Como Tántalo muero,
el cristal a la boca,
y cuando al labio toca,
y que gustarla quiero,
de mí se va apartando,
sin mirar que de sed estoy rabiando.
¿Hurté yo la ambrosía?
¡Oh Júpiter airado!
¿por qué me has castigado
con tanta tiranía?
¡Ay, qué rigor tan fiero,
que estando junto al bien, por el bien muero!
¡Ay, pensamiento mío!,
¿qué te han hecho mis ojos,
que, colmados de enojos,
es cada cual un río?
¡Y tú, sordo de mis quejas,
sin dolerme su mal, llorar los dejas!