarecimientos que, de puro exagerados, vuestro crédito recelan. GABRIEL: Si a algún celoso desvelan, gran señora, mis cuidados, y intenta con ese ardid perseguirme... CLEMENCIA: Don Gabriel, vuestro es aqueste papel, vuestra aquesta firma. Oíd. "Ensoberbeciérame la dicha de tan no esperado bien, si la esperiencia de mis pocos méritos no me avisara ser más curiosidad de saber a lo que se estiende el talento de los españoles que empleos fuera de los límites de sujeto tanto. Mas como quiera que sea, mi señora, yo estoy dispuesto a obedeceros en todo, y ansí desde hoy viviré muy subordinado a vuestras órdenes, jurando por la fe de caballero de no ausentarme de esta corte sin vuestro expreso gusto, de desvelar mis sentidos hasta averiguar--como mandáis-- por señas cuál de las tres bellezas superiores de esta casa me dispone a tanta dicha, y de no comunicar con viviente mercedes tan deudoras del silencio, sujetándome al castigo propuesto, si le profanare, y apercibiendo desde aquí los ojos, en cuyo estudio haré alarde de mi suerte. El cielo os guarde para felicidades superiores, etc. Don Gabriel Manrique." Decid que no es vuestra ahora la carta de obligación que os tiene casi en prisión. GABRIEL: Si habéis vos sido la autora del examen que queréis hacer de mi ingenio corto, y yo la lengua reporto con el recato que veis, ¿para qué más confusiones, equivocando las señas que entre esperanzas pequeñas atormentan mis pasiones? Vuecelencia ¿qué procura? ¿A qué propósito agora leerme el papel, señora, que os escribió mi ventura? ¿He yo acaso delinquido contra lo que en él prometo? ¿Comuniqué su secreto, loco de favorecido, con persona que se alabe que mi palabra rompí? Desde el punto que seguí al que vuecelencia sabe, favorable robador de mi caudal --ya dichoso por ser vos su dueño hermoso-- hasta agora, ¿en qué el valor que profeso os ha ofendido? ¿He dicho yo la ocasión de mi agradable prisión, encerrado y detenido en el cuarto cuyo adorno sólo pudo vuestro ser? ¿Quién hay que pueda saber lo de la sala y el torno, la industria ingeniosa y nueva de entregarme a mi criado, el hospicio regalado, de quien sois ilustre prueba, los dos papeles discretos al paso que misteriosos, que me intiman amorosos la guarda de estos secretos, la afable serenidad que, cuando libre salí, en vuestro semblante vi, y luego...? CLEMENCIA: Tened, parad; que vais confundiendo cosas de algún frenesí compuestas. ¿Qué torno o salas son éstas? ¿Qué prisiones misteriosas? ¿Qué robador, qué crïado? Don Gabriel, ¿estáis en vos? GABRIEL: No sé, señora, por Dios; débolo de haber soñado. Si secretos que sabéis esos mismos estrañáis, si tantas señas negáis, y conmigo os ofendéis porque con vos me disculpo, mucho os debe de importar el verme desatinar. Mi atrevida lengua culpo; no se trate más en esto. CLEMENCIA: ¿Yo a vos dos papeles? Yo joyas robadas? ¿Quién vio frenesí tan manifiesto? GABRIEL: Ilusión debió de ser. CLEMENCIA: ¿Hacia qué parte de casa cae el cuarto donde pasa tanto engaño? ¿En qué mujer sospecháis que pudo haceros burlas que fingiendo estáis? GABRIEL: Si a vos misma os preguntáis, podréis por mí responderos; que yo no oso declararlo. CLEMENCIA: ¿Un torno decís que había en la sala que os tenía preso? GABRIEL: Debí de soñarlo. CLEMENCIA: Enseñad los dos papeles que esa dama os escribió. GABRIEL: Señora... CLEMENCIA: Mándooslo yo. GABRIEL: Los bien nacidos son fieles. Mientras no tenga evidencia de que vos la beldad fuistes que estas cosas dispusistes, bien podrá vuesa excelencia con mi muerte en su rigor experimentar aprietos, mas no saber los secretos que hacen prueba en mi valor. Morir honrado, eso sí; manchar mi fama, eso no. CLEMENCIA: ¿Y os persuadís a que yo la dama encubierta fui que quiso experimentar con traza y modo tan nuevo vuestro ingenio? GABRIEL: No me atrevo, por no ofenderos, a hablar. CLEMENCIA: Acabad, no me enojéis; éste es mi gusto; que intento saber con qué fundamento de los discursos que hacéis la persona adivináis que os obliga a amar por señas. GABRIEL: No son, señora, pequeñas las que en ese papel dais, aunque me arriesgue a arrojarme en tal golfo. CLEMENCIA: ¿Queréis bien, en fin, sin saber a quién? GABRIEL: ¿De qué sirve examinarme en cosas que vos sabéis, y yo nunca he de deciros? CLEMENCIA: ¡Que podáis vos persuadiros a que yo os amo! ¿No veis que, siendo Enrique mi igual, y vos estraño...? PAJE: Madama, a vuestra excelencia llama el duque mi señor. CLEMENCIA: Mal vuestras señas conjeturan; examinadlas mejor. A Carlos le debo amor; los servicios me aseguran de Enrique; estad advertido, ya que os habéis empeñado, en que no todo llamado alcanza ser escogido, y que ardides ingeniosos, joyas poco defendidas, prisiones favorecidas, papeles dificultosos, torno, salas y ocasiones son exámenes discretos de vuestro ingenio y secretos; id averiguando acciones, ya advertid, si imagináis que de lo que ha sucedido yo, Gabriel, la autora he sido, que acertáis y no acertáis. GABRIEL: ¿Cómo, si acierto, no acierto? ¡Válgate Dios por mujer! Otra vez me vuelvo a ver en el golfo y en el puerto; otra vez confuso advierto la paradoja importuna de mi equívoca fortuna. No hay que dudar; Clemencia es la que es una de las tres, y de las tres no es ninguna. Acertar y no acertar ¿no es lo mismo? ¿De qué suerte será posible que acierte en lo que es forzoso errar? Si por señas he de amar, que Clemencia me ama es cierto. ¡Ay cielos! Sueño despierto, pierdo cuanto estoy ganando, soy lince y a escuras ando, y en fin acierto y no acierto. CARLOS: Gabriel, Beatriz celosa merece por discreta, por hermosa, ocupar mis desvelos en tierna suspensión, no en darla celos. Mas si a Clemencia miro, olvidando a Beatriz, luego retiro el primer pensamiento; y de no darla el alma me arrepiento. Inclíname Clemencia, móvil de mis sentidos su presencia, y, loco en este empleo, de ella me aparto, y a su hermana veo, que, volviendo a rendirme, culpa mi poca fe de poco firme; y, entre las dos perdido, en círculo mi amor desvanecido, de mis deseos esclavo, vuelvo ciego a empezar por donde acabo. ¿Qué haré cuando navego entre Escila y Caribdis? GABRIEL: (Mal un ciego, Aparte si no es que desvaría, a otro ciego servirá de guía.) CARLOS: ¿Qué dices? GABRIEL: Que si adora a tu Beatriz el rey y te enamora, como dices, Clemencia, sigas tu inclinación y su obediencia. CARLOS: ¡Ay cielos, que te engañan quimeras que mis penas enmarañan! A instancia sólo mía el desposorio estorba; mi porfía y el amor que me tiene hizo escribir la carta que previene en mí nuevos desvelos. ¡Pluguiera a Dios que el rey me diera celos con Beatriz, que a Clemencia me obligara a olvidar su competencia! Mira, español discreto, amor sin competir pierde el afeto con que se perficiona; con celos sus quilates proporciona. Si a Clemencia ama Enrique, ¿qué mucho que celoso sacrifique mi gusto a sus deseos? En lo fácil amor no logra empleos. Beatriz no tiene amante que en su favor feliz se me adelante; por esto en su belleza, con ser tanta, se engendra mi tibieza. Pienso yo --y es sin duda-- que, si de objetos mi esperanza muda, es porque en mi deseo, sin ser difícil, a Beatriz poseo, y que en otro empleada Clemencia, cuanto más dificultada, es más apetecida; que amor con imposibles cobra vida. Ven acá; haz una cosa, y encenderásme tú en Beatriz hermosa; dame con ella celos. GABRIEL: ¿Qué dices, gran señor? CARLOS: En ti los cielos gracias depositaron, Gabriel, que mis deseos envidiaron; digno eres que compitas con sujeto mayor. GABRIEL: Desacreditas tu discreción con eso. CARLOS: Tú eres mi amigo fiel, yo estoy sin seso; finge que, enamorado de Beatriz, y en España potentado, por verla te humillaste a servirla, y tus prendas disfrazaste. Si en mi amistad apoyas la tuya, don Gabriel, daréte joyas con que este engaño ostentes y allanes, dadivoso, inconvenientes. Reparte, desperdicia, gasta Alejandro, colma la codicia de avaros medianeros; que las alas de amor son los dineros. Doradas flechas tira; yo apoyaré industrioso tu mentira. GABRIEL: Vaya, pues tú lo quieres; mas no formes de mí, cuando me vieres por tu gusto empeñado, quejas que den tormento a tu cuidado. CARLOS: ¡No has de amarla de veras! GABRIEL: No, que son mis lealtades verdaderas, puesto que amor, que es loco, acaba en mucho, aunque comience en poco. CARLOS: Ven, que no me fiara de ti si en tu lealtad no edificara la máquina presente. Tenga amor yo a Beatriz perfectamente; que en tu amistad presumo que si el azogue se resuelve en humo después que el oro afina, amor que con los celos se examina sabrá, apartado de ellos, en humo como azogue resolvellos. GABRIEL: El que en azogues trata, si no la vida, su salud maltrata; pues tal vez le sucede que con temblores del azogue quede, y otro se lleve el oro. Teme el riesgo, señor, que yo no ignoro; pues dice un avisado que es todo uno celoso y azogado. ARMESINDA: El amor y la sospecha nacieron en una casa; ciego aquél, todo lo abrasa; lince ésta, todo lo acecha. Después que mal satisfecha miro acciones de este español, mis pasiones conjeturan que ausentes penas le apuran la paciencia que retira el alma. A solas suspira; suspensiones le procuran enajenar de beldades que, usurpando voluntades, materia dan a desvelos, porque, sin amor y celos, nadie busca soledades. ¿Hablando siempre entre sí quien lances de amor ignora? No es posible; luego adora. ¿Dónde, pues, si no es aquí? Será en su patria --¡ay de mí!--. ¡Que entre engaños lloran mis primeros años competencias que disfrazan apariencias y, en tan riguroso extremo, temiendo, no sé a quién temo! Amo aquí y envidio ausencias que ocultas muerte me den; ¿quién quiso hasta ahora bien que a comparárseme venga, ni quién --¡cielos!-- hay que tenga celos sin saber de quién? MONTOYA: Cuanto sueño, cuanto miro desde la noche pasada se me antoja chimeneas, guindaletas, tornos, trampas, aventuras, estantiguas, monjas, jayanes, fantasmas, quintas, castillos, quimeras. ¡Válgate el diablo la casa! ARMESINDA: (Éste sirve a don Gabriel Aparte y, trayéndole de España, sabrá quién es la belleza que ausente tan mal le trata; informarme de él pretendo.) MONTOYA: Alrededor se me anda cuanto topo, cuanto piso; garatusas, musarañas me parece cuanto veo. ARMESINDA: ¡Hola! MONTOYA: Vuescelencia añada dos "eles" y una "a" al tal "ola", vendréme a llamar "Olalla". ARMESINDA: ¿A quién servís? MONTOYA: Pues yo ¿sélo? Cristiano soy por la gracia de Dios; serviréle a él, y después de Dios al papa que en su iglesia vicariza, y tras éste al rey de España, hasta tener lamparones que me cure el rey de Francia. Luego a don Gabriel Manrique, a quien en palacio embauca un duende monjitornero, que invisible nos regala. ARMESINDA: Venid acá. MONTOYA: Estoy venido. ARMESINDA: ¿Sabréis decirme la causa que tanto melancoliza a vuestro dueño? MONTOYA: ¿No basta a entristecer cuatro bodas una noche toledana, un torno tras un torneo, una maleta mamada, una cena por tramoya, tres billetes y dos camas? ARMESINDA: ¿Qué decís, estáis en vos? MONTOYA: Debo estar en Guatemala, y mi dueño en Guatebuena; despertadme vos, madama, tirándome las narices. ARMESINDA: (Éste es loco.) Aparte MONTOYA: ¿Sois la infanta Lindabrides, a lo Febo, a lo amadisco, Oriana, Gridonia, a lo Primaleón, Micomicona, a lo Panza, o a lo nuevo quijotil, Dulcinea de la Mancha? ¿Qué desmesura vos puso en tanta cuita? ¿Qué fadas, qué Artús encantadero tal fermosura maltrata? ¿Quién vos fizo tuerto o vizco? ¡Mal haya el torno, malhaya el sortijo de Brunelo, si quien vos busca no os halla! No os le volváis a la boca. ARMESINDA: Hombre, ¿sabes con quién hablas? MONTOYA: Con Angélica la bella, tan bella como bellaca; si no, dígalo Medoro, aquel morisco sin barbas, que diz que la fizo dueña en una choza de paja. ARMESINDA: Descortés, descomedido... MONTOYA: Si se ensuegra, si enmadrastra porque esta nigromancia la trampeó lo que pasa, oiga verdades tan puras que no tienen pizca de agua, porque, a tener media gota, nunca yo se las contara. ¡Vive Dios, que está mi seso con todas las zarandajas de cuerdo a prueba de brujos, que nos hacen garambainas! Va de cuento; mi señor --después de las alabanzas que en el sarao y torneo le dieron duques y daifas--, sin comunicar conmigo secretos --que me los guarda, no sé yo con qué conciencia, siendo toda su privanza--, sin chistárselo a persona, de noche ensillar me manda y, dejando estos países, iba a enfardelar a Holanda. Brindóle el sueño dos millas de esta selva encantusada, que a esta quinta --o a esta sexta-- sirve de sombra o guirnalda; y, apeándose en su centro, mientras convida a ensalada a nuestro frisón la yerba, perejil de la cebada, recostado en el cojín y yo dormido en estatua, --quiero decir, como grullo--, la luna entre yema y clara le hurta un hombre la maleta. Corre en su alcance, la espada "en puribus", por el bosque; y yo, abriendo las pestañas, oigo cuitas del rocín, cuarteado de dos maulas. Quise desfacer el tuerto, pero por detrás me agarran dos Galalones monsiures; ojos y boca me embargan y, sin decir chus ni mus, las manos a las espaldas, en la silla atado el cuerpo, y en Sansueña presa el alma, a escuras corro la posta, hasta que después me abajan, luego a un tejado me suben y, al cabo de esto, me envainan por un esmeril de yeso, guindándome hasta una sala, sin haberse otra vez visto lacayo por cerbatana. Conocímonos a ciegas mi dueño y yo, y a mi instancia, desencordelado el cuerpo, las lumbreras me destapa; pero entrambos tan a escuras como antes, porque la cuadra, avarienta de un candil, sin luz nos desatinaba. Alternábamos a versos él y yo nuestras desgracias, con temor de otras peores, y hétele que a un torno llama no sé quién; fuimos a tiento y, respondiendo "Deo gratias", se nos vuelve el bofetón y, sin hablarnos palabra, nos presenta dos bujías encendidas y una carta, con papel, pluma y tintero. Mi dueño de mí se aparta; leyó para sí el billete; treinta veces le repasa, santiguando el frontispicio; pregúntole el por qué, y calla; mas, respondiendo con otro, vuelve la atahona, y halla tercer billete, y con él una pródiga canasta de potable y comestible. Gozamos de la abundancia y, acostándonos repletos en dos magníficas camas, despertamos a las trece, hallamos la puerta franca y, atravesando salones, dignos todos de un patriarca, nos hallamos a la vista de tres duques, tres madamas y tres mil encantamientos. Esto, en suma, es lo que pasa, y lo que yo alcanzar pude; juzgue ahora, siendo alcalda, si es maravilla que crea que de Medusas y Urgandas está este palacio lleno, y que alguna nigromanta enmaga con su hermosura a cuantos viven en casa. ARMESINDA: A no teneros por loco y juzgar que disparatan vuestros discursos enfermos, no sé lo que maliciara de todas esas quimeras. MONTOYA: Voto a toda una semana de fiestas y de domingos, aunque entre en ellos la pascua, que es lo que digo tan cierto como que hay bellezas calvas que se solapan con moños, que hay títulos con mohatras, que hay doncelleces con hijos, que hay tintoreros de barbas, y que hay dientes de alquiler que se mudan. ARMESINDA: Basta, basta. En fin, ¿a vos os trajeron a un cuarto de nuestra casa y a vuestro señor también, por engaño? MONTOYA: Por fayancas nocturnas y encantatrices. ARMESINDA: Pues ¿qué hizo entonces la espada de vuestro dueño que, ociosa, de dos hombres no os libraba, siendo español tan valiente? MONTOYA: Pues contra encantos ¿hay armas que defiendan a un Golías? Cuando se le antoja, saca un libro enano del seno el nigromanto o la maga y, en leyendo dos renglones, a pares los grifos bajan que desmayan Palmerines, y los llevan en volandas a la isla de las lechuzas. Poco sabe de las chanzas de un Fristón encantador contra príncipes de Jauja. ARMESINDA: ¿Torno la pieza tenía? MONTOYA: Mantenía y torneaba, pues a las tres torneaduras cena nos dio torneada. ARMESINDA: ¿Y no sabéis, en efeto, lo que contienen las cartas o papeles? MONTOYA: Pretendílo; pero, sacando la daga contra mí --mal le conoce--, me echó mucho en hora mala; que para vuesa excelencia no hay secreto de importancia que le reserve mi boca. ARMESINDA: Cosas me contáis estrañas. Recibid esta cadena. MONTOYA: ¿Para qué? ARMESINDA: Para trocarla por un secreto que intento fïaros. MONTOYA: ¿Cadena? ¡Guarda! Non fago yo esas sandeces. ARMESINDA: ¿Por qué? MONTOYA: Temo, siendo maula, que en carbón me la conviertan los duendes de esta posada. ARMESINDA: Bueno está ya de locuras; acabad. MONTOYA: Tómola. Vaya de interrogación ahora. ARMESINDA: ¿A quién, decid, en España tuvo don Gabriel amor? MONTOYA: Una ninfa toledana sospechamos que le puso tal vez silla y tal albarda los que andábamos con él. ARMESINDA: ¿Que lo sospechaste? MONTOYA: Guarda mi señor tanto secreto que, con darnos leche un ama y fïarme la despensa, no me fía una palabra. Pero como amor es niño, y los niños nunca callan, sacamos por los gorjeos quién es a quien dice "mama". ARMESINDA: Y ¿quién era la dichosa? MONTOYA: Era y es una Gerarda, digna de todo un cabildo de Píramos. ARMESINDA: ¿Muy bizarra? MONTOYA: Tan bizarra y gentil hembra que, a no ser desmantelada, con guarniciones de fría entre desaires de larga y presunciones de boba, pudiera ser archidama. ARMESINDA: Pintámela, si sabéis. MONTOYA: Va de pintura en estampa. Semirubia de cabellos, frente desembarazada, cejas buenas, ojinegra --ya no se usan ojizarcas--, puesto que eran más ojetes que ojales las luminarias, por lo pequeño y redondo, que en las fermosas se rasgan. Las mejillas, por estremo, ni bien mármol ni bien grana, mezcla sí de las dos sierras, la Bermeja y la Nevada. En proporción las narices, ni judaizantes ni chatas, ni nabo por corpulentas, ni alezna por afiladas. Buenos labios, malos dientes, porque, aunque era su tez blanca, a caballo unos sobre otros, tanti-cuanti moriscaban. La garganta, cuelli-erguida, cándida, gruesa, torneada, y tal que hiciera yo un Judas, a haber saúcos gargantas. Las manos, no hay que pedir en ellas porque no daban, puesto que ambas recebían, y eran muy hermosas ambas. Privilegiado de cuartos el tallazo; más avara en las obras que en el cuerpo... Lo demás, el argonauta de tal golfo que le pinte, si hay quien tenga dicha tanta que mida con la experiencia los grados del dicho mapa. ARMESINDA: ¿Quiso a vuestro dueño mucho? MONTOYA: Quiso a muchos; que mudaba, como si fueran camisas, tres a tres cada semana. ARMESINDA: ¡Válgame Dios! ¿Mujer noble, y tan fácil? MONTOYA: Suspiraba por lo ido, y lo venido la daba al momento en cara. ARMESINDA: ¿Y por qué vuestro señor se ausentó? MONTOYA: Porque esta daifa dicen que escribió contra él a nuestro rey quejas falsas, y don Gabriel, por servirla, cuando vio que deseaba rempujarle, puso tierra en medio. ARMESINDA: ¡Fineza estraña! MONTOYA: Dióle al partirse unas joyas, pesarosa de esto, ¡tanta es su variedad! ARMESINDA: ¿Por qué se partió, si le llamaba y a su amor se reducía? MONTOYA: Por haber dado palabra de acompañar nuestro duque, y por ver si la mudanza hace en él de las que suele, que ésta es general trïaca. Esto sospécholo yo; que, como a puerta cerrada pudre don Gabriel secretos y ninguno los alcanza, hablo a tiento en sus amores. Lo que me pesa, madama, es que volaron las joyas. ARMESINDA: ¿Cómo? MONTOYA: En la maleta estaban que nos gazmió el bandolero. ARMESINDA: ¿Eran ricas? MONTOYA: Empedradas de diamantes, más que un trillo. ARMESINDA: ¿Que, en efeto, nos os engaña lo de la prisión y el torno, confusiones y desgracias? MONTOYA: Por Dios... ARMESINDA: Ahora bien, yo quedo satisfecha y informada --aunque en confuso-- de cosas que os han de ser de importancia, si sabéis guardar la lengua. MONTOYA: ¿A mí? ARMESINDA: A vos. No digáis nada de lo que vos me habéis dicho a vuestro dueño. MONTOYA: Me tapa los labios esta cadena. Vueselencia, pues es sabia, calle también y averigüe; porque si mi amo alcanza que me deslicé, no doy por mi vida una castaña. ARMESINDA: Amor, ¿qué es esto que oís? ¿Quién, decid, os dificulta? ¿Quién, competidora oculta, celos os da y los sufrís? Si con ellos presumís crecer, crecerá la pena que esperanzas enajena, pues temo --¡congoja estraña!-- una enemiga en España, y otra invisible en Lorena. Aquélla ausente me abrasa, ésta presente me enciende; pero --¡ay Dios!-- que más ofende el enemigo de casa. Con Carlos Beatriz se casa, porque en él logra su amor, aunque un rey competidor se le opone, que no estima; luego no es Beatriz mi prima quien motiva mi temor. Clemencia de esta quimera la autora ha venido a ser, porque con menos poder ¿quién a tanto se atreviera? Sospechas, echemos fuera temores, y averigüemos sutilezas que estorbemos con industrias que opongamos; y, porque las consigamos, las suyas desbaratemos. BEATRIZ: Vuestra excelencia, señor, no ha de usar hoy de la ley de padre conmigo; el rey logre en iguales su amor; que esta vez yo he de lograr las de mi libre albedrío. No apetezco señorío que, a título de reinar, imperioso me lastime y me ame con presunción; hecha tengo la elección de quien templado me estime, y no ofenda mi respeto. Amor busco, no poder; esto, señor, ha de ser; entiéndame el más discreto. CARLOS: (Por mí lo dijo. ¿Hay amor Aparte semejante? Adoraréla; por mi sol respetaréla, por la firmeza mayor que jamás vio el interés. Mi mudanza ha sido loca. Voy a que estampe en mi boca los vestigios de sus pies.) ENRIQUE: (¿Mas si madama Beatriz, Aparte castigando la mudanza de Carlos, me da esperanza de ser mi dueño? ¡Feliz trueco, si en él me prometo tal dicha! Voy a saber si, llegándola a entender, vengo a ser el más discreto.) FELIPO: (¡Que un rey desprecie por Carlos! Aparte Pero sí, que en sus empleos su amor empeñó deseos y siente en mí el malograrlos. El rey es prudente y justo; ni yo me atrevo a intentar que se case a su pesar, ni él querrá mujer sin gusto.) GABRIEL: (Estas señas interpreto, Aparte aunque loco, en mi favor; permitidme agora, amor, presumirme el más discreto. ¿Risa ayer, cuando lloraba con Carlos, y enigmas hoy? Mas si de Clemencia soy, si no ha media hora que acaba de darme señas escritas, ¿qué intentas, soberbia vana? A Carlos quiere su hermana; ¿para qué me precipitas? ¿Cuándo, amor, me has de sacar de tanto golfo crüel?) CLEMENCIA: ¿Qué tal os va, don Gabriel, de acertar y no acertar? GABRIEL: Mal, pues cuando conjeturan discursos que me atormentan, hallo señas que desmientan las señas que me aseguran. Ríense de un ignorante, gran señora, como yo... Mire que se le cayó a vueselencia este guante. CLEMENCIA: ¿Qué decís? GABRIEL: Se le ha caído, y, alzándole yo, pretendo con él... CLEMENCIA: O yo no os entiendo, o vos no sois entendido. GABRIEL: (¡Gracias a Dios, experiencia, Aparte que de dudas me sacáis! ¿Para qué filosofáis, temores, en la evidencia? Esto está ya averiguado.) ARMESINDA: La toledana es hermosa, puesto que ni muy airosa, ni muy firme; hanme agradado las joyas, pero no el brío ni el alma de la Gerarda; que, aunque en el alma gallarda, hiela a España por lo frío. Tiene partes excelentes, puesto que la gracia es poca, que es gran defecto en la boca tan mal avenidos dientes. Lo que yo afirmaros puedo, que en el aliño y adorno puede obligar la del torno a olvidar la de Toledo. GABRIEL: ¿Señas nuevas? ¡Vive Dios, que se han las tres concertado a enloquecerme! Cuidado, si, confuso entre las dos, quieres que el seso las rinda, con tres ¿qué hará mi paciencia? ¿Señas Beatriz y Clemencia? ¿Señas también Armesinda? Burlarme intenta cada una; solución del enigma es, pues son mis damas las tres, y de las tres no es ninguna.
FIN DEL ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
CLEMENCIA: Mi hermana me dijo a mí que, interpretando razones de contrarias intenciones, la amáis. ENRIQUE: Es, señora, ansí; que, como Carlos procura con cartas, más negociadas que por el rey deseadas, desbaratar mi ventura y no lo repugnáis vos, hallo en vuestro desengaño el remedio de mi daño; y, compitiendo los dos, me parece que es prudencia --antes que en celos me ofusque-- que en madama Beatriz busque lo que peligra en Clemencia. CLEMENCIA: Cuando él, duque, os compitiera y entrada en mi pecho hallara que el paso os dificultara, ¿mejor salida no fuera --a ser amante de ley-- sus ardides desmentir que por Beatriz competir con un infante y un rey? Confesarlo ansí es forzoso. En efeto, hacéis alarde de ser el primer cobarde que se retira celoso; aunque os tendréis por feliz si en tan loca competencia sois tímido por Clemencia y animoso por Beatriz. ENRIQUE: Cuando yo no interesara más medras de mis intentos que el causaros sentimientos con que mi amor se repara, fue ardid, señora, discreto fingir haceros agravios; que tal vez suelen ser sabios los celos. Mostré, en efeto, que a vuestra hermana servía, y fue admirable mi aviso, pues mi amor por su orden quiso probar lo que en vos tenía. Ya que lo sé, a vuestros pies, dándoos gracias, perdón pido; sosegad vos mi sentido, porque os ame más después. ¿De veras que no estimáis a Carlos? ¿Que os resistís? ¿Que en fin, cuando me admitís, sois mujer y no os mudáis? CLEMENCIA: Mi inclinación no consiente mudanzas; que la firmeza es en mí naturaleza, si en las otras accidente. Yo quise desde el instante que di principio al querer a quien mi esposo he de ser, y nunca mudé de amante. Carlos --desvanezca o no promesas a su cuidado-- persona trae a su lado que en mi pecho despertó desvelos de más momento. ENRIQUE: ¿Cómo es eso? CLEMENCIA: ¿Qué teméis? A don Gabriel le debéis amistades, que si os cuento, dudaréis satisfacerlas en llegando a ponderarlas; el principio de pagarlas es, duque, el agradecerlas. Haceldo ansí; que él ha sido a quien fe mi pecho da. ENRIQUE: ¿A don Gabriel? CLEMENCIA: El será, si me entiende, preferido a muchos...Quiero decir, en materia de consejos. ENRIQUE: Estaba de eso tan lejos, viéndole a Carlos servir, que, aunque me lo certifique vuestro crédito, y sea ansí... CLEMENCIA: Cada cual hace por sí antes que por otro, Enrique. ENRIQUE: Pues él en eso ¿qué hace por sí? ¿Qué es lo que medró? CLEMENCIA: ¿No es el amigo otro yo que a dos almas satisface con sola una voluntad, si a un mismo fin se encamina? ENRIQUE: Ansí es bien que se difina el amigo. CLEMENCIA: Y su amistad ¿no puede ser tal con vos que se verifique en él tal fineza? ENRIQUE: ¿Don Gabriel contra su dueño? Por Dios, que ha de quedar asombrado quien tal imposible oyere. CLEMENCIA: Cuanto más por vos hiciere, os tendrá más obligado. ENRIQUE: Poco abona su opinión quien esa cuenta da de ella. CLEMENCIA: Como por eso atropella, si es viva, una inclinación. Experimentad la mía, disculpando a don Gabriel, que yo os juro que por él dejara una monarquía. ENRIQUE: ¿Cómo por él? CLEMENCIA: Pues ¿no dejo la herencia casi de Francia con el de Orliens, a su instancia? Inclínome a su consejo, de suerte, duque, os prometo, que toda mi libertad pende de su voluntad. ENRIQUE: El español es discreto, y si yo alcanzo por él que os inclinéis a mi amor, le seré eterno deudor. CLEMENCIA: Id, Enrique, hablad con él; experimentad verdades que antes de mucho admiréis; solicitadle, y veréis prodigios entre amistades, que no poco han de importaros. Decid que siga la traza que amor y su ingenio enlaza; que alguna vez saldrán claros los cielos, hasta aquí obscuros, pues para los animosos principios dificultosos prometen fines seguros; y que esto le aviso yo para vuestro buen suceso. ENRIQUE: Pues ¿no sabré yo algo de eso? CLEMENCIA: Por agora, Enrique, no. ENRIQUE: Pues ¿es razón que el tercero alcance más que el amante? CLEMENCIA: El medio que es importante para los fines que espero, con vos me requiere muda, y toda lenguas con él. Si os regís por don Gabriel, presto saldréis de esa duda; que hemos dispuesto los dos cierta traza sin testigos, con que quedéis muy amigos mi padre, Carlos y vos. Sólo este fin me reporta en los labios el secreto; vos veréis, duque, en efeto, lo que a los dos nos importa. ENRIQUE: Alto; si por don Gabriel se han de allanar competencias, voy a alentar sus agencias. CLEMENCIA: Nuestro amor estriba en él. Diréisle, pues le confío que os industrie y aconseje, que por señas no lo deje, pues hartas con vos le envío. ENRIQUE: Obedecer y callar. Voy. CLEMENCIA: ¿Oís? y que en los dos sabrá aquello, yendo vos, de acertar y no acertar. CLEMENCIA: Confuso parte, No es mucho que, si imita mis acciones, participe confusiones, cuando yo con tantas lucho. Si señas tienen de ser del gallardo español prueba, señas Enrique le lleva con que me pueda entender. ¿Qué modo hallara yo agora para sosegar desvelos y conocer de mis celos la oculta competidora? Si yo conociese el dueño que inadvertida perdió el papel que ocasionó los riesgos en que me empeño, facilitara el cuidado que confusa dificulto; porque el enemigo oculto más daña que el declarado. Ahora bien, aquí le hallé; vuélvole al mismo lugar; que escondida he de sacar quién la perdidosa fue. Dudo en mi hermana y mi prima, si bien con más fundamento en la segunda; mi intento a nuevas cosas me anima. Cualquiera que pase de ellas, en viéndole le ha de alzar; y, si le perdió, ha de dar muestras de gusto, y por ellas quedaré informada yo. Las dos estaban agora en esa cuadra; no ignora trazas quien celosa amó. FELIPO: Clemencia, de tu elección pende la paz de mi estado; palabra a Enrique le he dado; Carlos te tiene afición; ama a Beatriz el de Francia; ya tú sabes su poder; consultar es menester cosas de tanta importancia. De tu entendimiento fío riesgos que a tu arbitrio dejo. CLEMENCIA: En el tuyo mi consejo, siendo tuyo, será mío. FELIPO: Ven, y estudiemos los dos lo que se ha de hacer en esto. CLEMENCIA: (¿Hay estorbo más molesto Aparte que el presente? Ciego dios, mal podréis averiguar quién es mi competidora, si dejo el papel agora y me obligan a ausentar. ¿Alzaréle? Pero no; que si mi padre lo ve, el crédito arriesgaré que mi recato ganó. ¿Qué he de hacer? Poco dichosa soy en amores. FELIPO: ¿No vienes? CLEMENCIA: Sí, señor. FELIPO: Discreción tienes, que es milagro, siendo hermosa; busquemos los dos salida a confusión tan crüel. CLEMENCIA: (Volveos a perder, papel; Aparte que más que vos voy perdida.) BEATRIZ: Perdíle y, sin él confusa, desvanezco mi sentido. ¿Si acaso se me ha caído por aquí? No tiene excusa mi descuido. Echéle menos agora; guardéle aquí. No sé cuándo le perdí; sé mi desgracia a lo menos. ¿Si le halló mi padre? ¡Cielos! ¿Si alcanzó a saber por él, con riesgo de don Gabriel, mi osadía y sus desvelos? Negaré disimulada, aunque la vida me cueste. Mas ¡válgame Dios! ¿No es éste? ¡Ay prenda tan mal guardada cuanto con gusto adquirida! No saldréis más de mi pecho. ¡Qué de agravios que os he hecho! Vos seáis bien parecida. Cuando agora por aquí con Armesinda pasé, se me cayó; ya podré, temores, volver en mí. CARLOS: Yo sé que, dándome celos, la he de volver a adorar. GABRIEL: Tu estraño modo de amar tendrá pocos paralelos. CARLOS: Gabriel, madama está aquí. GABRIEL: Comencemos tu quimera; yo la llego a hablar. CARLOS: Espera; déjame primero a mí que con ella te introduzga en España poderoso, y que me muestre celoso porque a tu amor se reduzga, y tú después llegarás. GABRIEL: Voyme, pues. CARLOS: Ve y vuelve luego. GABRIEL: Más que el amor eres ciego. CARLOS: ¿Qué quieres? No puedo más. CARLOS: Madama, si os desobligo y a vuestra hermana pretendo, es porque ofendido entiendo que truje mi mal conmigo. Quiero de suerte a un amigo, y queréisle tanto vos, que, puesto que sabe Dios lo que me cuesta olvidaros, no os he he amar, por amaros y daros gusto a los dos. BEATRIZ: Duque, ¿qué decís? Volved por vuestro seso y por mí; no os precipitéis ansí, y en más mi opinión tened. Vuestra mudanza ofended, pero no, Carlos, mi fama. ¿Qué amigo es ése? CARLOS: Madama, no disimuléis conmigo; [................-igo] y él correspondiente os ama. Pródigo intento y cortés lograr con él una hazaña; tendrá que envidiar España desde hoy el valor francés. BEATRIZ: Acabemos ya; ¿quién es sujeto tan ponderado? CARLOS: Duque que a Castilla ha dado sangre real; duque, en efeto, de Nájara, que en secreto es mi igual y es mi criado. BEATRIZ: ¡Válgame Dios! ¿Don Gabriel es duque? ¿Es tan gran señor? CARLOS: En los ojos vuestro amor os lleva el alma tras él. BEATRIZ: A lo menos, si es más fiel que vos y menos mudable, fuera ingratitud culpable no amarle, cual presumís; mas vos ¿de qué colegís defecto en mí tan notable? CARLOS: (Mintamos un poco, amor; Aparte que va hallando esta quimera más celos que yo quisiera.) Fïado de mi valor, hasta el mínimo favor me comunica. BEATRIZ: En efeto, ¿no hay entre los dos secreto? CARLOS: A persuadirme se anima que fue por él el enigma de "entiéndame el más discreto." Presentóme por testigo del amor que le mostráis señas que disimuláis, y él conjetura conmigo. Si algunas de éstas os digo, ya graves y ya risueñas... BEATRIZ: Duque, ¿qué decís de señas? CARLOS: Señas le apuran el seso. BEATRIZ: Pues él ¿alábase de eso? CARLOS: (Mentira, en mucho me empeñas.) Aparte BEATRIZ: ¿Señas os ha dicho a vos que en mí alientan su esperanza? CARLOS: La amistad todo lo alcanza, y es mucha la de los dos. BEATRIZ: ¿Yo señas? (¡Válgame Dios! Aparte En hombre que es tan perfeto ¿puede caber tal defeto?) CARLOS: Por él, en fin, determino que mude mi amor camino; tanto su amistad respeto. BEATRIZ: Sois vos todo gentilezas que él os podrá agradecer, mas no yo, pues llego a ver mi agravio en vuestras finezas. ¡Ay cielos! Si da en flaquezas como ésas, presumirá señas que dicho os habrá. CARLOS: Muchas me contó, aunque oscuras, y por esto no seguras, que averiguando en vos va. BEATRIZ: ¿Muchas y oscuras decís? CARLOS: Todo su pecho me fía. BEATRIZ: (¿Qué escucháis, desdicha mía? Aparte Necias industrias, ¿qué oís?) CARLOS: Parece que lo sentís como ofendida. BEATRIZ: ¿Qué mucho, si mis desdoros escucho en quien ansí os engañó? CARLOS: O le amáis, madama, o no. BEATRIZ: (¡Con qué de congojas lucho!) Aparte En fin, ¿es duque? CARLOS: Y marqués de Aguilar. BEATRIZ: No sé qué hiciera de mi libertad, si fuera, en vez de español, francés. CARLOS: (Alto, celoso interés, Aparte ya os hizo mi amor lugar.) BEATRIZ: Pero podréisle afirmar que alcanzara ventajoso suertes que merece airoso, y pierde por no callar. CARLOS: Buscaban celos mis daños que a mi amor diesen desvelos y, andando a caza de celos, encontré con desengaños. El que por medios estraños en nuevos riesgos se arroja, cuando coja el fruto que yo cogí, échese la culpa a sí; porque siempre el que se ofusca en peligros que aborrece, si desdichas apetece, halla más de las que busca. FELIPO: Esto es lo consultado por Clemencia, y de ti tiene cuidado de suerte que te estima con afectos de hermana más que prima. Condesa de Bles eres; si al duque Enrique por esposa adquieres, y yo le persüado que, olvidando a Clemencia, trueque estado y amor en ti, podemos mudar en paces guerras que tememos. ARMESINDA: Señor, en vueselencia libré, muertos mis padres, la obediencia que a ellos les debía; mi voluntad es tuya más que mía; mas cosas de ese porte, no es justo que la prisa las acorte. Consúltelas despacio, pues sobran consejeros en palacio, que mirarán prudentes si se atajan con eso inconvenientes; y yo del mismo modo entretanto veré si me acomodo a disponer deseos tan libres en mi edad de esos empleos. FELIPO: Tu discreción, sobrina, merece admiración por peregrina. Yo voy a consultarlos; tú eres la paz del rey, de Enrique y Carlos. ARMESINDA: Examine voluntades y haga Felipo experiencia, entretanto que en Clemencia mis celos sacan verdades si quiere al español más que obedecer a mi tío; que después, pues no soy río, bien puedo volverme atrás. BEATRIZ: ¿Es posible que tan grave, tan cuerdo, tan ententido, tan discreto y bien nacido --cuando lo que importa sabe-- duque don Gabriel Manrique el secreto encomendado y en fe de noble jurado con Carlos le comunique? No, sospechas, no lo creo; miente Carlos; conjeturas serán las que, mal seguras, --porque mude de deseo-- le inquietan la voluntad. Como en mis ojos ha visto lo que en la lengua resisto, querrá sacar la verdad con mentiras que le impone. Anda el español buscando las señas con que le mando que sus dichas ocasione; ocupa, cuando le asisto, los ojos y el alma en mí; y saca Carlos de aquí, porque a los dos nos ha visto con descuido cuidadoso, celos de causas pequeñas. Mas ¡decir lo de las señas! Aquí el culparle es forzoso. Lo mismo que acuso abono; y, entre el sí y el no confusa, hallo el agravio en la excusa y, condenando, perdono. CLEMENCIA: Si Armesinda lleva bien el dar a Enrique la mano, salió mi recelo vano; poco mis sospechas ven. Si rehusa este concierto, dándose por ofendida, don Gabriel la trae perdida y mi temor salió cierto. ARMESINDA: Prima, en notable cuidado hoy mis aumentos te ven; darte puedo el parabién de consejera de estado. Tu padre, que dificulta riesgos que nacen de nuevo, me afirma lo que te debo; quedaréle a tu consulta deudora, que es circunstancia mucha que a Enrique se rinda la libertad de Armesinda porque Beatriz reine en Francia. BEATRIZ: (¿Cómo es esto de reinar? Aparte ¿Otra vez vuelve este miedo? Desde aquí escucharlas puedo.) CLEMENCIA: ¿Qué quieres? Séte afirmar que te estimo de manera que por ti me desposeo del duque. ARMESINDA: ¿Ya yo no veo que eres mi casamentera? Débote voluntad tanta que no admites y te pesa ser con Enrique duquesa, por ser con Carlos infanta. CLEMENCIA: Prima, reales intereses efectuólos la ambición; prométote que no son mis pensamientos franceses. ARMESINDA: Serán españoles, prima. CLEMENCIA: ¿Cómo? ARMESINDA: Pues ¿no han de tener alguna patria? CLEMENCIA: ¿Es querer pedirme celos? ARMESINDA: Enigma es ésta que tu amor traza, y cuando piensas que está secretísima, anda ya a pregones por la plaza. CLEMENCIA: ¿Estás en ti? ARMESINDA: No te asombres; que debe ser tu beldad alcalde de la hermandad que prende en los campos hombres. BEATRIZ: (¡Ay cielos! Todo se sabe. Aparte El español fementido pródigo indiscreto ha sido; perjuro dejó sin llave secretos y confïanzas.) ARMESINDA: Alcaide fue tu cuidado del cuarto en que, retirado, diste a riesgos confianzas. ¡Qué ingeniosa te apercibes de torno, tiniebla y salas! ¡Qué sazonada regalas, qué misteriosa que escribes! Ya yo he visto los papeles, cifras de tu estraño amor. BEATRIZ: (Todo lo ha dicho el traidor.) Aparte ARMESINDA: No hay para que te receles; que ya el español me fía secretos encomendados, porque tercie en sus cuidados. Luego ¿piensas, prima mía, que no me reveló señas, ya en acciones y ya escritas, en que dudas facilitas y animas cuando despeñas? Pues advierte que me hace agente de tus amores, y sé todos los favores con que intentas que se enlace en laberintos dudosos, no sé a qué fin prevenidos, conceptos con dos sentidos, obscuros por misteriosos. El papel que te escribió, el crédito que con él te acredita... CLEMENCIA: ¿Don Gabriel eso de mí te mintió? ARMESINDA: Eso y otras liviandades que callo. ¿De qué te admiras? (Amor, digamos mentiras Aparte para averiguar verdades.) CLEMENCIA: (¿Mas si, celosa de mí Aparte mi prima, se ha declarado con el, y cuenta la ha dado de cosas que presumí guardar seguras en él? No hay hombre que no se alabe de favores que aun no sabe; imitólos don Gabriel. ARMESINDA: No hay para qué recelarte ya de mí; declaraté con los dos. ¿Qué le diré, prima mía, de tu parte? CLEMENCIA: Dile, prima, que por ti facilitarle deseo estorbos, y que en tu empleo me tiene obligada a mí; que no malogre invenciones que tanto estudio te cuestan, pues ellas le manifiestan, aunque en sombra, tus pasiones; que las joyas usurpadas por tu industria, repartidas también por ti, aunque escondidas, no engañan disimuladas; que fácil se manifiesta cualquiera ardid estudiado, si se afecta demasiado; y en fin... ARMESINDA: ¿Qué locura es ésta, prima engañosa? ¿A qué efeto es tanto disimular? Hácesle desatinar, sábese ya tu secreto, ¡y atribúyesme quimeras que ni por el pensamiento me pasan! CLEMENCIA: ¡Donoso cuento! Mira, prima, cuando quieras que por señas un amante sus discursos encamine, no le hagas que desatine; procura de aquí adelante probar su ingenio de modo que señas y conjeturas ni del todo sean obscuras, ni tan patentes del todo que los demás las entiendan; porque es fuerza que el cuidado ame siempre desvelado, y que sus ojos pretendan registrar en cualquier dama acciones que acas[o] hechas den motivo a sus sospechas, y luego piense que le ama. ARMESINDA: ¿Para qué gastas doctrina que tú sola has menester? CLEMENCIA: ¿Yo? Pues mira; has de saber que tu español imagina que yo soy la arquitectora de la máquina que hiciste; que como le persuadiste a amar por señas, y ignora cuál de las tres de esta casa es la que ha de obedecer, apenas nos llega a ver cuando estudiosos nos tasa las acciones más pequeñas, una risa, un volver de ojos, con que al punto sus antojos juzgan que le hacemos señas. Cayóseme un guante ayer y, creyéndole favor, ya me imagina en su amor perdida; quise volver por mí y atajar locuras; mas poco me ha aprovechado, pues, necio y desbaratado, no sé qué salas a escuras, tornos y prendas robadas alega, con presunción de que yo fui la ocasión. Como no le persüadas a que eres tú su desvelo, contemporizar con él es fuerza; que el don Gabriel es un español del cielo, y no es bien que, ya apurado el seso, siendo yo cuerda, permita que por ti pierda el poco que le has dejado. ARMESINDA: Esto es burlarse de mí, esto es haber ya sabido del crïado fementido cuanto en este caso oí. A no ser ella la autora de esta confusa quimera, claro está que no supiera lo que me refirió agora. De celos estoy perdida; mas no logrará, si puedo, los lances de tanto enredo. ¿Yo burlada? ¿Ella querida? Haré que el duque castigue arrojos de amor tan loco; que en competencias, no es poco estorbar quien no consigue. BEATRIZ: No hay en casa quien no sepa cuanto al silencio fié. ¡Ay cielos! ¿Cómo creeré que en semejante hombre quepa tal falta, tan vil defecto? Pero culparle es en vano; que ya excediera de humano, si en todo fuera perfecto. GABRIEL: Harásele, gran señora, a vueselencia de nuevo el ver que a hablarla me atrevo, cosa rara en mí hasta agora; pero alienta mi temor quien puede, y por vos se abrasa. BEATRIZ: Decid; que no es nuevo en casa teneros por hablador. GABRIEL: ¿Hablador yo? BEATRIZ: Proseguid. GABRIEL: Mal su opinión acredita quien la que tengo me quita, mintiendo... BEATRIZ: Decid, decid. GABRIEL: ...porque es la más civil mengua para mí... BEATRIZ: Serán antojos de quien os buscó todo ojos y os ha hallado todo lengua. Decid. GABRIEL: Envidia será de quien con vuestra excelencia lo que no osa en mi presencia... BEATRIZ: Decid, acabemos ya. GABRIEL: ...afirma, contra el valor que en mí esos desdoros teme. BEATRIZ: Don Gabriel, decid o iréme, que sois terrible hablador. GABRIEL: Si en tal opinión me veo... BEATRIZ: Dejad eso, y proseguid. GABRIEL: Pues vos lo mandáis, oíd. Yo deseo y no deseo cumplir leyes y precetos de quien a hablaros me envía y sus secretos me fía. BEATRIZ: ¡Guardáis vos muy bien secretos! GABRIEL: Pues ¿podéis vos ofenderos de haberlos quebrado yo? BEATRIZ: ¡Jesús! ¿Vos quebrado? No; antes los decís enteros. GABRIEL: El envidioso ignorante que me juzga poco fiel... BEATRIZ: Levantad ese papel, y proseguid adelante. GABRIEL: (¡Ay cielos! Mi letra es ésta.) Aparte BEATRIZ: Dadle acá. GABRIEL: Señora mía... BEATRIZ: Al que secretos os fía podéis darle por respuesta que estudie en mis escarmientos si el fïarse es cosa baja de habladores de ventaja que infaman sus juramentos. GABRIEL: ¡Madama! ¡Señora mía! Rayos mortales arroja. Agora, cielos, se enoja, que manifestar quería obscuridades de amor, agora que comenzaba mi dicha, y se declaraba, ¿tal desdén en tal favor? ¡Gentil premio de desvelos! ¡Bien satisfechos cuidados, de habladores infamados! ¿Qué es esto, inclementes cielos? ¿No vi en manos de Clemencia hoy mi papel? ¿No es el mismo que hallé agora? En tal abismo, ¿quién ha de tener paciencia? ¿Con quién comunico yo secretos tan castigados, de injurias galardonados, sino con quien me mostró como carta de creencia el billete que firmé? Si amor por señas juré, y hallo señas en Clemencia, ¿es mucho que desatine creyendo que es su inventora? Pues ¿cómo lo sabe agora su hermana? ¿Cómo a hallar vine en sus manos mi papel? ¿Cómo Armesinda me aguarda, con las señas de Gerarda? ¿Fue el intrincado vergel más confuso de Teseo? No, cielos, no hay más salida para no apurar la vida --que pienso que lo deseo-- sino creer que las tres, conjuradas contra mí, comunican entre sí secretos, porque después, como cada cuál me engaña, entre tanta confusión, castiguen la presunción que Francia culpa en España. CLEMENCIA: (Mi padre, pues yo no puedo, Aparte tanta máquina averigüe, y mis celos apacigüe; desharemos este enredo, y saldré yo de cuidado, aunque me llamen crüel.) ¿Aquí estáis vos, don Gabriel? Nunca os veo acompañado; mas tampoco lo está Apolo. GABRIEL: Es ésta condición mía. CLEMENCIA: Sí, pero, sin compañía, mucho habláis para estar solo. GABRIEL: ¿También vos formáis agravios? CLEMENCIA: Amante he yo conocido que hubiera dichoso sido a saber cerrar los labios; y alguna en casa ofendida... GABRIEL: Diréos, si me dais lugar... CLEMENCIA: ¿Hablarme vos? No hay que hablar. Guardaos, no os cueste la vida. GABRIEL: ¡Alto! Otra vez se eclipsó la certidumbre infeliz de que madama Beatriz conmigo se declaró, pues su hermana hizo lo mismo. ¿Cuál de ellas, amor, creeré que de esta máquina fue la artífice? En un abismo, con dos vientos encontrados, navego sin experiencia; ya Beatriz, y ya Clemencia la nave de mis cuidados combaten; y en tanta mengua las dos, intimando agravios, una castiga mis labios, y otra aborrece mi lengua. CARLOS: De la confïanza necia que en vos mi amistad creyó sé que a España se pasó la fe fallida de Grecia. Basta que a Beatriz amáis y, dueño de sus desvelos, por darme de veras celos, los de burlas excusáis. Cuando yo puse los ojos en Clemencia, si a su hermana amó vuestra fe liviana, excusáredes enojos diciéndome la verdad, que ya en vuestra lengua dudo; pero amigo que es tan mudo guárdese de mi amistad. GABRIEL: ¡Señor, gran señor! --¿Qué es esto? ¿Qué concurrencia de males, qué espíritus infernales tanta maraña han compuesto? A todos los he agraviado; todos acusan mi amor; con las damas, hablador, y con el duque, callado. La fortuna intenta verme, gustosa en desbaratarme, con lengua para culparme. sin ella para perderme. ENRIQUE: Gabriel, Clemencia me envía, puesto que entre obscuridades, a que agradezca amistades que no supe que os debía. Afirma que en mi favor le habéis propuesto razones opuestas a pretensiones de Carlos, vuestro señor; y como sé la lealtad que le guardáis y debéis, aunque de mi parte estéis, no es tanta nuestra amistad que presumiera tal cosa, a no tener fundamento en que lo hacéis con intento de que Beatriz sea su esposa. ¡Digna acción de la cordura que en vuestro valor se encierra, pues se ataja ansí la guerra que de otra suerte aventura! Porque, aunque arriesgue el perderme, su palabra ha de cumplirme Felipo, o yo prevenirme contra quien guste ofenderme. En efecto, sea por esto o por lo que vos sabréis, tan persuadida tenéis a mi dama que ha propuesto no hacer más de lo que vos dispusiéredes. GABRIEL: ¿Clemencia dice que estriba en mi agencia el desposaros los dos? ENRIQUE: Y que estos inconvenientes bastáis vos solo a atajarlos. GABRIEL: ¿Yo, en deservicio de Carlos? ENRIQUE: Señas me dio suficientes, aunque obscuras para mí, que sin quererse explicar, dice, no podéis negar. GABRIEL: (¡Cielos! ¿En qué os ofendí? Aparte ¿Amante y casamentero? ¿Desleal a mi señor? ¿Ya infamado de hablador, ya su esposo, y ya tercero?) ENRIQUE: Que experimente verdades, que en vos admire, desea; y que obligaciones crea de finezas y amistades. No sé yo con qué pagaros tanto. Dice que sigáis la traza que en esto dais; que alguna vez saldrán claros los cielos, hasta aquí obscuros; pues para los animosos principios dificultosos prometen fines seguros. Don Gabriel, ¿qué traza es ésta? Que es rigor demasïado, siendo yo el interesado, ignorarla. GABRIEL: (¿Qué respuesta Aparte la daré, confusión mía?) ENRIQUE: Y que, si no me creéis, por señas no lo dejéis; que hartas conmigo os envía. GABRIEL: (¿Pudo declararse más? Aparte Luego ¿no fue Beatriz --¡cielos!-- la autora de mis desvelos? Volved, esperanza, atrás. Pero ¿cómo me condena, si no es Beatriz, su rigor a delitos de hablador? ¡Nunca yo entrara en Lorena! ENRIQUE: Acabadme de sacar del golfo en que me habéis puesto. Decid, don Gabriel, ¿qué es esto de acertar y no acertar? GABRIEL: Pues ¿eso también os dijo? ENRIQUE: Esto al partirse la oí; y que entenderéis por mí este misterio prolijo sin declarárosle a vos, afirma; y que es de importancia, en tal caso, mi ignorancia. GABRIEL: (¡Extraña mujer, por Dios!) Aparte ENRIQUE: ¿Queréisme ya despenar? Sacadme de este cuidado. GABRIEL: Duque Enrique, hanme obligado a ver, oír y callar. Si ella afirma que os importa que este secreto ignoréis y os ama, ¿qué más queréis? ENRIQUE: ¿Clemencia conmigo corta, y con vos tan liberal? Don Gabriel, ¡aquí de Dios! ¿Por qué habéis de saber vos lo que a mí no me esté mal y ha de negárseme a mí? GABRIEL: Eso dígalo Clemencia; que yo no tengo licencia. ENRIQUE: Mirad que saco de aquí conjeturas no pequeñas que os desdoran de algún modo. GABRIEL: Eso sí, sed vos y todo astrólogo de mis señas; pero no ingrato a lo mucho que afirma que me debéis Clemencia. ENRIQUE: En fin, vos queréis que en los misterios que escucho, y no acabo de alcanzar, pierda el seso. GABRIEL: ¿El seso? No; mas quiero que, como yo, tengáis que filosofar. Que os prometo que es mi amor tan mudo que vive preso en el alma, y con todo eso me le culpan de hablador. No alcanza quien no obedece, ni sin peligro hay batalla, ni merece quien no calla, ni quien malicia merece. Esto la dad por respuesta; y decid que, pues dispuso que os tuviésemos confuso y os importa, aunque os molesta, la traza entre los dos dada se ponga en ejecución, porque perderá sazón si hoy no queda desposada; que os disfrazó pensamientos para acendrar vuestra fe, porque yo jamás quebré palabras ni juramentos. ENRIQUE: Amor es loco, sus temas imposibles de vencer; yo no acabo de entender el blanco de estas problemas; pero si, cual conjeturo, hoy ha de llamarme esposo Clemencia, tan venturoso seré como el medio obscuro. Voy, porque no me hagáis cargo de que a malicias me atrevo, si bien sabré lo que os debo, pues no es el término largo. Pero vivid advertido en lo que habéis maquinado, que, si agradezco obligado, me satisfago ofendido. GABRIEL: Todos forman de mí queja; a tragos la muerte bebo. ¿Qué es esto? ¿Hay peligro nuevo? Arrojaron de la reja un papel. Si es semejante a sus dos antecesores, no más ambiguos amores; mude su dueño de amante. "Ya por experiencia sé cuán obediente y discreto vive por vos el secreto que oculta os encomendé; no es bien que el premio lo esté, que os ofrece la fortuna; ocasión hay oportuna; id como la vez primera al torno; que allí os espera de las tres la una y ninguna." Como cumpla lo que dice, demos por bien empleado todo el desvelo pasado; si es que a dudas satisface, fortuna, acábese ya el tema de estos engaños. MONTOYA: Dos horas, si no dos años, anda de acá para allá en busca tuya, y no te halla... GABRIEL: ¡Montoya! MONTOYA: ...cierta señora [tapada]... GABRIEL: Calla, Montoya. MONTOYA: ...que embauca. GABRIEL: Sígueme y calla. MONTOYA: Doy a la lengua cien nudos; que pues por ti se me estanca, aquí pasa Salamanca el colegio de los mudos. CLEMENCIA: Esto es, señor, lo cierto; Armesinda este ardid ha descubierto. Lo que de mí has oído del modo que te afirmo ha sucedido; a Enrique menosprecia, no estima a Carlos porque, loca o necia, al español adora. FELIPO: De tantos embelecos inventora! Clemencia, considera que parece imposible tal quimera. En tan pequeños años ¿puede Armesinda hacer tantos engaños? CLEMENCIA: Para ellos la habilita ese cuarto, después que no se habita desde el año pasado por las muertes que en él hemos llorado de mi madre y señora, y del duque mi hermano; allí inventora de peregrinas trazas, con tornos, con papeles y amenazas que ingeniosa dispuso, del español el seso trae confuso. FELIPO: Júzgote con tu prima apasionada, viendo que no estima a Enrique, cuando quieres a Carlos; sois estrañas las mujeres. CLEMENCIA: Espera, haz una cosa; darásme, si nos sale provechosa, el crédito debido. Llama aquí al español favorecido, como otras veces sueles; que entre otros, trae consigo dos papeles que le escribió esa dama a quien su confusión por señas ama; conocerás sin duda por la letra la autora amante y muda que el estilo profana con que amor hasta aquí su imperio allana. FELIPO: Bien dices; de ese modo sabré quién es y se averigua todo. Mandaré que le llamen, y en él de estos misterios haré examen. ARMESINDA: (¿Qué puede buscar, ¡cielos!, Aparte don Gabriel en tal parte sino celos que apuren mi cuidado? ¿En el cuarto tanto ha deshabitado, y cerrarle la puerta luego que entró? Sospecha, saldréis cierta, si a confirmaros torno; allí el teatro oculto, allí está el torno, amor, de mi tragedia. Si el duque tanto insulto no remedia, quedará mi esperanza marchita en flor, sin fruto mi venganza.) FELIPO: Armesinda, ¿qué es esto? ARMESINDA: Sutilezas de amor con que ha dispuesto Clemencia, señor mío, cuando tu ofensa no, su desvarío. Esa parte de casa que no se vive tu opinión abrasa. Mi prima, que atropella respetos de quien es, oculta en ella a quien te certifique la causa por que deja al duque Enrique. CLEMENCIA: Desatinada vienes. ¿La culpa me atribuyes que tú tienes? ¿Perdiste el seso, prima? ARMESINDA: Ya se saben verdades de este eni[g]ma, ya el cuarto, el torno y salas donde escribes, obligas y regalas al español dichoso, agora en posesión, antes dudoso. Derriba, señor, puertas, que sólo están a nuestro agravio abiertas. FELIPO: ¿Qué es esto, cielo santo? CLEMENCIA: Averigua, señor, enredo tanto; que si la letra miras de los papeles, no podrán mentiras desdorar mi inocencia. ARMESINDA: Eso pretendo yo, haga experiencia la averiguación sabia de la agresora que tu casa agravia. FELIPO: Echaré por el suelo, abrasaré impaciente el palacio, la autora, el delincuente de tanto ciego insulto. ARMESINDA: No has de lograr tu amor hasta aquí oculto. CLEMENCIA: Con frívolas disculpas disfrazas evidencias de tus culpas. ARMESINDA: ¡Qué loca te despeñas! CLEMENCIA: Pues poco has de lograr tu amor por señas. MONTOYA: Segunda vez nos enmonjan y, cerrándonos las puertas, solos, de noche y a escuras, a pares nos emparedan. Tú, que sabes lo que pasa, ni tienes miedo, ni tiemblas, mas yo, que no he merecido tantica historia siquiera con que sobornar temores, ¿qué he de hacer sino hacer cera? GABRIEL: Todo ha de parar en bien. MONTOYA: No pare en la chimenea por donde a ciegas me embutan; pongan luz y saquen cena, y estémonos aquí un siglo. GABRIEL: Allí llaman. MONTOYA: Allí llega tú, que eres el consiliario; que yo en la dicha comedia no soy más que el mete-sillas. GABRIEL: ¡Luz y papel! MONTOYA: Ansí empiezan los actos de nuestra farsa. GABRIEL: (Una es la nota y la letra Aparte de éste y de los otros tres, y dice de esta manera; "Madama Beatriz se alaba de que le habéis dado cuenta de secretos prometidos que el bien nacido conserva; Carlos los sabe, Armesinda a todos los manifiesta, ya se los habrá contado a los tres duques Clemencia; ved si está puesto en razón que quien juramentos quiebra, cuando el premio que esperaba perdió, pase por la pena. Poneos bien con Dios al punto, porque dentro de hora y media he de hacer que en ese sitio encubra siempre la tierra lo que no encubristes vos; que temo de vuestra lengua, si agora no la sepulto, que ha de hablar después de muerta." Esta es sofística excusa de quien cavilosa intenta honestar sus liviandades al nuevo interés que afecta. Ya Clemencia, ya Beatriz, ya Armesinda la una sea de las tres, la enigma-dama, si ama a Carlos la primera, la segunda al rey francés, y apetece la tercera a Enrique, ¿qué maravilla que recele que se sepan los arrojos de su gusto? Temerosa de mis quejas, con la muerte me amenaza; pero primero que muera, hará mi valor alarde de la sangre que le alienta.) Saca la espada, Montoya. MONTOYA: ¿Para qué la quieres fuera? GABRIEL: Acaba, o te mataré. MONTOYA: Pues ¿tú conmigo pendencias? ¿A cuchilladas me pagas catorce o veinte cuaresmas que he ayunado en tu servicio? ¿No digo yo que andan sueltas por este cuarto de ahorcado Margarusas? (¿Si me trueca Aparte la cara algún Gacipiro, y que soy gigante piensa?) Montoya soy, ¡vive Apolo!; ten, señor, por Dios, vergüenza de ensuciar tus limpias manos en sangre lacaya. GABRIEL: Bestia, ¿qué dices? MONTOYA: Las letanías. GABRIEL: Mira que a matarnos entran traidores disimulados. MONTOYA: ¿Hacia dónde están, que puedas, encantados, verlos tú, y yo agora llenos tenga los ojos de cataratas? A Dios y a ventura, muera todo fauno, sierpe o grifo. GABRIEL: Ponte a mi lado, no temas. MONTOYA: Si se hallare en toda Europa quien más desdichado sea que yo... GABRIEL: ¿Tiemblas? MONTOYA: Tiemblo y sudo; olerásme si te acercas. ¿Quieres ver cuán venturoso soy? Pues escucha. Una siesta soñaba que me había hallado tres bolsas y dos talegas de doblones de a dos caras; tendílos sobre una mesa y, cuando empecé a contarlos, al primero me despiertan, dejándome de la agalla, sin permitirme siquiera que entre sueños recrease mi codicia con su cuenta. Soñé otra vez que me daban, sacándome a la vergüenza por las calles de la corte, cuatrocientos de la penca. Iba yo carivinagre, llorado de verduleras, entre escribas y envarados, las espaldas berenjenas. Y a cada "ésta es la justicia", me pespuntaba el gurrea los ribetes cuatro a cuatro, cual Dios les dé la manteca. Considera tú qué tal iría mi reverencia, que ¡vive Dios! que escocían como si fuesen de veras. Pues fue mi ventura tanta, para que envidia la tengas, que hasta el último pencazo no desperté; de manera que, cuando sueño doblones, al primero me recuerdan, y, cuando azotes, me obligan que hasta el cuatrocientos duerma. ¿Hay bestia más desdichada? FELIPO: Si no abriere, echad por tierra las puertas. MONTOYA: Descomunal jayán Tranquitrinco, espera. ¡Santiago, cierra España! A ellos, señor, o a ellas. CRIADO: Ya está abierto para todos. MONTOYA: ¡Los duques y las duquesas! GABRIEL: (Pues ¿cómo? Quien me amenaza Aparte de muerte, porque no sepa ninguno mudanzas suyas, ¿agora con todos entra?) FELIPO: Rendid, español, las armas. GABRIEL: A los pies de vuestra alteza, ellas, el dueño y la vida. MONTOYA: La bolsa, el dinero, y ellas. FELIPO: ¿Es blasón de generoso, a costa de su nobleza desasosegar palacios y, estranjero, hacer ofensa a tanto príncipe y dama? GABRIEL: Quien a sustentar se atreva que yo... FELIPO: Ya se sabe todo. GABRIEL: ...hice cosa que no deba, ni aquí, ni... FELIPO: Don Gabriel, basta; dicho me han de esta quimera lo que pasa, aunque en confuso. GABRIEL: No yo a los menos; que precia mi valor guardar palabras que tanto riesgo me cuestan. Y, pues contra esto me indician, diga madama Clemencia, diga Carlos, señor mío, Beatriz y su prima bella, vuestra alteza, el duque Enrique, ¿cuándo permití a la lengua secretos encomendados, que de los labios excedan? MONTOYA: Chitón, por amor de Cristo, dama en cifra, niña almendra, en lo de la sala y torno, joyas, papel, noche y cena. FELIPO: ¿Cuál de estas tres, español, mandándoos amar por señas, es la sutil inventora de tanto artificio? GABRIEL: Fuera, gran señor, yo afortunado, a alcanzar mis diligencias la solución de esas dudas. No lo sé, si bien sospechas tengo en todas tres. FELIPO: Mostrad [l]os papeles; que su letra alumbrará confusiones. GABRIEL: Denme todas tres licencia para hacer de ellos alarde; que, sin dármela, aunque muera, no me atreveré a enseñarlos, por no ofendar la una de ellas. BEATRIZ: Yo os la prometo. CLEMENCIA: Yo y todo. ARMESINDA: Yo también. MONTOYA: Traza discreta para deshacer pandillas. FELIPO: Ni de Beatriz, ni Clemencia, ni de Armesinda es la forma; todos son de mano ajena. MONTOYA: Pues volvamos a tocar tercera vez a tinieblas. GABRIEL: Si las tres me lo permiten, y perdona vuestra alteza de este amor enmarañado culpas que no sé que tenga, señas ofrezco bastantes, [...................e-a] para conocer su autora, por más que ocultarse quiera. BEATRIZ: Ya la tenéis. CLEMENCIA: Acabad. FELIPO: ¿Qué dices tú? ARMESINDA: Que desea mi confusión verse libre. MONTOYA: (Aquí la trampa se suelta.) Aparte GABRIEL: ¿Quién, pues, de las tres madamas a las dos de vueselencias dio las joyas de diamantes que las tres sacaron puestas la primer vez que me hablaron? BEATRIZ: Leonora, mi camarera, debajo mis almohadas halló esta cruz, sin que sepa cómo o quién allí la puso, y también esotras piezas, que por saber este enigma di a las dos. DAMA: Es cosa cierta lo que mi señora afirma. FELIPO: En fin, ¿que quien nos enreda se ha de reír de nosotros? MONTOYA: Desmaráñelo un poeta. GABRIEL: Señor, si esta vez no doy con el engaño, no tengas de averiguarle esperanzas. FELIPO: Decid. MONTOYA: Ya va la tercera. GABRIEL: Cuando agora entré a esta sala ¿estaban con vuestra alteza las tres madamas presentes? FELIPO: Sólo Beatriz faltó de ellas. GABRIEL: Pues ella estaba en el torno y, apurando mi paciencia, amenazaba mi vida; ella es la dama encubierta que se entretiene en burlarme. FELIPO: ¿Qué respondéis? BEATRIZ: Que confiesa lo que la lengua rehusa en la cara la vergüenza. CARLOS: Antes moriré a su lado que en Francia persona ofenda al de Nájara, mi amigo. FELIPO: ¿Qué es? MONTOYA: Es chilindrona nueva. CARLOS: Mi hermano el rey se casó con Ricarda, infanta inglesa; y, muerto en España el duque de Nájara, porque queda sin sucesión, don Gabriel, sobrino suyo, le hereda. Pésames y parabienes os den juntos estas nuevas, y vos, Felipo, a Beatriz, permitiendo que merezca mi intercesión y amistad lo que madama desea, que es juntar en don Gabriel a Nájara con Lorena. Mi esposa será Armesinda, dando la mano a Clemencia Enrique, porque amistades desbaraten competencias. Alcance yo vuestro sí. FELIPO: Dueño es, señor, vuestra alteza de mi voluntad y estado; como lo dispone sea. GABRIEL: A vuestros pies, gran señor... CARLOS: Levantad; que ansí se venga de agravios que amor enlaza la sangre noble francesa. MONTOYA: ¡Trinidad de desposorios! Sólo Montoya se queda incasable o celibato, paralelo de una dueña. GABRIEL: Invencionero ingenioso es amor; esta novela, senado ilustre, lo diga, y en ella el Amar por señas.
FIN DEL ACTO TERCEROFIN DE LA COMEDIA |