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 Cuando la aurora enciende las montañas, 
Y el águila que duerme 
Se siente acariciada por sus besos, 
El águila se agita entre las rocas 
De su salvaje y solitario nido, 
Tiende la vista al cielo, 
Dominio de su empuje soberano, 
Y desatando el poderoso vuelo 
Cruza la selva, el llano, 
Del llano se levanta hasta las cumbres 
Que la extensión coronan, 
Y allí, fuerte y robusta, 
En pie sobre la nieve y el granito, 
Se alza de nuevo y sube hasta que incrusta 
Sus formas de gigante en lo infinito. 
Cuando el sol de la gloria, 
Surtiendo en el espacio inteligencia 
Baña a un niño en su luz, el niño se alza 
Sobre el desierto obscuro de la vida; 
Y guiado por la fe que en su conciencia 
Lleva como una lámpara encendida, 
Desterrado del cielo sobre el mundo 
Y entreviendo su patria 
A través de la bruma de su ensueño, 
Se lanza de su ensueño por la vía, 
Dejando al confundirse con la nada, 
De su carrera de astros como huellas, 
Las letras de su nombre, 
Que son como las mágicas estrellas 
Que brillan al crepúsculo del hombre. 
Letras que al proyectar sobre la tumba 
Sus luces inmortales, 
Son la más grande historia 
Que pudiera grabar en sus anales 
La virgen soberana de la gloria. 
En la cuna de aquellos 
Que hoy tienen nuestras almas por santuario, 
Y por incienso el de las rosas blancas 
Que nacen en los bordes del osario, 
También surgió con su fulgor de aurora 
La chispa de la idea, también ellos 
Sintieron palpitar sobre su frente 
Los ósculos de ese ángel que en la noche 
Baja a inspirar sus sueños al creyente… 
Sueños blandos y dulces, como todos 
Los que su ánfora encierra, 
Y que al fundirse con el hombre, lo hacen 
La encarnación de Dios sobre la tierra. 
El ideal de sus almas, el que en ellos 
Infiltraba la luz de sus caricias, 
Era el amor bajo la doble forma 
Del espacio y del mundo, 
Del mundo, en la expresión de sus dolores 
Marcados por la faz de un moribundo, 
Y del espacio, como la hostia blanca 
En donde oculta su divina esencia 
Ese Cristo del pobre y del que sufre, 
Que se llama la ciencia. 
Y esa fue su visión, esa la doble 
Senda en que dividieron el camino, 
Señalado en su afán supremo y noble 
Por la sonrisa de ángel del destino; 
Esa la ardiente cima en que se alzaron 
Pensadores y apóstoles a un tiempo, 
Buscando la verdad mientras vertían 
La miel de sus virtuosos corazones… 
Iguales a esas nubes que se lanzan 
Tras la huella del sol por el vacío, 
Derramando a la vez sobre la tierra 
Las caricias de amor de su rocío. 
Y así fueron, en tanto que la vida 
Latió bajo sus cráneos: 
Fe y corazón, estrellas y perfumes; 
Sublime dualidad de un alma misma 
Que en distinta región alzando el vuelo, 
Arriba, era la forma de la idea, 
¡Y abajo, era la forma del consuelo! 
Así fueron… constante sacrificio 
Sobre el altar del bien, mártires prontos 
A morir por sus creencias en el ara 
De la impiadada suerte: 
Grupo de caridad que aparecía 
Fiel en cumplir su augusto pensamiento 
Donde quiera que hallaba un sufrimiento, 
¡O el buitre de la muerte se mecía!… 
Y cuando llenos de ese santo orgullo 
Que la virtud derrama en la conciencia, 
Tocaban ya la cumbre brilladora 
De su visión querida, 
¡La vida los dejó!… pero las frases 
Que al dolor arrancaron con su muerte, 
Fueron bajo el destello sacrosanto 
Que irradiaba al fulgor de su memoria, 
Las primeras estrofas de ese canto 
Que hoy los arrulla en su mansión de gloria. 
Allí duermen, y allí como un perfume 
Se alzan las bendiciones por la noche, 
Flores del corazón que agradecidas 
Bajo el ojo de Dios abren su broche: 
Allí duermen, y allí los que en el mundo 
Les dijimos hermanos, 
Depositando la oblación sencilla 
De nuestro amor, hacemos de sus nombres 
El grito de entusiasmo que en la lucha 
Dará al cobarde animación y brío; 
Y del radioso albor de su recuerdo 
Un astro suspendido en el vacío, 
Que será en los instantes de la prueba, 
Cuando el cansancio nuestra frente amague, 
La antorcha sideral en donde el alma 
Encenderá su fe cuando se apague. 
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