¡Chopo viejo! Has caído en el espejo del remanso dormido, abatiendo tu frente ante el Poniente. No fue el vendaval ronco el que rompió tu tronco, ni fue el hachazo grave del leñador, que sabe has de volver a nacer.
Fue tu espíritu fuerte el que llamó a la muerte, al hallarse sin nidos, olvidado de los chopos infantes del prado. Fue que estabas sediento de pensamiento, y tu enorme cabeza centenaria, solitaria, escuchaba los lejanos cantos de tus hermanos.
En tu cuerpo guardabas las lavas de tu pasión, y en tu corazón, el semen sin futuro de Pegaso. La terrible simiente de un amor inocente por el sol de ocaso.
¡Qué amargura tan honda para el paisaje, el héroe de la fronda sin ramaje!
Ya no serás la cuna de la luna, ni la mágica risa de la brisa, ni el bastón de un lucero caballero. No tornará la primavera de tu vida, ni verás la sementera florecida. Serás nidal de ranas y de hormigas. Tendrás por verdes canas las ortigas, y un día la corriente llevará tu corteza con tristeza.
¡Chopo viejo! Has caído en el espejo del remanso dormido. Yo te vi descender en el atardecer y escribo tu elegía, que es la mía.
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