Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

De burguesa a cortesana

[Cuento - Texto completo.]

Leopoldo Alas “Clarín”

Mi querida doña Encarnación: Ya sé que las de Pinto dijeron por ahí a los amigos, que las de Covachuelón no iríamos a las fiestas por falta de posibles o por falta de amor a los regocijos, como dice mi Juan que se llama eso; no haga usted pizca de caso, porque ya nos hemos encargado los sombreros, de esos que parecen de hombre, que son la última moda, según dijo la modista, que es de París de Francia, como si dijéramos; porque si bien ella no nació allá ni lo vio nunca con sus propios ojos, su marido es de pura raza parisién: ¡con que figúrese usted! Iremos, y tres más, lo cual, para evitarle a usted molestias de andar buscando casa y demás, nos iremos derechitos a la suya, y así se ahorra usted la incomodidad de tener que entenderse con fondistas y amas de huéspedes, que en estos días sacarán la tripa de mal año y pedirán por una habitación un ojo de la cara. Adjunta les remito la lista de las monadas y cachivaches que mi hija la mayor quiere que usted le tenga comprados para el mismo día que lleguemos; porque todo su prurito es que de cien leguas se la tome por una madrileña, porque ser provinciana es muy cursi, ya ve usted; y aunque yo le digo que lo que se hereda no se hurta, y que de casta le viene al galgo… y que una Covachuelón, que desciende de cien Covachuelones, aunque sea con el aire de la montaña puede tenérselas tiesas, en punto a buen tono y chicq (sic),   con la más encopetada cortesana, que puede ser hija de un cualquiera; digo que, a pesar de esto, la niña quiere que usted le tenga preparados esos trastos: y no es que aquí no haya guantes de esos que llegan hasta los hombros, porque también los vende la modista que tiene un marido de París; pero ¿qué quiere usted?, estas muchachas del día están perdidas por no ser de su tierra. Y mire usted, en confianza, doña Encarnación, y aquí inter nos, como dicen los franceses, la chica está en estado de merecer, y aquí todos son pelagatos, no hay proporciones, ¿quién sabe si alguno de esos caballeros en plaza, de que tanto hablan los periódicos, se enamorará de mi niña? En ese caso, nos quedaríamos a vivir en Madrid, que es lo que yo le digo a Juan; pero mi Juan es tan terco que no quiere abandonar este destino humilde, indigno de un Covachuelón, porque dice que es seguro y manos puercas. Como si no conociéramos el mundo, doña Encarnación, y no supiéramos que eso de gajes es cosa común a todos los destinos, con tal que haya buena voluntad. Yo, a decir la verdad, no sé de qué son esos caballeros en plaza; pero sin duda serán unos cumplidos caballeros, que apaleen el oro o por lo menos las fanegas de trigo, que todo es apalear. Demás de esto, mi Juan, que tiene mucho amor a las Instituciones, no perderá el tiempo durante nuestra estancia en esa, ni se dormirá en las pajas, porque el ministro le tiene ofrecido torres y montones; pero ojos que no ven… y así atenaceándole de cerca y no dejándole a sol ni a sombra, verá usted cómo se logra un ascenso, que buena falta nos hace, porque con este modestísimo sueldo y todas las manos que Juan quiera, no se puede vivir: y si no, ahora se ve, lo que es una deshonra, que para emprender un viaje a la Corte, con rebaja de precio y todo, la familia de un Covachuelón se halla obligada a vender los cubiertos de plata y algunas alhajas de los Covachuelones que fueron. Dígales, dígales usted a las de Pinto (sin contarles los de los cubiertos), cuánto hacen y pueden los de Covachuelón en alas o en aras (nunca digo bien esta palabra) de su amor a las Instituciones. Aquí se ha corrido el rumor de que por culpa de Moyano ya no había fiestas; que ese señor, que dicen que es muy feo, y lo prueban, había aguado la función; pero no lo hemos creído, porque es imposible; Dios no puede consentir que mi hija se quede sin su caballero en plaza, porque eso sería como  quedarse en la calle; ni mi esposo ha de pudrirse y pudrirme en este rincón oscuro; los Covachuelones pican más alto, y amanecerá Dios y medraremos; porque la mala voluntad de las de Pinto poco podrá contra los altos escrutinios de la Providencia, que a todas voces llama a los de Covachuelón a la Corte. Diga usted de mi parte al Sr. D. Juan, su marido (¡qué diferencia entre los dos Juanes! el de usted tan dócil, tan rico y tan amigo de su negocio), pues dígale usted que me busque sin pérdida de tiempo papeleta para todas partes: queremos verlo todo, lo que se llama todo, porque ¿a qué estamos?, no es cosa de vender una los cubiertos, para volverse luego dejando por ver alguna cosa. He leído en La Época que los provincianos llegarían tarde para sacar papeleta: ¡qué sabrá ella! La Época; como si esos perdularios gacetilleros, que son la perdición del país, hubieran de ser antes que nosotros, que servimos a la patria y a las instituciones, desde un rincón de España, con celo, inteligencia y lealtad, como decían los mismísimos liberales cuando dejaron cesante a mi marido. Sería de contar que la señora de Covachuelón e hija se quedaran sin papeleta para ver todo lo reservado y todo lo no reservado.

Hemos de verlo todo: digáselo usted así a D. Juan: no rebajo nada.

¡Oh, quién fuera condesa, amiga mía! Pero de menos nos hizo Dios, y como Juan, el mío, ande derecho y en un pie, y haga lo que yo le diga, ¡quién sabe a dónde podremos llegar, y si vendrá día en que yo le vea a él mismo hecho un caballero en plaza, título que me suena de perlas, y que no puedo quitármelo de la imaginación! No canso más; consérvese usted buena y no se olvide de los encarguitos. Su amiga de toda la vida que desea abrazarla pronto,

Purificación de los Pinzones de Covachuelón.

P. D. Le advierto a usted que Juan se muere por los caracoles, y le dará usted una sorpresa agradable si se los presenta para almorzar el día que lleguemos. Supongo que irán Vds. a esperarnos con los criados, porque llevaremos mucho equipaje, y esos mozos de cordel la confunden a una con una palurda y piden un sentido. Suya,

Purificación.

Otra P. D. Le advierto a usted que en las camisolas y en los pañuelos que le encargué el otro día para Juan, han de ponerse estas letras, P. Juan, que no significan Padre Juan, sino que Juan es marido de Purificación, como usted sabe. Un Covachuelón no podría poner en sus camisas unas simples iniciales como cualquiera. Expresiones a su Juan de usted.

Pura.

*FIN*



Más Cuentos de Leopoldo Alas “Clarín”