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Cuento XLVII – El conde Lucanor

[Cuento - Texto completo.]

Juan Manuel

Lo que sucedió a un moro con una hermana suya que decía ser muy miedosa

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio de este modo:

-Patronio, sabed que tengo un hermano de padre y madre, mayor que yo, por lo cual debo respetarlo y obedecerlo como a mis mayores. Tiene fama de ser muy inteligente y buen cristiano, pero Dios ha querido que yo sea más rico y poderoso que él y, aunque no quiere reconocerlo, estoy seguro de que me envidia. Cada vez que necesito su ayuda o le pido que haga algo por mí, se excusa diciendo que no puede por ser pecado y, dando largas al asunto, deja de ayudarme. Sin embargo, cuando él precisa mi ayuda, me dice que, aunque se hundiera el mundo, debo arriesgar mi vida y mis bienes por hacer lo que me pide. Como habitualmente se comporta así, os ruego que me aconsejéis el modo más conveniente de solucionar este asunto.

-Señor conde -dijo Patronio-, me parece que el comportamiento de vuestro hermano se parece mucho al de una mora con el suyo.

El conde le preguntó lo que había sucedido.

-Señor conde -dijo Patronio- un moro tenía una hermana tan mirada que, por cualquier cosa que veía o le hacían, daba a entender que sentía miedo y espanto. Era tan delicada que, cuando bebía en unas jarritas que tienen los moros, como el agua suena entonces un poco, decía que le entraba tanto miedo con el ruido que estaba a punto de desmayarse.

»Su hermano era muy buen muchacho, pero muy pobre, y, como la pobreza obliga a los hombres a hacer lo que no quieren, aquel joven tenía que ganarse la vida de modo muy vergonzoso, pues, cada vez que se moría alguien, iba de noche al cementerio y le quitaba la mortaja, así como las ofrendas funerarias. Así se mantenían su hermana, él y toda la familia. Y la muchacha lo sabía.

»Una vez murió un hombre muy rico, al que enterraron con lujosos vestidos, alhajas y cosas de mucho valor. Cuando se enteró su hermana, le dijo que quería acompañarlo aquella noche para ayudarle a traer todas las riquezas con que lo habían enterrado.

»Estando ya muy oscuro, se fueron el mancebo y su hermana al cementerio, llegaron a la tumba del difunto y la abrieron, pero, cuando le quisieron quitar los ricos paños que vestía, vieron que no podían hacerlo sin cortarlos, o bien, rompiendo la cerviz del difunto.

»Al ver la hermana que, si no le quebraban la cerviz al muerto, tendrían que romper las ropas, con lo cual perderían todo su valor, cogió con sus manos la cabeza del difunto y, sin compasión y sin pena, la separó del cuerpo, que descoyuntó todo. Luego le quitó ella las ropas que vestía, así como las riquezas, y se marcharon los dos.

»Mas al día siguiente, cuando estaban comiendo, al beber agua, la jarrita empezó a sonar y la mora dijo que iba a desmayarse por aquel pequeño ruido. Cuando su hermano lo vio y se acordó de la frialdad y de la indiferencia que había demostrado al descoyuntar la cabeza del muerto, le dijo en árabe:

»-Aha ya ohti, tafza min bocu, bocu, va liz tafza min fotuh encu.

»Lo que quiere decir: «Ay, hermana, os asustáis del sonido de la jarrita, que hace gluglú, y no os dio miedo la cabeza del muerto». Esta frase se ha convertido en un refrán, que utilizan mucho los moros.

»Vos, señor Conde Lucanor, si veis que vuestro hermano mayor se excusa de hacer lo que os conviene -tal como me habéis contado-, pretextando que es pecado lo que le pedís, aunque no lo sea, y luego os pide a vos que hagáis lo que a él interesa, aunque sea pecado más grave y perjudicial para vos, comprended que actúa como la mora, que se espantaba del sonido del agua en la jarrita y no le producía miedo descoyuntar la cabeza del muerto. Cuando os pida que hagáis en su favor algo que pueda perjudicaros, portaos con él como él lo hace con vos: dadle buenas palabras y estad muy amable con él. Si os pide algo que no os perjudique, ayudadle si podéis; pero, si no es así, excusaos siempre de forma muy cortés, para que al final, por un medio o por otro, su petición quede desatendida.

Comprendió el conde que Patronio le daba un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.

Y viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Si alguno no quiere en lo tuyo ayudar,
cuando algo te pida, responde que lo harás.

FIN



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