Al dulce son de mi templada lira,
prestad, pastores, el oído atento:
oiréis cómo en mi voz y en él respira
de mis hermanas el sagrado aliento.
Veréis cómo os suspende, y os admira,
y colma vuestras almas de contento,
cuando os dé relación, aquí en el suelo,
de los ingenios que ya son del cielo.
Pienso cantar de aquellos solamente
a quien la Parca el hilo aún no ha cortado,
de aquellos que son dignos justamente
de en tal lugar tenerle señalado;
donde, a pesar del tiempo diligente,
por el laudable oficio acostumbrado
vuestro, vivan mil siglos sus renombres,
sus claras obras, sus famosos nombres.
Muestra en un ingenio la experiencia
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación así la ciencia,
como en la edad madura, antigua y cana.
No entraré con alguno en competencia
que contradiga una verdad tan llana,
y más si acaso a sus oídos llega
que lo digo por vos, Lope de Vega.
En punto estoy donde, por más que diga
en alabanza del divino herrera,
será de poco fruto mi fatiga,
aunque le suba hasta la cuarta esfera.
Mas, si soy sospechosa por amiga,
sus obras y su fama verdadera
dirán que en ciencias es Hernando solo
del Gange al Nilo, y de uno al otro polo.
En don Luis de Góngora os ofrezco
un vivo raro ingenio sin segundo;
con sus obras me alegro y enriquezco
no solo yo, mas todo el ancho mundo.
Y si, por lo que os quiero, algo merezco,
haced que su saber alto y profundo
en vuestras alabanzas siempre viva
contra el ligero tiempo y muerte esquiva.
Tejed de verde lauro una corona,
pastores, para honrar la digna frente
del licenciado Soto Barahona,
varón insigne, sabio y elocuente.
En él el licor santo de Helicona,
si se perdiera en la sagrada fuente,
se pudiera hallar, ¡oh extraño caso!,
como en las altas cumbres del Parnaso.
Quisiera rematar mi dulce canto
en tal sazón, pastores, con loaros
un ingenio que al mundo pone espanto
y que pudiera en éxtasis robaros.
En él cifro y recojo todo cuanto
he mostrado hasta aquí y he de mostraros:
fray Luis de León es el que digo,
a quien yo reverencio, adoro y sigo.
Serán testigo de esto dos hermanos,
dos luceros, dos soles de poesía,
a quien el cielo con abiertas manos
dio cuanto ingenio y arte dar podía.
Edad temprana, pensamientos canos,
maduro trato, humilde fantasía,
labran eterna y digna laureola
a Lupercio Leonardo de Argensola.
Con santa envidia y competencia santa
parece que el menor hermano aspira
a igualar al mayor, pues se adelanta
y sube do no llega humana mira.
Por esto escribe y mil sucesos canta
con tan suave y acordada lira,
que este Bartolomé menor merece
lo que al mayor, Lupercio, se le ofrece.
Tiempo es ya de llegar al fin postrero,
dando principio a la mayor hazaña
que jamás emprendí, la cual espero
que ha de mover al blando Apolo a saña,
pues, con ingenio rústico y grosero,
a dos soles que alumbran vuestra España
–no solo a España, mas al mundo todo–
pienso loar, aunque me falte el modo.
De Febo la sagrada honrosa ciencia,
la cortesana discreción madura,
los bien gastados años, la experiencia,
que mil sanos consejos asegura;
la agudeza de ingenio, el advertencia
en apuntar y en descubrir la escura
dificultad y duda que se ofrece,
en estos soles dos solo florece.
En ellos un epílogo, pastores,
del largo canto mío ahora hago,
y a ellos enderezo los loores
cuantos habéis oído, y no los pago:
que todos los ingenios son deudores
a estos de quien yo me satisfago;
satisfácese de ellos todo el suelo,
y aun los admira, porque son del cielo.
Estos quiero que den fin a mi canto,
y a nueva admiración comienzo;
y si pensáis que en esto me adelanto,
cuando os diga quién son, veréis que os venzo.
Por ellos hasta el cielo me levanto,
y sin ellos me corro y me avergüenzo:
tal es Laínez, tal es Figueroa, dignos de eterna y de incesable loa.
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