Broté como una yerba corrompida Al borde de la tumba de un malvado, Y mi primer cantar fue a un suicida: ¡Agüero fue, por Dios, bien desdichado!
Al eco de este cántico precito Dijo el mundo escuchándome: «Veamos», Y sentóse a mirarme de hito en hito: Y el mundo y yo, por mi primer delito, Desde entonces mirándonos estamos.
Dejemos a los muertos en reposo Y que duerman en paz, si es su destino; Harto haremos en mar tan proceloso Como es la vida, en encontrar camino.
Yo el mío me busqué por las turbadas Ondas de aqueste mar, y mi barquilla, Por medio de otras muchas que extraviadas Bogar sin rumbo vi desesperadas, Procuró conducir hacia la orilla.
Velé, gemí, con angustiado lloro Volvíme al cielo y acudí a las ciencias: ¿A la ribera tocaré? Lo ignoro; Sólo sé que la tengo en mi presencia.
Al verla, aunque de lejos, lancé un grito, Y a impulso de recóndito misterio Dióle la soledad eco infinito, Y fue, tornado en cántico maldito, A expirar en mitad de un cementerio.
Yo sentí que la tumba me aplaudía, Y ansío de gloria al corazón hallando, Dije dentro de mí: «La tierra es mía.» Y con mayor afán seguí cantando.
Creí de Dios mi soberano aliento, De arcángel mi poder; mi alma altanera Me arrebató hacia el alto firmamento, Y la región azul del vago viento Embelesé con mi canción primera..
Atrás dejó las águilas que miran Con ojo audaz al sol, atrás quedaron Las nubes que relámpagos respiran, Los soles mil que por espacios giran Donde mortales ojos no llegaron.
Creí el mundo a mis pies; alcé la frente Para cantar mi orgullo, y mis oídos Del medio de una nube refulgente El acento de Dios omnipotente Oyeron, de pavor estremecidos.
«Canta, dijo una voy, tal es tu suerte, Pero canta en el polvo que naciste, Allí donde jamás han de creerte: Canta la vida, mientras va la muerte A sí llamando tu existencia triste.»
Dijo, y me echó a la tierra y a la vida, Y al impulso de su hálito divino, Con cántiga risueña o dolorida La soledad alivio del camino: Y cumplo así la ley de mi destino.
Inunda paz sabrosa Mi corazón tranquilo, Y dichas y deleites Encuentro por doquier: Mi ser halló en mi alma Inalterable asilo, Mi espíritu respira El ámbar del placer.
Y nada me atormenta, Ni envidio ni deseo: Mi espíritu al abrigo De la tormenta está: Pasar a las edades Indiferente veo; Mecido en dulces sueños Mi pensamiento va.
Y a veces me arrebata Mi loca fantasía En alas de su joven Fecunda inspiración; Y a un mundo me transporta De encanto y de armonía, Do gozan mis potencias Espléndida ilusión.
Mi espíritu se libra Del cuerpo que le encierra, Y grande y poderoso Como su Dios se cree, Y alcanza desde el cenit A la lejana tierra, Cual punto en el espacio Que apenas no se ve.
Y el orbe ante mis ojos Despliega los misterios Que impulsan la infinita Y excelsa creación; Y hollando los escombros De tronos y de imperios, Revienta en armonía Mi libre corazón.
Cuanto es en los espacios Su ser me patentiza: Un templo ante mis ojos El universo es, Y todo en su recinto Se ensalza y diviniza, Y la creación entera Tendida está a mis pies.
No hay canto, ni suspiro, Lamento ni murmullo, Cuyo eco misterioso Fingir no sepa yo, Que mi niñez mecieron Los bosques con su arrullo, Y su creencia santa La soledad me dió.
La música comprendo Que en las volubles hojas Resuena a la presencia Del céfiro fugaz; Y entiendo en el otoño El ¡ay! de sus congojas Con que piedad imploran Del ábrego tenaz.
Yo sé cómo susurran Con diferentes voces, Marchitas en Setiembre, Jugosas en Abril; Ya rueden con el polvo En círculos veloces, Ya con su teldo verde Coronen el pensil.
Yo entiendo de las aves Los cánticos distintos, El saludar al alba o huir la tempestad; Buscando de las selvas Los cóncavos recintos, En donde alegres gozan Salvaje libertad.
Entiendo el agorero Graznar de la corneja, La ronca voz de buitre Que huele su festín; Del solitario búho La temerosa queja, Y el amoroso trino Del ágil colorín.
Y el ruido con que vuela La errante mariposa, Los pasos de la oruga Sobre la fresca flor, El desigual zumbido Con que anda codiciosa La abeja, de su cáliz Volando en derredor.
El sol con que su nido Columpia la oropéndola, Del álamo frondoso Suspenso en la altitud, Y los murmullos que alzan Las ráfagas, meciéndola, Haciendo, revoltosas, Eterna su inquietud.
Los mágicos rumores Que elevan diferentes Las diferentes aguas Del bosque o del jardín, Cuando los montes surcan Sus rápidos torrentes, Cuando en los valles buscan Sus arroyuelos fin.
Y el temeroso acento De las voraces fieras, De la tormenta ronca El iracundo son. En mis oídos posan Las notas lisonjeras Que ensalzan y armonizan La inmensa creación.
Conozco de los astros La incógnita carrera, Del ángel que los guía La luminosa faz, Y la del ROSTRO SANTO Que en ellos reverbera, Torrentes derramando De vida y claridad.
Las nubes le saludan Con majestuoso trueno, La atmósfera lo enciende Relámpago veloz, La tierra le abre humilde Su perfumado seno, Y el mar canta su gloria Con incesante voz.
Si airado pestañea, Los mandos se estremecen; Si torna el rostro, yacen En muerta oscuridad, Si su hálito les niega, Caducan y envejecen: El solo es la existencia, La luz y la verdad.
Para Él tiene tan sólo La eternidad guarismo, Y el número los astros, Y las edades fin, Y límite el espacio, Y término el abismo; Y nada se le esconde Por lóbrego ni ruin.
Su dedo es la balanza Que en equilibrio tiene La máquina gigante De su alta creación, Y cuanto en ella existe, Su dedo lo mantiene, Y ese es el Dios que canta Mi lengua y mi razón.
Y voz no hay ni suspiro, Lamento ni murmullo, Cuyo yo misterioso Por Él no entienda yo; Que mi niñez meciera Los bosques con su arrullo, Y su creencia santa La soledad me dió.
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