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Amor medieval


Luis López Nieves

La Edad Media fue una época excéntrica, y el amor medieval todavía no hay quién lo entienda. Un buen ejemplo es el caso de las tres parejas más famosas del medioevo: Laura y Petrarca; Dante y Beatriz; Abelardo y Eloísa.

No se sabe quién fue Laura, ni siquiera se sabe si realmente existió. Algunas versiones afirman que sí, pero que ya estaba casada cuando Petrarca la conoció. Otras versiones, conscientes de cuánto ambicionaba Petrarca ganar la corona de laureles otorgada a los poetas famosos, indican que “Laura” no es otra cosa que una abstracción de la palabra “laurel”.

“Beatriz”, proveniente del vocablo latino “beata”, también es un símbolo: identifica a la salvación cristiana. Dante vio por primera vez a Beatriz Portinari cuando ambos tenían nueve años. Desde ese día toda su vida literaria (incluida su obra maestra: La divina comedia) giró en torno a Beatriz, a pesar de que la vio pocas veces, ambos se casaron con personas diferentes, y ella murió a los 24 años de edad.

Es un hecho atroz: dos de las más famosas parejas de amantes medievales no fueron amantes, no se tocaron un dedo, nunca hicieron el amor. Pero el tercer caso, el de los amantes más desgraciados de todos los tiempos, es una historia de amor-horror tan intenso, que pocas veces puedo recordarla sin espanto.

Abelardo fue un joven y famoso teólogo francés del siglo XII, profesor de la catedral de Notre Dame, en París. El canon de la catedral lo contrató para que diera clases privadas a su hermosa sobrina Eloísa, quien contrario a la costumbre de una época en que las mujeres no iban a la escuela, a los 17 años de edad sabía teología, filosofía, griego, hebreo y latín.

Cometieron el error de enamorarse, a pesar de los planes del tío de Eloísa de casarla con un importante aristócrata. Se fugaron a las tierras de Abelardo en Bretaña, contrajeron matrimonio y tuvieron un hijo. Sin embargo, el tío de Eloísa no pudo perdonar a Abelardo, a quien acusaba de seducción. Para vengarse, este funcionario eclesiástico contrató a un grupo de matones. Entraron de noche a la casa de Abelardo. Mientras dormía, soñando tal vez con su hermosa Eloísa, lo sujetaron con las piernas abiertas y lo castraron con un cuchillo boto, a sangre fría. Cada vez que me acuerdo, me sudan las manos.

Una vez pasados los primeros días de dolor insólito, Abelardo comenzó a sumirse en una gran depresión. Miraba en el espejo y veía una abominación, un ser despreciable, algo así como la mitad de un hombre. Eloísa, joven aún, protestaba ante el mundo y ante Dios; se negaba a aceptar esta pavorosa mutilación de su amado y dulcemente le repetía que seguiría queriéndolo toda la vida. Abelardo, finalmente, decidió meterse a monje, a pesar de las protestas de su bella mujer: no tenía sentido permanecer en el mundo.

Este es sólo el comienzo de la larga y muy hermosa historia de Abelardo y Eloísa. Aunque a ella no le quedó más remedio que meterse a monja también, pasó el resto de su vida desesperadamente enamorada de Abelardo. Nunca dejó de amarlo. Tampoco perdonó jamás a su tío, ni a la iglesia, ni a Dios, por la cruel mutilación que le había robado la felicidad. Abelardo más o menos se resignó, se adormeció, llegó a afirmar que su tragedia era un merecido castigo divino: había pecado con Eloísa. A Eloísa, en cambio, le ocurrió lo contrario: cada día se sentía más rebelde contra el mundo y crecía más su angustia. Sus cartas reflejan la desolación de una mujer atormentada hasta el final de sus días. Dice la leyenda que Eloísa, monja y abadesa de su convento, murió maldiciendo a Dios: nunca se resignó a vivir sin su amado Abelardo.

También dice la leyenda que Eloísa, a punto de morir en el año 1164, pidió que la enterraran con su marido, quien había muerto antes. Al abrir la tumba, el cadáver de Abelardo levantó los brazos y abrazó a su querida esposa.

Actualmente estos desgraciados amantes están en el célebre cementerio Père Lachaise de París. A pesar de que han transcurrido más de 800 años, la gente todavía se acuerda de ellos y lleva flores a la tumba. Yo les llevé dos rosas blancas en el invierno de 1985.

Visto el caso de las tres parejas más famosas del medioevo, es inevitable concluir que la Edad Media fue una época bastante excéntrica, y que el amor medieval no hay quién lo entienda. Es decir, las cosas no han cambiado mucho.

FIN


“Amor medieval”, Luis López Nieves, Punto y Coma, San Juan, Vol.2, 1 y 2, 1990, pp.165-6.
“Amor medieval”, Luis López Nieves, El Carillón, Boston, Mass., 6 marzo 91, p.12.

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