Cuando la tarde cierra sus ventanas remotas, sus puertas invisibles, para que el polvo, el humo, la ceniza, impalpables, oscuros, lentos como el trabajo de la muerte en el cuerpo del niño, vayan creciendo; cuando la tarde, al fin, ha recogido el último destello de luz, la última nube, el reflejo olvidado y el ruido interrumpido, la noche surge silenciosamente de ranuras secretas, de rincones ocultos, de bocas entreabiertas, de ojos insomnes.
La noche surge con el humo denso del cigarrillo y de la chimenea. La noche surge envuelta en su manto de polvo. El polvo asciende, lento. Y de un cielo impasible, cada vez más cercano y más compacto, llueve ceniza.
Cuando la noche de humo, de polvo y de ceniza envuelve la ciudad, los hombres quedan suspensos un instante, porque ha nacido en ellos, con la noche, el deseo.
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