| 
 ¿Cómo pude sobrevivir durante el tiempo de Stalin? 
Es que una vez muy contento salí disparado 
de una ventana del noveno piso 
donde con mucho orgullo caminé sobre el tejado 
guiado por no sé quién 
y llevando en mi mano un vaso de vodka. 
Caminaba sobre el techo sonriendo, 
me miraban desde abajo asustadas mujeres viejas, 
alguna gente rara y gatos envidiosos. 
Yo era absolutamente desconocido 
y afortunadamente todavía no era un icono. 
Dos camaradas borrachos, 
manteniéndose sobrios, celosos, 
miraban desde la ventana 
cómo yo  -sorpresivamente- podía 
caminar contra todas las reglas 
aunque ignorándolas todas 
no 
pudiera 
caerme. 
En aquel 1950, bajo el oscuro bigote de Stalin, 
nosotros, una generación a la que le lavaron el cerebro 
desde el kindergarten, 
teníamos la obsesión de subirnos a los tejados, 
la obsesión de escalar cualquier cosa que fuera elevada, 
pero nunca la obsesión de escalar las alturas del poder. 
Jugábamos  a hacer  el amor en los áticos 
aprendimos a besar por un rublo 
admirábamos en La Plaza Roja 
las alegres muchedumbres con flores y carteles 
mirándolas desde nuestros tejados; 
mi tejado era  mucho más alto que aquel majestuoso mausoleo 
donde Stalin, sin ser visto en ese momento, 
protegido por los grandes hombros de su guardia personal, 
meaba en un balde de lata 
(todo eso era perfectamente visible desde nuestro tejado) 
¡Qué perspectiva! ¡Qué afortunados! 
Aquel tejado estaba muy cerca 
de los tejados de Roma y de Paris 
y después de algunos años irrumpimos por La Cortina de Hierro. 
Nosotros, los hijos de los Tejados de Metal. 
En ese extraño comunismo 
de vida militarmente organizada 
caminábamos sonriendo sin miedo. 
¿Pero qué pasa si hoy día, vendiendo conciencias 
por una vida mucho más confortable, 
caemos en un capitalismo militar? 
¿Qué pasa si quedamos atascados en una sórdida farsa? 
Quebraré mi ventana -y aún a través de los barrotes- 
saltaré fuera de mi propio retrato 
¡rompiendo en pedazos el marco y el vidrio! 
Ni siquiera en la muerte confiaré en  ningún  “ismo”, 
yo, otra vez joven y siempre libre, 
arriesgando la vida, sonriente y fuerte, 
volveré a caminar por el tejado, 
o de lo contrario, no soy un poeta. 
 
2004
  |