Dadme esa esponja y tendré el mar. El mar en overol azul abotonado de islas y remendado de continentes, luchando por salir de su agujero, con los brazos tendidos empujando las costas.
Dadme esa esponja y tendré el mar. Jornalero del Cosmos con el torso de músculos brotado y los sobacos de alga trasudándole yodo, surcando el campo inmenso con reja de oleaje para que Dios le siembre estrellas a voleo.
Dadme esa esponja y tendré el mar. Peón de confianza y hércules de circo en cuyos hombros luce su acrobático genio la chiflada y versátil “troupe” de los meteoros…
(Ved el tifón oblicuo y amarillo de China, con su farolería de relámpagos colándose a la vela de los juncos. Allá el monzón, a la indostana, el pluvioso cabello perfumado de sándalo y el yagatán del rayo entre los dientes, arroja sus eléctricas bengalas contra el lujoso paquebote que riega por las playas de incienso y cinamomo la peste anglosajona del turismo. Sobre su pata única, vertiginosamente, gira y gira el tornado mordiéndose la cola en trance de San Vito hasta caer redondo. Le sigue el huracán loco del trópico recién fugado de su celda de islas, rasgándose con uñas de ráfagas cortantes las camisas de fuerza que le ponen las nubes; y detrás, el ciclón caliente y verde, y sus desmelenadas mujeres de palmeras fusiladas al plátano y al coco.
En el final despliegue va el simún africano -seis milenios de arena faraónica con su reseco tufo de momia y de pirámide- La cellisca despluma sobre el agua su gigantesca pájara de nieve. Trombas hermafroditas con sombrillas de seda y voces de barítono cascan nueces de trueno en sus gargantas. Pasa el iceberg, trono al garete, del roto y desbandado imperio de los hielos con su gran oso blanco como un Haakón polar hacie el destierro, levantando el hocico cual si husmease en la noche la Osa Mayor rodada del ártico dominio; y mangas de pie alígero y talle encorsetado ondulan las caderas raudamente en el salón grisperla del nublado, y ocultan su embarazo de barcas destripadas y sorbidas en guardainfantes pálidas de bruma.)
Dadme esa esponja y tendré el mar. Minero por las grutas de coral y madrépora en la cerrada noche del abismo -Himalaya invertido- le alumbran vagos peces cuyas linternas sordas disparan sin ruido en la tiniebla flashes de agua de fósforo y ojos desmesurados y fijos de escafandra. Abajo es el imperio fabuloso: la sombra de galeones sumergidos desangrando monedas de oro pálidos y viejo; las conchas entreabiertas como párpados mostrando el ojo ciego y lunar de las perlas; el pálido fantasma de ciudades hundidas en el verdor crepuscular del agua… remotas ulalumes de un sueño inenarrable resbalado de monstruos que fluyen en silencio por junglas submarinas y floras de trasmundo.
Dadme esa esponja y tendré el mar. El mar infatigable, el mar reblede contra su sino de forzado eterno, para tirar del rischa en que la Aurora con rostro arrociblanco de luna japonesa rueda en su sol naciente sobre el agua; para llenar las odres de las nubes; para tejer con su salobre vaho el broderí intangible de las nieblas; para lanzar sus peces voladores como últimas palomas mensajeras a los barcos en viaje sin retorno; para tragarse -hindú maravilloso- la espada de Vishnú de la centella, y para ser el comodín orfebre cuando los iris, picaflores mágicos, tiemblan libando en su corola azul, o cuando Dios, como por distraerse, arrójale pedradas de aerolitos que él devuelve a las playas convertidas en estrellas de mar y caracolas.
Dadme esa esponja y tendré el mar. Hércules prodigioso tallado a furia de aquilón y rayo que hincha el tórax en ansia de infinito, y en gimnástico impulso arrebatado lucha para salir de su agujero con los brazos tendidos empujando las costas.
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