¡Fruto nuevo, amasijo de tierra y de agua! Cristalizó en el gajo más curvado del mundo la sal de tu ternura.
¡Afilando puñales de sed, trenzando los cabellos de una esperanza niña, desvaneciendo sombras he cuidado tu rama!
Pastor de grandes cosas que se mueven, yo conduje el rebaño de los días piafantes; he visto cien mañanas con los picos abiertos devorar la migaja de la última estrella y tembló entre mis manos toda noche como una yegua renegrida y ágil…
Yo hilvané con mis ansias una canción de cuna para que se durmieran los cachorros del viento; y alcé un espantapájaros de odio sobre el campo frutal de tu sueño sin lágrimas. Con las hebras del sol has torcido el cordaje de tu risa.
En las enredaderas de tus voces incuba sus tres huevos azules un pájaro de gracia… ¡La vida en tus talones es un giro de baile!
Te aferras al abierto pavorreal de los días y le robas la pluma; sabes abrir tu noche como un libro de estampas.
Y no sé si deshojas la flor menguante de las lunas; y no sé si libertas los luceros cautivos; ¡o si el verano salta de tus ojos iguales a una lluvia con sol!
Tengo los dientes rotos de morder imposibles: para ti guardan lechos de martirio mis brazos. En mis dedos retoñan zarzales de caricias…
¡Todas las noches naufragaban en esta costa de mi anhelo!
Grabé tu nombre en todas las arenas del aire: tu nombre es el perfume que buscaban mis años.
Redoblan los tambores de mi fiebre largos llamados al otoño.
Has de llorar tus frutas redondas como lágrimas…
Ensartaré en el hilo de mi plegaria sorda las cuentas de cien días y de cien noches; ¡y haré un collar de tiempo que te ciña!
Conduciré el rebaño de mis voces por caminos que duerman bajo el opio del alba.
He de atar mis dos ojos a carros de vigilia ¡y haré un collar de tiempo que te ciña! para que sea manso tu caer en un día con fragancias de alcoba; y para que en la noche de tu llanto las estrellas más altas fructifiquen entre la mano de los niños.
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