Encontré su habitación donde terminaba
la escalera.
ella estaba sola.
“hola, Henry”, dijo,
“sabes, odio esta habitación, no hay
ventanas”.
yo tenía una resaca fea.
el olor se me hacía insoportable,
sentía como si fuera
a vomitar.
“me operaron hace dos días”
dijo. “me sentí mejor al día siguiente
pero ahora es lo mismo, quizá
peor”.
“lo siento, ma”.
“sabes, tenías razón, tu padre
es un hombre terrible”.
pobre mujer. un marido brutal y
un hijo alcohólico.
“perdonáme, ma, vuelvo enseguida…”
el olor me había penetrado.
mi estómago estaba saltando.
salí de la habitación
y baje por la escalera,
me senté ahí
agarrándome de la baranda,
respirando el aire
fresco.
la pobre mujer.
seguí respirando el aire
y me las arreglé para no
vomitar.
me levanté, subí la escalera
y volví a la habitación.
“me querían meter en un psiquiátrico,
¿lo sabías?”
“si, les dije que tenían a la persona
equivocada”.
“pareces enfermo, Henry, ¿te sentís bien?”
“me siento mal hoy, ma, mejor vuelvo
y te veo mañana”.
“está bien, Henry…”
me levanté y cerré la puerta,
bajé la escalera corriendo.
salí a un jardín de rosas.
vomité en el jardín de rosas.
pobre mujer…
al día siguiente llegué con
flores.
subí la escalera hasta la
puerta.
había una corona.
quise abrir la puerta.
estaba cerrada.
bajé la escalera
atravesé el jardín de rosas
y salí a la calle
donde estaba estacionado
mi auto.
había dos nenitas
de 6 ó 7 años
que venían de la escuela.
“perdón, damitas, ¿les gustarían
estas flores?”
se detuvieron y me
miraban.
“toma”, y le alcancé el ramo a
la más alta. “divídelo, por favor,
dale la mitad a tu amiga”.
“gracias”, dijo la más alta,
“son muy lindas”.
“sí, son lindas”, dijo la otra chica,
“muchas gracias”.
se fueron por la calle
y yo me subí al auto,
arranqué, y
volví a casa.
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