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Danza macabra III

[Minicuento - Texto completo.]

Enrique Anderson Imbert

Cuando Pablo tenía diez años bajó al sótano y vio a su padre ahorcado del techo. El choque fue espantoso: quedó melancólico, estremecido, tartamudo. Pasaron diez años y se casó con una niña a la que acababa de conocer en una playa veraniega. La noche de bodas descubrió que su mujer padecía de una subluxación de la columna cervical: las vértebras comprimían unas raíces nerviosas. Pablo, el melancólico, el estremecido, el tartamudo, tuvo que aprender a aliviarla del dolor. Le enlazaba el cuello y la barbilla y, tirando de una cuerda que corría por una polea del techo, la levantaba hasta que quedase en puntillas. Todas las noches creaba abismos bajo los pies de su mujer. Abismos chiquititos. Con ellos se fue llenando el abismo grandote que durante diez años había obsesionado a Pablo, desde que lo vio una vez bajo los pies de su padre. Se acostumbró a manejar la horca. Hasta la idea misma de la horca le divertía. Viendo a su mujer como una guinda se le alegraba el ánimo. Al final perdió la melancolía, el estremecimiento, la tartamudez y la mujer.

FIN



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