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Brogue

[Cuento - Texto completo.]

Saki

La estación de caza había llegado a su fin sin que los Mullet hubieran conseguido vender a Brogue. Había sido una especie de tradición en la familia durante los últimos tres o cuatro años, un tipo de esperanza fatalista, que Brogue encontraría comprador antes de que terminara la temporada de caza, pero las estaciones iban y venían sin que sucediera nada que justificara ese optimismo mal fundado. El animal había recibido el nombre de Berserker en anteriores fases de su carrera, pero había sido rebautizado como Brogue posteriormente, como reconocimiento al hecho de que, una vez adquirido, era extremadamente difícil librarse de él.

Era sabido que el malevolente ingenio de los vecinos había sugerido que sobraba la primera letra de su nombre. Brogue había sido descrito diversamente en los catálogos de venta como cazador de peso ligero, como caballo de dama y, de manera más simple, aunque todavía con un toque de imaginación, como un útil castrado pardo, de 15,1 de medida. Toby Mullet lo había montado durante cuatro estaciones con los West Wessex; se puede montar casi cualquier tipo de caballo con los West Wessex con tal de que sea un animal que conozca el terreno. Y Brogue conocía íntimamente el terreno, pues había abierto personalmente la mayor parte de los boquetes que había en los lindes y setos en muchas millas a la redonda. No es que su actitud y características resultaran ideales en la caza, pero probablemente era más seguro si se montaba junto a los perros que como rocín por los caminos rurales. Según la familia Mullet, en realidad no se trataba de que le asustaran los caminos, sino que había algunos elementos que le desagradaban y provocaban en él ataques repentinos de lo que Toby llamaba «la enfermedad del viraje repentino». A los coches de motor y las motocicletas los trataba con tolerante desprecio; pero los cerdos, las carretillas, las piedras apiladas al lado del camino, los cochecitos de niño en una calle de un pueblo, las puertas pintadas de un blanco excesivamente agresivo y a veces, aunque no siempre, las colmenas más nuevas, le apartaban de su camino en una imitación viva del curso en zigzag de un rayo. Si un faisán se elevaba ruidosamente al otro lado de un seto, Brogue saltaba al aire en ese mismo momento; aunque eso podía deberse a un deseo de sociabilidad. La familia Mullet estaba en desacuerdo con la información predominante según la cual el caballo era un comepesebres confirmado.

Fue hacia la tercera semana de mayo cuando la señora Mullet, viuda del fallecido Sylvester Mullet, y madre de Toby y un puñado de hijas, asaltó a Clovis Sangrail a las afueras del pueblo con un catálogo ininterrumpido de los sucesos locales.

—¿Conoce ya a nuestro nuevo vecino, el señor Penricarde? —vociferó—. Es terriblemente rico, posee minas de estaño en Cornwall, es de mediana edad y bastante tranquilo. Ha tomado Red House con un alquiler indefinido y ha gastado mucho dinero en cambios y mejoras. ¡Bueno, Toby le vendió a Brogue!

Clovis tardó un poco en asimilar la sorprendente noticia; luego rompió en generosas felicitaciones. De haber pertenecido a una estirpe más emocional, probablemente habría besado a la señora Mullet.

—¡Qué suerte tan maravillosa haberse librado de él por fin! Ahora podrán comprar un animal decente. Siempre dije que Toby era listo. Mi más sincera enhorabuena.

—No me felicite. ¡Es lo más desafortunado que podía haber sucedido! —exclamó dramáticamente la señora Mullet. Clovis se quedó mirándola con asombro.

—El señor Penricarde ha empezado a conceder sus atenciones a Jessie —añadió la señora Mullet bajando la voz hasta lo que ella pensaba que sería un susurro impresionante, aunque se asemejaba más bien a un grito áspero y excitado—. Al principio de una manera superficial, pero ahora inequívocamente. Fui una estúpida por no haberme dado cuenta antes. Ayer mismo, en la fiesta de la rectoría, le preguntó cuáles eran sus flores favoritas; ella le contestó que los claveles y hoy han llegado un montón de claveles de diversos tipos, como clave, malmaison y de esos rojos oscuros tan bonitos, todos de exhibición, junto con una caja de bombones que debió pedir a propósito a Londres. Le ha pedido que le acompañe mañana al campo de golf. Y precisamente ahora, en este momento crítico, Toby le vende ese animal. ¡Es una calamidad!

—Pero lleva años tratando de librarse del caballo —comentó Clovis.

—Tengo una casa llena de hijas —contestó la señora Mullet—. Y he estado intentando… bueno, desde luego quitármelas de las manos no, pero uno o dos maridos no estarían de más entre todas ellas; ya sabe que son seis.

—No lo sabía —contestó Clovis—. Nunca las he contado, pero imagino que tendrá razón en cuanto al número; generalmente las madres conocen esas cosas.

—Y ahora, cuando hay una perspectiva inminente de un marido rico en el horizonte, Toby va y le vende ese desgraciado animal —siguió diciendo la señora Mullet con su trágico susurro—. Si trata de montarlo, probablemente le matará; en cualquier caso, matará cualquier afecto que haya podido sentir hacia cualquier miembro de nuestra familia. ¿Y qué podemos hacer? No podemos pedirle sin más que nos devuelva el caballo; como comprenderá, lo alabamos mucho cuando creímos que existía una posibilidad de que lo comprara, y le dijimos que era el animal que le convenía exactamente.

—¿Y no pueden robarlo del establo y enviarlo a que paste en una granja a millas de distancia? —sugirió Clovis—. En la puerta del establo pueden escribir «el voto para la mujer», y parecerá que ha sido un ataque de las sufragistas. Nadie que conozca el caballo podría sospechar que quisieran recuperarlo.

—Todos los periódicos del condado airearían el asunto —contestó la señora Mullet—. ¿No imagina los titulares? «Valioso caballo de caza robado por las sufragistas». La policía recorrería la zona hasta encontrar al animal.

—Bueno, Jessie puede tratar de que Penricarde lo devuelva si le dice que es uno de sus favoritos. Puede decirle que lo vendieron porque el establo tenía que ser derribado según un viejo contrato, pero que ahora se ha conseguido que permanezca dos años más.

—Parece un extraño procedimiento pedir la devolución de un caballo que se acaba de vender, pero algo habrá que hacer, y enseguida. Ese hombre no está habituado a los caballos y creo haberle dicho que era tan dócil como un cordero. Al fin y al cabo, los corderos patean y se retuercen como si estuvieran locos, ¿no es cierto?

—La fama de tranquilidad del cordero es totalmente inmerecida —contestó Clovis mostrándose de acuerdo.

Al día siguiente Jessie regresó del campo de golf en un estado en el que se mezclaban la alegría y la preocupación.

—Lo de la proposición salió muy bien —anunció—. La hizo en el hoyo sexto. Le dije que necesitaba tiempo para pensarlo y le acepté en el séptimo.

—Querida mía —añadió la madre—. Pienso que un poco más de vacilación y reserva recatada habría resultado aconsejable, pues le conoces desde hace muy poco. Deberías haber esperado hasta el hoyo noveno.

—Es que el séptimo es muy largo —contestó Jessie—. Además, la tensión nos tenía a los dos fuera del juego. Cuando llegamos al hoyo noveno, habíamos arreglado muchas cosas. Pasaremos la luna de miel en Córcega, y quizás hagamos una rápida visita a Nápoles si nos apetece, y una semana en Londres para terminar. Pedirá a dos de sus sobrinas que sean las damas de honor, por lo que con las nuestras habrá siete, que es un número afortunado. Tú llevarás tu vestido gris perla, añadiéndole una buena cantidad de encajes de Honiton. A propósito, esta noche viene a pedir tu consentimiento. Hasta ahora todo va bien, pero el asunto de Brogue es ya otra cosa. Le conté la historia del establo y lo que nos gustaría comprar de nuevo el caballo, pero él parece igualmente propenso a quedárselo. Dijo que tenía que hacer ejercicios ecuestres ahora que va a vivir en el campo, y que empezará a cabalgar mañana. Ha cabalgado algunas veces en fila sobre un animal acostumbrado a llevar octogenarios y personas sometidas a curas de reposo, y ésa es toda su experiencia en la silla de montar… Ah, también montó una jaca una vez en Norfolk, cuando él tenía quince años y la jaca veinticuatro. ¡Y mañana va a montar a Brogue! Seré viuda antes de haberme casado… y deseaba tanto ver cómo es Córcega; parece tan tonta sobre el mapa.

Fueron a buscar a Clovis a toda prisa y le contaron la situación.

—Nadie puede montar con seguridad en ese animal, salvo Toby —le dijo la señora Mullet—. Y él ya sabe por experiencia de qué se va a asustar, y consigue evitarlo al mismo tiempo.

—Le sugerí al señor Penricarde, debería decir a Vincent, que a Brogue no le gustan las puertas blancas —comentó Jessie.

—¡Las puertas blancas! —exclamó la señora Mullet—. ¿Le mencionaste también el efecto que produce en él un cerdo? Para llegar al camino principal tendrá que pasar junto a la granja de Lockyer, y seguro que habrá uno o dos cerdos gruñendo en el prado.

—Últimamente le están resultando bastante desagradables los pavos —añadió Toby.

—Es evidente que no debemos permitir que Penricarde salga con ese animal —afirmó Clovis—. Al menos no hasta que Jessie se haya casado y hartado de él. Les diré lo que haremos: pídale que mañana salgan de picnic, a una hora temprana; él no es de esas personas que salen a cabalgar antes del desayuno. Yo me encargaré de que al día siguiente el párroco le lleve hasta Crowleigh antes del almuerzo para ver el nuevo hospital que están construyendo allí. Como Brogue se quedará ocioso en el establo, Toby puede ofrecerse a sacarlo para que haga ejercicio; después coge una piedra o algo parecido y lo deja convenientemente cojo. Si se dan un poco de prisa con la boda, puede mantenerse la ficción de la cojera hasta que la ceremonia haya terminado.

La señora Mullet sí pertenecía a una estirpe emotiva, por lo que besó a Clovis.

Nadie tuvo la culpa de que a la mañana siguiente cayera una lluvia torrencial que convirtió el picnic en una imposibilidad absoluta. Tampoco fue culpa de nadie, si no simple mala suerte, que a primera hora de la tarde el tiempo aclarara lo suficiente como para que el señor Penricarde se viera tentado a realizar su primer intento con Brogue. Ni siquiera llegaron a los cerdos de la granja de Lockyer; la puerta de la casa parroquial estaba pintada de un color verde apagado, pero había sido blanca uno o dos años antes y Brogue nunca olvidaba que había tenido la costumbre de ejecutar en ese punto particular del camino una reverencia violenta, un coceo con las patas traseras y un viraje brusco. Después, como aparentemente nadie requería sus servicios, se abrió camino hasta el huerto de la casa parroquial, donde encontró un pavo en un gallinero; los que posteriormente visitaron el huerto encontraron el gallinero casi intacto, pero era muy poco lo que quedaba del pavo.

El señor Penricarde, algo aturdido y tembloroso, aquejado de magulladuras en una rodilla y otros daños menores, achacó afablemente el accidente a su inexperiencia con los caballos y los caminos rurales, permitiendo que Jessie lo cuidara hasta que estuvo totalmente recuperado y preparado para el golf en menos de una semana.

En la lista de regalos de boda que el periódico local publicó aproximadamente quince días después, aparecía el objeto siguiente:

«Un caballo pardo, Brogue, regalo del novio a la novia.»

—Lo que demuestra que no sabía nada —comentó Toby Mullet.

—O más bien que tiene un ingenio muy agradable —contestó Clovis.

*FIN*


Beasts and Super-Beasts, 1914


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