De cigüeñas la tímida bandada, recogiendo las alas blandamente, pasó sobre la torre abandonada, a la luz del crepúsculo muriente;
hora en que el Mago de feliz paleta vierte bajo la cúpula radiante pálidos tintes de fugaz violeta que riza con su soplo el aura errante.
Esas aves me inquietan; en el alma reconstruyen mis rotas alegrías; evocan en mi espíritu la calma, la augusta calma de mejores días.
Afrenta la negrura de sus ojos al abenuz de tonos encendidos, y van los picos de matices rojos a sus gargantas de alabastro unidos.
Vago signo de mística tristeza es el perfil de su sedoso flanco que evoca, cuando al sol se despereza, las lentas agonías de lo Blanco.
Con la veste de mágica blancura, con el talle de lánguido diseño, semeja en el espacio su figura el pálido estandarte del Ensueño.
Y si, huyendo la garra que la asecha, el ala encoge, la cabeza extiende, parece un arco de rojiza flecha que oculta mano en el espacio tiende.
A los fulgores de sidérea lumbre, en el vaivén de su cansado vuelo, fingen, bajo la cóncava techumbre, bacantes del azul ebrias de cielo…
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