Mi alma se rompió como un cuenco vacío.
Cayó escaleras excesivamente abajo.
Cayó de las manos de una criada descuidada.
Cayó, y se hizo más pedazos que loza había en el cuenco.
¿Tontería? ¿Imposible? ¡Yo no sé!
Tengo más sensaciones que cuando me sentía yo.
Soy una dispersión de trozos sobre un felpudo sin sacudir.
El ruido hecho al caer fue como de cuenco al romperse.
Los dioses que hay se asoman a la barandilla de la escalera.
Y contemplan los pedazos que su criada hizo de mí.
No os enfadéis con ella.
Sed tolerantes con ella.
Cuenco vacío, ¿qué era yo?
Miran los pedazos absurdamente conscientes,
más conscientes de sí mismos, no conscientes de ellos.
Miran y sonríen.
Sonríen tolerantes a la criada involuntaria.
Se va extendiendo la gran escalinata alfombrada de estrellas.
Un pedazo brilla, por el lado de su exterior lustroso, entre los astros.
¿Mi obra? ¿Mi alma principal? ¿Mi vida?
Un pedazo.
Y los dioses lo miran especialmente, pues no saben por qué ha quedado allí.
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