Entró al café donde iban juntos.- Su amigo aquí le dijo hace tres meses: “No tenemos un centavo. Dos pobres muchachos somos -que hemos caído a tabernas baratas. Te lo digo claramente, contigo no puedo andar. Otro, sábelo, me busca.” El otro le había prometido dos trajes y algunos pañuelos de seda.- Para tenerlo de nuevo removió el mundo, y consiguió veinte liras. Vino de nuevo con él por las veinte liras, pero también, a más de ellas, por la vieja amistad, por el antiguo afecto, por su sentimiento.- El “otro” era un mentiroso, un verdadero pillo; solamente un traje le había hecho, y aun esto a la fuerza, después de mil ruegos. Pero ahora ya no quiere ni los trajes, ni tampoco en absoluto los pañuelos de seda, y ni veinte liras, y ni veinte monedas. El domingo lo enterraron, a las diez de la mañana. El domingo lo enterraron: hace una semana casi. En su pobre ataúd unas flores le puso, flores bellas y blancas como mucho le venían a la hermosura suya y a sus veintidós años. Cuando a la noche fue -encontró algún trabajo, necesidad del pan- al café donde iban juntos: puñal en su corazón el mísero café donde iban juntos.
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