¡Cómo tiemblas en mi alma,
cómo tensas mi joven piel rosada,
cómo me agitas toda y tremes, cómo
jadeas en tu encierro de carne deslumbrada!
y lates, y golpeas y emocionas,
corazón, nervio, ala inquieta,
verdadera y tangible carne clara,
con voluntad, entre mi carne quieta.
¡Dios mío! Cómo vibra, cómo tiembla,
como golpean sus nudillos llenos
de impaciencia la puerta
cerrada de mi vientre y mis senos…
Me asombra, yo que vengo de tan lejos,
golpeándome los lados de la frente
y dando tumbos contra la pared,
me asombra cómo de repente
te introdujiste tan al fondo de
esta carne dura, impenitente,
y la ablandaste y la obligaste a ser
tu cálida prisión
que pronto has de romper…
¡Dios mío! Y yo le he dado gota a gota,
la miel del interior de mi colmena,
su celeste sabor llena su boca,
toda su carne está en mi alma llena.
¡Dios mío! y yo le mezo, y yo le canto,
en su urna de carne rosada, que
de sostenerle y abrazarle tanto,
siento dolor…
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