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 Jamás pensé al venir a estas regiones 
Que mis palabras últimas serían 
Para hablar a un cadáver… 
Ni nunca que las notas de mi canto 
Al perderse en el aire sonarían 
Mezcladas con el eco de mi llanto. 
Cuando yo vine aquí, casi acababa 
De sentir y estrechar entre mis brazos 
Al buen amigo que en su noble empeño, 
Soñaba en un laurel para la frente 
De la que hoy duerme en el sepulcro el sueño 
Que dura y se prolonga eternamente. 
Y ese hermano me hablaba del cariño 
El más puro entre todos los amores, 
Sin penas, sin temores, 
Casi volviéndose al hablarme un niño; 
Y le enviaba conmigo sus recuerdos, 
Y le enviaba conmigo sus abrazos, 
Y alegre en el amor en que se ardía, 
Ni siquiera pensaba en ese instante, 
Que su madre distante, muy distante, 
Casi en aquella hora se moría. 
Yo también tuve un padre que a la fosa 
Rodó sin que mis labios lo besaran, 
Y sé lo que es ese dolor profundo 
Que hace una noche eterna de los días 
Y un desierto tristísimo del mundo. 
Yo sé que horizonte es el que se cierra 
Delante del espíritu aterrado, 
Cuando eleva sus alas de la tierra 
La que en su pecho maternal encierra 
Cuanto se alza de nuevo a nuestro lado. 
Yo adivino esa pena, y porque casi 
Siento la misma angustia que devora 
Al huérfano infeliz que en su aislamiento 
Busca a su madre y por su madre llora, 
Yo le traigo en su nombre mi gemido, 
Y la eterna promesa de que nunca 
Caerá sobre esa lápida el olvido 
Yo le traigo en el canto de una lira 
Que cuando se habla de la madre tiembla 
Y cuando se habla de su amor se inspira, 
El adiós que sus labios no lograron 
Dejar caer sobre sus ojos yertos 
Cuando a la luz del mundo se cerraron 
Para abrirse a la sombra de los muertos; 
Mi adiós que en momentáneo regocijo 
La agitará volviéndola a la vida, 
Para que pueda oír la despedida 
Con que la vengo a saludar por su hijo. 
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