Anagké
[Poema - Texto completo.]
Rubén Darío
Y dijo la paloma: Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo, En el árbol en flor, junto a la poma Llena de miel, junto al retoño suave Y húmedo por las gotas de rocío, Tengo mi hogar. Y vuelo Con mis anhelos de ave, Del amado árbol mío Hasta el bosque lejano, Cuando, al himno jocundo Del despertar de Oriente, Sale el alba desnuda y muestra al mundo El pudor de la luz sobre su frente. Mi ala es blanca y sedosa; La luz la dora y baña Y céfiro la peina. Son mis pies como pétalos de rosa. Yo soy la dulca reina Que arrulla a su palomo en la montaña. En el fondo del bosque pintoresco Está el alerce en que formé mi nido; Y tengo allí, bajo el follaje fresco Un polluelo sin par, recién nacido. Soy la promesa alada, El juramento vivo; Soy quien lleva el recuerdo de la amada Para el enamorado pensativo; Yo soy la mensajera De los tristes y ardientes soñadores, Que va a revolotear diciendo amores Junto a una perfumada cabellera. Soy el lirio del viento. Bajo el azul del hondo firmamento Muestro de mi tesoro bello y rico Las preseas y galas; El arrullo en el pico, La caricia en las alas. Yo despierto a los pájaros parleros Y entonan sus melódicos cantares; Me poso en los floridos limoneros Y derramo una lluvia de azahares. Yo soy toda inocente, toda pura. Yo me esponjo en las ansias del deseo, Y me estremezco en la íntima ternura De un roce, de un rumor, de un aleteo. ¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora Das la lluvia y el sol siempre encendido; Porque siendo el palacio de la aurora, También eres el techo de mi nido. ¡Oh inmenso azul! Yo adoro Tus celajes risueños, Y esa niebla sutil de polvo de oro Donde van los perfumes y los sueños. Amo los velos, tenues, vagarosos, De las flotantes brumas, Donde tiendo a los aires cariñosos El sedeño abanico de mis plumas. ¡Soy feliz! Porque es mía la floresta Donde el misterio de los nidos se halla; Porque el alba es mi fiesta Y el amor mi ejercicio y mi batalla. Feliz, porque de dulces ansias llena Calentar mis polluelos es mi orgullo; Porque en las selvas vírgenes resuena La música celeste de mi arrullo; Porque no hay una rosa que no me ame, Ni pájaro gentil que no me escuche, Ni garrido cantor que no me llame. ¿Sí? dijo entonces un gavilán infame, Y con furor se la metió en el buche. Entonces el buen Dios, allá en su trono ( Mientras Satán, para distraer su encono Aplaudía a aquel pájaro zahareño ) Se puso a meditar. Arrugó el ceño, Y pensó, al recordar sus vastos planes, Y recorrer sus puntos y sus comas, Que cuando creó palomas No debía haber creado gavilanes. |