Ven, hermosa, a mi lado: los dos juntos,
desde el alto balcón, morir veremos
el sol, allá, en los últimos extremos,
de negro palio de argentados puntos.
Caronte fosco al golpe de sus remos
canta ya la canción de los difuntos:
y el pájaro agorero con su grito
conturba la apacible bienandanza,
mientras naufraga en sombra el infinito
triste como un amor sin esperanza…
Ven, hermosa, a mi lado: es el momento
en que la luz se junta con la sombra.
Mira: el sol rueda por la espesa alfombra
como un sultán caído de su asiento.
Es la hora de Dios: la tarde reza.
¡La hora en que la olímpica pereza
convida con mortal melancolía
a tomar la ceniza de tristeza,
después del carnaval de cada día!…
¿No es verdad que la tarde es triste y bella?
Es triste y bella como tú. Tu frente
tiene fulgor de vespertina estrella:
crepúsculo es tu espíritu inocente:
tarde que cae es la mudez sombría
con que sueñas angélicos placeres;
porque si eres un ángel, quizás eres
el ángel mismo que anunció a María…
Ven, lee: abierto el libro, deletrea.
Allá mira ese pálido lucero
que como un ojo mustio parpadea;
allá ese monte que se empina fiero.
Si sobre el monte está la nube, encima
de la nube el lucero: al fin repara
que, de los mundos en la eterna rima,
sobre la estrofa oscura está la clara.
¿Sonríes? ¿No es así? ¿Qué duda acaso
roza tus aguas con el ala al paso?
¿Y qué pregunta en tu razón nacida
cual llanto en el recién abierto broche?
Todo es luz. Una máscara es la noche:
no hay sombra más allá de tu pupila…
Tal vez, tal vez a la fijada hora
del cósmico reloj, el Bien fecundo
hará que, en coincidencia abrumadora,
cuando caiga la noche en este mundo
en los astros que ves… raye la aurora.
Cuánto dulce misterio, niña hermosa,
a los labios sedientos de la Tierra
brinda en cáliz de rosa
la Tarde, ¡esa crisálida que encierra
de la Noche la negra mariposa!
Cuánto dulce misterio
vaga sobre la cumbre de los montes,
se ensancha en los gloriosos horizontes,
pasa de un hemisferio a otro hemisferio.
La luz escapa de la noche oscura;
pero hay filos de luz en la tiniebla
como chispas de genio en la locura.
Cae el silencio a plomo. La Natura
de misterios fantásticos se puebla.
El monte es nicho; el árbol, esqueleto;
a lo lejos el viento que murmura
un no sé qué… ¡La tarde es un secreto!
Dime, ¿no te provoca
hacerte silenciosa y recogida
la señal de la cruz sobre la boca?
¿No sientes ansias de rezar? Acaso
no es raro que el espíritu desee,
cuando cae la tarde de la vida,
rezar también ¡porque la tarde cree!…
Reza, sí; que la tarde siempre sea
como ésta en que, a tu lado, el bardo aspira
a quemarte el incienso de la idea,
de sus estrofas en la sacra pira;
que a tu alredor el perfumado ambiente
poblándose de notas de mi lira
hálito niegue a la profana gente
que en descompuesta atmósfera respira;
y que por fin te expliques el misterio
del sol, que, de hemisferio en hemisferio,
se hunde, y después con vigorosa mano
separa las tinieblas del oriente,
come Moisés las aguas del oceano,
como tú los cabellos de tu frente…
Reza, sí: que tus manos entreunidas
a las mías estén, ¡ay! cuando empiece
la tarde al par de nuestras juntas vidas;
que tus manos sostengan y mis manos
la temblorosa cuna que te mece
con un grupo de arcángeles humanos;
y que asi, cuando el Ángelus del alma
doble en el campanario de los sueños,
podamos ver con satisfecha calma
realizados al fin nuestros empeños,
y para hallar nuestra ambición cumplida,
podamos, amorosos y prolijos,
en la tarde feliz de nuestra vida,
ver nuestra aurora en nuestros propios hijos.
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