¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos. Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso, y no sean sus dientes la perla más preciosa; sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean más largas que la antena menuda de una mosca de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo, pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca, porque anduviera pronto la pequeñuela, puede haber curvado un par de piernas de Diana y torcido el marfil de una nuca de Juno.