| Cuando yo era más joven(bueno, en realidad, será mejor decir
 muy joven)
 algunos años antes
 de conocernos y
 recién llegado a la ciudad,
 a menudo pensaba en la vida.
 Mi familia
 era bastante rica y yo estudiante.
 Mi infancia eran recuerdos de una casacon escuela y despensa y llave en el ropero,
 de cuando las familias
 acomodadas,
 como su nombre indica,
 veraneaban infinitamente
 en Villa Estefanía o en La Torre
 del Mirador
 y más allá continuaba el mundo
 con senderos de grava y cenadores
 rústicos, decorado de hortensias pomposas,
 todo ligeramente egoísta y caduco.
 Yo nací (perdonadme)
 en la edad de la pérgola y el tenis.
 La vida, sin embargo, tenía extraños límitesy lo que es más extraño: una cierta tendencia
 retráctil.
 Se contaban historias penosas,
 inexplicables sucedidos
 dónde no se sabía, caras tristes,
 sótanos fríos como templos.
 Algo sordo
 perduraba a lo lejos
 y era posible, lo decían en casa,
 quedarse ciego de un escalofrío.
 De mi pequeño reino afortunadome quedó esta costumbre de calor
 y una imposible propensión al mito.
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