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 Cae la nieve pura como 
si resbalara por hilos. 
Quisiera vivir, vivir 
pero sé que no es posible. 
Algunas almas se pierden 
sin huella en la lejanía, 
suben, suben hacia el cielo 
como hace la nieve pura. 
La nieve pura se disuelve… 
yo también desapareceré… 
No me preocupa la muerte, 
nadie vive eternamente. 
No creo en esos milagros. 
No soy ni nieve ni estrella, 
yo jamás volveré a ser 
jamás, jamás, nunca más. 
Y pienso yo, pecador: 
¿Qué hiciste con tu existencia? 
En su torbellino, ¿qué 
amaste más que la vida? 
Quise con mi sangre a Rusia 
como el tuétano de mis huesos, 
quise sus ríos creciendo 
y debajo de los hielos. 
Quise el humo de sus casas, 
el aire de sus pinares, 
amé a Chejov, Pushkin 
y a sus gloriosos ancianos. 
Si tuve mis contratiempos, 
fue sin lamentarlos mucho. 
Qué importa si viví locamente, 
por Rusia fue que viví. 
Dolorido de esperanzas 
(lleno de oculta inquietud), 
creo que tal vez un poco 
también yo he ayudado a Rusia. 
Aunque a mí Rusia me olvide 
cuando el tiempo se devane, 
el caso es que Rusia viva 
para siempre, eternamente. 
Cae la nieve pura, cae 
como caía en los tiempos 
de Pushkin, de Chejov, 
como caerá cuando muera… 
Cae la nieve, cae la nieve 
con cegadora blancura, 
borrando todas las huellas, 
las que yo dejo y las otras… 
Nadie vive eternamente, 
pero tengo una esperanza: 
si Rusia vive, es decir 
que yo también viviré. 
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