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Casi silencios

[Poema - Texto completo.]

Ida Gramcko

La piedra cae el fondo. Así caen todas
las piedrecillas. Un día, algo que remueve
las aguas las hace correr, precipitarse,
abriendo heridas en la fina arena. El
agua toda es llanto. Pero un rayo de
sol aparece. Las aguas se hacen claras.
Al fondo, lentamente, las piedrecillas
hallan al fin sitio. Y encima de las aguas,
flota una flor entreabierta: la
conciencia.

La esencia no es pérdida de tierna
presencia.
La esencia es la presencia
de lo intemporal,
de lo divino y sobrehumano.

El cambio, para que lo sea,
tiene que cambiar siempre.
He ahí la permanencia.

La muerte es lo único
que no es curable.

Para lo más hondo, yo no creo
en instantes. Lo supremo jamás
es actual.
El amor sin mortal asidero,
no se somete al tiempo.

Porque lo que está sometido
al devenir y no al alcance
de lo más luminoso y más puro,
aunque sea emotivo, es ligero.

Lo que no conocemos no es misterio.
Son aspectos insignificantes
del mundo material.
Conocemos lo eterno, lo inmenso,
lo máximo, —es suyo, es mío
y sólo es así—
y ante tamaña luz,
¿caben hallazgos,
descubrimientos o sorpresas?

Un afecto puede ser hermoso pero,
ante el sentimiento único e inmutable,
nos resulta pequeño.
Como la yerba ante el astro.
Como el guijarro ante la nube.
Como fronda salpicada de frutos ante
el cielo en que alumbra una sola flor
áurea y suprema.



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