Busquen las gentes fiestas con alegría, alabando a Dios, entremezclando deportes; que plazas, calles y deleitosos jardines se llenen con los relatos de grandes gestas; y vaya yo los sepulcros buscando, interrogando a las almas condenadas, que me responderán, pues no están acompañadas sino por mí en su perenne lamento.
Cada cual busca y quiere a su semejante; por esto no me agrada el trato con los vivos. Al imaginar mi estado, se tornan esquivos; como de hombre muerto, de mí toman espanto. El rey ciprio, prisionero de un hereje, no es a mis ojos desventurado, pues lo que quiero jamás será logrado; de mi deseo médico alguno podrá curarme.
Como Prometeo, a quien el águila come el hígado y siempre brota de nuevo la carne, y jamás termina el pájaro de devorar; más fuerte dolor que éste me tiene asediado, pues un gusano me roe el pensamiento, otro el corazón, y de roer no cesan, y su trabajo no podrá interrumpirse sino con aquello que es imposible de lograr.
Y si la muerte no me infiriese la ofensa -alejándome de tan placentera visión-, no le agradecería que vista de tierra mi desnudo cuerpo, quien no piensa perder el placer, pues tan sólo imagina que mis deseos no pueden cumplirse; y si mi postrera hora ha llegado, término tendrá también el bien amar.
Y si en el cielo me quiere Dios albergar, amén de verle, para cumplir mi deseo será preciso que allá me sea dicho que mi muerte vos tenéis a bien llorar, arrepintiéndoos de que por vuestra poca merced muriese un inocente, mártir por amaros: pues el cuerpo del alma separaría si en verdad creyese que de ello os doleríais.
Lirio entre cardos, vos sabéis y yo sé que bien puede morirse por amor; si creéis que en tal dolor me hallo, no os excederéis, poniendo en ello plena fe.
|