Ésta es la casa, el mar y la bandera. Errábamos por otros largos muros. No hallábamos la puerta ni el sonido desde la ausencia, como desde muertos. Y al fin la casa abre su silencio, entramos a pisar el abandono, las ratas muertas, el adiós vacío, el agua que lloró en las cañerías. Lloró, lloró la casa noche y día, gimió con las arañas, entreabierta, se desgranó desde sus ojos negros, y ahora de pronto la volvemos viva, la poblamos y no nos reconoce: tiene que florecer, y no se acuerda.