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Balada del señuelo de piernas largas

[Poema - Texto completo.]

Dylan Thomas

La proa resbalaba en las aguas y la costa
ennegrecida por los pájaros echó la última mirada
a su pelo revuelto y su ojo azul ballena;
la ciudad transitada agitó sus guijarros para desearle suerte.

Adiós entonces al bote del pescador
con su ancla libre y ágil
como un pájaro que hurga sobre el mar,
alto y seco junto al tope del mástil,

la arena amante murmuraba
con los bastiones del muelle deslumbrado.
Ve a navegar por mí y nunca mires hacia atrás
dijo la tierra vigilante.

Las velas se bebían el viento, y blanco como leche
él se hundió en las ávidas tinieblas;
el sol en el poniente naufragó en una perla
y nadó la luna fuera de su casco.

Chimeneas y mástiles rodando se alejaban.
Adiós al hombre en la cubierta de las piernas marinas,
a la línea dorada que canta en el carrete
al señuelo que acecha con orgullo en la alforja,

porque vimos que hundía en la veloz corriente
a una muchacha viva con los labios traspasados de anzuelos;
todos los peces se alumbraron con estrías de sangre,
dijeron los navíos derruidos,

Adiós a los húmeros y las chimeneas,
viejas esposas que hilan en el humo,
el pescador estaba ciego para los ojos de los cirios
en las ventanas orantes de las olas.

Pero oía al señuelo brincar sobre la estela
y forcejear en un banco de amores.
Lanza ahora tu línea que las ballenas
forman colinas sobre todo el mar,

ella suspira entre caballos y ángeles
con el pez arco iris curvado entre sus gozos,
los repiques de las boyas rocosas
flotaban en la hundida catedral

donde el ancla rodó como gaviota
millas arriba del lunático bote
un chubasco de pájaros cayó dando chillidos,
una nube sopló la lluvia desde su garganta;

él vio como humeaba la tormenta
para matar con arcos de vapores y un ariete de hielo,
el fuego en las estrellas, el río en la galaxia;
y nada fulguraba en el rostro del agua

más que el aceite y la burbuja de la luna,
debajo de la espuma, los peces hechizados
se hundían y horadaban su huella
atestiguada por un beso.

Como cabos y Alpes en la estela
estremecían las ballenas ese mar enfermizo y husmeaban hondo,
hondo el gran señuelo espeso de lluviosos labios
resbalaba en las aletas de esas jibosas toneladas

y esquivaba su amor con ondulante zambullida.
¡Oh, Jericó caía en sus pulmones!
y ella buceaba y aferraba la tarja del amor
girando sobre un chorro como una bola de largas piernas.

¡Hasta que cada bestia se apartó rugiendo
hasta que cada tortuga se quebró en su coraza
hasta que cada hueso en la tumba violenta
se levantó, soltó su canto y se apagó!

Buena suerte a la mano sobre la línea,
se esconde el trueno bajo sus pulgares;
el hilo de oro es una hebra centelleante;
su carrete bravío canta desde las llamas,

el bote que gira en el arder de su sangre
grita desde la red hasta la quilla
oh las tijeretas y sus crías gigantes
oh los toros de Vizcaya y sus becerros

desposan al bello señuelo de piernas largas
bajo el verde, ancho velo del mar.
Anunciad las noticias sombrías y pintad en una vela
estas inmensas bodas en las olas,

sobre la espuma y su estela de relámpagos
sobre los jardines que crecen en el fondo
anunciad el día trepador del delfín,
mi mástil es de pronto un campanario,

golpead y acariciad, porque mis puentes son tambores,
cantad desde la proa hablada por el agua
el caminar del pulpo entre los miembros de ella
y el águila polar con sus huellas de nieve.

Del tajamar en sus salobres labios hasta popa
¡cantad cómo la foca ha besado a su muerta!
la yacente, la larga novia de un minuto
vieja de pronto flota en su lecho cruel.

Por encima de las tumbas acuáticas
con galerías y montañas debajo
el ruiseñor y la hiena
se regocijan por esta muerte a la deriva.

Cantan y aúllan a través de la arena y las anémonas
el valle y el Sahara en una caracola,
Oh, toda la ávida carne, su enemiga
arrojada a la mar en la caracola de una niña

es vieja como el agua y simple como una anguila;
siempre el adiós al pan de piernas largas
disperso en los senderos de sus pasos
para los pájaros salobres que aleteaban saciados,

con picos espumosos por las altas semillas;
adiós adiós a los fuegos de su rostro,
porque los muertos con sus lomos de cangrejos
se lanzaron desde el lecho del mar y echaron a correr sobre sus ojos,

Esa mirada desgarrada y ciega es fría como celisca.
Y el seductor debajo de su párpado,
el que descubre para los durmientes
mujeres desnudas color luna con altura de mástiles

andando por sus deseos y embellecidas por la vergüenza
es mudo y ha partido con su llama de novias.
Se ahogó Susana en el hirsuto arroyo
y ya nadie se agita junto a Saba

más que los reyes hambrientos de las mareas;
el pecado que tuvo forma de mujer
duerme hasta que el silencio sople en una nube
y todas las aguas sublevadas echen a andar a saltos.

Lucifer, esa hez de pájaro
caída entre las nórdicas laderas
se ha derretido y esfumado
siempre se esfuma en las cavernas de su aliento,

Venus yace en su herida fulminada de estrellas
y las ruinas sensuales sobre el líquido mundo
crean las estaciones
las primaveras blancas en la sombra.

Por siempre adiós gritaban voces en la caracola,
y siempre adiós porque la carne se ha lanzado
y el pescador arrolla su carrete
con los pobres deseos de un fantasma.

Buena suerte por siempre clamaban las aletas
en la pluma del pájaro tras de la sombra y el risueño pez
mientras las velas se bebían el granizo del trueno
y el relámpago de larga cola alumbraba su presa.

El bote nada en los climas de seis años,
un viento echa una sombra que de pronto se hiela
¡ved lo que la dorada línea trae a la superficie
desde las montañas y las galerías de los fondos!

¡Ved lo que cuelga desde el pelo y el cráneo
mientras pasan rasantes las alas ávidas del bote!
las estatuas de la gran lluvia se detienen
y los copos se derrumban como cerros!

¡Cantad y saludad! a su pesada presa
izada al bote en un nevar de luz!
Las cubiertas se han empapado de milagros.
¡Oh milagro de peces! ¡muerden los viejos muertos!

Fuera de la urna donde cabe un hombre
fuera del cuarto con el peso de su pena
Fuera de la casa que una ciudad sostiene
en el continente de algún fósil.

Uno por uno en el manto y el polvo,
duros como los ecos y con rostro de insecto,
los padres de él se aferran a esa mano de niña
y es esa mano muerta que conduce el pasado.

Los guía como a niños, como al aire
hacia las crestas agitadas y ciegas de las olas;
los siglos arrojan hacia atrás sus cabelleras
y los ancianos cantan con labios renacidos:

El tiempo trae otro hijo en si.
¡Matad al tiempo! ¡Ella gira en su pena!
El roble es derribado en la bellota
y el halcón en el huevo asesina al jilguero.

Aquel que atizara el gran fuego
y muriera sobre llamas sibilantes
o anduviera en la tierra por la tarde
contando la negación de las semillas

cuelga del flotante pelo de ella y trepa;
y él, que enseñara a sus labios a cantar
llora como el sol elevado
entre los líquidos coros de sus tribus.

La línea se repliega y adivina la tierra,
y a través de las grietas de las aguas
se arrastra un jardín que se aferra a su mano
con pájaros y bestias

con hombres y mujeres y cascadas
los árboles se secan y se enfrían en el remolino de las naves
sorprendidos y quietos sobre la arena verde, tendida como un velo
con leyendas en sus regazos virginales,

y tonantes profetas en las dunas quemadas;
los insectos y valles se aferran a sus muslos,
el tiempo y los lugares se aprietan al hueso de su pecho
ella se parte con las estaciones y las nubes;

el agua fresca le teje un brazalete
con sus peces movibles y sus piedras redondas
desde el fondo a la cresta de las olas más altas
respira y corre un río separado,

canta y golpea su cosecha
porque el oleaje lleva una siembra de cebada
pace el ganado en la espuma cubierta,
los cerros han pateado las olas hacia afuera,

tierra, tierra, tierra, nada queda
del andariego mar famoso, solamente su hablar
y entre sus siete tumbas parlanchinas
se hunde el ancla en los suelos de una iglesia.

con las salvajes yeguas del mar y las bridas mojadas
con potrillos salobres y huracanados miembros
todos los caballos de su redada de milagros
galopan en las verdes y abovedadas granjas,

y trotan y galopan con nubes de gaviotas
y con centellas en sus crines
Oh Roma y Sodoma, oh mañana y Londres
la marea campestre está empedrada de ciudades,

y las torres horadan la nube de su hombro
y las calles que el pescador peinara
cuando su carne de piernas largas era un viento incendiado
y su lomo una llama cazadora

se enroscan desde la encrucijada de su pelo
lo llevan despiadadas a su casa, vivo
conducen su terror a ese pródigo hogar
la casa enfurecida, asesina de bueyes, la casa del amor.

Hondo, hondo, hondo bajo la tierra
debajo de las ciudades flotantes
giran las metrópolis de peces
encadenadas por la luna y heridas por el agua.

Nada queda, del mar, apenas su sonido,
bajo la tierra el mar ruidoso marcha,
en los lechos de muerte de los huertos el bote se desploma
y el señuelo se ahoga entre las parvas,

Adiós y buena suerte, el sol y la luna repicaron
al pescador perdido en tierra.
Solo se queda ahora en la puerta de su hogar
con su corazón de largas piernas en la mano.



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