No es él el que me lleva… Es mi vida que en su vida palpita. Es la llamada tibia de mi alma que se ha ido a cantar entre sus rimas. Es la inquietud de viaje de mi espíritu que ha encontrado en su rumbo eterna vía.
Él y yo somos uno. Uno mismo y por siempre entre las cimas; manantial abrazando lluvia y tierra; fundidos en un soplo ola y brisa; blanca mano enlazando piedra y oro; hora cósmica uniendo noche y día.
Él y yo somos uno. Uno mismo y por siempre en las heridas. Uno mismo y por siempre en la conciencia. Uno mismo y por siempre en la alegría.
Yo saldré de su pecho a ciertas horas, cuando él duerma el dolor en sus pupilas, en cada eco bebiéndome lo eterno, y en cada alba cargando una sonrisa.
Y seré claridad para sus manos cuando se vuelquen a trepar los días, en la lucha sagrada del instinto por salvarse de ráfagas suicidas.
Si extraviado de senda, por los locos enjaulados del mundo, fuese un día, una luz disparada por mi espíritu le anunciará el retorno hasta mi vida.
No es él el que me lleva… Es su vida que corre por la mía.
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